La
masacre de Ezeiza del 20 de junio de 1973 cierra un ciclo de la historia
argentina y prefigura los a�os por venir. Este libro de Horacio Verbitsky
penetra en el mayor tab� politico de una �poca, con un importante aporte.
Horacio Verbitsky naci� en Buenos Aires en 1942. En su larga e intensa carrera
period�stica trabaj� en los diarios Noticias Gr�ficas (1960), El Siglo (1963),
El Mundo (1964), La Opini�n (1971), Clar�n (1972), Noticias (1973) y P�gina/12
(desde 1987); y en las revistas Tiempo de Cine (1962), Rebeli�n (1964),
Confirmado (1965), Semanario CGT (1968), Cuadernos del Tercer Mundo (1973), Paz
y Justicia (1982), Humor (1983), El Periodista (1984) y Entre Todos (1985). En
los �ltimos a�os sus notas dominicales en P�gina/12 se han convertido en el
material informativo m�s candente de la semana pol�tica. Ha publicado entre
otros libros: Prensa y poder en el Per� (1974), La �ltima batalla de la Tercera
Guerra Mundial (1984), Ezeiza (1985), La posguerra sucia (1985), Rodolfo Walsh y
la prensa clandestina (1986), Civiles y Militares (1987), Medio siglo de
proclamas militares (1987), La educaci�n presidencial (1990).
EZEIZA
Editorial Contrapunto, 1985
COLECCI�N MEMORIA Y PRESENTE
Director: Eduardo Luis Duhalde
Dise�o tapa: Susana Rochocz
� Horacio Verbitsky
� Editorial Contrapunto S.R.L.
Tucum�n 1438,1, Of. 110
Buenos Aires
Queda hecho el dep�sito que marca la ley 11.723
Impreso en la Argentina - I.S.B.N.
�NDICE
INTRODUCCI�N 5
PRIMERA PARTE LOS PREPARATIVOS 8
La botella de champagne 8
L�pez & Mart�nez 11
El plan policial 14
Un torturador 15
El brigadier discreto 18
Jos� 20
El ministerio del pueblo 22
Un general golpista 25
Los fierros 28
Ciro y Norma 34
El Autom�vil Club 37
Los comparsas 39
SEGUNDA PARTE LOS HECHOS 42
El Hogar Escuela 42
El Palco 44
I��guez se va a la guerra 48
El agresor agredido 51
Alto el fuego 53
El micr�fono 54
�Peronistas o hijos de puta? 57
La pista segura 60
Muertos y heridos 63
Osinde vs. Righi 65
Bunge & Born lo sab�a 71
EP�LOGO PER�N 74
TERCERA PARTE LOS DOCUMENTOS 76
A la memoria de Pir� Lugones, quien me suministr� las cintas grabadas de las
comunicaciones del COR, CIPEC, la SIDE y el Comando Radio-el�ctrico de la
Polic�a Federal, del 20 de junio de 1973.
Fue secuestrada el 21 de diciembre de 1977 de su departamento en Buenos Aires y
vista por otros cautivos en un campo clandestino de concentraci�n. Quienes la
conocieron all� cuentan que enfrent� a sus captores con altivez e iron�a a pesar
de las torturas y los golpes. Fue asesinada en un traslado masivo, el 17 de
febrero de 1978.
INTRODUCCI�N
La masacre de Ezeiza cierra un ciclo de la historia argentina y prefigura los
a�os por venir. Es la gran representaci�n del peronismo, el estallido de sus
contradicciones de treinta a�os.
Es tambi�n uno de los momentos estelares de una tentativa inteligente y osada
para aislar a las organizaciones revolucionarias del conjunto del pueblo,
pulverizar al peronismo por medio de la confusi�n ideol�gica y el terror, y
destruir toda forma de organizaci�n pol�tica de la clase obrera.
Ezeiza contiene en germen el gobierno de Isabel y L�pez Rega, la AAA, el
genocidio ejercido a partir del nuevo golpe militar de 1976, el eje
militar-sindical en que el gran capital conf�a para el control de la Argentina.
El proyecto instaurado en 1955 mediante la penetraci�n de los monopolios
extranjeros que se apoderaron de los recursos econ�micos del pa�s,
desnacionalizaron industrias, compraron bancos, asfixiaron regiones enteras, no
pudo consolidarse nunca en un r�gimen estable.
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La clase trabajadora no pod�a plegarse, y no se pleg�, a ese modelo que supon�a
la superexplotaci�n, pese a las intervenciones y las c�rceles del 55, los
fusilamientos del 56, la integraci�n del 58, la opci�n del 63, la dictadura del
66, el GAN del 71. En su m�xima consigna, el regreso de Per�n, resum�a su
decisi�n de que con �l regresara una pol�tica antiolig�rquica y
antiimperialista, mientras los dem�s sectores del frente roto en 1955 se
alejaban en busca de otras alternativas pol�ticas.
Esa negativa de los trabajadores es lo que convirti� al peronismo en el hecho
maldito, la porci�n de nacionalidad irreductible a la dominaci�n, el soporte de
los planes de lucha gremial, las jornadas insurreccionales, y la guerrilla. Esas
instancias desembocaron en el regreso de Per�n en 1972 y el triunfo electoral
del 11 de marzo de 1973.
Las fuerzas derrotadas en esos d�as hist�ricos no estaban sin embargo
destruidas, las clases dominantes no se hab�an suicidado. Antes que se
extinguieran los ecos de los aplausos y las manifestaciones estaban poniendo en
pr�ctica el m�s l�cido de sus planes: integrar no ya un peronismo perseguido con
su jefe exiliado y proscripto, sino al peronismo en el gobierno.
Durante quince a�os Estados Unidos hab�a dedicado recursos y esfuerzos a la
captaci�n de los dirigentes sindicales peronistas, con los cursos y las becas
del Instituto para el Desarrollo del Sindicalismo Libre, dirigido por la AFL-CIO
y financiado por la AID con fondos de la C�A. Y uno de sus hombres inici� en
Espa�a la relaci�n directa de la Central de Inteligencia estadounidense con el
entorno peronista, que luego continuar�a en la Argentina.
La derecha peronista deb�a encargarse de impugnar los designios revolucionarios
desde las apariencias de un nuevo frente nacional.
La masacre de Ezeiza es tambi�n un escal�n fundamental en la aplicaci�n de
crecientes cuotas de terror contra la movilizaci�n popular, que desbordaba todos
los esquemas y romp�a todas las tentativas de sometimiento.
Tres pronunciamientos hist�ricos guiaron a la clase trabajadora: los de La Falda
en 1957 y de Huerta Grande en 1962, emitidos por plenarios conjuntos de la CGT y
de las 62 Organizaciones Gremiales Peronistas, y el programa de la CGT de los
Argentinos de 1968. En ellos se expresaron las reivindicaciones de la base
obrera antes que las clases medias volvieran al peronismo, desde la izquierda
revolucionaria, el nacionalismo cat�lico o la mayor�a silenciosa.
Inclu�an la planificaci�n de la econom�a, la eliminaci�n de los monopolios
mercantiles, el control del comercio internacional y la ampliaci�n y
diversificaci�n de sus mercados. La nacionalizaci�n del sistema bancario, el
repudio a la deuda financiera contra�da a espaldas del pueblo, la reforma
agraria para que la tierra sea de quien la trabaja, formaban parte de esos
programas que el peronismo enarbol� en los a�os de la adversidad y detr�s de los
cuales se encolumn� para conquistar el futuro. Contemplaban la protecci�n
arancelaria de la industria nacional, la consolidaci�n de una industria pesada,
la integraci�n de las econom�as regionales, la nacionalizaci�n de los sectores
b�sicos de la econom�a (siderurgia, petr�leo, electricidad, frigor�ficos), una
pol�tica exterior independiente y de solidaridad con los pueblos oprimidos.
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El 11 de marzo de 1973 el Frente Justicialista de Liberaci�n s�lo hab�a llevado
al triunfo un programa m�nimo que no pod�a dejar de expresar sin embargo los
objetivos b�sicos del peronismo, las aspiraciones populares que trascend�an la
formalidad de un acto electoral y que s�lo pod�an ser satisfechas en el
ejercicio real del poder. Esto implicaba un sueldo digno y un trabajo estable
para todos, casa para los que no ten�an casa, hospitales para los enfermos,
justicia para los que nacieron o envejecieron bajo la injusticia.
Su instrumento necesario deb�a ser un Estado Popular donde participara la clase
trabajadora decisivamente a partir de las estructuras que se hab�a dado, y no de
aquellas otras que la dictadura instrument� para esterilizar sus luchas.
Aparatos burocr�ticos, logias reaccionarias, asociados con banqueros y generales
no pod�an estructurar ese Estado, porque sus intereses se opon�an a los del
pueblo.
Las m�s claras exigencias hist�ricas del peronismo se daban en la relaci�n del
Estado Popular con las Fuerzas Armadas, porque de tales relaciones depend�a la
existencia misma de semejante Estado. Un Ej�rcito que hasta el 25 de mayo hab�a
combatido en el frente interno contra su pueblo, una Marina que nueve meses
antes hab�a ejecutado y justificado una masacre imperdonable, s�lo hubiera
podido ser una apoyatura real del gobierno peronista si se hubiera producido una
profunda renovaci�n en sus cuadros y su doctrina y el acceso generalizado a
posiciones de mando de oficiales identificados con los objetivos de la Naci�n y
subordinados a la voluntad del pueblo. No eran suficientes Carcagno y Cesio,
aislados en la punta de una pir�mide hostil.
Estas eran las expectativas populares, pero hab�a muchos equ�vocos que en Ezeiza
se disipar�an brutalmente. Dentro de la concepci�n de Comunidad Organizada, que
Per�n expuso por primera vez en un congreso de filosof�a en la d�cada del 40, la
clase trabajadora necesita organizaci�n gremial pero no pol�tica, para actuar
como factor de presi�n dentro de un sistema donde la decisi�n reside en el
Estado arbitro. Por lo tanto no hay lugar en ella para la organizaci�n de la
clase obrera como un poder en s�, que a trav�s del control del Estado conquiste
el poder total y lo ejerza, como se deduc�a de la pr�ctica de los sectores m�s
din�micos del Movimiento, el sindicalismo combativo, la CGTA, la Juventud, y de
la teorizaci�n de las organizaciones armadas peronistas.
De estos sectores provinieron a partir de 1968 las acciones que forzaron a la
dictadura a concebir una salida electoral que incluyera por primera vez al
peronismo como una opci�n aceptable. Lo sucedido en Ezeiza el 20 de junio se
resume as� en una frase del discurso pronunciado por Per�n la noche del 21:
"Somos lo que dicen las 20 Verdades Justicialistas y nada m�s que eso". En ellas
no cab�a el programa socializante que el peronismo se dio en la oposici�n,
cuando la soledad de la derrota lo redujo a poco m�s que su componente obrero.
La proximidad del poder a partir del derrumbe de Ongan�a en 1970 volvi� a
ampliar el espectro representativo y gener� contradicciones internas que
deflagraron a partir del 25 de mayo con el regreso al gobierno, y dispersaron a
las fuerzas contenidas, a partir del 20 de junio.
El hombre viejo y enfermo que descendi� en la base militar de Mor�n no pod�a
salvar ese abismo, conciliar las tendencias antag�nicas que se mataban en su
nombre. Intent� repetir su experiencia anterior sin advertir que el frente de
1946 hab�a respondido a una coyuntura que no exist�a en 1973, y aval� a la
derecha del Movimiento, lanzada en son de guerra contra quienes ped�an
coherencia desde el gobierno con los objetivos de transformaci�n social profunda
por los que se hab�a peleado.
La izquierda peronista cometi� errores que la condujeron indefensa al
desfiladero del 20 de junio. Ignoraba que eran tan peronistas las posiciones de
sus adversarios internos como las propias y plante� la pugna en t�rminos de
lealtad a un hombre cuyas ideas no conoc�a a fondo. No se detuvo a consolidar
los avances conseguidos entre 1968 y 1973 ni a estudiar las reglas del juego de
la nueva etapa. Imagin� que su mayor capacidad de movilizaci�n y organizaci�n de
masas bastar�a para inclinar la balanza en su favor frente a la dirigencia
sindical burocr�tica. Crey� que ser�a posible compartir la conducci�n con Per�n
en cuanto �ste reparara en su poder. Se acostumbr� a interpretar la realidad
pol�tica en t�rminos de estrategia militar, pero no previo que se recurrir�a a
las armas para frenar su marcha impetuosa. Fue a un tiempo prepotente e ingenua.
Los militares del Gran Acuerdo Nacional exhibieron mayor sabidur�a pol�tica. No
participaron directamente en la masacre, pero crearon las condiciones para su
producci�n, apa�aron sus preparativos y encubrieron a los responsables, para que
les desbrozaran el terreno de los obst�culos que ellos no pod�an remover.
En torno de la masacre de Ezeiza y de sus consecuencias comenz� a manifestarse
la alianza entre la derecha peronista y la derecha no peronista, que tan clara
se hizo durante el gobierno militar 1976-1983 y en los comienzos de la
restauraci�n constitucional.
El Rucci que en 1973 re�ne y arma a todos esos sectores es precursor del
Herminio Iglesias de la d�cada siguiente. El mismo Julio Ant�n que en 1974
acompa�� al coronel Navarro en el botonazo, recibir� la adhesi�n del general
Camps en un acto peronista de 1985. El C de O y la CNU que Osinde puso sobre el
palco de Ezeiza dieron sus hombres a los servicios militares de informaciones
para el control de campos de concentraci�n en la segunda mitad de la d�cada del
setenta, y para la intervenci�n en Centroam�rica decidida por la dictadura al
empezar la del ochenta. Al peronista-reaccionario Osinde corresponde con
simetr�a el reaccionario-peronista Acdel Vilas. Por eso su estudio nos habla
tanto del pasado como del presente, en el que el C de O sigue idolatrando al
comisario Villar y los diputados del minibloque peronista exaltan a Galtieri.
A pesar de los a�os transcurridos no se ha publicado ninguna investigaci�n sobre
la masacre de Ezeiza, que ha llegado a convertirse en nuestro mayor tab�
pol�tico. La interpretaci�n que en forma difusa se ha ido imponiendo es la de
dos extremos irracionales que se masacran mutuamente, ante un pueblo ajeno a
ambos que s�lo quer�a asistir a una fiesta.
La investigaci�n que empec� la misma noche del 20 de junio, interrumpida y
reiniciada varias veces en esta d�cada, consultando documentos oficiales,
recogiendo testimonios de los dos bandos, cotej�ndolos con fuentes p�blicas y
con los materiales de los servicios de informaciones a los que pude acceder, no
demuestra esa hip�tesis.
En este libro me propongo establecer:
� que la masacre fue premeditada para desplazar a C�mpora y copar el poder.
� que mientras unos montaron un operativo de guerra con miles de armas largas y
autom�ticas, los otros marcharon con los palos de sus carteles, algunas cadenas,
unos pocos rev�lveres y una sola ametralladora que no utilizaron.
� que el grueso de las v�ctimas se origin� en este segundo grupo.
� que el n�mero de muertos fue muy inferior al de las leyendas que a�n circulan.
� que los tiroteos m�s prolongados se entablaron por error entre grupos del
mismo bando, ubicados en el palco y el Hogar Escuela, y que tomaron a la columna
agredida entre dos fuegos.
� que los tiradores ubicados sobre tarimas en los �rboles tambi�n respond�an a
la seguridad del acto.
� que no hubo combate sino suplicio de indefensos.
� es decir, que los masacradores lograron su prop�sito.
PRIMERA PARTE
LOS PREPARATIVOS
La botella de champagne
El 25 de mayo m�s de un mill�n de personas despidieron a gritos al �ltimo
presidente del gobierno militar. Los carteles de los sindicatos, que las gr�as
municipales colgaron en la Plaza de Mayo, quedaron en minor�a ante las banderas
y estandartes del otro sector que le disputaba el predominio: la Juventud
Peronista, y las guerrillas que ese d�a anunciaron la fusi�n de FAR con
Montoneros.
La multitud impidi� que el Secretario de Estado norteamericano William Rogers, y
el presidente del Uruguay Juan Mar�a Bordaberry pudieran llegar a la Casa de
Gobierno, donde prestaba juramento H�ctor C�mpora: pint� con aerosol los
uniformes militares, ocup� el sitio en el que deb�an desfilar, y amenaz� con un
descontrol proporcional al r�gido orden que el gobierno saliente hab�a procurado
imponer hasta su �ltimo d�a.
Cinco mil activistas de la JP provistos con brazaletes de tela tomaron la
situaci�n a su cargo, establecieron pautas para la circulaci�n y �reas que
deb�an ser respetadas. La jornada transcurri� con agitaci�n pero sin incidentes
graves. Fue el primero de una serie de d�as vertiginosos, en los que centenares
de miles de personas se echaron a las calles. Rodeando la c�rcel hasta que
C�mpora firmara el indulto para los presos pol�ticos, o en columnas de a miles,
con sus banderas al aire, aparec�an en una esquina cualquiera, daban sus vivas y
continuaban hacia un destino impreciso.
Se estaba incubando un cataclismo.
Descolocado en la campa�a electoral y en los albores del nuevo gobierno, el
sector sindical lanz� su contraofensiva una semana despu�s, con un par de
solicitadas contra el "trotskysmo" y la "patria socialista", como eligi�
caracterizar a sus oponentes desde entonces.
Centenares de reparticiones p�blicas fueron ocupadas a partir de all� por los
dos bandos. La Juventud Peronista hab�a promovido esa especie de revoluci�n
cultural para expulsar de sus cargos a funcionarios comprometidos con los
gobiernos militares. La rama sindical replic� con las ocupaciones preventivas,
"antes que lleguen los trotskystas".
El 9 de junio, al cumplirse 17 a�os de los fusilamientos de 1956, las dos
facciones se encontraron. La muerte de un dirigente gremial a�adi� fatalidad y
encono a la contienda.
Ante la marea de ocupaciones que fue paralizando al pa�s, el gobierno de C�mpora
no supo qu� hacer, y nadie escuch� al Secretario General peronista Juan M. Abal
Medina cuando exhort� a detenerlas, ya demasiado tarde. El ministro del Interior
declar� que cuando se acumula presi�n en una botella de champagne durante a�os,
es suficiente quitar el corcho para que se derrame la espuma. Esteban Righi no
dispon�a de buena informaci�n sobre el origen y el prop�sito de cada una de las
ocupaciones, a las que se refer�a en conjunto e indiscriminadamente.
En uno de sus primeros actos de gobierno, Righi hab�a pronunciado un acre
mensaje ante la plana mayor de la Polic�a Federal, a la que compadeci� por el
rol de brazo armado de un r�gimen injusto que hab�a desempe�ado en los �ltimos
a�os. En su bien inspirado discurso vibraban los mejores sentimientos de
libertad, justicia y dignidad humana con los cuales el peronismo hab�a
enfrentado a las dictaduras militares y a los gobiernos civiles ileg�timos
durante casi dos d�cadas. Righi fustig� a los polic�as torturadores y anunci�
que ning�n abuso ser�a consentido.
Pasadas 48 horas sin que se iniciaran las esperadas medidas de depuraci�n, los
polic�as se�alados pasaron de la desolaci�n a la resistencia. Pocos d�as despu�s
de su discurso, Righi se ve�a envuelto en una pol�mica con organismos fantasmas
de oficiales de las polic�as Federal y provincial de Buenos Aires, que lo
atacaban con comunicados en los diarios y voceaban supuestos malestares en la
tropa. Privado de la colaboraci�n de la �nica fuerza armada que depend�a de su
ministerio, Righi vivi� casi a ciegas el proceso que en un mes condujo a las
crisis y declinaci�n del gobierno que integraba. La espuma de champagne se
convirti� en lava de un volc�n.
Ni yanquis ni marxistas
Video documental Ezeiza![]() ![]() Documental period�stico, en blanco y negro Fuente: ARCOIRIS TV, duraci�n: 66 minutos Cortes�a de Roberto Di Chiara ![]() Elige una opci�n de descarga: ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() |
El 2 de junio La Naci�n editorializ� sobre la "crisis inevitable entre el
terrorismo de izquierda y las estructuras cl�sicas del peronismo". El mismo d�a,
las 62 Organizaciones declararon que se planteaba "en t�rminos dram�ticos la
crisis del peronismo cl�sico con las organizaciones subversivas". Casi las
mismas palabras.
El 3, durante un asado servido en un campo de recreo del SMATA en Ca�uelas, el
delegado cubano al congreso de la CGT, Agapito Figueroa, pidi� algo muy com�n en
su tierra: un brindis por el Che Guevara. Fue interrumpido por gritos hostiles
de "ni yanquis ni marxistas", que med�an el clima de confrontaci�n imperante, y
Rucci dijo que "estamos en lucha con los imperialismos de derecha y de
izquierda". El diario de las empresas extranjeras se�al� que el gobierno contaba
con "informaci�n interna proveniente de los a�os transcurridos en la oculta
oposici�n al gobierno anterior, que har� que no sea dif�cil infiltrarse en las
organizaciones terroristas que contin�an operando"1. El diario de los sindicatos
afirm� que "quienes no somos ni liberales ni marxistas sostenemos una vez m�s
que el peronismo es nacional y no debe tolerar extorsiones de quienes son sin
duda sus enemigos"2.
Las tomas impulsadas por la derecha peronista procuraban mejorar sus posiciones
en cargos p�blicos frente al otro sector. Pero junto con los cementerios, las
dependencias administrativas, los colegios, las f�bricas, las universidades, las
cooperativas, las colonias tur�sticas, los organismos cient�ficos, los clubes,
un reducido n�mero de ocupaciones obedec�a al prop�sito de asegurarse el control
de todo tipo de comunicaciones.
En el Ministerio de Obras y Servicios P�blicos fue expulsado a empujones el
subsecretario Horacio Zubiri, y los ocupantes ofrecieron como reemplazante a
Belisario Canino, compa�ero del capit�n Chavarri en la Agrupaci�n 20 de
noviembre.
Los representantes de los sindicatos AATRA y FOECYT que tomaron la Secretar�a de
Comunicaciones notificaron que los respaldaba el secretario general de la CGT
Jos� Rucci, de lo cual dio fe el diputado nacional Carlos Gallo, un ex dirigente
telef�nico separado de su gremio y convertido en asesor pol�tico de la UOM.
Las radios fueron uno de los objetivos predilectos. En C�rdoba la Juventud
Sindical y el Centro de Acci�n y Adoctrinamiento adujeron la "infiltraci�n
marxista" para tomar LV3 y LW1. La Alianza Libertadora ocup� el canal 8 y las 62
Organizaciones LRA 7 y el edificio central de Correos, siempre contra "los
infiltrados". En la Capital Federal una agrupaci�n creada por el fot�grafo
Manuel Damiano, quien hab�a dirigido el Sindicato de Prensa antes de 1955, tom�
LS6, LR2 y LR3, con diez filiales en el interior. En Rosario la UOM, la UOCRA y
la Alianza Restauradora se apoderaron de LT2, LT3 y LT6 y prohibieron la
difusi�n de discos de Horacio Guarany, Osvaldo Pugliese y Mercedes Sosa. En
Olavarr�a, las 62 Organizaciones controlaron LU32. En Bah�a Blanca, LU7.
Los ocupantes del canal 7 de televisi�n, en la Capital Federal, ordenaron en
nombre del teniente coronel Jorge Osinde y de Rucci que s�lo deb�an verse en la
transmisi�n los carteles de los sindicatos y que no se realizar�an encuadres del
presidente C�mpora. Entre quienes probaron sobre el responsable de la emisora,
Rene Aure, la persuasi�n de un ca�o empavonado estaba el comandante de
Gendarmer�a Corres, padre de uno de los asesinos en 1971 de la estudiante
marplatense Silvia Filler. Leonardo Favio recibi� instrucciones de no nombrar a
otra mujer que Isabel Per�n.
1. The Buenos Aires Herald, 6 de junio de 1973.
2. Mayor�a, 9 de junio de 1973
El Comandante Corres y la Alianza Libertadora hab�an establecido su cuartel en
el Teatro Municipal San Mart�n, que depend�a del intendente interino Leopoldo
Frenkel, amigo de Osinde y fundador del Comando de Planificaci�n. En el mismo
teatro realiz� su congreso la hasta entonces desconocida Agrupaci�n de
Trabajadores de Prensa de Manuel Damiano. Su invitado de honor fue alguien cuya
vinculaci�n con la prensa se limitaba a la lectura del diario, y de quien nos
ocuparemos m�s adelante: el general Miguel �ngel I��guez.
Y un denominado Comando Militar de esa agrupaci�n de supuestos periodistas se
apoder� de Ferrocarriles Argentinos con ayuda del agente de la Inteligencia
ferroviaria Fernando Francisco Manes. Integraban el comando los hermanos Juan
Domingo, Ra�l y Vicente L�pez, Jos� Arturo Sangiao, Eugenio Sarrabayrouse y
Edmundo Orieta, los mismos que hab�an copado las tres radios en la Capital
Federal.
Luego de ocupar los ferrocarriles echaron al director designado por el gobierno
y propusieron en su reemplazo al general Ra�l Tanco, viejo amigo de I��guez.
La agencia oficial de noticias Telam no hizo falta ocuparla, porque sus
directivos eran Jorge Napp y el teniente coronel Jorge Ob�n, dos integrantes del
COR del general I��guez. Lo �nico que faltaba era una central de comunicaciones
moderna con puestos m�viles. La proveer� el Autom�vil Club, como ya veremos.
Obras P�blicas, Comunicaciones, radios y televisoras, unidades rodantes con
central radial, ferrocarriles. Todo marcha como debe.
L�pez & Mart�nez
En 1955 �l cantaba boleros. Ella tocaba el piano y bailaba. Jos� L�pez ten�a 39
a�os, Mar�a Mart�nez 24. Se ver�an por primera vez s�lo once a�os m�s tarde.
Juan D. Per�n, de 59, comenzaba su largo exilio. Pas� unos meses en Paraguay y
sigui� hasta Panam�. All� conoci� a Mart�nez, quien abandon� su compa��a en gira
y se qued� con �l como secretaria. Despu�s se casaron, en Espa�a.
Antes de ese encuentro s�lo hay anodinos recuerdos de provincia: su nacimiento
en La Rioja, hija de un alto funcionario de un banco oficial, sus buenas
calificaciones en la escuela primaria, sus estudios de m�sica, teatro y danzas.
Per�n reci�n recurri� a ella para una misi�n pol�tica al cabo de diez a�os,
porque Augusto Vandor le discut�a la conducci�n del peronismo y no confiaba en
nadie para enfrentarlo. En 1966 la envi� a la Argentina para representarlo en la
campa�a electoral por la gobernaci�n de Mendoza.
Con una carpeta de recortes y una vieja fotograf�a que lo mostraba de uniforme
trepado al auto descubierto de Per�n, L�pez se ofreci� para integrar la custodia
de Mart�nez. Su biograf�a no era menos desva�da. Hijo de un inmigrante espa�ol,
jug� al f�tbol, cant� en los bailes de un club del barrio de Saavedra, trabaj�
como pe�n en una f�brica textil, fue cabo de la polic�a, milit� en un comit�
radical, se cas�, tuvo una hija.
Los dos hab�an seguido parecidas l�neas de fuga hacia regiones fant�sticas, ella
en un templo espiritista de Mataderos, �l por medio de la magia blanca de
Umbanda y la logia Anael. Cuando Mart�nez concluy� su misi�n en Mendoza y Buenos
Aires, L�pez la sigui� a Espa�a, donde las afinidades ocultistas le franquearon
el acceso a la residencia de los Per�n. A fines de 1966 ya trabajaba como
asistente en Puerta de Hierro.
Per�n hab�a tenido un contacto previo con el jefe de la logia Anael, el
brasile�o Menotti Carnicelli, y con su representante argentino el martillero
H�ctor Caviglia, quienes en 1950 le recabaron su apoyo para reponer en el
gobierno a Getulio Vargas. Seg�n Anael, Per�n y Vargas deb�an realizar "la uni�n
de las rep�blicas de Am�rica para el dominio del mundo civilizado". Hitler y
Mussolini hab�an venido a la tierra para "abrir camino a Per�n y Getulio".
Cuando Estados Unidos se desmoronara, la alianza de la Argentina y Brasil
afirmar�a en el tercer milenio una nueva humanidad.
La logia identificaba sus esquemas racistas con la emergencia pol�tica del
Tercer Mundo. Asia, �frica y Am�rica eran los continentes sobre los que se
fundar�a el nuevo orden mundial. Formaban un tri�ngulo y una sigla, de valor
cabal�stico: AAA.
Washington no se desplom�, Vargas se peg� un tiro en el palacio Catete en 1954,
y Per�n se desentendi� de la logia esot�rica que quer�a crear una iglesia
nacional argentina, independiente de Roma3.
El s�tano milenario
Al llegar a Madrid en 1966, L�pez se ofreci� a prolongar la vida de Per�n. En
una carta enviada a sus compa�eros de Anael el 15 de julio escribi� que "estamos
en los albores de un nuevo ciclo de la humanidad, se est� produciendo el balance
final, y el barco carga aquello que est� pronto a zarpar. Hubo 2.000 a�os para
prepararse. Yo veo a la distancia y tengo la enorme responsabilidad de controlar
la pureza del embarque.
"Isabelita ha demostrado una vez m�s ser una gran mujer. Ha hablado tanto de
nosotros al general y a los periodistas, que soy una especie de bicho raro.
3. Cartas de Caviglia y Anael a Per�n se reproducen en la secci�n documental de
este libro.
"Habl� con el general de las publicaciones que pensamos editar para hacer la
biblioteca peronista y me apoya plenamente. La se�ora percibir� el 50 �/o de las
ganancias como socia nuestra. Como podr�n notar tenemos la exclusividad de todo
a trav�s de Isabelita, quien con ese dinero no tendr� que depender de nadie.
"Las jerarqu�as del s�tano milenario y las momias fara�nicas est�n en plena
actividad, luchando contra este pobre vigilante, contra esa ni�a flaca y rubia.
La batalla es definitiva, y as� se lo manifest� claramente al jefe. Le dije,
entre otras cosas, que mi viaje no fue para acompa�ar a Isabel ni para descansar
en su mansi�n. Vengo en busca de una "definici�n y no me ir� sin ella. Me pidi�
tiempo de vida para dejar el movimiento en manos institucionalizadas y retirarse
como fil�sofo patriarca de Am�rica4 ".
L�pez fue primero custodio de Mart�nez, despu�s su consejero, astr�logo y
confesor, finalmente su exclusivo gu�a espiritual. Por la ma�ana trabajaba en
una oficina de la Gran V�a en sus libros de astrolog�a. Por la tarde en la
quinta 17 de octubre, supervisando el funcionamiento de la casa, las compras,
las reparaciones.
En su "Astrolog�a esot�rica", de 1970, escribi� que a Per�n le correspond�a el
acorde musical La, Si, Mi 2, que su destino obedec�a a los perfumes zodiacales
de la rosa y el clavel salm�n, a cinco partes de color celeste y cinco partes de
gris, a las alteraciones de la vejiga, a los ur�teres, el sistema vasomotor y la
piel. Al a�o siguiente ya llevaba el archivo de Per�n y pasaba en limpio su
correspondencia. Comenz� a tutear a los visitantes e inmiscuirse en las
conversaciones de Per�n con los jefes pol�ticos y sindicales que lo visitaban. A
su alrededor fue creciendo un discreto polo de poder en el peronismo, v�a ideal
para llegar con informes o dinero a la Puerta de Hierro para quienes no estaban
en buenos tratos con los conductos formales. "Yo soy el pararrayos que detiene
todos los males enviados contra esta casa. Cada vez soy menos L�pez Rega y cada
vez soy m�s la salud del general" dijo un d�a de l9725.
Los comerciantes argentinos H�ctor Villal�n y Jorge Antonio, quienes durante una
d�cada hab�an constituido la corte de Per�n en Madrid, se quejaban ante cada
visitante de los crecientes poderes de la sociedad L�pez & Mart�nez, que les
hab�a clausurado la entrada a la residencia y filtraban las cartas y entrevistas
de Per�n. Villal�n sab�a que el �nico medio de comunicarse con Per�n era el
t�lex de la Puerta de Hierro, porque el ex presidente controlaba diariamente que
no hubiera cortes en el rollo de la copia carb�nica que quedaba en la m�quina,
atendida por el asistente de L�pez Rega, Jos� Miguel Vanni. Hab�a nacido el
entorno.
El guitarrista malo de Gardel
Dos semanas antes que L�pez escribiera su carta a la logia, el general Juan C.
Ongan�a hab�a iniciado su Revoluci�n Argentina. Intervino sindicatos, anul�
leyes laborales, desnacionaliz� bancos e industrias, intent� sin �xito extraer
recursos del agro para modernizar el aparato productivo, reorganiz� el Ej�rcito
que se volc� sobre el frente interno seg�n la Doctrina de la Seguridad Nacional,
y le subordin� las fuerzas policiales para controlar las fronteras ideol�gicas.
Ongan�a y sus dos sucesores castrenses, Roberto Levingston y Alejandro Lanusse,
enfrentaron huelgas, movilizaciones, ocupaciones de f�bricas, insurrecciones
urbanas que llegaron a paralizar capitales provinciales, como el cordobazo de
1969 o el rosariazo de 1970, el surgimiento de las guerrillas rurales y urbanas,
peronistas y marxistas, un proceso electoral en 1971 y 1972, y por �ltimo los
comicios de marzo de 1973.
4. Revista Somos, octubre de 1976.
5. La Opini�n, 22 de julio de 1975. Art�culo de Tomas Eloy Mart�nez.
En 1972 al salir de una reuni�n con Per�n dos dirigentes de la Juventud
Peronista fueron invitados por L�pez a tomar un trago en el Hotel Monte Real, a
pocas cuadras de la residencia.
"Gardel ten�a dos guitarristas, uno muy bueno y el otro muy malo", comenz�, para
asombro de sus interlocutores.
"El bueno se separ� de Gardel y se dedic� a dar conciertos. No le fue mal, pero
pronto lo olvidaron. El malo, en cambio, se qued� con Gardel hasta el final,
sobrevivi� al accidente y tambi�n se dedic� a dar conciertos. Recorri� todo el
pa�s present�ndose como el �ltimo guitarrista que tuvo Gardel, y los teatros se
llenaban aunque tocara mal", sigui�.
Sus acompa�antes se acomodaron en la barra y cambiaron una fugaz mirada. L�pez
prosigui�:
"Lo mismo pasa con el general. En el peronismo hay muchos guitarristas buenos,
pero nadie se acuerda de ellos. En cambio, la se�ora y yo somos el guitarrista
malo de Gardel". Insinuaci�n o advertencia, la par�bola fue festejada con un
brindis, y pronto olvidada.6
Otra vez, a instancias de Per�n, L�pez expuso una de sus teor�as. Debido a las
culpas de la oligarqu�a, un r�o de sangre seca circulaba bajo el subsuelo de la
Argentina. Luego, a solas con los visitantes, a�adi� que despu�s de tomar el
gobierno el peronismo necesitar�a una milicia armada para reprimir a sus
enemigos, e insisti� en el importante futuro reservado a la esposa de Per�n.7
Por entonces nadie los tomaba en serio. Cuando L�pez hablaba, Per�n sonre�a.
El hombre de la Compa��a
El embajador estadounidense en Espa�a escuch� con mayor atenci�n al mayordomo
escatol�gico. Robert Hill era accionista de la United Fruit y funcionario de la
Central de Inteligencia de su pa�s, y en 1954 hab�a estado relacionado con la
invasi�n a Guatemala y el derrocamiento del coronel Jacobo Arbenz. Fue el nombre
designado por la C�A para penetrar la intimidad de Per�n. Adem�s de L�pez, Hill
ten�a contacto con Milosz Bogetic, un ex coronel croata ustachi, pr�fugo al
terminar la Segunda Guerra Mundial, refugiado primero en la Argentina y luego
colaborador del dictador dominicano Rafael Trujillo.
En 1973, cuando L�pez se instal� cerca del poder en Buenos Aires, el
Departamento de Estado traslad� a Hill de Espa�a a la Argentina para continuar
la relaci�n. Una de sus primeras actividades fue la firma de un convenio con
L�pez para la represi�n del tr�fico de drogas, cobertura que la C�A comenzaba a
utilizar por entonces.
L�pez revel� ante la prensa lo que deber�a haber guardado en reserva. En su
discurso dijo que el combate contra las drogas formaba parte de un plan
pol�tico, de lucha contra la subversi�n. Hill asinti� en inc�modo silencio.
Con asistencia t�cnica y financiera de Estados Unidos comenzaba a organizarse la
AAA, reedici�n del Plan Phoenix, aplicado en Vietnam para suprimir a 10.000
opositores.
Su ensayo general se hab�a escenificado pocos meses antes, el 20 de junio, en
Ezeiza.
6. Testimonio de uno de los protagonistas, recogido por el autor en Lima en
1975.
7. �dem.
El plan policial
Al anunciarse el regreso de Per�n la Polic�a Federal elabor� un detallado plan
con cuatro objetivos: ordenar el tr�nsito de personas en el acto de recepci�n,
asegurar la circulaci�n y estacionamiento de veh�culos, brindar seguridad al
p�blico y prevenir incendios o emergencias sanitarias.
Esta sensata programaci�n, contenida en un expediente de 21 carillas, inclu�a
relevamientos planim�tricos y aerofotogram�tricos, y contemplaba alternativas
por si el acto deb�a suspenderse debido a condiciones meteorol�gicas o
imprevistos que pusieran en peligro a la concurrencia o a las autoridades.
Las medidas de prevenci�n y las �reas de responsabilidad sugeridas por la
Polic�a Federal a lo largo de la Avenida General Paz, el Camino de Cintura y la
autopista Ricchieri; la disposici�n de efectivos de Tr�nsito, Polic�a Montada,
Guardia de Infanter�a, Bomberos, Orden Urbano, Seguridad Metropolitana,
Seguridad Federal, Comunicaciones, Investigaciones Criminales y Personal
T�cnico; las previsiones para alojar a eventuales detenidos y heridos; las
formas de colaboraci�n con Gendarmer�a, Municipalidad de Buenos Aires, Polic�a
de la provincia de Buenos Aires y Fuerza A�rea, eran minuciosas y razonables.
Carece de inter�s transcribirlas, por su car�cter t�cnico, y porque no fueron
esas las providencias desoidas que permitieron el desastre.
En cambio resultan esenciales las sugerencias que la Polic�a Federal formul�
para el palco y que deb�an coordinarse con el Comit� de Recepci�n. El informe
propon�a utilizar las columnas de iluminaci�n que bordean el puente para cerrar
el contorno del palco con un vallado hexagonal de 50 metros de radio. En su lado
norte habr�a una sola abertura m�vil, sobre camino asf�ltico, para el descenso
del helic�ptero presidencial, a s�lo 30 metros del estrado. La parte interna del
vallado ser�a controlada por 1.200 polic�as especializados.
Los t�cnicos policiales vaticinaban que el p�blico presionar�a sobre la primera
l�nea delante y detr�s del palco y aconsejaban construir otro vallado externo al
primero, siguiendo las cuatro hojas circulares que en forma de tr�bol circundan
al puente. Entre ambos vallados quedar�a un corredor libre de unos 50 metros,
por el que podr�an desplazarse periodistas, fot�grafos y camar�grafos.
El punto m�s significativo del proyecto policial recomendaba que este vallado
externo, que estar�a en contacto directo con el p�blico, fuera controlado por
personas identificadas con brazaletes y designadas por el Comit� de Recepci�n.
De este modo, los planificadores policiales preve�an las aglomeraciones a ambos
lados del palco, y sin empecinarse en una imposible prohibici�n de acercarse
desde el aeropuerto, adoptaban precauciones para impedir desbordes. Estos
recaudos deb�an estar a cargo de militantes pol�ticos en la primera l�nea, y de
personal policial en la segunda. Sin armas los primeros, cuya tarea era la
persuasi�n. Preparados para actuar s�lo en caso de extrema necesidad los
segundos.
Este sencillo esquema no se compadec�a con las atribuciones pol�ticas que el
comit� encargado de los aspectos t�cnicos de la seguridad pretend�a arrogarse.
As�, el acceso por detr�s del palco fue prohibido a los manifestantes, y los
polic�as profesionales suplantados por militares retirados y activistas
sindicales armados.
Su misi�n no era garantizar la seguridad del acto, sino el predominio en las
posiciones de avanzada de los contingentes de sus organizaciones.
Si no lo lograban, correr�a bala.
Un torturador
"Luego de manifestarle que tuviera entendido que desde ese momento la vida del
dicente no ten�a ning�n valor, le aplic� un golpe sobre el lado izquierdo de la
cara, fractur�ndole el segundo premolar del maxilar superior, luego lo empuj�
oblig�ndolo a sentar en un sill�n y coloc�ndole la punta del pie derecho bajo el
cuerpo, le indic� que declarara"8.
En 1946 hab�a terminado su curso de Inteligencia, y fue designado jefe de
Contraespionaje del Servicio Secreto del Comando en Jefe del Ej�rcito. Se
desvelaba por estafadores rumanos, agentes sovi�ticos y norteamericanos, redes
alemanas de informaci�n.
Pronto se ocupar�a tambi�n de argentinos. Primero organiz� la Direcci�n de
Coordinaci�n de la Polic�a Federal y luego extendi� su poder a los dem�s
aparatos de informaciones del pa�s. Desde Control de Estado manejaba
simult�neamente los servicios militares y policiales.
En 1951 arrest� a un coronel y dos capitanes sublevados con el general Benjam�n
Men�ndez: Rodolfo Larcher, Julio Alsogaray y Alejandro Lanusse, tres futuros
comandantes en jefe. Democr�ticamente brind� a los tres militares el mismo
tratamiento que el civil Rafael Douek describe en el comienzo de este cap�tulo.
Bombas en la Plaza
El 1o de mayo de 1953 estallaron varias bombas entre la gente reunida frente a
la Casa de Gobierno para escuchar a Per�n. Cuando fue designado al mando de la
investigaci�n ya era teniente coronel y ten�a 40 a�os. Los doce detenidos se
acusaron unos a otros desde la primera sesi�n de picana, pero los castigos
prosiguieron durante d�as. Su objeto no era arrancarles la confesi�n sino
hac�rselas memorizar. En aquella �poca en que los derechos individuales estaban
mejor protegidos, la declaraci�n "espont�nea" ante la polic�a carec�a de valor
legal.
Era preciso compaginar con las doce palinodias un solo cuento, que cada uno
deb�a repetir en forma convincente ante Su Se�or�a.
El ten�a su sistema mnemot�cnico. A Douek lo coloc� bajo una l�mpara de luz roja
frente a una red, conectada a cuatro conductores el�ctricos.
Si dos sectores de la red se rozaban, echaban chispas. "Detr�s del dicente, dos
personas comentaron entre s� y con el indudable prop�sito de intimidar al
deponente, que ser�a desnudado y se le arrojar�a la red encima9.
Cuando Alberto Gonz�lez Dogliotti contest� insatisfactoriamente una de sus
preguntas, lo acometi� "a golpes de pu�o en los o�dos" mientras un comisario lo
inmovilizaba, "circunstancia que le produjo una fuerte sordera10.
Al ingeniero Roque Carranza, futuro ministro de los presidentes Illia y
Alfons�n, le dijo que le conven�a "confesarse autor de los hechos, a fin de
evitar consecuencias para el declarante, que podr�a alcanzar a sus familiares,
cuya detenci�n iba a ordenar en ese momento11.
Carranza se neg�. Lo vendaron, lo desnudaron, lo sentaron en una silla, le
ataron una toalla h�meda al tobillo y lo picanearon. Despu�s el jefe de los
torturadores lo inst� a "hacer una confesi�n completa. El deponente manifest�
entonces que firmar�a lo que le pusieran delante con tal que terminaran los
procedimientos y se liberara a sus familiares".
El peronismo pag� por estas aberraciones, cuyo relato recorri� el mundo
realimentando el mito de la dictadura fascista que durante la gesti�n del ex
embajador Spruille Braden hab�a difundido el Departamento de Estado de
Washington.
8. Declaraci�n judicial de Rafael Douek, el 7 de agosto de 1953. En Nudelman,
Santiago: Por la moral y la decencia administrativa, Buenos Aires, 1956.
9. 10. 11. Declaraciones judiciales de Douek, Gonz�lez Dogliotti y Carranza, en
Nudelman, op. cit.
Su s�dica violencia era innecesaria para defender a un gobierno cuya fuerza
emanaba del respaldo popular. La de sus camaradas de armas despu�s de 1955 no
fue menos cobarde, pero llen� con pragmatismo de clase una funci�n racional,
como �nico sustento posible de un poder ileg�timo.
La llovizna y la tempestad
Despu�s de 1955 se benefici� de la indiscriminada persecuci�n contra el
peronismo. Preso en un buque-c�rcel pas� a ser uno m�s entre los miles de
humillados, y cuando Frondizi lo amnisti� en 1958, nadie le pidi� cuentas por
sus delitos. Comparativamente parec�an hechos menores, contradicciones
secundarias, como una llovizna para quien ha padecido una tempestad.
En 1964 asumi� como delegado militar durante los preparativos del primer
retorno. Para construir algo tambi�n puede usarse bosta, dec�a Per�n, y parec�a
sabio.
Compa�ero de promoci�n de los generales Ongan�a y Rauch, reconciliado con
Lanusse y Alsogaray, socio del secuestrador del cad�ver de Eva Per�n, Moori
Koenig, importador de mosaicos y may�licas de lujo junto con Ciro Ahumada, fue
uno de los candidatos de la derecha peronista a la sucesi�n de Jorge Paladino
como delegado de Per�n y candidato presidencial.
Cuando regres� de Madrid a fines de 1971 ungido una vez m�s como delegado
militar lo esperaban en Ezeiza Norma L�pez Rega de Lastiri, el capit�n Horacio
Farmache y Manuel de Anchorena. El hacendado del Movimiento Federal lo agasaj�
en la terraza de su piso en Buenos Aires, y brind� por �l, "que ser� el sucesor
de Per�n"12.
A mediados de 1972 viaj� a Madrid con el encargo de Lanusse de convencer a Per�n
que aceptara su proscripci�n como candidato para las elecciones de 1973. Al
mismo tiempo el embajador Rojas Silveyra le prometi� pagarle sus sueldos
atrasados, restituirle sus bienes y asignarle tres mil d�lares mensuales.
"Me llam� la atenci�n porque la limosna era grande, y le pregunt� qu� quer�an a
cambio", cuenta Per�n.
�Su participaci�n en el Gran Acuerdo Nacional, explic� el embajador.
�Ah no, conmigo no cuenten. Yo estoy amortizado. Vivo los �ltimos a�os de mi
vida, sin necesidades ni vanidades. Soy insobornable. Lo que ustedes tienen que
hacer es dar una soluci�n para el pobre pueblo argentino, con su mill�n y medio
de desocupados. En ese caso yo me anoto hasta de pe�n13, dice que dijo Per�n.
En octubre pretendi� negociar por su cuenta con el gobierno el plan de diez
puntos para la Reconstrucci�n Nacional presentado por Per�n. En noviembre junto
con el brigadier Arturo Pons Bedoya dio seguridades a Lanusse de que Per�n no
volver�a a la Argentina. Cuando el avi�n en que volvi� estaba en el aire,
intent� desviarlo hacia el Uruguay.
Como jefe de seguridad de la residencia de Per�n en Vicente L�pez recurri� al
Ej�rcito para desalojar de las calles vecinas a quienes ven�an a saludar al ex
presidente, e instalar un dispositivo intimidatorio con ca�ones antia�reos, como
si la casa de la calle Gaspar Campos fuera blanco apetecido de alguna Fuerza
A�rea enemiga.
Se opuso a la realizaci�n de las elecciones del 11 de marzo y luego busc� un
empleo en el gobierno surgido de ellas. Aspiraba a dirigir una vez m�s los
servicios de seguridad, pero L�pez Rega s�lo pudo conseguirle en el Ministerio
de Bienestar Social la Secretar�a de Deportes y Turismo, cargo bien exc�ntrico
para un teniente coronel de Inteligencia.
12. Clar�n, 18 de diciembre de 1971.
13. Declaraciones al autor. En Clar�n, 29 de diciembre de 1972.
Desde all�, en estrecho contacto con Jos� Rucci, el teniente coronel Jorge
Manuel Osinde organiz� la custodia de L�pez Rega y el operativo del 20 de junio.
El brigadier discreto
De 1970 a 1973 el brigadier H�ctor Luis Fautario fue jefe de Estado Mayor de la
Fuerza A�rea, y luego hasta diciembre de 1975 su Comandante en Jefe. En 1974, a
la muerte de Per�n, defini� p�blicamente la misi�n del gobierno de L�pez &
Mart�nez como una tarea de seguridad y desarrollo con inversiones extranjeras.
Si el brigadier Jes�s Capellini no hubiera sublevado el alc�zar de Mor�n para
denunciar sus "indecencias administrativas" hubiera figurado sin rubor entre los
firmantes de las actas moralizadoras del 24 de marzo, convirti�ndose en el �nico
personaje de primer nivel que participara del ciclo completo iniciado en 1971
con el lanzamiento del Gran Acuerdo Nacional de Lanusse y concluido en marzo de
1976 con el golpe de Videla, Massera y Agosti. S�lo le faltaron 90 d�as.
Como edec�n del ex presidente C�mpora, el vicecomodoro Tom�s Eduardo Medina
asisti� a las reuniones de planificaci�n del acto del 20 de junio de 1973, en
las que Fautario tuvo un �spero choque con Osinde. El mismo Medina cuenta que
por opini�n un�nime de los concurrentes las deliberaciones no fueron grabadas,
lo cual dobla el valor de su testimonio, que se reproduce en la secci�n
documental de este libro.
Al estilo de un diario personal, el vicecomodoro Medina relata las discusiones
habidas entre el viernes 15 y el lunes 18 de junio.
C�mpora hab�a viajado a Madrid para acompa�ar el regreso de Per�n, y el
vicepresidente en ejercicio Vicente Solano Lima convoc� para una reuni�n en la
Casa Rosada el s�bado 16, en la cual se analizar�an las medidas de seguridad
para el aeropuerto de Ezeiza. El jefe conservador, a quien la izquierda
peronista sigui� considerando uno de los suyos hasta el d�a de su muerte, dijo
saber que la Juventud Peronista intentar�a tomar las instalaciones a�reas.
El s�bado por la ma�ana, Lima habl� a solas con Fautario y le ampli� la
informaci�n. � Estoy muy preocupado, le coment� luego el comandante en jefe al
edec�n aeron�utico.
El vicecomodoro Medina escuch� a su jefe anunciar:
�En la reuni�n de esta tarde voy a exigir que se definan claramente las
responsabilidades por la parte de acto que se desarrolla en el aeropuerto.
La reuni�n se inici� a las 19.30 en la Sala de Situaci�n de la Presidencia. Lima
cont� que seg�n su informaci�n la JP ocupar�a el aeropuerto porque no confiaba
en su jefe, el comodoro Salas, y pidi� su opini�n a los presentes: los ministros
del Interior, Trabajo y Defensa; el jefe de la Polic�a Federal; el jefe de la
Casa Militar de la Presidencia; el Comandante en Jefe de la Fuerza A�rea; el
Comandante de Regiones A�reas; el subjefe de Inteligencia de la Fuerza A�rea y
el encargado supremo de la seguridad, Jorge Osinde.
�Cerca del palco voy a disponer un grupo de militantes de la Juventud sindical
que me responden, que se van a encargar de contener cualquier exceso, explic�
Osinde.
Tambi�n habl� el jefe de la Polic�a Federal, general Heraclio Ferrazzano, y
luego de un cambio de impresiones, Fautario hizo conocer sus temores:
�Aqu� no se ha tenido en cuenta la protecci�n integral del aeropuerto. No hay
prevista vigilancia ni al norte ni al suroeste del aeropuerto, que es la zona
m�s vulnerable.
Hizo notar que a 300 metros del palco hab�a un instituto militar de la Fuerza
A�rea que podr�a ser atacado y solicit� protecci�n.
�Tiene que ser protecci�n policial, porque el personal militar no va a
intervenir, agreg�.
��No va a intervenir?
�No, salvo que se desborden los limites y penetren dentro del establecimiento.
A ra�z de estas observaciones de Fautario se acord� formar un grupo de trabajo
que subsanara el d�ficit de seguridad. Esa comisi�n se reuni� el domingo 17, y
el lunes 18 formul� sus recomendaciones ante una nueva plenaria de la cual
participaron adem�s de los anteriores el jefe de la polic�a de la provincia de
Buenos Aires, el Secretario de Informaciones del Estado, el jefe de la
gendarmer�a Nacional, el Prefecto Nacional Mar�timo y el Secretario General de
la Presidencia.
El jefe de la Casa Militar explic� de qu� modo se proteger�a el per�metro del
aeropuerto y las instalaciones que preocupaban a Fautario. Este no pareci�
convencido. Estaba inquieto por el transformador general del aeropuerto y
formul� una pregunta clave, a los jefes de polic�a y al de la Gendarmer�a.
��Qu� har� cada fuerza de seguridad si el p�blico avanza sobre el aeropuerto?
La Polic�a Federal contest� que procurar�a encauzarlo hacia lugares que no
comprometieran la seguridad del acto y del aeropuerto, mediante pelotones
m�viles y agentes de a caballo. La Gendarmer�a respondi� que tratar�a de
contener desbordes sin usar sus armas, porque con los escasos efectivos que se
reunir�an en torno del aeropuerto tal vez no fuera posible impedir la
infiltraci�n desde sur, norte y oeste.
�Si la gente intenta acercarse al avi�n de Per�n, la polic�a de la provincia de
Buenos Aires no tomar� ninguna actitud contraria a los deseos de la mayor�a,
declar� su representante.
Fautario hab�a reservado para Osinde su �ltima pregunta:
�� Qu� medidas piensa adoptar si el p�blico rebasa el palco?
�Esa es responsabilidad exclusivamente m�a, y ya se han arbitrado todos los
medios para que no ocurra, contest� Osinde con fastidio.
Fautario admiti� que el subsecretario de Deportes y Turismo lo excluyera con
frase tan tajante de la discusi�n para la cual hab�a sido convocado por el
vicepresidente Lima. Pero dej� constancia de su desacuerdo:
�A mi juicio no est�n dadas las condiciones que garanticen la normalidad del
acto, puntualiz�.
Despu�s de la masacre, cuando una comisi�n investigadora comenz� a reunir
antecedentes para deslindar responsabilidades, Osinde se defendi� arguyendo que
nadie hab�a objetado las medidas adoptadas. Era falso, pero pocas voces se
alzaron para desmentirlo, y entre ellas no estuvo la del brigadier general
Fautario.
Como t�cnico interesado en la preservaci�n del aeropuerto y de las instalaciones
a su cargo, Fautario percibi� desde el comienzo la ineficiencia del plan de
Osinde. Pero un comandante en jefe era, antes que t�cnico, un pol�tico. Como
tal, el brigadier Fautario fue muy discreto. No refut� los descargos de Osinde y
aprob� la maniobra que deb�a culminar con el alejamiento de C�mpora.
Los militares que 25 d�as antes hab�an entregado el gobierno comprendieron que
la masacre no les ven�a mal.
Jos�
Se cri� en un hogar de italianos pobres de Alcorta, en la provincia de Santa Fe.
Durante el gobierno de Irigoyen, poco antes de su nacimiento, los chacareros del
pueblo se hab�an rebelado. Se fue antes de cumplir 20 a�os, porque la econom�a
agraria tradicional estaba agotada y no hab�a tierra ni trabajo ni porvenir para
los j�venes que crecieron en la D�cada Infame.
En Rosario se gan� la vida en la principal industria de la �poca. Limpiaba
tripas en el frigor�fico ingl�s y cuando no hab�a trabajo vend�a chocolates en
los cines. Esa ciudad grande pero tan desoladora como Alcorta, apenas sede
comercial y puerto de los productores rurales, tampoco era para �l.
En 1943, temblando de fr�o, lleg� a Buenos Aires en un cami�n de reparto del
diario El Mundo a compartir un cuarto de pensi�n con otros muchachos
provincianos. Lav� copas en una confiter�a, ascendi� a mozo de mostrador, fue
ayudante de cajero.
Hasta que aprendi�, a manejar el torno y se hizo obrero industrial.
Fue uno de los descamisados de los peque�os talleres y las f�bricas medianas
sobre las que Per�n asent� su primer gobierno nacionalista y popular, con buenos
sueldos para los trabajadores, cr�dito barato para las empresas, alto consumo y
producci�n en aumento14.
Entre 1947 y 1954 trabaj� en tres f�bricas metal�rgicas que ya no existen: la
Hispano Argentina, donde se produc�a la pistola Ballester Molina, Ubertini y
Catita.
Al producirse el golpe de 1955 era delegado en Catita, y estuvo preso unos meses
en la c�rcel de Santa Rosa. Cuando los jefes sindicales del peronismo
desertaron, fue uno de los j�venes delegados con los que John William Cooke
organiz� la resistencia detr�s del Per�n vuelve.
En 1956 particip� en el Congreso normalizador de la CGT que frustr� el deseo del
interventor naval Alberto Patr�n Laplacette de contar con una central adicta, y
en la fundaci�n de las 62 Organizaciones. Adem�s fue elegido secretario de
prensa del sindicato metal�rgico de la Capital, cuyo secretario general era
Augusto Vandor.
Tres a�os despu�s volvi� a la c�rcel, cuando los metal�rgicos se solidarizaron
con los obreros del frigor�fico Lisandro de la Torre que el gobierno de Frondizi
orden� desalojar por el Ej�rcito.
La �nica barrera
Cooke lo incluy� en una delegaci�n obrera que se reuni� con el Episcopado, en
procura de recomponer las relaciones del peronismo con la Iglesia. En su informe
posterior a Per�n, Cooke narr� que Jos� hab�a impresionado al cardenal Caggiano
y a los obispos al advertirles que el peronismo era la �nica barrera contra la
conversi�n de los trabajadores al comunismol5.
Reelecto varias veces como secretario de prensa de la UOM Capital, fue adscripto
de Vandor en el Secretariado Nacional, interventor en la importante seccional de
San Nicol�s, y en 1970 Secretario General de la CGT, el primer metal�rgico en
ese cargo.
"�La campera? Me cost� 25 lucas. Un lujo de Secretario General" dir� a la
revista Primera Plana. Cambia su viejo auto por un Chevy �ltimo modelo y se
jacta de manejar a 140 km por hora. Declara que sus hijos estudian en colegios
privados y que el mayor ser� abogado. Algunos fines de semana va a cabalgar al
campo La Carona del hacendado Manuel de Anchorena, un nacionalista de derecha
que penetra entonces en el permeable movimiento peronista.
El Comit� Central Confederal de la CGT le encomienda reclamar al gobierno la
libertad de Raimundo Ongaro y Agust�n Tosco.
14. La participaci�n de los salarios en el ingreso no llegaba al 40% en 1943, y
super� el 50% en 1955.
15. Per�n-Cooke, Correspondencia, Buenos Aires, 1971.
Su interpretaci�n de ese mandato es el�stica: se queja ante el ministro del
Interior porque el gobierno "fabrica m�rtires". Con �l se instala el macartismo
como pr�ctica diaria y decisiva en la conducci�n sindical. Ongaro y Tosco le
parecen "provocadores" o "bolches", Rodolfo J. Walsh "un sucio marxista".
Vanidoso y desenfadado, no carece de perspicacia pol�tica. Fue de los primeros
en percibir que despu�s de 15 a�os de rechazo frontal el Ej�rcito hab�a revisado
su pol�tica frente al peronismo y probaba una nueva estrategia. Los militares
conducidos por Lanusse ofrec�an el gobierno a quienquiera que acatara las
grandes leyes del sistema: subordinaci�n de los trabajadores, conservaci�n de la
propiedad agraria y el gran capital financiero e industrial, respeto a las
jerarqu�as castrenses, alineamiento internacional con Occidente.
Ese juego no requer�a enfrentar a Per�n, como hab�a hecho Vandor, sino competir
por el control de la clase trabajadora con la izquierda peronista y ganar el
apoyo del ex presidente. El fraude en las elecciones internas, la intimidaci�n a
los opositores, la acci�n de grupos armados para simplificar cualquier debate no
eran pr�cticas desconocidas, pero Jos� les dio otra escala y una nueva din�mica.
La derecha peronista pas� a alinearse con la derecha a secas.
Se rode� de militantes fascistas y empleados menores de los servicios militares
de informaci�n e hizo construir un pol�gono de tiro en la CGT para que
practicaran. Organiz� grupos de choque y se atrajo a los preexistentes, de los
que luego se sirvi� Osinde para la masacre: el Movimiento Federal, la
Confederaci�n Nacional Universitaria, la Agrupaci�n 20 de Noviembre del partido
de San Mart�n, la Alianza Libertadora, los Halcones.
En Mar del Plata se fotografi� sonriente con Juan Carlos G�mez, asesino de la
estudiante Silvia Filler con un arma de la Marina. Del Paraguay repatri� al
antiguo jefe de la Alianza, el nazi Juan Queralt�, qui�n dirig�a un night club
en Asunci�n por donde pasaba el tr�fico de drogas. En desacuerdo con la
distribuci�n de cargos en el nuevo Consejo Superior, sus guardaespaldas
colocaron una pistola 45 en la cabeza de C�mpora.
Esta federaci�n de bandas se completar� con la Juventud Sindical, creada por
Jos� el 23 de febrero de 1973, dos semanas antes de las elecciones, que se
present� con una declaraci�n de guerra contra "los ritos e ideolog�as for�neas
que deforman el ser nacional". Un lenguaje que se har�a familiar en los a�os
siguientes.
La explicaci�n de sus objetivos fue difundida por una de sus tribunas de
doctrina. Dijo el diario La Naci�n: "Algunos observadores creen advertir en la
formaci�n de los grupos que se aprestan a ingresar en el escenario sindical una
especie de ant�doto o anticuerpo contra uno de los fen�menos t�picos de esta
�poca en el peronismo: la infiltraci�n de formaciones de j�venes fuertemente
radicalizados en las distintas ramas que componen el Movimiento Justicialista".
Las derechas comparten un m�todo y un discurso. Tres a�os despu�s el
vicealmirante C�sar Guzzeti recaer� en la met�fora de los anticuerpos para
justificar el terror clandestino paraestatal.16
Diecis�is sindicatos integraron el secretariado de la Juventud Sindical, cuya
creaci�n fue aprobada por Per�n en Madrid. Ocho, su Mesa Directiva. Entre las
secretar�as figuraba una de Movilizaci�n y Seguridad. Comenzaba a gestarse la
masacre del 20 de junio, el derrocamiento del futuro presidente C�mpora, los
copamientos de gobiernos provinciales, la AAA.
Con cien activistas de cien sindicatos, concibi� poner en pie de guerra e
institucionalizar una polic�a interna del Movimiento Peronista. Hab�a apostado a
que la contradictoria unidad peronista se romper�a violentamente. Cuando se
produjo la masacre la justific� con osad�a. "Si hab�a armas era para usarlas",
dijo Jos� Ignacio Rucci.
16. La Opini�n, 3 de octubre de 1976.
El ministerio del pueblo
Cinco personas asumieron la responsabilidad de organizar la movilizaci�n del
movimiento peronista hacia Ezeiza el 20 de junio: Jos� Rucci, Lorenzo Miguel,
Juan Manuel Abal Medina, Norma Kennedy y Jorge Manuel Osinde. En una cartilla
con directivas generales, que distribuyeron d�as antes de la concentraci�n,
establecieron que las ramas sindical, femenina, pol�tica y juvenil se
organizar�an cada una a si misma sin injerencia de las dem�s.
De este modo reconoc�an la crisis interna peronista, de antemano renunciaban a
la tarea de coordinaci�n de sectores que les correspond�a, y la sustitu�an por
una vaga exhortaci�n a la paz y la concordia, sin discriminaciones y superando
lo que llamaban "ocasionales diferencias". Para ello recomendaron evitar
leyendas o estribillos agresivos capaces de provocar reacciones sectoriales, y
advirtieron contra la posible presencia de "agentes provocadores que concurran y
que a la sombra de nuestro entusiasmo y nuestros c�nticos pretendan producir
des�rdenes".
La cartilla
La cartilla imaginaba as� el desarrollo del acto:
"El general Per�n, su esposa se�ora Isabel de Per�n, el compa�ero presidente
H�ctor J. C�mpora y el secretario privado y ministro de Bienestar Social, se�or
Jos� L�pez Rega, llegar�n al lugar en helic�ptero y ocupar�n el palco de honor".
"Al divisarse el helic�ptero el general Per�n ser� recibido con el flamear de
banderas argentinas y agitar de pa�uelos".
"El acto se iniciar� con el Himno Nacional y suelta de palomas. Posteriormente
se entonar� la marcha peronista".
"El pueblo concentrado para dar la bienvenida al general Per�n expresar� su
adhesi�n con el grito un�nime: la vida por Per�n, la patria de Per�n".
"Se guardar� un minuto de silencio en homenaje a la Jefa Espiritual de la
Naci�n, la compa�era Evita, y por los m�rtires ca�dos en la lucha por la
liberaci�n de la Patria. En esta oportunidad ser�n arriadas las banderas y
estandartes de todas las agrupaciones, para posibilitar la visual de todos los
compa�eros encolumnados".
"El general Per�n pronunciar� su mensaje al pueblo".
El resto de la cartilla explicaba detalles organizativos de la concentraci�n:
rutas de acceso, estacionamiento de veh�culos, conservaci�n del orden,
embanderamiento, red de altoparlantes, comunicaciones, puestos hospitalarios, de
primeros auxilios y ambulancias, alimentaci�n, instalaci�n de mil fogatas para
que las caravanas del interior pasaran la noche, ubicaci�n de ba�os de
emergencia, ornamentaci�n del palco, desfile y desconcentraci�n.
El 19 de junio, en su comunicado n�mero 5, la Comisi�n se pronunci� dando por
resuelto otro tema que era motivo de discusi�n en el peronismo: decidi� que las
Fuerzas Armadas ya estaban "integradas al proceso de liberaci�n y reconstrucci�n
nacional" y anunci� que rendir�an honores durante el acto.
Formada por cuatro representantes de un sector y s�lo uno del otro, la Comisi�n
crey� posible resolver por v�a administrativa contradicciones profundas,
reclamando sumisi�n pol�tica disfrazada de disposiciones t�cnicas.
Pero adem�s de las ingenuas recomendaciones de la cartilla, consigui�
centralizar la organizaci�n y marginar al gobierno. Una comisi�n oficial,
nombrada por el decreto 210, deb�a coordinar su labor con la de los cinco. La
integraban el Presidente y el Vice, todos los ministros, el Secretario de Prensa
y Difusi�n y el presidente de la C�mara de Diputados. Osinde logr� que no pasara
de cumplir funciones protocolares, lo mismo que el comit� de recepci�n que deb�a
dar la bienvenida a Per�n en suelo argentino, compuesto por los vicepresidentes
de la Naci�n, del Senado, de Diputados y los ministros del Interior, Cultura y
Educaci�n, Hacienda y Finanzas, Trabajo, Defensa, y Justicia.
Desde el primer momento Osinde despej� las dudas acerca de quien mandaba.
Inicialmente la concentraci�n deb�a realizarse en el Aut�dromo de Buenos Aires,
pero el Secretario de Deportes lo objet� y dispuso que los preparativos se
trasladaran al puente El Tr�bol, a tres kil�metros del aeropuerto internacional
de Ezeiza. C�mpora propuso luego que Per�n se trasladara de Ezeiza a la Casa
Rosada y de all� a la Residencia Presidencial de Olivos. Osinde y Norma Kennedy
se opusieron, invocaron �rdenes de Madrid y decidieron que Per�n se desplazar�a
de Ezeiza a su casa de la calle Gaspar Campos, en Vicente L�pez. Esas
indicaciones de Madrid, seg�n Osinde y Kennedy, llegaron por una l�nea directa
de t�lex instalada en el Ministerio de Bienestar Social. Desde entonces, s�lo se
acataron las indicaciones impartidas por la comisi�n que Osinde integraba con
Kennedy, Miguel, Rucci y Abal.
Para ello todav�a fue necesario subrogar a otro organismo, una "coordinadora
para la Movilizaci�n para el retorno del General Per�n", a la que la Comisi�n
Nacional encabezada por C�mpora hab�a encomendado disponer de los recursos
f�sicos y humanos del ministerio en las �reas de salud, movilidad y prensa17.
Seg�n las previsiones, el �rea de Salud instalar�a 117 puestos fijos y m�viles y
7 hospitales de campa�a, y coordinar�a los servicios de todos los hospitales del
�rea metropolitana y los de emergencia, adem�s de ofrecer viandas a los
manifestantes que llegaran del interior. El �rea de Movilidad dispondr�a de
veh�culos para trasladar manifestantes desde barrios y villas. El �rea Prensa
preparar�a una cartilla sanitaria, con recomendaciones a los asistentes y
organizadores: evitar aglomeraciones, portar documentos, llevar ponchos y
frazadas, no ingerir alcohol ni alimentos pesados, cuidar especialmente de ni�os
y ancianos18.
Ninguno de estos planes se cumpli�.
El 7 de junio la Comisi�n Nacional que presid�a C�mpora fue substituida a todos
los efectos pr�cticos por la que encabezaba Osinde, quien cre� en Bienestar
Social una Subcomisi�n de Seguridad, asign� la de Movilidad al diputado nacional
Alberto Brito Lima y reserv� la de Salud a la Coordinadora.
Tampoco en el aspecto sanitario la Coordinadora fue tomada en cuenta. Norma
Kennedy le exigi� que abandonara el operativo previsto para Per�n e Isabel,
aduciendo que era superfluo y que "daba lugar a falsas interpretaciones sobre la
salud del general"19.
La Subcomisi�n de Movilidad se apropi� de los veh�culos disponibles sin rendir
cuentas sobre su uso. La Coordinadora hab�a relevado la existencia de 72
ambulancias para la cobertura sanitaria, pero el 15 de junio se le inform� que
s�lo podr�a contar con 17, y en la madrugada del 20 recibi� los veh�culos sin
nafta ni aceite. En una ambulancia llegaron a viajar 16 m�dicos y enfermeras20.
Del total hipot�tico de 68, el 10 de junio s�lo aparecieron 20.
La disputa por las ambulancias y los veh�culos culmin� un d�a antes de la
concentraci�n, cuando 15 hombres exhibieron una orden firmada por Osinde,
Kennedy y Leonardo Favio para que se les entregara todo el material rodante de
la playa de estacionamiento del ministerio. Adem�s del papel recurrieron a otros
argumentos menos burocr�ticos. Los quince estaban armados y no les interesaba
disimularlo21.
Tambi�n fue asaltado el dep�sito de alimentos de la calle Brandsen 2665 por
personas que se identificaron como integrantes de la Agrupaci�n 17 de Octubre,
del MBS. De las oficinas de la Coordinadora fueron substra�dos 150 brazaletes
que se hab�an impreso para facilitar la tarea de sus miembros y colaboradores.
17. La Raz�n, 13 de junio de 1973. Conferencia de prensa de Jorge Llampart.
18. �dem
19. 20. Informe sobre lo sucedido entre el Io y el 20 de junio, presentado por
integrantes de la coordinadora a la Juventud Peronista.
21. �dem
La misma Agrupaci�n 17 de Octubre ocup� a �ltima hora del d�a 19 las piletas
Ol�mpicas de Ezeiza, donde se alojaban personas llegadas del interior. All�
lleg� durante la madrugada otro grupo con brazaletes del C de O, en busca de
colchones, frazadas y comida.
No tuvieron mejor suerte los funcionarios de la Coordinadora destacados en el
Aut�dromo. Todas sus disposiciones fueron desatendidas y revocadas por personas
con armas largas y brazaletes del Comando de Organizaci�n y la Juventud
Sindical, que efectuaron tareas de identificaci�n en la puerta del Aut�dromo, y
por otras de la Uni�n Obrera de la Construcci�n, el Sindicato de Obreros y
Empleados Municipales y la Agrupaci�n 17 de Octubre del MBS. Dijeron que eran
custodios del palco designados por el teniente coronel Osinde22.
El Hogar Escuela y el Policl�nico de Ezeiza, que seg�n lo acordado con el doctor
Abate deb�a funcionar como retaguardia hospitalaria del operativo sanitario,
hab�a sido ocupado varios d�as antes por el C de O, como ya veremos. El 20 de
junio los ocupantes del Policl�nico ni siquiera entregaron los medicamentos que
la Coordinadora les requiri�.
El operativo sanitario estaba dirigido desde una central radioel�ctrica operada
por la Coordinadora, pero a partir de las 15 del 20 de junio, ya comenzados los
tiroteos, los m�viles quedaron fuera de banda y los subordinados de Osinde
tomaron las comunicaciones hasta las 19, con lo cual la red sanitaria qued�
desarticulada, en los momentos en que m�s se precisaba de una conducci�n
racional23.
22. 23. �dem
Un general golpista
De origen vasco navarro, hijo de un terrateniente y militar salte�o, hizo de su
vida una conspiraci�n.
En 1951 junto con otros militares cat�licos estuvo vinculado a la primera
conjura del general Eduardo Lonardi contra la candidatura de Eva Per�n a la
vicepresidencia, que promov�a la CGT. Uno de los dirigentes de la Revoluci�n
Libertadora se refiere a �l con simpat�a. "Oficial apenas peronista", lo
llama24.
El movimiento no estall�, Lonardi pidi� el retiro y �l se repleg�, convencido de
la invulnerabilidad de Per�n, menos interesado que nunca en la pol�tica. Se
concentr� en su carrera y lleg� a general en 1954, el m�s joven de la �poca.
En 1955 fue uno de los pocos oficiales superiores que pelearon contra la
rebeli�n de setiembre, aunque en cuanto las hostilidades progresaron pact� con
los insurrectos el abandono de sus posiciones en Alta C�rdoba. Hostigado por los
comandos civiles, recibi� a un emisario a quien le expres� su "gran
consideraci�n y respeto" por Lonardi. Ofreci� retirarse del teatro de
operaciones siempre que no lo atacaran"25.
Su gesto fue retribuido con la conservaci�n del grado y el uso del uniforme
despu�s que una junta de generales negociara con Lonardi y Rojas el alejamiento
de Per�n. Integraba la junta su amigo Ra�l Tanco.
Jefe de Estado Mayor del alzamiento peronista del general Juan Jos� Valle, fue
delatado y aprehendido antes del 9 de junio de 1956 y pas� seis meses arrestado.
Al recuperar la libertad se uni� a Lonardi, el general Justo Le�n Bengoa, el
padre Hern�n Ben�tez, Ra�l Damonte Taborda, los hermanos Bruno y Tulio
Jacobella, el peque�o grupo de nacionalistas que hab�a conspirado contra Per�n y
que una vez desplazado por el golpe liberal de Aramburu, buscaba contactos y
votos peronistas. Jacobella lanz� a fines de 1957 en la revista "Mayor�a" su
candidatura presidencial acompa�ado por Andr�s Framini. Framini la desminti� de
inmediato, porque los peronistas ten�an un solo candidato. El no. Vinculado con
el general Eduardo Se�orans, con Jorge Daniel Paladino, estaba dispuesto al
juego electoral con una boleta neoperonista, porque no hab�a reunido fuerzas
suficientes para golpear contra Aramburu.
A fines de 1958 se acerc� al general S�nchez Toranzo, designado por Per�n, y
abdic� de su per�odo lonardista. En 1959 dirig�a la Central de Operaciones de la
Resistencia, el COR, junto con el comodoro Luis La Puente y el almirante
Guillermo Brown. Desde all� particip� en las acciones contra el gobierno de
Frondizi y el plan Conintes, en contacto con una generaci�n de sindicalistas
j�venes, como Rucci, que a�n no hab�an descubierto el encanto de las libretas de
cheques.
Resistencia y guerrillas
Su concepci�n era verticalista, jer�rquica. En el COR hab�a c�lulas de oficiales
y c�lulas de suboficiales separadas, y un elevado porcentaje de agentes por lo
menos dobles.
Desde setiembre de 1959 Manuel Enrique Mena, El Uturunco, analizaba con �l una
ofensiva general, que combinara la resistencia obrera en las ciudades con la
sublevaci�n de algunas unidades militares y el surgimiento de las primeras
guerrillas peronistas en el norte. Pero ante sus dilaciones, Mena comenz� las
operaciones en Tucum�n sin su apoyo.
Por una carta a Frondizi en defensa de Per�n, perdi� el uso del grado y del
uniforme, y el �ltimo d�a de noviembre de 1960 dirigi� el asalto al Regimiento
XI de Infanter�a de Rosario, en
24. Bonifacio del Carril: Cr�nica de la Revoluci�n Libertadora, Buenos Aires,
1956.
25. Luis Ernesto Lonardi: Dios es Justo. Buenos Aires, 1958.
una operaci�n coordinada con grupos de civiles que en Buenos Aires y Salta
deb�an cortar cables, volar centrales, interrumpir las comunicaciones del
gobierno. Cuando la acci�n fracas�, huy� al Paraguay junto con el capit�n
Antonio Campos. En Salta el golpe fue comandado por el teniente coronel Augusto
Eduardo Escud� y consisti� en el copamiento de la radio de YPF, la polic�a, el
aer�dromo, la estaci�n ferroviaria.
La t�cnica cl�sica del golpe de estado, que procura asegurar el control absoluto
de las comunicaciones, para servirse de ellas y priv�rselas al enemigo, lo
apasionaba m�s que el objetivo pol�tico.
Los militantes obreros que cayeron presos luego de su fuga recuerdan que
exist�an dos planes para el golpe de 1960. Uno consist�a en copar el regimiento
y esperar pronunciamientos militares del resto del pa�s. El otro a�ad�a al
esquema castrense la toma del arsenal San Lorenzo, en Puerto Borghi, para
entregar sus armas al pueblo. A �ltimo momento decidi� que los cuatro tanquistas
encargados de tomar el arsenal marcharan a Tartagal, Salta, donde no hab�a
tanques ni arsenales para saquear.
Su visi�n estrecha de lo militar, el temor a un desborde del pueblo, perjudic�
la lucha del conjunto.
En 1964 el gobierno radical de Arturo Illia lo acus� por actos de terrorismo.
Luego de una conferencia de prensa acompa�ado por Julio Ant�n, se present� a la
justicia. Pero no a la civil, que lo reclamaba, sino a la militar. Confiaba en
sus camaradas de armas.
El 9 de junio de 1966 denunci� en una conferencia el peligro de divisiones en
las Fuerzas Armadas, y entre �stas y el clero, e inst� al derrocamiento de
Illia, que se produjo efectivamente d�as despu�s.
En 1969 volvi� a conspirar con los generales Rauch, Labanca y Uriburu y con
alg�n apoyo sindical. El proyecto abort� porque la CGT de los Argentinos exigi�
que se reconociera el liderazgo de Per�n y se entregaran armas a sus activistas.
Los militares se negaron.
En diciembre de 1970, con sus socios Pedro Michelini y Osvaldo Dighero, emiti�
una proclama contra La Hora del Pueblo que Per�n acababa de crear, y en
noviembre de 1971, apoyado por Jorge Antonio, se ofreci� para reemplazar como
delegado personal de Per�n al cesante Jorge Paladino.
Cuando Per�n prefiri� a H�ctor C�mpora, no se resign�. En mayo de 1972 acompa��
el intento del general Labanca en Tucum�n, donde uno de los detenidos fue su
compa�ero de 1960, el teniente coronel Escud�.
�Milicias populares?
Inmune a la experiencia de la Revoluci�n Argentina que hab�a contribuido a
instaurar, sostuvo en una revista de Jorge Antonio que las Fuerzas Armadas
deb�an jugar un papel moderador para no ser reemplazadas por milicias populares,
su obsesi�n26.
En Madrid analiz� con el embajador argentino, brigadier Rojas Silveyra, la
cuesti�n de la guerrilla, que seg�n el diario Clar�n, quitaba el sue�o a los dos
militares. En una circular a los generales, Lanusse revel� que le hab�a sugerido
que se perpetuara en el gobierno. Neg� la versi�n de Lanusse, pero no sus
entrevistas con �l27.
En cambio, cuando a menos de un mes de las elecciones presidenciales Clar�n
sugiri� que �l podr�a reemplazar al candidato H�ctor C�mpora, no produjo ninguna
rectificaci�n. La versi�n la hab�an lanzado sus amigos.
26. Primera Plana, 13 de junio de 1972.
27. Las Bases, enero de 1973.
P�blicos fueron sus encuentros no desmentidos con Ongan�a, Levingston, Lanusse,
S�nchez de Bustamante, Pomar, Della Crocce. Azules o colorados, peronistas o
antiperonistas, cat�licos o liberales, simpatizaba con todos los militares. En
enero de 1973 un vocero de Servicio de Informaciones Navales revel� un nuevo
complot suyo, esta vez en sociedad con Osinde. La t�cnica era la de siempre:
ocupar radios, centrales el�ctricas, interrumpir la provisi�n de agua, gas,
energ�a. Seg�n el vocero el plan se aplicar�a si el gobierno interrump�a el
proceso electoral antes de los comicios del 11 de marzo28.
Las elecciones se realizaron normalmente, pero no impidieron el golpe anunciado
por la fuente naval, pese a la victoria peronista.
El COR invit� a C�mpora y Lima a una comida por la victoria. Ni fueron, ni
avisaron que no ir�an, ni acusaron recibo de la invitaci�n.
A ra�z del desaire el COR amenaz� con represalias si no se le otorgaban los
servicios de informaciones a sus candidatos.
El discurso del m�todo
En junio de 1973 ten�a 64 a�os. Nadie pod�a negar que hab�a luchado. Sinti� que
sus desvelos no eran recompensados en la hora de la victoria y volvi� a la
acci�n, con el �nico m�todo que conoc�a.
El 23 de junio La Naci�n afirm� que ser�a designado ministro del Interior. El 25
lo repiti� Mayor�a, el diario de su amigo Jacobella. Ese fue uno de los botines
que apetec�an los autores de la masacre, pero no el �nico ni el principal.
Golpista en 1951 contra Per�n, en 1957 contra Aramburu, en 1960 contra Frondizi,
en 1964 contra Illia, en 1969 contra Ongan�a, en 1972 contra Lanusse. Estamos
hablando de un t�cnico enamorado de su oficio, el general Miguel �ngel I��guez
Aybar.
El 19 de junio emiti� la proclama, desde el Sindicato del Seguro. Denunci� la
infiltraci�n izquierdista en el peronismo y a�or� los buenos tiempos de la
alianza entre las Fuerzas Armadas, la jerarqu�a eclesi�stica y la dirigencia
sindical.
El COR hab�a cambiado de nombre. Ya no era Central de Operaciones de la
Resistencia, sino Comando de Orientaci�n Revolucionaria. Pero su discurso no se
hab�a modificado.
El 20 de junio actu� como cuerpo especial de seguridad29, dirigido por I��guez,
quien centraliz� la informaci�n desde un organismo cercano a la Plaza de Mayo30,
y sus miembros se comunicaban por radio con un n�mero y la sigla COR31.
Su misi�n fue detectar a las columnas que avanzaban y advertir radialmente su
composici�n para que las ametrallaran desde el palco oficial. Despu�s marcharon
a ocupar la Casa de Gobierno.
28. Prensa Confidencial, enero de 1973.
29. La Opini�n, 21 de junio de 1973.
30. Clar�n, 21 de junio de 1973.
31. La Opini�n, 22 de junio de 1973.
Los fierros
Una de las inc�gnitas que persistieron despu�s de la masacre fue quienes eran
los guardias verdes de Osinde y de d�nde proven�an las armas que emplearon.
Al descartar a los 1.200 hombres de civil de la Polic�a Federal para la custodia
del palco, Osinde decidi� reemplazarlos con una cantidad muy superior de
activistas sindicales.
Para el primer vallado de contenci�n solicit� a la CGT que dispusiera de medio
mill�n de hombres. No se los consiguieron. Se acord� entonces reducir la cifra a
300.000 hombres. La CGT tampoco pudo cumplir ese segundo compromiso a pesar de
los reclamos de Osinde. Convinieron que ser�an 200.000, y as� lo inform� Osinde
en una de las reuniones de la comisi�n organizadora con el vicepresidente en
ejercicio Lima. Por �ltimo fueron diez veces menos, y en esa penuria de los
sindicalistas para movilizar a sus afiliados debe buscarse una de las causas de
la masacre.
En la segunda l�nea, rodeando el palco de honor reservado a Per�n, Osinde ubic�
a 3.000 hombres de confianza, "personal de seguridad", seg�n comunic� a la
comisi�n investigadora32. Semejante aparato no puede reclutarse, adiestrarse y
pertrecharse en un d�a. La tarea de Osinde hab�a comenzado varios meses atr�s,
por indicaci�n de L�pez & Mart�nez, con la colaboraci�n de Norma Kennedy,
Alberto Brito Lima y Manuel Damiano. Osinde convers� con las distintas l�neas
peronistas derrotadas en las elecciones internas, garantiz� al gobierno militar
saliente que el peronismo no seguir�a un rumbo revolucionario, inventari� los
diversos grupos de choque de la derecha, comprometi� a guardaespaldas y
pistoleros, extendi� el reclutamiento a los servicios de informaciones y los
c�rculos de suboficiales.
El 25 de mayo Osinde jur� como secretario de Deportes y Turismo. En los primeros
d�as de junio el ministerio de Bienestar Social del que depend�a, fue ocupado a
punta de pistola por la banda de los expolic�as Juan Ram�n Morales y Rodolfo
Eduardo Almir�n. Este fue uno de los grupos que actu� el 20 de junio, con armas
propias.
La Triple A
El subcomisario Morales y el subinspector Almir�n hab�an sido dados de baja
deshonrosamente de la Polic�a Federal, procesados y encarcelados por ladrones,
mexicanos, coimeros, contrabandistas, traficantes de drogas y tratantes de
blancas.
A comienzos de la d�cada del sesenta, Morales era jefe de la Brigada de Delitos
Federales de la Polic�a Federal, y su banda asociada con la de Miguel Prieto,
alias El loco, cubr�a todas las especialidades. Descubiertos merced a la
infidencia de uno de sus subordinados y a la detenci�n en flagrante delito del
suboficial Edwin Farquarsohn, Morales y Almir�n sellaron los labios de sus
c�mplices con un sistema que en la d�cada siguiente aplicaron a la lucha
pol�tica.
Adolfo Caviglia y su mujer Julia Fern�ndez, Luis Bayo, Morucci, Emilio Abud,
Alfonso Guido, Fleytas, M�ximo Ocampo, son algunos de los antiguos socios de
Morales y Almir�n que aparecieron en basurales y bald�os con centenares de
perforaciones de bala y las manos atadas y quemadas. Al Loco Prieto lo
suicidaron en la c�rcel de Devoto tir�ndole un calentador en llamas para
quemarlo vivo.
Dados de baja de la Federal, procesados ante el juez Gonz�lez Bonorino,
encarcelados y luego excarcelados, la absoluci�n no prob� que fueran inocentes
de los delitos que como polic�as deb�an combatir, sino la eficacia del m�todo
utilizado para imponer silencio a los testigos y suprimir las pruebas. En 1968
Morales volvi� a caer y fue procesado por robo y contrabando de autom�viles.
32. Osinde, Jorge, informe del 22 de junio a la Comisi�n Investigadora, ver
secci�n documental.
Almir�n tiene adem�s un antecedente notable: su intervenci�n en el asesinato del
teniente de la Armada estadounidense Earl Davis, el 9 de junio de 1964, en una
boite de Olivos. �Qu� hac�a junto al oficial de la US Navy, cual fue la causa
del litigio? Davis no puede decirlo, y Almir�n no quiere.
Junto con Morales y Almir�n, L�pez Rega y Osinde llevaron al ministerio de
Bienestar Social al comisario Alberto Villar, un experto que durante los
gobiernos de los generales Juan Ongan�a, Roberto Levingston y Alejandro Lanusse
organiz� las brigadas antiguerrilleras de la Polic�a Federal.
La lecci�n de anatom�a
En 1971 Villar fue enviado con sus tropas a C�rdoba para reprimir huelgas y
movilizaciones. Sus hombres detuvieron frente a la delegaci�n de la Polic�a
Federal a un ciudadano cordob�s que no vio a tiempo las vallas que desviaban el
tr�nsito. Lo subieron a un carro de asalto, le propinaron una lecci�n de
anatom�a y lo instruyeron en la utilidad de las herramientas b�sicas del oficio
policial. Antes de devolverlo a la circulaci�n le demostraron por qu� conviene
que s�lo el extremo apagado del cigarrillo tome contacto con el fumador, y
redujeron sus documentos de identidad a un mont�n de papelitos. El ciudadano
hizo la denuncia a la polic�a provincial.
Con las sirenas de las motocicletas y carros de asalto conectadas Villar y su
tropa rodearon la comisar�a de la polic�a cordobesa donde el disc�pulo
involuntario hab�a impugnado la concepci�n pedag�gica de los federales.
Entraron en tropel, con escopetas y ametralladoras en mano.
��D�nde est� el expediente?, apremi� Villar.
�Ya fue remitido al juez, contest� su colega provinciano.
�Yo te voy a dar juez, cabr�n.
Villar abofete� al comisario cordob�s y le arranc� las insignias del uniforme,
mientras sus hombres golpeaban a los polic�as provinciales, romp�an muebles,
embolsillaban elementos pr�cticos como sellos y hojas con membrete, y cargaban
sus veh�culos con equipos de comunicaciones.
Esto demoro el conocimiento de lo sucedido, pero no lo impidi�.
La noticia corri� de comisar�a en comisar�a y la polic�a cordobesa busc�
desquite. Los federales se atrincheraron en un parque y con sus veh�culos
formaron un c�rculo como los que John Wayne y Gary Cooper tend�an diestramente
con carretas en el cine. Los cordobeses los rodearon, al estilo de los indios de
celuloide, y los dos bandos se apuntaron con sus armas de guerra hasta que el
Cuerpo III de Ej�rcito interrumpi� la pel�cula y orden� replegarse a los
sitiadores.
Un juez federal de C�rdoba proces� a Villar y su plana mayor, hasta que el
sumario se desliz� hacia el limbo de la justicia militar, cuando el precursor
general Alcides L�pez Aufranc argument� que C�rdoba era en ese momento zona de
emergencia bajo jurisdicci�n castrense y que el incidente hab�a ocurrido
mientras los federales estaban en acto de servicio a �rdenes de su Comando.
El jefe de la Polic�a Federal, general Jorge C�ceres Moni�, present� sus excusas
al de la polic�a de C�rdoba, teniente coronel Rodolfo Latella Fr�as, y suspendi�
los actos celebratorios del sesquicentenario de la PF afirmando en una
declaraci�n oficial que la actuaci�n de Villar hab�a enlodado los 150 a�os de su
historia.
Pero ni L�pez Aufranc ni C�ceres Moni� estaban realmente dispuestos a castigar a
Villar, quien pas� a disponibilidad. Reapareci� p�blicamente en agosto de 1972,
ya premiado con un ascenso, al frente de las tanquetas Shortland que derribaron
la puerta de la sede del Partido Justicialista para secuestrar los cad�veres de
los fusilados en Trelew que eran velados all�, e impedir que la autopsia
ratificara que hab�an sido ejecutados a quemarropa.
C�mpora lo pas� a retiro en mayo de 1973, pero L�pez Rega y Osinde le
consiguieron nuevo empleo en junio.
As� naci� la AAA.
Los topos
Dos funcionarios del gobierno de Lanusse hab�an apoyado a Villar, Morales y
Almir�n en la ocupaci�n del ministerio de Bienestar Social: Jaime Lemos y Oscar
Sostaita, fundadores de una apresurada Agrupaci�n 17 de Octubre. Ambos hab�an
colaborado con Manrique en la oficina pol�tica del ministerio, y cuando Antonio
Cafiero fue designado en la Caja Nacional de Ahorro y Seguro, Sostaita fue su
mano derecha. Entre los tiradores identificados en fotos period�sticas de Ezeiza
figura tambi�n Javier Mora Ibarreche de Vasconcellos, empleado de la secretar�a
privada de Manrique y de L�pez Rega.
En la Polic�a Federal, Osinde ten�a otra cadena de contactos, con el coronel (R)
Fernando Gonz�lez, ex interventor justicialista en la provincia de Buenos Aires,
y con el comisario Esteban Pidal. En 1972 Pidal hab�a sido denunciado por el
periodista y militante del ERP Andr�s Alsina como el hombre que lo tortur� con
picana el�ctrica.
Por esa v�a lleg� a Osinde una copia de los archivos de la Direcci�n de
Investigaciones Pol�ticas Antidemocr�ticas, DIPA, cuando el ministro del
Interior orden� su destrucci�n.
Otro sector convocado por Osinde al palco del 20 de junio fue el de los
oficiales y suboficiales retirados de las Fuerzas Armadas, entre ellos los
militares Chavarri, Ahumada, Schapapietra y Corval�n, los gendarmes Golpes,
Menta, Colkes, Pallier, Gondra y Corres. El Comandante de Gendarmer�a Pedro
Antonio Menta es el hombre calvo y de anteojos oscuros que exhibe orgulloso una
carabina desde el palco en la m�s c�lebre fotograf�a de la masacre.
Los polic�as, los militares y los gendarmes llevaron su propio armamento y
proveyeron parte del arsenal que se descarg� en Ezeiza. Veremos de d�nde sali�
el resto.
Leopoldo Frenkel, de 26 a�os, inspirador del Comando de Planificaci�n creado
para competir con los Equipos Pol�tico-T�cnicos de la JP, asumi� como delegado
personal del presidente C�mpora en la Municipalidad de Buenos Aires, ya que no
reun�a los requisito constitucionales de la edad m�nima para ser Intendente
pleno.
El Comando de Planificaci�n hab�a funcionado en las oficinas comerciales de
Osinde. Frenkel retribuy� esa hospitalidad, colocando la Intendencia a su
servicio, y se rode� de una numerosa custodia civil fuertemente armada. La
dirig�a un hijo del coronel Julio Fossa (el candidato de la autodenominada
Resistencia Argentina a jefe de la SIDE) a qui�n secundaba un ex-presidiario, de
apellido Mi�o.
Frenkel ten�a a su vez un delegado personal ante la Comisi�n Organizadora del
retorno, el director de ceremonial del municipio, Alberto De Morras, quien junto
con el Secretario de Cultura Ricardo Fabriz y el Secretario General Horacio
Bustos, facilitaron a Osinde el manejo de la infraestructura de comunicaciones y
transporte de la Intendencia. Por eso el Centro de Informaci�n para Emergencias
y Cat�strofes, CIPEC, no coordin� el 20 de junio la tarea de las ambulancias
municipales.
Por esa red un colaborador de Alberto de Morras se quej� al secretario de
gobierno de la Municipalidad, Berazay, porque los caminos estaban bloqueados por
la multitud.
�Hay que buscar una ruta alternativa para la camioneta de los grupos de la
Juventud Sindical, inform� muy preocupado Jorge Lagos.
Ese fue uno de los veh�culos en los que se transportaron armas.
Los autos y ambulancias de la Municipalidad estacionados detr�s del palco se
usaron para conducir detenidos al Hotel Internacional, donde fueron torturados.
De Morras, hermano de un coronel del Ej�rcito, se jact� luego por el
ahorcamiento en Ezeiza de "dos o tres zurdos33.
Desde la Municipalidad se apoyaron tambi�n las ocupaciones del Teatro Municipal
General San Mart�n, la Radio Municipal y la Direcci�n de Vialidad Nacional, a
cargo de la Alianza Libertadora y de grupos de choque del dirigente de la Uni�n
de Obreros y Empleados Municipales Patricio Datarmine.
Algunos de ellos tambi�n trabajaban para los servicios de informaciones
militares.
Treinta Halcones
La oposici�n de tres de los Secretarios de la Municipalidad priv� a Osinde de
otras treinta metralletas.
Una circular del Banco Central hab�a ordenado a todos los bancos organizar
custodias con metralletas para guardar sus tesoros. Esas armas deb�an ser
provistas por el Ej�rcito, pero como a juicio de los directivos del Banco
Municipal la entrega se demoraba excesivamente, decidieron adquirirlas a la
f�brica Halc�n en forma directa.
Las metralletas estaban embaladas y sin uso en un dep�sito cuando Osinde las
pidi�. Frenkel acord� entreg�rselas pero los Secretarios de Econom�a Eduardo
Setti, de Obras P�blicas Jorge Dom�nguez, y de Servicios P�blicos Alejandro
Tagliab�e, se opusieron.
El 23 de junio, en desacuerdo con el rol de la Municipalidad en Ezeiza
renunciaron, aunque no pertenec�an al camporismo, y el 25 los comisarios de la
Polic�a Federal Arturo Cavani y Eleazar Carcagno, se hicieron cargo de las 30
pistolas ametralladoras Halc�n modelo ML 63-9mm, numeradas del 9104 al 9125, del
9242 al 9247, y del 9239 al 9240, de 4.690 proyectiles calibre 9 mm, de 30
cartucheras de cuero portacargadores, de 30 fundas de lana y cuero y de 30
correas de cuero34.
"El material detallado", dice el acta notarial, "se encuentra en perfecto
estado, sin uso, tal como ha sido recibido de f�brica. Las ametralladoras se
encuentran dentro de cinco cajones de madera y los proyectiles en dos cajones de
madera".
La guerra de Corea
La participaci�n sindical fue extensa y m�ltiple, y dentro de ella descollaron
las conducciones de algunos gremios, como metal�rgicos y mec�nicos.
El Negro Corea, jefe de la custodia de Jos� Rucci, fue quien dirigi� las
torturas en el Hotel Internacional de Ezeiza. An�bal Mart�nez, de la UOM
Capital, tuvo a su mando las fuerzas de la Juventud Sindical. Los intendentes de
Quilmes y Avellaneda, Rivela y Herminio Iglesias, suministraron abundante
material y personal. Como diputado, Brito Lima obtuvo la libertad de presos
comunes que le guardaron gratitud.
Una ametralladora UZI portaba Hugo Duchart, custodio de la UOM y colaborador de
la Brigada de Avellaneda de la polic�a de Buenos Aires. Dos PAM empu�aban Carlos
Poggio, empleado del hospital Fiorito, y Julio Arr�n, a bordo de ambulancias de
Bienestar Social y Abastecimiento de la Municipalidad de Avellaneda. Una
ametralladora Halc�n reluc�a en las manos del Secretario de Cultura de
Avellaneda, Leonardo Torrillas.
33. La Prensa, 22 de junio de 1973.
34. Inventario levantado el 25 de junio de 1973 por el escribano Le�n Hirsch.
Cisneros, director del Asilo de Wilde, Mario Firmaino, Cevallos, Miguel Di Maio,
Ameal, Jorge Vallejos, son otros de los colaboradores de Iglesias englobados por
Brito Lima en la primera persona del plural al vanagloriarse un a�o despu�s de
que "en Ezeiza paramos a los montoneros", as� como los colaboradores del
intendente de Quilmes, Mango de Hacha L�pora y Juan Carlos Caballo Loco Nieco.
El contingente de SMATA, que tuvo participaci�n principal en los tiroteos,
estaba ubicado a la izquierda del palco. El 21 de junio la conducci�n del SMATA
envi� una solicitada a todos los diarios con su posici�n sobre la masacre. A
�ltima hora de la tarde un dirigente ley� el texto ya despachado y repar� en un
p�rrafo que podr�a traer problemas. Era una felicitaci�n a los mec�nicos por
haber logrado "un puesto de avanzada" y por su "valent�a ante la agresi�n"35.
��Qui�n escribi� esto? �Quieren que nos metan en cufa?, protest�.
De inmediato se enviaron emisarios para corregir el texto en todas las
redacciones, pero un diario carente de taller propio, que se imprim�a m�s
temprano que los restantes, no hizo a tiempo y public� la declaraci�n
completa35.
Jefe de las fuerzas de SMATA en Ezeiza fue Adalberto Orbiso, quien al a�o
siguiente fue designado interventor de la filial de los mec�nicos en C�rdoba y
presidente del Banco Social, despu�s del mot�n del coronel Domingo Antonio
Navarro.
Las armas largas del SMATA llegaron a Ezeiza en un �mnibus en el que viajaba la
diputada nacional Rosaura Islas, de Lomas de Zamora.
Empu�aban sus armas desde el palco Bevilacqua, Fern�ndez y Juan Quir�z, del
Comando de Organizaci�n; Alfredo Dagua, Luciano Guazzaroni, Jos� Luis Tiki
Barbieri y Emilio Tucho Barbieri, de la Liga Nacional Socialista de Jun�n.
El inmortal Disc�polo
Otra fuente para la provisi�n de armas fueron los ferrocarriles. El 13 de junio,
su Administraci�n General fue copada por un Comando Militar Conjunto, que
anunci� que el ERP planeaba apoderarse de los trenes. Los ocupantes removieron
al administrador designado por el gobierno, ingeniero J.J. Buthet, e impusieron
su ley.
La polic�a ferroviaria, el Comando Militar de la Agrupaci�n de Trabajadores de
Prensa de Manuel Damiano y el jefe de la tercera secci�n de la gerencia de
Inteligencia y Seguridad de los Ferrocarriles, Fernando Francisco Manes, se
atribuyeron el copamiento en una declaraci�n firmada el 14 de junio en papel con
membrete de FA.
Luego de la masacre, los hermanos Ra�l, Vicente y Juan Domingo L�pez, Jos�
Arturo Sangiao, Eugenio Sarrabayrouse y Edmundo Orieta dirigieron una Carta
Abierta a Per�n alegando que hab�an actuado debido a los "antecedentes
antinacionales" del ingeniero Buthet, a quien deseaban reemplazar por el general
Ra�l Tanco.
Reconocieron que hab�an empleado armas de fuego en tres escaramuzas, capturado
con perros de la Polic�a ferroviaria lo que llaman "banderas comunistas" y
reprimido a "terroristas" para que no quemaran vagones.
Su audaz relato evidencia la pasividad del gobierno mientras se preparaba la
masacre del 20 de junio. Los aliancistas dicen que mantuvieron informados
durante la ocupaci�n a diputados y senadores justicialistas, al ministro de
Trabajo Ricardo Otero, al vicepresidente en ejercicio Lima quien design� como
veedor al doctor Humberto Saiegh, al Secretario de Obras y Servicios P�blicos
general Delfor Otero, a funcionarios de la SIDE, la Polic�a Federal, el ministro
de Econom�a y asesores del teniente coronel Osinde.
S�lo el subsecretario del Interior, Domingo Alfredo Mercante, se neg� a dialogar
al saber que hab�a sido desplazado el interventor Buthet. Pero reci�n el 22 de
junio se orden� sacar de all� a los intrusos.
"Los cobardes, los borrachos, los contrabandistas de drogas, los protectores de
los ladrones de chatarra ferroviaria, los asesinos frustrados, alentados por los
comandos comunistas emboscados en las sombras, juntos bolches y gorilas como en
1955, mi teniente general, como en un cambalache digno de ser cantado por el
inmortal Disc�polo, retornan a las posiciones que otros defendieron, y
ampar�ndose en la Polic�a Federal Argentina, instituci�n a la que ellos siempre
han despreciado, reasumen aparentemente sus funciones como si nada hubiera
pasado", dice la Carta Abierta a Per�n al describir el desalojo.
El asesor de la intervenci�n en Ferrocarriles, Carlos Mario Pastoriza, entreg�
el 29 de junio un informe algo menos literario. Dice:
"Asunto. Detalle del armamento extraviado durante los hechos ocurridos entre el
13 y el 22 de junio de 1973:
"Pistolas Ballester Molina, calibre 11,25, n�meros 84705, 84711, 84728, 110111,
110116, 110972, 110996, 110998, 84736, 110969, 84704, 38807, 110110, 28771,
39301, 39306, con un cargador cada una; n�meros 101955,33413,102008,33402,101730
y 39305, con tres cargadores cada una. Resumen: Pistolas Ballester Molina
calibre 11,25: 23. Cargadores para idem: 35".
"Pistolas Colt calibre 11,25, n�meros 80270,80253, 27840, 31826, 39868, 68993,
156854, 157183, 173427, con un cargador cada una; n�meros 55285 55574, 36366,
31005, 31003 y 67081, con dos cargadores cada una; n�meros
80299,80242,80309,80312, 67181, 67183, y 67178, con tres cargadores cada una; y
n�mero 80294, con cinco cargadores. Resumen: Pistolas Colt calibre 11,25: 23.
Cargadores para idem: 47".
"Una pistola ametralladora Halc�n, calibre 9, n�mero 3142, con dos cargadores".
"Pistolas ametralladoras PAM, calibre 9, n�meros 27222, con un cargador; y
n�meros 27249, 31003, y 31005, con dos cargadores cada una. Resumen: Pistolas
ametralladoras PAM calibre 9: 4. Cargadores para �dem: 7.
El viernes 22 de junio la Polic�a Federal visit� las instalaciones ocupadas. En
la jefatura de la Polic�a de Seguridad de la Regi�n Sudoeste, los federales
fueron atendidos por el empleado de investigaciones Ram�n Edgardo Mart�nez, jefe
interino, quien present� al resto de los polic�as ferroviarios que, seg�n dijo
le hab�an solicitado que se hiciera cargo de la regi�n. Eran ellos Walter
Alfredo De Giusti, Oscar Esteban Vallejos, Mart�n Torres, Juan Carlos Molina,
Juan �ngel Galvaniz, Alejandro Tucci, Carlos Antonio Bachini, Juan Antonio
Mascovetro, Alejandro Esteban Me Intyre y H�ctor Fern�ndez.
En el Departamento de Inteligencia Central de la Gerencia de Seguridad, Fernando
Francisco Manes introdujo ante los comisarios Ram�n Domingo Vidal y Vicente
Rub�n Rosetti, al personal de la polic�a ferroviaria que lo hab�a acompa�ado
durante la ocupaci�n.
Eran ellos Juan Carlos Ram�n Mart�nez, de la oficina de Inteligencia y
Seguridad; Claudio Isaac Ort�z, polic�a auxiliar de segunda; Juan Robiano,
auxiliar primero de la secci�n sumarios; Mario Medina, Juan Carlos Scarpia,
auxiliar de tercera de la secci�n informaciones; Oscar Reinaldo Ponce, auxiliar
de tercera de la polic�a privada del ferrocarril; Juan Alberto Andreu, ayudante
segundo del jefe de la estaci�n Retiro, secci�n pasajeros; Alberto Germ�n
Mazzei, auxiliar de tercera de la polic�a ferroviaria igual que Pedro Celestino
L�pez Carballo, Rodolfo Mario Gonz�lez Arrascaeta; Elbio Antonio Far�as,
auxiliar de segunda; Juan Jos� Velasco, de la divisi�n informaciones; Carlos
Degli Quadri, empleado de la Secretar�a general; Stella Maris Cieri, a cargo de
teletipo y tel�fono; Ricardo Zumpano, polic�a ferroviario, y Miguel �ngel
Vidueira, dependiente de tercera de la secci�n tr�fico. Tambi�n todos ellos con
sus armas.
Ciro y Norma
En 1955 el teniente Io Ciro Ahumada fue uno de los oficiales del Grupo 4 de
Artiller�a de Campo de los Andes, en Mendoza, que no se plegaron al golpe contra
Per�n, lo cual le vali� una detenci�n de 30 d�as. Cumplida la pena fue
reincorporado, pero a diferencia de la mayor�a que fue a parar a guarniciones
distantes, �l pas� a trabajar en una de las Comisiones Especiales
Investigadoras, con el general Juan Constantino Quaranta, amo de la SIDE.
En marzo de 1956 fue arrestado con dos centenares de civiles y militares
comprometidos con el movimiento en ciernes del general Valle, que deb�a estallar
tres meses despu�s. Recluido en el penal militar de Magdalena, fue el primer
oficial en su historia que consigui� fugarse, y se refugi� en el Brasil.
Hacia 1959 reapareci� en San Juan, en la mina Casta�o Viejo, como empleado de
National Lead, la compa��a minera internacional representada por Adalbert
Krieger Vasena. En San Juan organiz� un comando para la zona de Cuyo, que
inicialmente estuvo relacionado con la Central de Operaciones de la Resistencia
del general I��guez, del que m�s adelante se separ�.
En febrero de 1956 condujo un asalto a la mina Huemul, en el sur de Mendoza, en
el que se apoderaron de detonantes el�ctricos y 5.000 kilos de gelinita. En
marzo, el gobierno de Frondizi declar� el Estado de Conmoci�n Interna, luego que
la resistencia volara la casa del mayor del Ej�rcito Cabrera, y se descubriera
un plan insurreccional que fracas� cuando las 62 no declararon el paro general
que deb�a preceder al asalto de cuarteles.
Alejado del COR, organiz� una serie de atentados que dejaron un tendal de
presos, pero ni �l ni su lugarteniente Herm�n Herst, un admirador de Hitler que
usaba una sv�stica como gemelo de camisa y alfiler de corbata, fueron
condenados.
El 25 de mayo orden� colocar explosivos en la casa del general Labayru, en la de
su asistente el capit�n Rubilliers, y en la compa��a petrolera mendocina de la
Banca Loeb, y parti� hacia el Uruguay. Trescientos integrantes de su red, sin
v�as de escape ni escondites previstos, fueron perseguidos y acorralados, hasta
que ninguno qued� en libertad, ni su esposa Margarita Mag�ita Ahrensen.
Ahumada le mand� a ella y a sus hijas, bellas postales, desde Par�s, Madrid,
Capri, Santo Domingo, Cuba. En el sumario militar a Herst, consta la reducci�n
de su pena por colaborar con la investigaci�n.
Per�n lo cre�a vinculado con los servicios argentinos de informaciones y con la
C�A, y lo alej� de Santo Domingo. El gobierno cubano no explic� en cambio sus
razones cuando solicit� a los grupos peronistas de la Resistencia que se lo
llevaran de all�, a �l y a la ex-militante comunista de Entre R�os Norma
Brunilda Kennedy. Ella hab�a viajado a La Habana junto con Augusto Vandor, y al
volver explic� que hab�a chocado con el castrismo por plantear reivindicaciones
feministas en una sociedad machista.
En 1954 Norma Kennedy hab�a sido detenida junto con otras activistas
estudiantiles en Concordia, y el diputado radical Santiago Nudelman present� un
pedido de informes al Poder Ejecutivo interes�ndose por su destino. Se iniciaba
la cl�sica par�bola del fanatismo que suelen recorrer los conversos. La joven
comunista defendida por un pol�tico radical lleg� a ser cabeza del macartismo
m�s obstinado dentro del peronismo.
Su tr�nsito de la izquierda a la ultraderecha fue lento. En 1956 ya hab�a dejado
el PC y se acerc� al Comando Nacional que dirig�a el ex suboficial C�sar Marcos,
un peronista estudioso de Marx en torno de quien se reun�an muchos j�venes
marxistas ansiosos por abrazarse, con el pueblo, que sin dudas era peronista.
Junto con Jos� Mar�a Aponte comenz� a intervenir en operaciones econ�micas cuyo
fruto deb�a financiar la Resistencia Peronista. Un porcentaje que sus compa�eros
de entonces no coinciden en evaluar, pero que no desciende del 50 �/o, se
destinaba a los gastos personales de la pareja. Cuando viajaban a Montevideo,
donde actuaban diversos comandos de la Resistencia, se alojaban en el Hotel
Victoria Plaza, el m�s lujoso del Uruguay.
Fue la primera mujer que empu�� una ametralladora en un operativo pol�tico en
este pa�s, durante el asalto a la Panificaci�n Argentina. Apresada, fue
defendida por el abogado de la UOM, y luego de la CGT, Fernando Torres, y
salvada por su hermano Patricio Kennedy. El d�a en que los testigos deb�an
reconocer en rueda a los asaltantes, Patricio tuvo la gentileza de trasladar
personalmente en su auto a los directivos de la Panificaci�n Argentina a los
tribunales. Ninguno reconoci� a Norma.
La audacia y originalidad de Patricio son muy conocidas. Para robar un banco
cav� un boquete desde el entubamiento del Arroyo Maldonado, debajo de la Avenida
Juan B. Justo, y luego huy� por las veredas subterr�neas con una bicicleta.
Norma se separ� de Aponte y se fue a vivir con Alberto Rearte. En 1962, Aponte
aguardaba a un compa�ero en un taller mec�nico de la calle Gasc�n al 200, que
fue copado por la Polic�a de la Provincia de Buenos Aires, que invadi� sin aviso
la jurisdicci�n de la Polic�a Federal. Se llevaron a Aponte y montaron una
ratonera con dos sargentos, en espera de quien llegara a la cita.
Rene Bertelli llam� por tel�fono antes de ir, se dio cuenta que el sargento que
lo atendi� no era Aponte, entr� por los fondos de la casa, tom� por sorpresa a
los dos polic�as y los mand� al otro mundo. � �A qui�n esperabas, hijo de puta?,
le preguntaban en la Brigada de San Mart�n al detenido Aponte, con una
curiosidad que la muerte de los dos sargentos torn� imperiosa.
Al preso se le ocurri� que pod�a matar dos p�jaros de un tiro: impedir que
siguieran castig�ndolo y vengarse del hombre que se hab�a ido con su mujer.
Termin� por confesar que esperaba a Alberto Rearte.
La polic�a lo busc�, pero no lo encontr�. Aponte los ayud� a ubicarlo.
�Su �ntimo amigo se llama Felipe Vallese, les sugiri�.
Asido a un �rbol de la calle Canalejas en Caballito, Vallese resisti� el intento
de secuestro hasta que los culatazos en la cabeza le hicieron abrir la mano.
Nunca reapareci�.
Norma y Rearte crearon en su homenaje la Agrupaci�n 22 de agosto. El joven
tesorero de la UOM recib�a sin placer sus pedidos de socorro econ�mico. Les daba
para imprimir 20.000 afiches y hac�an 500. Con el resto sobreviv�an. No eran
fuerza de choque de nadie. "Son dos picaros", explicaba el tesorero, un ex
boxeador de Villa Lugano: Lorenzo Miguel.
Patricio invit� a Norma a acompa�arlo en varios de sus operativos. El bot�n
preferido eran los autom�viles. La tercera hermana, Celia, casada con un
honorable carnicero, se encargaba de blanquear el dinero obtenido, y cuidaba
habitualmente de Felipe Rearte, el hijo de Alberto y Norma.
Celia Kennedy fue secuestrada despu�s del golpe de 1976, por un comando que
quer�a saberlo todo acerca de los fondos de Norma. Nunca reapareci�.
Hacia 1964 Ahumada y Rene Bertelli montaron una oficina de exportaci�n e
importaci�n, con la denominaci�n AR BRAS, en la que atend�an negocios de Jorge
Antonio con Brasil. Bertelli ten�a pedido de captura por el episodio de la calle
Gasc�n, pero circulaba libremente mientras su socio Ahumada discut�a contratos
con YPF para las empresas paraguayas que representaban. Norma, Patricio, Aponte,
tambi�n frecuentaban esas oficinas, en la calle Corrientes. Patricio comand� por
entonces un operativo en el que fue preso un militante de su grupo y muri� otro,
Sosa. El, sin embargo, recuper� la libertad. Hab�an cruzado una frontera que
garantiza cierta impunidad.
Todos ellos lograron vincularse con el grupo que preparaba la instalaci�n del
destacamento de las Fuerzas Armadas Peronistas en Tucum�n. Ahumada les hizo
llegar documentos y manuales de instrucci�n militar. Bertelli fue gestor para la
adquisici�n del terreno de Taco Ralo donde se efectuar�an las pr�cticas
militares, y que fue copado antes que la guerrilla disparara su primer tiro. El
gobierno militar devolvi� el campo a quien se lo hab�a vendido a las FAP: Juan
Bertelli, hermano del socio de Ciro.
35. Mayor�a, 22 de junio de 1973.
A partir de 1971 Ahumada se asoci� con Osinde en una empresa de importaci�n de
azulejos y may�licas. El 17 de noviembre de 1972 atend�a a quienes buscaban
orientaciones en la sede justicialista de Avenida La Plata y les aconsejaba irse
a casa, mientras Per�n estaba retenido en Ezeiza.
Despu�s de las elecciones del 11 de marzo de 1973, se reuni� con Osinde y con el
mayor Fernando Del Campo, para cambiar ideas sobre la estabilidad del inminente
gobierno de C�mpora. "A ese viejo de mierda hay que marcarle el camino o sacarlo
a patadas", era en esos d�as su expresi�n favorita.
Mientras, Norma Kennedy paseaba por Madrid con L�pez & Mart�nez, sus amigos.
El Autom�vil Club
Con 600.000 socios, 621 unidades m�viles, 296 estaciones de servicio, 48
hoteles, servicio de aviaci�n y la red de comunicaciones m�s completa del pa�s,
el Autom�vil Club era en 1973 una fuerza econ�mica y pol�tica de interesantes
v�nculos internacionales.
Hab�a firmado convenios multimillonarios con la Ford y fabricaba neum�ticos en
conjunto con la Goodyear. Su presidente era el latifundista C�sar Carman,
afiliado a la Uni�n C�vica Radical, quien se opuso a la creaci�n de La Hora del
Pueblo y repudi� las entrevistas de Ricardo Balb�n con Juan D. Per�n. Todos los
a�os, hasta su muerte, Carman particip� en los actos de homenaje al golpe
militar de 1955.
M�s sugestivo a�n era el vicepresidente del Autom�vil Club en junio de 1973. Se
trata del se�or Roberto Lobos, presidente de la empresa Coca-Cola, vinculado con
el hotel Sheraton y su propietaria, la International Telephon & Telegraph, ITT,
que en esos d�as actuaba como cobertura de la C�A en Chile para el derrocamiento
de Salvador Allende, seg�n estableci� una comisi�n investigadora del Congreso de
los Estados Unidos.
Entre las autoridades del AC� figuraban nombres de la burgues�a agraria,
representantes de empresas transnacionales y altos jefes de las Fuerzas Armadas.
Marcelo Gowland Acosta, Belisario Moreno Hueyo, Jos� Nazar Anchorena, V�ctor
Zemborain, Mauricio Braun Men�ndez, Ernesto Aberg Cobo, Antonio M. Delfino,
Pedro Dellepiane, Adolfo Lan�s, Carlos Men�ndez Behety, Adalberto Reynal
O'Connor, Rodolfo Zuberb�hler, Alberto De Ridder, Egidio Ianella, Ernesto P�rez
Tornquist, Ram�n Santamarina, el ingeniero Mario Negri (de la C�mara de
Industriales Metal�rgicos), integraban la directiva del Autom�vil Club, junto
con el capit�n de nav�o Luis Giannelli, el comodoro Ernesto Baca, el brigadier
Mario Romanelli, el capit�n de corbeta Luis Ballesi y los generales Gualterio
Ahrens y Jos� Embrioni.
Uno de los delegados titulares del AC� era el se�or Adolfo Rawzi, hombre de
contacto con la embajada de los Estados Unidos y con el diputado Rodolfo Arce.
Nuestros muchachos
Desde la primera semana de junio, jefes del Sindicato de Trabajadores del
Autom�vil Club, SUTACA, y personas armadas que se reclamaban de la Juventud
Sindical Peronista recorr�an las instalaciones intimidando al personal. Tambi�n
all� se trataba de prevenir el asalto trotskysta, que nunca se produjo.
En un bolet�n extraordinario impreso el 21 de junio, el Secretario General del
SUTACA, Roberto Saavedra, felicit� a los tripulantes de auxilios mec�nicos, que
hab�an actuado en Ezeiza como radioenlaces para el apoyo log�stico.
All� consign� que el AC� hab�a cedido sus veh�culos a pedido de la CGT y sostuvo
que durante el tiroteo "nuestros muchachos asumieron plenamente su rol de
patriotas y peronistas y lo hicieron protag�nico".
El personal que actu� el 20 de junio fue seleccionado por el subjefe de
Comunicaciones del Autom�vil Club, el suboficial Porreca, de la Armada. Las
quince gr�as, dos autom�viles y tres camiones que el COR us� en Ezeiza le fueron
entregados por el Gerente de Estaciones del AC�, Carlos Iribarnegaray, comando
civil en 1955 y luego interventor en la UOM de Avellaneda.
Un cami�n estacionado en Cabildo y Monroe sirvi� de enlace a los veh�culos
instalados en el Hotel de Ezeiza, en las rutas de acceso, en el Hogar Escuela
ocupado por el Comando de Organizaci�n, en el Aut�dromo, cerca de la residencia
de Per�n en Vicente L�pez, en el bosque pr�ximo al palco, en Plaza de Mayo.
Los veh�culos tripulados por dirigentes del SUTACA y personal del COR y de la
Juventud Sindical al mando del metal�rgico An�bal Mart�nez, fueron retirados del
auxilio mec�nico de Jaramillo al 1900. El grupo de militantes del COR que
intervino se concentr� en el Sindicato de Sanidad, en Once, para coordinar el
plan.
Estos son algunos de los muchachos patriotas y peronistas felicitados por
Roberto Saavedra: Osvaldo Bujalis, tesorero del SUTACA y habitual acompa�ante de
Osinde; Fr�as, jefe de Comunicaciones del AC�; Olmos, dirigente del SUTACA; Pepe
Montoya, Sanguineti; Roldan, promotor de la Juventud Sindical en el SUTACA;
V�ctor Lasara, Pablo Esquete, Jorge Viola; Gaeta, quien estuvo junto con
Mart�nez en el Hogar Escuela durante el tiroteo; Moyano, Rufrano, Cuaresma,
Villordo y Mensela.
Los condujeron el general I��guez, el teniente coronel Osinde y el industrial
Osvaldo Dighero.
Los comparsas
Los golpistas del 20 de junio formaban una sociedad de hecho. No todos se
conoc�an, disputaban entre ellos por parcelas de poder, m�s de una vez se
combatieron.
Ten�an en com�n su derrota en las pugnas internas peronistas previas a la
elecci�n presidencial y sus contactos con sectores del gobierno militar. Jugaron
sus cartas y perdieron entre noviembre de 1971, cuando Per�n design� delegado
personal a H�ctor J. C�mpora, y el 25 de mayo de 1973. Contragolpear�n en
Ezeiza. I��guez y Osinde les dar�n coherencia, con un plan de acci�n para la
toma del poder.
En noviembre de 1971 un tiroteo en la sede del Consejo Justicialista, en Chile
al 1.400, salud� la cesant�a de Jorge Paladino como representante de Per�n.
Norma Kennedy y Alberto Brito Lima dirigieron el asalto. Un guardaespaldas de
Lorenzo Miguel, Alejandro Giovenco, la defensa. Norma Kennedy sobrevivi� con un
tiro en el pulm�n, pero Enrique Castro, tambi�n del C de O, muri� al fin de una
larga agon�a. Con Giovenco estaban Jos� Sangiao y Vicente L�pez, quien dos meses
despu�s intervino con sus hermanos Ra�l y Juan Domingo, en la muerte de un
dirigente antipaladinista de Lomas de Zamora.
Elegido delegado C�mpora, y organizada la rama juvenil sin la inclusi�n del
Comando de Organizaci�n, Kennedy y Brito Lima se unieron a sus adversarios de
ayer. Un a�o y medio despu�s de aquel enfrentamiento unos y otros militaban en
el mismo bando, olvidados de las promesas de venganza. Los L�pez y Sangiao,
junto con el paladinista Eugenio Sarrabayrouse, ocuparon en nombre del Comando
militar de la Agrupaci�n de Manuel Damiano los Ferrocarriles, como vimos en la
p�gina 61. Norma Kennedy integr� la Comisi�n Organizadora que convirti� el palco
en un arsenal. Giovenco y el Comando de Organizaci�n de Brito Lima utilizaron
esas armas contra la multitud.
Los dirigentes sindicales tampoco aprobaron a C�mpora y se negaron a aceptar las
tres vocal�as que les asign� en el Consejo Superior, porque pretend�an seis y la
Secretar�a General. Aunque tanto Rucci como C�mpora hayan preferido olvidarlo
luego, en el Congreso partidario del Hotel Savoy, Brito Lima y los
guardaespaldas de la CGT apuntaron a la cabeza del delegado personal una pistola
45. Y a�n restaba la batalla por la candidatura presidencial.
La federaci�n de perdedores
Como vimos, en 1971 el Movimiento Federal, que hab�a prosperado bajo el amparo
de Rucci y Paladino, confiaba en consagrar a Osinde sucesor de Per�n. Fue el
primer candidato desilusionado, socio fundador de la federaci�n de perdedores.
Lo sigui� el director del ingenio Ledesma Antonio Cafiero, asesor econ�mico
tanto de la CGE como de la CGT, colaborador del brigadier Ezequiel Mart�nez en
la Secretar�a de Planeamiento y Acci�n de Gobierno de Lanusse. Era el hombre del
Gran Acuerdo Nacional, bien visto fuera del pa�s, sobre todo una vez que le
explic� a David Rockefeller que el peronismo no pensaba nacionalizar los bancos.
Al partir de Buenos Aires hacia Asunci�n el 14 de diciembre de 1972, Per�n lo
defraud� al indicar, una vez m�s, a H�ctor C�mpora.
Rogelio Coria prepar� una moci�n para que el Congreso que recibi� con estupor
esa nominaci�n, enviara delegados hasta el Paraguay que persuadieran a Per�n que
comet�a un error. El Sindicato de Mec�nicos la present�, y de inmediato
adhirieron los congresales Norma Kennedy, Manuel de Anchorena y el dirigente
rosarino de la carne Luis Rubeo. En la puerta del Hotel Crill�n, Nicanor De El�a
entregaba volantes del Movimiento Federal contra C�mpora36.
36. Panorama, 21 de diciembre de 1972.
El Congreso s�lo acept� enviar un telegrama sugiriendo cautelosamente el cambio,
y Coria abandon� la sala contrariado. Lorenzo Miguel admiti� en silencio que esa
oportunidad ya se hab�a perdido.
La misma batalla se dio en varias provincias por las candidaturas a las
gobernaciones.
En Avellaneda un grupo de congresales sin qu�rum lleg� a proclamar a Manuel de
Anchorena y el metal�rgico Luis Seraf�n Guerrero y corri� a tiros al Secretario
general Abal Medina. Per�n intervino desde Lima calificando a Anchorena de
"excrecencia y traidorzuelo"37, y tanto Osinde como Lorenzo Miguel abandonaron
al estanciero conservador que fue expulsado del peronismo. La UOM se limit� a
sustituir a Guerrero por otro de los suyos, Victorio Calabr�, para acompa�ar al
candidato Oscar Bidegain.
En C�rdoba, el jefe vandorista Alejo Sim� desert� el mismo d�a previsto para la
autoproclamaci�n como candidato de Julio Ant�n, el amigo de Jorge Antonio y del
general I��guez, quien hab�a perdido las internas por escaso margen ante Ricardo
Obreg�n Cano. Ant�n y el coronel Antonio Domingo Navarro sublevar�n a la polic�a
cordobesa para deponer a Obreg�n Cano y al vicegobernador Atilio L�pez,
abandonados por el gobierno nacional, en 1974. Siete meses despu�s, la AAA
fusilar� con 136 balazos al ex-vicegobernador obrero L�pez. Ezeiza hab�a sentado
doctrina.
En Mendoza, pese a un gran tumulto donde no faltaron l�grimas, Carlos Fiorentini
y Decio Naranjo no pudieron impedir la elecci�n de Alberto Mart�nez Baca. Lo
apartaron de la gobernaci�n en irregular juicio pol�tico en 1974.
En Santa Fe, los rebeldes llegaron a la ruptura antes de los comicios. Otro
amigo de I��guez, el capit�n Antonio Campos, quien en 1960 lo hab�a secundado en
la toma del regimiento XI de Infanter�a de Rosario, fue el candidato paralelo a
la gobernaci�n, Rubeo su vice.
En Santiago del Estero encabez� la disidencia Carlos Ju�rez, dirigente
neoperonista que junto con un sobrino de I��guez hab�a acompa�ado a Juan Lucco
en la operaci�n de Levingston para seducir al peronismo desde el ministerio de
Trabajo en 1970.
En la Capital Federal, Osinde envi� un telegrama de solidaridad a Julio Cala y
Lala Garc�a Mar�n, quienes junto con una veintena de convencionales hab�an sido
expulsados por oponerse a las candidaturas decididas. El 20 de junio Lala Garc�a
Mar�n estar� en Plaza de Mayo junto con los activistas del COR de I��guez para
tomar la Casa de Gobierno, y el 21 Cala ser� uno de los invitantes al sepelio
del capit�n Chavarri, lugarteniente de Osinde ca�do en Ezeiza.
Las movilizaciones de la juventud en todo el pa�s, la dureza del enfrentamiento
con el gobierno militar, la participaci�n en los actos de C�mpora y la JP de los
guerrilleros que promet�an a cada adversario interno la suerte de Vandor,
sembraron la duda en el poder sindical y en sus sat�lites de la rama pol�tica.
Algunos se preguntaban si con ese clima habr�a elecciones, otros se contestaban
que s� y tem�an perder su car�cter de interlocutores privilegiados de los
militares y ser precipitados a un futuro incierto.
Dos semanas antes del 11 de marzo, no todos los esfuerzos se volcaban hacia los
comicios. El 23 de febrero se cre� la Juventud Sindical, un sedante para los
nervios de los sindicalistas. Con o sin elecciones, responder�an al fuego con el
fuego.
No eran los �nicos previsores. El 18 de mayo, apenas una semana antes del
traspaso presidencial, el grupo que se present� como Resistencia Argentina
exigi� que quedaran en su poder "determinados cargos del gobierno y los
organismos de seguridad", y anunci� juicios y sentencias para "los traidores y
los mercaderes" en caso de ser contrariados. Para la SIDE propusieron al coronel
Julio Fossa (a uno de cuyos hijos ya hemos visto como jefe de la custodia del
intendente Leopoldo Frenkel, que particip� en la operaci�n Ezeiza); para la
Polic�a Federal al coronel Mario Franco (asociado al ex jefe de polic�a de
Ongan�a, general Mario Fonseca); para Gendarmer�a al capit�n Morganti, quien
despu�s del 20 de junio se mud� a un amplio edificio de Berm�dez y Nogoy�, en el
barrio de Devoto.
37. Clar�n, 21 de diciembre de 1972.
Una solicitada que public� la UOM en los diarios del 20 de junio delata sus
preocupaciones del momento. El cartel de Montoneros que el 25 de Mayo se
despleg� frente a la Casa de Gobierno, como lo muestran las fotos de la �poca
que luego los militares usaron para demostrar la escalada subversiva sobre el
poder, fue retocado para que se leyera Uni�n Obrera Metal�rgica38. Unos se
desviv�an por ubicar el letrero m�s grande en el lugar m�s visible. Los otros
estaban dispuestos a todo por impedirlo, con el pincel del retocador o por
medios m�s consistentes.
Los sindicalistas y el gobierno militar sent�an la necesidad de actuar r�pido,
para sofocar esa presencia expansiva y amenazante. �Pero c�mo? Un indicio lo
brind� el contralmirante Horacio Mayorga, rico propietario de f�bricas de
art�culos de cuero. Al despedirse de la Aviaci�n Naval que comandaba, revel� los
planes que conoc�a, muy pocos d�as antes de la masacre. "Se est�n preparando
bandas armadas clandestinas" dijo en su �ltimo discurso oficial39.
Ezeiza ser�a su presentaci�n en p�blico.
38. Clar�n, 20 de junio de 1973. Suplemento especial del retorno.
39. La Naci�n, 16 de junio de 1973.
SEGUNDA PARTE
LOS HECHOS
El Hogar Escuela
En todos los relatos sobre los tiroteos de Ezeiza se menciona como un lugar
clave el Hogar Escuela. Tambi�n se refieren a �l sin saberlo los testimonios
sobre disparos efectuados desde el bosquecito pr�ximo al palco, es decir la
arboleda lindera con el Hogar Escuela.
El Hogar Escuela Santa Teresa tiene tres cuerpos de edificaci�n y est� ubicado a
unos 500 metros del palco, al sur de la autopista Ricchieri, cerca de las
Piletas Ol�mpicas y rodeado por una zona boscosa. Cruzando la ruta 205 se
ingresa al barrio Esteban Echeverr�a. El Hogar Escuela forma un tri�ngulo agudo
con el puente El Tr�bol y el Hospital de Ezeiza, que est� en el centro del
barrio Esteban Echeverr�a. Para controlar la zona donde se desarrollar�a el
acto, el Hogar Escuela era un sitio estrat�gico.
La Polic�a Federal pens� en instalar all� un puesto para la remisi�n de
detenidos, con un subcomisario, tres oficiales, veintiocho agentes masculinos y
cinco femeninos de la Superintendencia de Investigaciones Criminales. Como el
resto del servicio policial, deb�a implantarse a las 18 horas del martes 19.
Determinar quien control� el Hogar Escuela durante los enfrentamientos es
fundamental para comprender qu� ocurri� el 20 de junio.
La Falange
El 24 de mayo en Monte Grande se preparaban las columnas que marchar�an hacia la
Capital para el acto de asunci�n de C�mpora, cuando llegaron el concejal Rub�n
Dominico y sus compa�eros del C de O y con palos y cadenas intentaron dispersar
a los manifestantes. El 25 desfilaron uniformados al estilo de la Falange ante
el intendente de Esteban Echeverr�a, Oscar Blanco, su protector.
Asalariado de la UOCRA, procesado por el juez Omar Ozafrain por robo a un
sindicato del que era chofer, por juego ilegal y por corrupci�n, Dominico y
treinta acompa�antes armados ocuparon el 8 de junio el Hogar Escuela, la Escuela
de Enfermeras vecina y el policl�nico de Ezeiza. "Per�n, Evita, la Patria
Peronista", gritaban.
El Hospital de Ezeiza ten�a una capacidad normal de 120 camas, y para el 20 de
junio se hab�an previsto habilitar otras 100. Funcionaban en �l servicios de
cirug�a, traumatolog�a, hemoterapia, neurocirug�a, cl�nica m�dica, radiolog�a,
otorrinolaringolog�a, pediatr�a, cardiolog�a, ginecolog�a, laboratorio, drogas y
medicamentos. Contaba con tres ambulancias, una de ellas con radiollamado, dos
veh�culos utilitarios y una camioneta. Una guardia permanente de 70 m�dicos, 78
enfermeras y auxiliares y el apoyo de 50 alumnas de la Escuela de Enfermeras
deb�an atender cualquier emergencia.
El diario local La Voz del Pueblo inform� que el 8 de junio, a ra�z de la
ocupaci�n del C de O, el personal docente del Hogar Escuela fue enviado a sus
casas y los ni�os evacuados. Con un comunicado que reprodujo el mismo peri�dico,
el C de O rechaz� las exhortaciones de Abal Medina y de la interventora en el
Hogar Escuela, Esther Abelleira de Franchi, para que cesara la ocupaci�n.
Entre quienes ocuparon el Hogar Escuela estaban los militantes del C de O Carlos
Alberto Vergara, Mart�n Magall�n, Ernesto Ber�n, Mario Azategui, Juan Carlos
Journet y su hermano, Guillermo Salao, Daniel Sanguinetti y su padre, Alberto
Melli�n, V�ctor Diack, Carlos Alberto Nicolao y su padre, Rub�n Rodr�guez,
Gabriel Nana y Maido. A trav�s de ellos, hasta un juez podr�a reconstruir la
lista completa.
Una vez ocupado el Hogar Escuela Dominico organiz� la log�stica. El intendente
Blanco le dio dinero para comida y cigarrillos, y el frigor�fico Monte Grande
200 kilos de asado, previa consulta con el comisario Guido Beltramone y el
intendente Blanco, quienes avalaron a los ocupantes.
Desde el principio, Osinde pens� utilizar el Hogar Escuela como puesto de
comando y vivac de sus tropas y as� lo plante� durante las reuniones
preparatorias del acto en un memor�ndum que titul� Se requiere �nicamente. Sin
embargo, despu�s de la masacre dijo a la comisi�n investigadora que al enterarse
de que el Hogar Escuela hab�a ca�do en manos de desconocidos, solicit� a la
polic�a de Buenos Aires que los sacara de sus instalaciones el 19 de junio40.
La polic�a de Buenos Aires no respald� esta versi�n de Osinde. Por el contrario,
comunic� que cuando desaloj� a 300 personas armadas, del Comando de Organizaci�n
que ocupaban el Hogar Escuela, el Hospital y la Escuela de Enfermeras, el
concejal Dominico aleg� que respond�an a las ordenes de Osinde41.
Mart�n y Mart�nez
El informe policial dice que antes del desalojo Osinde se hab�a interesado por
los ocupantes, y que luego se present� para indagar por qu� hab�an sido
desplazados y declar� que obedec�an al gobierno a trav�s suyo. Adem�s se�ala que
en la noche del 19 de junio los ocupantes trajeron refuerzos y a punta de
pistola volvieron a apoderarse del Hogar Escuela, a ordenes de dos personas que
se hac�an llamar Mart�n y Mart�nez.
Coincide con ese dato un parte redactado por la Polic�a de Buenos Aires cuando
a�n el olor a p�lvora no se hab�a disipado en Ezeiza, que identifica al jefe de
los dos mil j�venes en armas que coparon el Hogar Escuela como Mart�nez, un
hombre de frente ancha, cabellos canosos y sueltos hacia atr�s, bigote fino,
cara redonda y 1,70 ms de estatura42.
Ordenemos y completemos la informaci�n.
El 20 de junio tres grupos ocuparon el Hogar Escuela de Ezeiza. El primero y m�s
numeroso estaba constituido por los dos mil adolescentes reclutados por el C de
O, que retomaron el edificio luego de la primera desocupaci�n, dirigidos esta
vez por Reinaldo Rodr�guez.
En un pabell�n del tercer piso se instal� Gaeta, del Autom�vil Club, a cargo de
uno de los puestos de comunicaciones del COR del general I��guez. Otros tres
m�viles del COR operaron desde el Hogar Escuela y sus inmediaciones.
El tercer grupo pertenec�a a la CGT y obedec�a a An�bal Mart�nez, de la UOM, y
uno de los tres l�deres de la Juventud Sindical.
Lo que no hubo nunca fueron comunistas ni montoneros.
40. Osinde, Jorge Manuel: Informe sint�tico, en la secci�n documental.
41. Troxler, Julio: informe del subjefe de la Polic�a de la Provincia de Buenos
Aires, en la secci�n documental.
42. Informe de la polic�a de la provincia de Buenos Aires, en secci�n
documental.
El Palco
El 19 de junio mil civiles armados hasta los dientes ocuparon posiciones cerca
del palco, por indicaci�n del teniente coronel Osinde. Su consigna era impedir
que se acercaran columnas con carteles de la Juventud Peronista, la Juventud
Universitaria Peronista, la Juventud Trabajadora Peronista, las FAR, Montoneros
y otras agrupaciones menores43.
Detr�s del vallado se identificaban con brazaletes verdes y un escudo negro los
guardias de la Juventud Sindical. Los custodios del estrado empu�aban carabinas,
escopetas de ca�o recortado, ametralladoras y pistolas44.
El mi�rcoles 20 los periodistas apreciaron el arsenal acopiado en el palco del
Puente 12, que inclu�a fusiles con miras telesc�picas, pero no se les permiti�
fotografiarlo. Las armas estaban a cargo de hombres de la Concentraci�n Nacional
Universitaria y de la Alianza Libertadora Nacionalista, y rodeando el palco
hab�a integrantes de la Juventud Sindical y del Comando de Organizaci�n45.
Desde el primer momento impusieron su autoridad en base a un uso desmedido de la
fuerza y a la continua ostentaci�n de armas largas y cortas, adujo un informe
oficial46.
Osinde no refut� esas aseveraciones. Por el contrario, dijo que hab�a dispuesto
200.000 hombres de las organizaciones sindicales para el cord�n de contenci�n
frente al puente, y 3.000 hombres de custodia personal rodeando la zona del
palco de honor y el �rea de aterrizaje47. A�adi� que la presencia de esos
custodios armados all� era conocida y hab�a sido aprobada por la Comisi�n
designada por el Poder Ejecutivo, en un tard�o intento de diluir su
responsabilidad48.
Giovenco y Queralt�
La polic�a de la provincia de Buenos Aires inform� que el puente estaba en poder
de compactos grupos del SMATA, y que personal del COR y de la CGT ocupaban el
palco de honor, a ordenes de Osinde y ostentando armas de gran potencia. Entre
los ocupantes identific� al custodio de la UOM Alejandro Giovenco49
Los t�cnicos apol�ticos de la Polic�a Federal ratificaron que la seguridad del
palco se hab�a encomendado a civiles con armas largas y aportaron fotograf�as
probatorias. El informe federal describe amenazas de golpear al p�blico que se
acercaba a los cordones de seguridad que circundaban el palco, y se�ala que se
realizaron en las horas previas al tiroteo varios simulacros de lo que luego
sucedi�, en los que se obligaba al p�blico a arrojarse al suelo. La Polic�a
Federal se�al� entre los custodios del palco a miembros de la Alianza
Libertadora de Juan Queralt�50.
En el palco tambi�n estaban el jefe de la custodia presidencial Rogelio Gonz�lez
(hermano del chofer de Per�n, Isabel y L�pez Rega durante el retorno de 1972),
sus subordinados �ngel Pablo Bord�n y Rodolfo Monalli, el oficial subinspector
Omar Horacio Fitanco, y los sargentos Humberto Zelada (chapa 12.312) y Eduardo
Jorge Dimeo (chapa 13.372), todos de la Polic�a Federal.
43. Clar�n, 21 de junio de 1973.
44. La Naci�n, 21 de junio de 1973.
45. La Opini�n, 22 de junio de 1973..
46. Informe del Servicio de Informaciones de la Provincia de Bs As. a la SIDE,
22 de junio de 1973.
47. Osinde, informe a la Comisi�n investigadora del 21 de junio de 1973, en la
secci�n documental.
48. Osinde, informe complementario del 22 de junio, en secci�n documental.
49. Informe de la polic�a de Buenos Aires, 27 de junio de 1973, en secci�n
documental.
50. Informe del subjefe de la Polic�a Federal, comisario general Ricardo
Vittani.
Ellos constataron que los civiles con armas largas que ocupaban el palco s�lo
acataban las ordenes de Osinde, y fueron testigos de uno de los ensayos
practicados desde el palco antes de los tiroteos reales.
Al aproximarse una caravana de manifestantes los guardias verdes de Osinde se
arrojaron cuerpo a tierra en actitud de combate, con sus armas prestas a
disparar. Quienes se acercaban se dispersaron lo m�s r�pido posible, y de los
empellones y des�rdenes resultantes, quedaron varias personas heridas y
contusas51"
Este breve texto que incrimina al Subsecretario de Turismo y Deportes del MBS
fue dirigido con candor al superior jer�rquico de Osinde y jefe de la banda,
Jos� L�pez Rega. Gonz�lez era un profesional que citaba el testimonio de otros
profesionales, y carec�a de animosidad hacia Osinde, a cuyas ordenes llevaba
trabajando sin conflictos por lo menos ocho meses.
Los principales diarios de Buenos Aires, que miraban con desconfianza a todo
peronista; la polic�a de Buenos Aires, cuyo Subjefe Julio Troxler simpatizaba
con la Juventud Peronista; la Polic�a Federal, que actu� con estricta
imparcialidad y no ten�a compromisos con ninguno de los bandos; y la custodia
presidencial que respond�a a L�pez Rega y Osinde, es decir peronistas de derecha
y de izquierda, antiperonistas y neutrales, coinciden as� en forma completa al
relatar el dispositivo montado en el palco desde el d�a anterior y los aprestos
para su empleo en las horas previas al arribo de Juan D. Per�n.
El pastor y la enfermera
Un pastor protestante y su esposa, auxiliar de enfermer�a, fueron remitidos por
el Ministerio de Bienestar Social al puesto sanitario instalado en Ricchieri y
Sargento Mayor Luche. Llegaron al caer la tarde del martes 19 pero no
encontraron el puesto, en el que deb�an presentarse como voluntarios.
Se dirigieron a una posta sanitaria que el SMATA hab�a montado a la derecha del
palco, con una ambulancia pero sin elementos de atenci�n. El enfermero Gentile
los condujo al jefe del operativo sindical, y Cardozo acept� la colaboraci�n del
pastor y la enfermera. No hab�a tiempo que perder. En cuanto se instalaron
atendieron a un herido en un pie, con el botiqu�n personal que portaban.
Despu�s fueron conociendo a los dem�s miembros del grupo. Cables y alambres
cercaban el predio, dentro del que se hab�an dispuesto carteles de SMATA, la UOM
y el sindicato de la Carne, que eran los �nicos autorizados a permanecer all�.
�Estamos armados, para defendernos e impedir la infiltraci�n, les confi� uno de
los dirigentes52
��Y esos emponchados que cercan el acceso al puente?, preguntaron algo
inquietos.
�Tambi�n son nuestros. Debajo del poncho tienen las metras.
��Para qu� las metras?
�Para recibir a los zurdos que gritan por la Patria Socialista.
Sintieron que ese no era el sitio m�s apropiado para un pastor y una enfermera y
se despidieron. Debajo del palco conocieron al encargado de una ambulancia de la
Uni�n de Obreros y Empleados Municipales, que protestaba contra la gente del
interior que hab�a llegado para la manifestaci�n. El problema es que despu�s no
quieren irse y hay que despacharlos a la fuerza en vagones jaula para ganado,
rumi�.
Siguieron caminando en procura de mejores compa�eros.
51. Rogelio Gonz�lez, jefe de la custodia presidencial: informe al ministro de
Bienestar Social, Jos� L�pez Rega, en la secci�n documental.
52. Testimonio del pastor Horacio Gualdieri y su esposa Mar�a del Carmen
Bigorella, ante la JP.
Ya eran las diez de una fr�a noche cuando fueron acogidos con simpat�a por
m�dicos y enfermeras del MBS que atend�an las obras sociales de los sindicatos
de la Alimentaci�n y la UOCRA. El doctor Avalos los inscribi� en su registro y
pasaron la noche colaborando con ellos.
M�s o menos a esa hora se pidi� por radio la presencia de Osinde o Norma
Kennedy, pero en lugar de ellos lleg� alguien que los m�dicos conoc�an como el
secretario de Osinde, el se�or Iglesias. Era el responsable de la seguridad del
palco53. Se dirigi� a la lomada de la derecha del palco y convers� con los
emponchados. Poco despu�s la guardia fue reforzada con m�s hombres en armas.
A la izquierda del puente se ubicaron los que se hac�an llamar Halcones.
Llevaban escopetas de doble ca�o recortadas, su jefe se apelaba Cacho y
describ�an su misi�n como preventiva para que nadie pudiera colocar explosivos
en el palco.
La madrugada no fue tranquila. En torno del palco hab�a una multitud de entre 40
y 100.000 personas. Presionaron por acercarse a las l�neas de contenci�n y desde
el puente El Tr�bol los efectivos de la Comisi�n Organizadora abrieron fuego a
las 2.10. Cuando concluy� el desbande, una ambulancia se abri� paso y retir� el
cuerpo de un hombre joven ca�do54. Ten�a dos balazos en la espalda y la cabeza
destrozada. Tambi�n se atendieron en el palco a otros heridos de bala, mientras
se produc�a una avalancha sobre el cord�n de seguridad del puesto sanitario55.
A las 3 otro de los Halcones ubicados en la torre de los altoparlantes dispar�
su escopeta. La multitud respondi� a gritos y comenz� a arrojar piedras contra
el puesto sanitario, al que desde entonces identific� como la Juventud Sindical,
cuyo estandarte flameaba dentro de su per�metro.
�V�zquez dice que no hay que palpar de armas a la gente con brazalete verde
porque es la que colabora, escucharon el pastor y la enfermera.
V�zquez vest�a guardapolvo de m�dico, pero daba ordenes a la gente armada:
�Hay que identificar a todos los que no tengan el brazalete verde y controlar a
los que se acerquen diciendo que necesitan atenci�n m�dica.
Escaramuzas, con heridos de bala y contusos, se repitieron durante toda la noche
y arreciaron al llegar los �mnibus que tra�an al Frente de Lisiados Peronistas.
Con las primeras horas del d�a aument� la cantidad de j�venes y adolescentes
ebrios. Muchos necesitaron la atenci�n del puesto sanitario.
�Vinimos a defender al general de los enemigos. Los vamos a matar, explicaban.
Cacho condujo hacia el puesto sanitario a medio centenar de adolescentes de
Quilmes, que relevaron de la custodia a los Halcones. A la luz del mi�rcoles 20,
el pastor y la enfermera vieron que los accesos laterales al puente estaban
controlados y s�lo se permit�a el acceso a quien bajara a la rotonda de la ruta
205. La guardia armada en el sector del puente segu�a las ordenes de Juan, que
dispon�a relevos cada dos o tres horas, en tandas que sumaban centenares de
hombres. Todos estaban tensos y fatigados.
Poco despu�s de mediod�a se escenific� otro cuadro premonitorio. Un helic�ptero
H 16 de la VII Brigada A�rea levant� nubes de hojas y tierra al practicar el
descenso a un costado del puente El Tr�bol. Cuando la curiosidad del p�blico lo
acerc� a la m�quina, centenares de custodios lo impidieron, tom�ndose de las
manos alrededor del helic�ptero, y unos cuarenta j�venes vestidos de sport
hincaron rodilla en tierra y apuntaron a la gente con pistolas autom�ticas,
carabinas de ca�o recortado y metralletas56.
Faltaba menos de una hora para la tragedia.
53. Informe de Osinde a la Comisi�n Ministerial Investigadora, en la secci�n
documental.
54. Clar�n, 21 de junio de 1973.
55. Gualdieri-Bigorella, testimonio citado.
56. As�, 22 de junio de 1973.
I��guez se va a la guerra
Con 15 gr�as, tres camiones y dos coches del Autom�vil Club, el general Miguel
�ngel I��guez coordin� las comunicaciones del aparato de seguridad dirigido por
el teniente coronel Osinde.
La red del Autom�vil Club era t�cnicamente de las mejores del pa�s, pero los
activistas del COR no eran expertos en su manejo y provocaron una fenomenal
confusi�n.
La sustituci�n de los eficientes operadores del Comando Radioel�ctrico de la
Polic�a Federal por aficionados civiles no respondi� a un error de Osinde sino a
una decisi�n pol�tica. La organizaci�n profesional de la Polic�a y la
neutralidad de sus jefes en la pugna peronista obstaculizaban la consigna
facciosa de copar el acto o disolverlo a balazos.
Osinde hab�a pedido un n�cleo de suboficiales del COR para sumarlos a la
custodia del palco pero I��guez se neg� afirmando que su organizaci�n iba
completa o no iba. Al fin acordaron que Osinde conducir�a el operativo e I��guez
dirigir�a las comunicaciones.
Al caer la noche del 19 de junio sesenta hombres del COR comenzaron a llegar al
Sindicato de Sanidad de la Capital Federal, donde los recib�a con una palmada en
la espalda y sin palabras un oficial retirado del Ej�rcito. Muchos eran
activistas de la zona Oeste, vinculados con Manuel de Anchorena. Se hab�an
reunido por �ltima vez en abril en una quinta de Moreno, propiedad del coronel
Mariano Cartago Smith, lugarteniente de I��guez. Yarza y Manuel Arcadini, de
General Rodr�guez; Acre, de Merlo; Aldo Casareto, de Moreno, dieron cuenta de
empanadas y chorizos mientras Smith expon�a sus planes para contener a la
Juventud Peronista.
La red del COR
El dispositivo de Osinde reun�a grupos distintos: la Juventud Sindical, la CGT,
los ocupantes del Hogar Escuela, los custodios del palco, los ocupantes de
Ferrocarriles en la estaci�n Retiro, los que controlaban LR2 Radio Argentina,
los ocho m�viles de la agencia noticiosa Telam a cargo del teniente coronel
Jorge Ob�n. Los operadores del COR ten�an que organizarlos en una red �nica de
comunicaciones. Poco despu�s de la medianoche del 20 de junio tuvieron listo su
esquema de transmisiones, que fue puesto a prueba a las 4 de la madrugada del
mi�rcoles 20.
En un tren que hab�a partido de C�rdoba se supon�a que llegaban grupos del ERP y
se orden� detenerlo antes que entrara a Retiro. El COR tambi�n organiz� mediante
su red radial el desplazamiento hacia Ezeiza de 300 hombres propios, llegados
desde Rosario con el Comandante Puma II, quien d�as antes hab�a ocupado el
sindicato rosarino de Sanidad con el benepl�cito policial. Por alguna raz�n los
uniformados consideraban a Puma II como uno de los suyos.
A las 11 el COR envi� su m�vil 6 a Radio Argentina, ocupada por la seudo
agrupaci�n de prensa de Damiano, y a esa misma hora se produjeron los primeros
disturbios frente al Hogar Escuela, suscitados por sus ocupantes de la Juventud
Sindical y el Comando de Organizaci�n.
�Se han detenido varios veh�culos con la sigla FAP y FAR, inform� a las 13.40 el
m�vil del COR estacionado frente al Hotel Internacional. Comenz� as� un acoso
sistem�tico que s�lo terminar�a con el �ltimo disparo.
�Son cuatro veh�culos con cinco personas en cada veh�culo, precis� a las 13.55.
Llegaron tocando un clar�n, a�adi�.
Diez minutos despu�s otro parte radial:
�Grupos de FAR se aproximan por parte trasera del palco.
��Grado de combatividad del Grupo? le inquirieron desde la Central de
Comunicaciones en el Autom�vil Club.
�El grupo es de 1.500 a 2.000 personas. Todav�a no se ha podido apreciar el
grado de combatividad, contest� el m�vil.
(Es decir que su actitud no era beligerante) Desde la Central de Comunicaciones
insistieron: Informe si el grupo se identifica por sus cartelones o si es un
grupo combatiente o militante que se identifica por sus uniformes o sus
insignias.
�No, es un grupo con carteles. (No era una fuerza militarizada)
�El grupo ya ha sido empujado por la Juventud Sindical y ha retrocedido,
describi� el m�vil del COR.
(Fueron rechazados desde el primer momento)
�Hay otra columna de 3.000 personas conducidas por FAR y Montoneros, advirti� la
radio del COR.
��C�mo se identifican?, quiso saber la Central.
�Hasta ahora s�lo con carteles.
(S�lo carteles. Ni portaban armas ni disimulaban su identidad)
A las 14.20 el general I��guez se present� por segunda vez en el d�a en la sala
de transmisi�n del Autom�vil Club, y a las 14.25 uno de sus m�viles alert� a las
fuerzas que aguardaban en el palco que hab�a divisado a otro grupo:
�Son mil montoneros, identificados por el cartel. (Igual que los anteriores, con
carteles y sin armas). A las 14.29 esa columna con carteles de FAR y Montoneros,
no militarizada ni en actitud beligerante, se acercaba al palco y fue recibida
por sus guardianes con r�fagas de metralla. Los hombres de I��guez dieron la
se�al, los de Osinde oprimieron el gatillo.
Los que estaban ubicados en el estrado dispararon sus carabinas, escopetas,
ametralladoras y pistolas y los sindicalistas armados se lanzaron a perseguir a
los atacados que se desbandaban.
�Lo recibo muy entrecortado. Entend� grupos a la carrera, dijo COR Cabecera a
COR Madre, a las 14.40, es decir minutos despu�s de abierto el fuego desde el
palco.
COR Cabecera era el general I��guez. COR Madre el metal�rgico An�bal Mart�nez,
de la Juventud Sindical, que transmit�a desde el Hogar Escuela.
�Grupos a la carrera se aproximan al palco, interpret� y retransmiti� I��guez.
�Vienen para el Hogar Escuela, grupos vienen corriendo para el Hogar Escuela, lo
corrigi� Mart�nez, quien desde su posici�n no pod�a saber lo que suced�a en el
palco.
(Son los manifestantes que se dispersaron despu�s del primer tiroteo y buscaron
refugio lejos del palco. A sus espaldas, los custodios segu�an persigui�ndolos y
haci�ndoles fuego)
�Detr�s del bosque hay personas tirando a granel. Sigue yendo gente para el
Hogar Escuela, insisti� Mart�nez a las 14.45.
(Un plano del lugar aclara lo que ocurr�a. Detr�s del bosque, en l�nea recta
hacia el Hogar Escuela, lo �nico que hab�a era el palco. De all� tiraban. El
enfrentamiento continu� cerca de veinte minutos entre fuerzas del mismo bando,
pero I��guez hizo creer a unos y otros que los asediaban los montoneros).
�La situaci�n se tranquiliza y se pone brava por momentos. Hay un equipo
trabajando en medio del bosque, parece ser la gente de COR y CGT, coment�
Mart�nez desde el Hogar Escuela a las 15.
(El primer combate del Hogar Escuela ha conclu�do. El COR y la CGT est�n
capturando prisioneros, que luego ser�n maltratados en el Hotel Internacional)
Mart�nez sali� entonces del Hogar Escuela con su m�vil, recorri� hasta formarse
una impresi�n de lo que estaba sucediendo, y a las 15,35 ya ten�a elementos para
comunicar a COR Cabecera del error cometido.
�Palco en poder de la gente del teniente coronel Osinde.
Cabecera retransmiti� el mensaje a Gaeta, quien con otro transmisor aun
permanec�a en el tercer pabell�n del Hogar Escuela:
�Compa�eros del Hogar Escuela, palco en poder de gente del teniente coronel
Osinde.
Ya fuera del Hogar Escuela, Mart�nez actu� como observador del terreno y sus
informes fueron difundidos por COR Cabecera a los dem�s puestos del dispositivo.
A las 16.15, Mart�nez transmiti� a Cabecera un mensaje que de inmediato se
retransmiti� al palco:
��Se aproxima columna con carteles Patria Socialista? (Este fue el aviso que
desencaden� el segundo gran tiroteo, en el que se repiti� la confusi�n de dos
horas antes)
A las 16.45, luego de un cuarto de hora de fuego incesante, I��guez formul� una
t�mida pregunta:
�Quisiera saber si el palco sigue en poder de nuestras fuerzas o de FAR y
Montoneros.
�Hogar Escuela y palco est�n en poder de propia fuerza, le contestaron, cuando
Per�n ya hab�a aterrizado en la base a�rea de Mor�n.
A las 16.50, pese a la aclaraci�n, que tal vez no hab�a escuchado, I��guez
entendi� alarmado que FAR y Montoneros rodeaban el Hogar Escuela, y a las 17.10
sentenci�:
�Indudablemente el palco ya no est� en manos de fuerzas leales, est� cargado de
francotiradores, no se puede pasar en las proximidades. Tiran a mansalva,
inclusive sobre ambulancias y coches particulares.
(Esta fant�stica ocupaci�n del palco, que los hombres de Osinde nunca
abandonaron y que nadie les disput�, s�lo transcurri� en la mente nublada del
general golpista. Ni siquiera cuatro horas despu�s de la primera escaramuza el
f�sil advert�a que quienes segu�an haciendo fuego desde el palco eran los suyos,
que como �l dijo, disparaban a mansalva).
Su premio fue modesto: la jefatura de Polic�a, donde no dur� mucho porque el
plan que deb�a seguirse necesitaba gente m�s lista que �l.
El agresor agredido
En 1971 obtuvo el carnet n�mero 5 al abrirse la reafiliaci�n al Partido
Justicialista, y en junio de 1973 decidi� pasar en Buenos Aires su licencia
anual. Quer�a ver de cerca a Per�n.
El agente Ra�l Alberto Bartolom�, chapa 2798, de la secci�n canes Tom�s Godoy
Cruz de la polic�a mendocina, lleg� a La Plata con su Colt 11.25 reglamentaria y
una fumadora de 8 mm, el 19 de junio. En la Unidad B�sica N�mero 10, de la calle
60 entre 134 y 135, convino que ir�a a Ezeiza en un �mnibus de la empresa R�o de
la Plata, junto con militantes de la Concentraci�n Nacional Universitaria,
CNU57.
Al mediod�a del mi�rcoles 20 arribaron a Ezeiza. Se ubicaron a 200 metros del
palco, sobre su izquierda si se mira hacia el aeropuerto. All� lo sorprendi� el
primer choque, que dur� un cuarto de hora. Bartolom� y sus acompa�antes de la
CNU ped�an calma a la gente que corr�a aterrorizada por los disparos, hasta que
comenzaron a llegar ambulancias y ces� el fuego.
Logr� ascender al palco con su fumadora. Estaba haciendo sus primeras tomas de
la multitud cuando escuch� que por los altavoces se ordenaba que descendieran a
tierra quienes estaban trepados a los �rboles y abandonaran el palco quienes
tuvieran c�maras fotogr�ficas o cinematogr�ficas.
No tuvo tiempo de cumplir la directiva cuando volvieron a sonar disparos. Se
ech� cuerpo a tierra y observ� que abr�an fuego desde unos �rboles situados a
unos cien metros.
�Son los provocadores comunistas, oy� decir. Bartolom� guard� la fumadora y
empu�� su pistola para repeler la agresi�n comunista. Mientras los custodios
contestaban el fuego contra los �rboles y se descolgaban del palco en busca de
los atacantes, un hombre con un brazalete azul y blanco, que en letras negras
dec�a Comisi�n Organizadora, le orden� cubrir el sector que daba hacia el
aeropuerto.
�Los comunistas quieren tomar el palco por ese lado, o distraernos para coparlo
por otra parte, le indic�.
Cuando los que hab�an abandonado el palco regresaron de perseguir a los
comunistas, Bartolom� descendi� por la parte trasera y se alej� por un
bosquecito de pocos �rboles.
En ese momento volvieron a recibirse disparos contra el palco y la custodia a
contestarlos. Bartolom� qued� entre dos fuegos y con su arma a la cintura se
tendi� en el suelo mientras dur� la refriega.
"Los hombres de seguridad comenzaron a avanzar y los comunistas a retroceder y
tomaron un colegio que hab�a enfrente y comenzaron a disparar desde ese sitio,
desde ventanas, contra los hombres de seguridad", cre�a Bartolom�. Luego de 15
minutos los hombres de seguridad retrocedieron y uno se parapet� detr�s del
mismo �rbol que cubr�a a Bartolom�.
��Qu� ocurre?, pregunt� el polic�a mendocino.
�Se nos est�n acabando las municiones. Los comunistas se dieron cuenta y est�n
saliendo del colegio para atacarnos, le replic� su compa�ero de �rbol, tambi�n
convencido de que el Hogar Escuela hab�a ca�do en poder del enemigo.
Bartolom� ten�a su pistola reglamentaria y dos cargadores. Se ofreci� para
ayudar:
�Yo cubro la retirada. Ustedes corran hasta el palco. Cuando regresaron
reaprovisionados a sus posiciones, Bartolom� hab�a agotado sus proyectiles. Uno
de los hombres con brazalete orden�:
�Tiren todos que hay uno que regresa al palco. Arrastr�ndose Bartolom� sali� del
bosque hasta quedar fuera de la l�nea de tiro y corri� hasta el palco en procura
de municiones.
��Personal de seguridad?, le inquirieron al llegar.
�Soy afiliado pero no pertenezco a ninguna organizaci�n. S�lo estoy colaborando,
explic�.
57. Declaraci�n ante la polic�a de Mendoza, el 25 de junio de 1973.
�Dame tu arma y la fumadora, le ordenaron. Los entreg� confiado, esperando que
al regreso de sus compa�eros de tiroteo se aclarar�a la situaci�n.
Lo condujeron hasta la cabina blindada del palco. El que todos llamaban
comisario ten�a 48 o 49 a�os, med�a 1,70 y vest�a sobretodo claro. Era calvo, y
peinaba con gomina sus sienes.
�Sent�te en el suelo, le orden�.
�Se�or, yo...
�Sent�te en el suelo, te dije. As� pas� media hora.
�Aquel es uno, oy� que dec�a un reci�n llegado. Otros dos lo levantaron en vilo
y le cerraron la boca a golpes cada vez que intent� contar su historia. Lo
transportaron por el aire hasta una de las barandas que rodeaban el palco, lo
colocaron de espaldas y de un pu�etazo lo hicieron volar por encima de la cerca.
Entre dos lo metieron en un auto y lo bajaron en el Hotel Internacional con el
ca�o de una pistola en la cabeza. As� lo llevaron hasta el descanso de una
escalera del primer piso, lo sentaron a trompadas y culatazos en una silla, le
quitaron primero las botas y despu�s la campera, de cuyos bolsillos vio salir
con callada nostalgia su reloj, los documentos, dinero y un mapa de la ciudad de
Mendoza en el que estaban se�aladas las jurisdicciones policiales.
Le colocaron la campera como capucha en la cabeza y lo siguieron golpeando.
��D�nde est�n los otros comunistas?, le preguntaban entre tunda y tunda.
Cansados de sus balbuceos le quitaron la campera de la cabeza. Sinti� el metal
fr�o en la frente.
�Canta o te mato.
Otra voz se superpuso a la primera, m�s segura:
��Qui�n es el mejor adiestrador de la compa��a de canes de Mendoza?
Antes de matarlo Ciro Ahumada dud� y le hizo una pregunta que s�lo otro
mendocino, polic�a y de la secci�n canes, pudiera contestar.
Bartolom� dio al instante el nombre de un suboficial de la provincia.
�Me parece que nos equivocamos, coment� la segunda vos, y el caos volvi� a ser
mundo.
Lo condujeron a una habitaci�n del hotel, lo acostaron, lo revis� una m�dica, le
inyectaron calmantes, dej� de temblar y cerr� los ojos, ensangrentado y
dolorido.
�Flaco, nos equivocamos. Ahora tenemos confianza en vos y te dejamos solo, le
dijo un hombre con brazalete de la Juventud Sindical.
�Me llamo Oscar Vali�o, queremos pedirle disculpas, se present� otra voz, cuando
hab�a transcurrido un lapso, que Bartolom� no supo medir. Coma algo, aqu� tiene,
se va a poner mejor.
�No gracias, no puedo probar nada, desech� Bartolom�.
M�s tarde se lav� la sangre seca, descans� otro rato en la Planta Baja del
Hotel, hasta que Vali�o lo llev� a su casa, en la calle Veracruz 826, de Lan�s
Oeste, donde pas� la noche. El jueves 21 lo acompa�� a La Plata. Llamaron en la
puerta con el n�mero 2184 de la calle 60. N�stor Cibert los condujo a la Capital
Federal, donde intentaron entrevistar en vano a Osinde o Ciro Ahumada, para
reclamar el arma, la fumadora, los documentos, el dinero.
Despu�s de dos d�as de gestiones in�tiles compr� su pasaje en el tren El Zonda.
Lleg� a Mendoza a las 16.05 del domingo 24. A primera hora del lunes se present�
a su jefe y a media voz y con un ojo semicerrado le confi� su triste historia.
Alto el fuego
Tom�s Enrique Chegin ten�a 25 a�os. No era ide�logo ni general sino operario
metal�rgico. Por eso no incurri� en ninguna de las confusiones del senil
I��guez, y arriesg� la vida para aclarar una de ellas.
Despu�s de las 14.30 escuch� disparos detr�s del palco. Puso a su mujer a
cubierto debajo de un cami�n y se encamin� a la zona de donde proven�an. Vio a
los encargados de la seguridad del acto repeler la agresi�n.
Al reiniciarse el tiroteo divis� a un grupo que disparaba hacia donde �l estaba.
Se parapetaban "en un Hogar Escuela que da al frente de la ruta 205, saliendo de
la autopista hacia la izquierda"58.
Chegin no vacil�. Se trep� a un muro, se quit� la camisa e hizo se�as con ella
hasta que consigui� un alto el fuego, "reconoci�ndose entonces dichos grupos
antag�nicos como pertenecientes a una misma fracci�n"59.
Dentro del Hogar Escuela vio un grupo armado, con brazaletes de la Comisi�n
Organizadora, y varias mesas con armas. Su intervenci�n para impedir que los
gendarmes de Osinde y los j�venes del C de O se masacraran entre ellos no le
vali� de mucho. Como otros manifestantes aislados que se desbandaron al o�r los
disparos, fue capturado entre los �rboles y golpeado en una casilla en el palco
oficial.
Tampoco tuvo mejor suerte Jos� Almada, agente de la seccional 30 del Cuerpo de
Polic�a de Tr�nsito de la Polic�a Federal. Lleg� a Ezeiza al mediod�a del martes
19 y planeaba aprovechar al aire libre los feriados del 20 y el 21.
Los primeros estampidos que oy�, poco despu�s de las 14.30, se originaban detr�s
del escenario. Observ� gente agazapada debajo del palco y a medida que se
aproximaba distingui� un enfrentamiento entre un sector del escenario y un grupo
de cien personas ubicadas detr�s del palco.
Al interrumpirse ese tiroteo se produjo una avalancha sobre las vallas que
bloqueaban el acceso al palco.
Almada fue arrastrado por la masa humana, y cuando superaron las vallas abrieron
fuego sobre ellos desde atr�s del palco. El grupo que desbord� las cercas no
disparaba, ni portaba armas, s�lo m�stiles de estandartes y cartelones, record�
Almada. "En consecuencia por su acci�n no hubo bajas en el grupo que los
tiroteaba, entendiendo que debe haberlas habido entre quienes integraban el que
avanzaba"60.
Los que hab�an disparado desde atr�s recuperaron sus posiciones frente al palco,
y el grupo que integraba Almada volvi� a progresar. Un hombre tir� con una
pistola hasta quedar sin municiones. La arroj� al suelo, abri� una navaja
sevillana y la coloc� sobre el cuello de un chico de diez a�os. Almada ayud� a
desarmarlo y liberar al reh�n. Tambi�n particip� en la captura de otro hombre
que les hac�a fuego con una pistola Ballester Molina 22. Los dos fueron
entregados a un comisario inspector en un puesto pr�ximo de la polic�a de Buenos
Aires.
En cambio trasladaron al palco a otro hombre, que sali� del Hogar Escuela y
atac� la zona del palco con granadas. El polic�a de tr�nsito Almada, como el
metal�rgico Chegin y el agente mendocino de la secci�n canes Bartolom� confirman
que uno de los combates m�s encarnizados sucedi� por error entre los ocupantes
del Hogar Escuela y los custodios del palco. Por eso el agresor con granadas,
capturado y entregado al palco, fue puesto en libertad por sus compa�eros, que
ni lo maltrataron en el Hotel como hicieron con Almada ni lo pusieron en manos
de la polic�a.
Ning�n granadero figur� detenido el 20 de junio.
58. 59. Chegin, Tom�s Enrique, declaraci�n indagatoria ante la Polic�a Federal,
el 21 de junio de 1973.
60. Almada, Jos�: declaraci�n indagatoria ante la Polic�a Federal, el 21 de
junio de 1973.
El micr�fono
"Los drogadictos, homosexuales y guerrilleros no pudieron triunfar, no tomaron
el micr�fono para difundir sus mentiras, no coparon el palco de Per�n y Evita",
sostuvo al cumplirse un mes del tiroteo una declaraci�n que Osinde hizo publicar
con la sigla de la Juventud Peronista61.
Dos grabaciones de tres horas, entre las 15 y las 18 aproximadamente, tomadas
desde el p�blico y en el palco, nos ayudar�n a analizar qu� uso dieron sus
poseedores a ese micr�fono por el cual seg�n afirman combatieron.
En ese lapso se distinguen en el palco dos voces, la del locutor oficial
Leonardo Favio y la del mayor Ciro Ahumada. En segundo plano se escuchan frases
cortadas de an�nimos guardias del palco. "M�tenlo, a ese que agarraron m�tenlo",
ordena uno de ellos. Otro informa: "Le voy a revisar la m�quina al que filma
esto". "Ah� lo tiraron a la cabina, viejo", describe un tercero.
La cinta grabada desde el p�blico comienza a las 15, despu�s del primer tiroteo.
Como fondo suenan bombos y sirenas de ambulancias. Por los parlantes se irradia
la marcha peronista y Favio sostiene que ha triunfado la serenidad.
�Vamos a escuchar un par de disquitos. Esta fiesta es hermosa y nada la puede
empa�ar, pretende el locutor. Pero sin transici�n ruega que se abra paso a las
ambulancias y se entonen c�nticos de alegr�a.
Estas incoherencias se repitieron durante tres horas, con menciones indirectas a
la tragedia que se desarrollaba, angustiosas para los manifestantes, que no
escucharon los tiros ni supieron m�s que por Favio que algo anormal suced�a.
Osinde hab�a almorzado con el vicepresidente Lima en el restaurante El Mangrullo
luego de sobrevolar la concentraci�n en un helic�ptero, a las 12.45, y no a las
15 como sostuvo en un descargo posterior. Despu�s volvi� al palco, del que se
retir� minutos antes del primer tiroteo, a las 14.30. Deleg� las comunicaciones
en el teniente coronel Schapapietra y con su joven chofer de rubio pelo enrulado
y su guardaespaldas alto y canoso, ambos armados con ametralladoras, se dirigi�
al Comando de la Fuerza A�rea en la base de Ezeiza, donde le avisaron que se
hab�a producido el primer enfrentamiento.
Sali� hacia el Hotel Internacional, donde ten�a un puesto de comunicaciones.
Tres hombres armados guardaban la puerta de su habitaci�n. All� se reuni� con
Norma Kennedy y Guillermo Hermida, presidente del Congreso Metropolitano del
Partido Justicialista y vinculado a la UOM, que hab�a integrado la seguridad de
Per�n en el regreso de noviembre de 1972.
Estaban escribiendo a m�quina cuando recibieron detalles sobre la magnitud del
tiroteo.
Se sumaron a la reuni�n el Secretario de Informaciones del Estado, brigadier
Horacio Apicella; el Secretario General de la Presidencia, H�ctor C�mpora (h);
el Secretario General peronista Abal Medina; el ministro del Interior, Esteban
Righi; el dirigente de la JP Juan Carlos Dante G�llo; el encargado de la
televisaci�n del acto, Emilio Alfaro; y m�s tarde el vicepresidente Lima, quien
hab�a prolongado su sobremesa en El Mangrullo.
G�llo propuso que Lima y Abal Medina subieran al palco y hablaran por el
micr�fono para serenar a la multitud, pero la profusi�n de balas no se juzg�
saludable para quien ejerc�a interinamente la presidencia.
�De todos modos es necesario dar una respuesta pol�tica y no represiva, insisti�
G�llo.
�Nadie de la Juventud Peronista va a tocar ese micr�fono, le replic� en un
alarido Norma Kennedy.
Cuando se resolvi� que la m�quina descendiera en la base de la Fuerza A�rea en
Mor�n, se plante� la necesidad de establecer un puente de comunicaciones para
que Per�n o C�mpora hablaran desde all� al p�blico reunido en Ezeiza. Alfaro
inform� que hab�a equipos previstos en la casa de la calle Gaspar Campos, en el
Aeroparque y en la Casa Rosada, pero no en Mor�n.
61. La Opini�n, 20 de julio de 1973.
Del trabajo a casa
Un m�vil de la radio privada Rivadavia que montaba guardia en Gaspar Campos se
desplaz� hasta Mor�n para que C�mpora pudiera pronunciar un breve mensaje en el
que acus� a "elementos en contra del pa�s" por haber "distorsionado el acto" y
record� la consigna de Per�n "de casa al trabajo y del trabajo a casa".
Favio, sin m�s directivas que no ceder el micr�fono, segu�a en el palco,
enfrentando un pandemonio que lo exced�a. Minutos antes de las 16 se dirigi� a
personas trepadas en los �rboles.
�Por favor, tienen que bajar en cinco minutos para tener un control m�s
estricto, les pidi� en tono sereno.
�Sab�a Favio que se trataba de personal de la custodia? La fotograf�a del diario
Clar�n que se reproduce en la secci�n documental de este libro lo demuestra. Se
trata de una tarima de madera, con gruesos brazos de hierro, asegurados a las
ramas de un �rbol con remaches de acero, una obra complicada que nadie pudo
instalar en el radio de seguridad del palco sin autorizaci�n de quienes desde
d�as atr�s controlaban el terreno.
El p�blico tambi�n parece tranquilo y corea: El que no baja es un goril�n, y Que
se bajen, que se bajen. El jolgorio se explica porque s�lo se trataba de
verificar la ubicaci�n de la propia gente despu�s de la confusi�n inicial.
A las 16.20 Favio anunci� que era inminente el arribo de Per�n, y cambi� de
tono:
�Si en el t�rmino de medio minuto no ha descendido hasta el �ltimo elemento que
se encuentra en los �rboles, los compa�eros de seguridad comenzar�n a actuar.
Le deben haber obedecido, porque pidi� un aplauso para "los compa�eros que van
descendiendo", los elementos volv�an a ser compa�eros. Pero un poco m�s tarde,
insisti�:
�Los compa�eros que est�n sobre los �rboles, eviten un incidente que puede
llegar a tener caracter�sticas tr�gicas. Desciendan inmediatamente. Es el �ltimo
aviso de los compa�eros encargados de la seguridad del acto. Les van a informar
en t�rminos t�cnicos de qu� modo van a ser desalojados.
El t�cnico que tom� el micr�fono fue Ciro Ahumada. Con voz aguda inform� que
"las fuerzas de seguridad los est�n observando con miras �pticas" y los intim� a
"descender de inmediato", porque de lo contrario "se impartir� la orden para
bajarlos". En forma cada vez m�s imperativa, el militar grit�:
De inmediato, bajar. No puede quedar uno solo arriba de los �rboles.
Y finalmente:
��Bajen de inmediato, o b�jenlos!
Era la orden de fuego. Favio complet� el doble mensaje esquizofr�nico:
�En este d�a maravilloso de reencuentro del pueblo con su l�der los invito a que
cantemos en paz, en armon�a. Vamos a prepararnos para recibir a nuestro l�der,
dijo con una entonaci�n deliberadamente infantil.
Las consecuencias de la decisi�n de Ahumada hicieron estragos en este zool�gico
de cristal. La voz de Favio se escuch� alterada cuando recuper� el micr�fono:
"Les ruego por favor que piensen en los ni�os y las mujeres. Desde los �rboles
nos est�n disparando. Mantengan el control, mantengan la serenidad. Hacia la
derecha, hacia la derecha del palco se encuentra parte de nuestros enemigos".
Ahumada hab�a ordenado que desde el palco se iniciara el fuego, y alguien lo
estaba contestando. La multitud no ve�a ni entend�a los sucesos, y por el
micr�fono no se le transmitieron una idea pol�tica ni una explicaci�n
comprensible de lo que estaba pasando. S�lo palabras inconexas: "El pueblo
peronista es un pueblo valeroso y obediente. Sabemos donde se encuentra cada
uno. Este es un ejemplo maravilloso de serenidad e inteligencia. Piensen en los
ni�os. Mant�nganse en su lugar y no sean pasto de la confusi�n.
Compa�eros, vivemos a Per�n: Viva Per�n, Viva Per�n, Viva Per�n".
Favio no informaba al p�blico lo que ocurr�a pero le solicitaba que se
conservara "alerta y observando cada uno de los acontecimientos" que nadie pod�a
apreciar si estaba a m�s de 50 metros.
Mientras volv�an a escucharse sirenas, Favio anunci� que los enemigos ya hab�an
sido visualizados, sin referir quienes eran y qu� se propon�an. Continuaban los
disparos, y Favio pronunci� las palabras m�gicas:
�Viva Per�n, Viva el general Per�n. Viva Isabel Per�n. Larga vida al general
Per�n.
Luego sugiri� cantar el Himno Nacional, que en la cinta grabada desde el palco
se mezcla con �rdenes y reclamos: "O�d mortales el grito sagrado, libertad,
libertad, libertad... pero viene del lado de atr�s... ya su trono dign�simo
abrieron... Per�n, Per�n... y los libres del mundo responden... Machuca para ese
lado, Machuca para ese lado, que tenemos armas all�... oh juremos con gloria
morir... no tiren compa�eros... no tiren... oh juremos con gloria morir...
lateral compa�eros... oh juremos con gloria morir.
Tirado en el piso de la cabina a prueba de balas Favio se ofreci� como modelo de
serenidad. "El elemental resguardo de seguridad me hace permanecer en esta
posici�n, pero estoy totalmente tranquilo, porque estoy contagiado del valor de
ustedes, el pueblo peronista del general Per�n. Paz, armon�a, tranquilidad y
ejemplo. El mundo nos contempla".
El mundo tal vez no, pero s� algunos de sus acompa�antes en el palco. La voz de
uno de ellos surge n�tida:
�Callate, che salame. Para un poco, che, ah� arriba. Con estas atinadas palabras
concluye la grabaci�n desde el palco. La registrada entre el p�blico prosigue
con fondo de cantos y bombos. Un improvisado orador se hace o�r con dificultad.
"El general Per�n" �dice� "ha regresado a la Patria despu�s de 18 a�os... a cada
uno de nosotros lo que nos tenga que costar... que no nos a�sle nadie nuevamente
al general Per�n de todos nosotros... de la revoluci�n peronista".
La presunta batalla por el micr�fono se reduce a esta comprobaci�n. Ya sabemos
qu� dijeron, y qu� tem�an o�r.
�Peronistas o hijos de puta?
FAR y Montoneros cre�an que la concentraci�n de Ezeiza desequilibrar�a ante los
ojos de Per�n la pugna que los enfrentaba con la rama pol�tica tradicional y los
sindicatos. Cuando el ex-presidente observara la capacidad de movilizaci�n de la
Juventud Peronista y las formaciones especiales, que hab�an forzado al r�gimen
castrense a conceder elecciones, se pronunciar�a en su favor y le har�a un lugar
a su lado en la conducci�n. S�lo deb�an repetir el 20 de junio el acto del 25 de
mayo.
El obst�culo principal que consideraban era la dirigencia sindical y su grupo de
choque, el Comando de Organizaci�n, que tratar�an de evitar la llegada de las
masas organizadas por la izquierda peronista a las proximidades del palco.
Confiaban en sortear la dificultad con su capacidad organizativa y mediante un
dispositivo modesto y simple para romper eventuales cordones. Ambos bandos
ten�an experiencia en ello porque los encontronazos eran frecuentes. Brito Lima,
por ejemplo, basaba su poder en la pericia de un grupo de cadeneros de Mataderos
que lo reconoc�an como su jefe.
La columna que ven�a del sur agrupaba gente de Bah�a Blanca, Mar del Plata, La
Plata, Berisso, Ensenada, Lan�s, Avellaneda, Quilmes, Monte Grande, Lomas de
Zamora, Almirante Brown, Esteban Echeverr�a, Valent�n Alsina. Su conducci�n se
desplazaba en un jeep, cuyos ocupantes ten�an armas cortas y una ametralladora,
la �nica arma larga que ese bando llev� a Ezeiza.
La mayor�a de las cortas eran 22 y 32, y algunos responsables ten�an 38. Siempre
rev�lveres, casi no hab�a pistolas autom�ticas. Preve�an algunos forcejeos, pero
no un tiroteo serio.
En la columna marchaban muchas mujeres y ni�os, hombres mayores, chicos y chicas
de 18 a 22 a�os, a pie y en �mnibus de las intendencias de Lomas, Lan�s, Quilmes
y Avellaneda.
Los del sur del Gran Buenos Aires se reunieron en Monte Grande con los de La
Plata y el sur de la provincia. Las directivas eran las aprendidas de la vasta
experiencia en movilizaciones de 1971 y 1972: encolumnarse por zonas, no
dispersarse, ir tomados de las manos, impedir el ingreso de desconocidos, evitar
provocaciones.
En el jeep con altoparlantes se desplazaban dos montoneros. Horacio Simona s�lo
ten�a 20 a�os y escasa pr�ctica pol�tica. Jos� Luis Nell Tacci, de 35, era una
pieza viva de la historia del peronismo posterior a 1955. Militante del grupo
nacionalista Tacuara, particip� en 1964 en el asalto al Policl�nico Bancario,
que dio comienzo a la guerrilla urbana peronista. Preso y condenado, huy� de los
Tribunales, y en Uruguay se puso en contacto con los Tupamaros. Con ellos
adquiri� una formaci�n te�rica que antes no le hab�a interesado. Particip� en
operativos audaces, expropiaciones, secuestros, hostigamientos. Cay� preso, fue
torturado, organiz� la espectacular fuga del penal de Punta Carretas y volvi� a
la Argentina, donde intervino en la organizaci�n de la Juventud Peronista.
Los distintos grupos conformaron la columna definitiva en la ruta 205 y avenida
Jorge Newbery, de acceso al aeropuerto. De all� siguieron, preocupados por la
prohibici�n de acceder por detr�s del palco.
Hab�an decidido deso�rla, porque la consideraban parte de una maniobra para
suprimir de la concentraci�n a la gente del sur u obligarla a llegar la noche
anterior o a primera hora de la ma�ana.
Los organizadores de la JP no dorm�an desde el d�a anterior, para recorrer los
barrios de cada partido, conversar casa por casa con la gente, conseguir medios
de transporte y coordinar los lugares y horas de cita con los grupos de las
otras zonas. Los manifestantes de los barrios populares de Villa Albertina,
Ingeniero Budge, San Francisco Solano, Berisso, Ensenada, hab�an dejado el lecho
en mitad de la pen�ltima y fr�a noche del oto�o. As� y todo llegaron a la zona
del acto pasado el mediod�a. Para ingresar por la avenida Ricchieri, de frente
al palco como pretend�an los organizadores, todo hubiera debido adelantarse seis
o doce horas. Los vecinos de los barrios no hubieran descansado ni unas horas en
la noche del 19 al 20.
Daban por supuesto que el prop�sito de la comisi�n que fijaba esos criterios
arbitrarios era entorpecer el arribo de columnas organizadas, desalentar con la
suma de obst�culos a los manifestantes menos decididos o resistentes, instigar a
la asistencia de individuos aislados o, a lo sumo, de peque�os grupos, por
barrio y no por zona.
Al saber que cordones del C de O se dispon�an a cortar el paso de la columna, su
conducci�n se detuvo a un kil�metro del palco para deliberar c�mo aproximarse.
Decidieron avanzar por el Este, rodeando la parte trasera del palco, para pasar
al otro lado y ubicar al grueso de la columna frente al estrado central. Un
centenar de militantes de Berisso abrir�a el vallado del Comando de
Organizaci�n, a cadenazos, como era habitual por uno y otro bando en esos a�os
turbulentos.
Detr�s de los cadeneros, pero antes de la columna, marchaban los portadores de
las �nicas armas cortas, con la consigna de intervenir s�lo si eran atacados a
tiros.
"Se siente, se siente, Berisso est� presente" cantaban los manifestantes,
aplaudidos por la multitud. Hubo gritos, insultos, unos pocos forcejeos, y el
cord�n del C de O cedi� paso a la cabeza de la columna. Simona fue el primero en
pasar.
Eran las 14.30 y en el palco todas las armas estaban listas para disparar.
Roto el cord�n, s�lo los primeros 300 manifestantes llegaron hasta el palco de
invitados especiales, detr�s de los responsables. El resto fue detenido por la
densidad de la manifestaci�n.
Desde el palco un hombre con el brazalete verde de la Juventud Sindical
enrojeci� gritando:
�La Patria Socialista se la meten en el culo.
Simona retrocedi�, buscando d�nde ubicar a tantos miles de personas. Al frente
de la columna hab�an quedado la Juventud Peronista de Quilmes y de Avellaneda.
Como no pudieron pasar volvieron hacia la parte posterior del palco, seguidos
por las columnas de La Plata y de la Uni�n de Estudiantes Secundarios.
Leonardo Favio les pidi� que no siguieran. "Sab�a que les pod�an tirar. Ven�an
cantando y tra�an carteles. Yo no vi armas, aunque no puedo decir que no las
tuvieran", record� despu�s62.
En ese momento se inici� el tiroteo y la columna se desband� en varias
direcciones. Los pocos hombres armados con cortas se arrojaron al suelo y
contestaron al fuego. Del palco segu�an tirando con armas largas y autom�ticas.
Las columnas se reagruparon, atendieron a sus heridos, evacuaron a quienes no
pod�an seguir. Nell recorri� el terreno observando el dispositivo de Osinde. Vio
un Peugeot quemado y otros dos autos semivolcados. Del Peugeot sali� un hombre
con un portafolios. Con su jeep embanderado Nell trep� por la loma lateral y
estacion� a 100 metros del palco.
Hab�an pasado dos horas del primer tiroteo. Simona con un par de acompa�antes
trep� la loma y se ech� a dormir dentro del jeep. Eran las 16.20. La columna de
la Uni�n de Estudiantes Secundarios acamp� detr�s del palco. Algunos muchachos
colocaron sus estandartes en la estructura tubular de uno de los palcos
laterales y la mayor�a se acost� a descansar en el pasto.
Por el micr�fono se intim� a quienes estaban subidos a los �rboles y Ciro
Ahumada dispuso su desalojo. Siete hombres con fusiles, carabinas recortadas y
ametralladoras, saltaron la valla de la pista de helic�pteros y se dirigieron
hacia la zona boscosa, encabezados por el capit�n Chavarri.
En el camino se cruzaron con el jeep, donde Nell y Simona reposaban,
desprevenidos y alejados de su columna, en compa��a s�lo de cuatro compa�eros.
Chavarri, que ya los hab�a dejado atr�s, regres� a la zona boscosa con un grupo
de acompa�antes, se detuvo frente al jeep e increp� a Nell:
��Qu� quieren ustedes, quienes son?
�Peronistas somos. �Y ustedes?
�Peronistas no. Ustedes son unos hijos de puta.
62. Leonardo Favio, conferencia de prensa en su casa, 25 de junio, 1973.
Nell estaba de pie al lado del veh�culo. La ametralladora segu�a dentro de un
bolso cerrado, en el jeep. Chavarri le apunt� su pistola 11,25 a la cabeza. Los
dos hombres se miraron a los ojos. Chavarri ni Nell hab�an reparado en Simona,
que vio a su compa�ero indefenso y tir� primero. El militar cay� muerto y sus
acompa�antes corrieron hasta el palco desde donde se abri� fuego con armas
largas contra el jeep.
Simona y Nell escaparon hacia los �rboles. En el camino se encontraron con el
grupo que Chavarri hab�a enviado hacia all�, que al recibir fuego del lado del
palco lo respondi�.
Los acribillaron desde menos de diez metros. Nell cay� de frente, con la cabeza
dentro del bolso, del que aun no hab�a salido la ametralladora. Simona yac�a de
cara al cielo. Se toc� el cuerpo y trat� de desvestirse, buscando la herida. Un
compa�ero intent� arrastrarlo de una mano hasta un �rbol, pero desde los otros
�rboles segu�an tirando. Simona y Nell quedaron abandonados.
Volvieron por ellos cuando el tiroteo decreci�. Simona estaba muerto, rematado a
cadenazos y con un disparo en la cara. Nell inm�vil, en la misma posici�n en que
cay� herido, pero sin el bolso con la metra, que quienes remataron a Simona se
llevaron, crey�ndolo muerto.
Desde el Hogar Escuela, a espaldas de la loma donde se produjeron estos
enfrentamientos, disparaban con FAL y carabinas, produciendo la confusi�n ya
descrita en cap�tulos anteriores. De all� provino tal vez el disparo que abati�
al adolescente Hugo Oscar Lanvers, de la UES, uno de los que huyeron hacia el
bosquecito, tomados entre dos fuegos, cuando los custodios del palco, avanzando
por debajo de las gradas, comenzaron a balearlos. Tiraban desde arriba y desde
abajo del palco, sobre los muchachos de la UES y hacia el bosquecito.
Dentro del jeep quedaron los documentos y las camperas de varios de sus
ocupantes, que luego de concluido ese combate se dispusieron a recuperarlo. Se
despojaron de sus brazaletes identificatorios y treparon la loma. Eran tres
hombres, y s�lo dos armados. Uno con dos municiones, el otro con tres.
Encontraron al jeep rodeado de gente desconocida.
�Osinde mand� buscar el jeep. �Qu� hacen aqu�?, mintieron.
Nadie contest� pero se alejaron y les permitieron llevarse el jeep. Cuando lo
pusieron en marcha, sin la llave de contacto que hab�a desaparecido, y tomaron
hacia la ruta, alcanzaron a o�r una voz:
�Ma que Osinde. Ustedes se lo van a afanar al jeep. Pero ya era tarde, y nadie
los detuvo.
La pista segura
Cuando se reincorpor�, Favio mir� alrededor. Calcul� que estaba frente a tres
millones de personas tan desorientadas como �l y por primera vez en ese d�a no
supo qu� decirles. Las im�genes de los linchamientos que hab�a visto en el palco
lo deprim�an. Busc� a alguien que le indicara qu� deb�a hacer porque se sent�a
anonadado. No encontr� a ninguno de los responsables de la organizaci�n.
Dej� el palco y se dirigi� hacia el Hotel Internacional. Tampoco all� estaban
los organizadores. Agotado, entr� en su habitaci�n y se acost�. Golpearon a su
puerta cuando a�n no se hab�a serenado.
�Est�n torturando a los detenidos, le dijo alguien.
��Qu� detenidos?
�Los muchachos que llevaron al palco. Los est�n golpeando. Los van a matar 63.
Corri� 15 metros por el pasillo, hacia la izquierda de los ascensores. Frente a
una habitaci�n hab�a varias personas que trataron de cerrarle el paso.
�Mira loco, yo soy Leonardo Favio. Abajo est� todo el periodismo del mundo. A m�
ustedes no me paran.
Lo dejaron pasar. Golpe� la puerta.
�Abran, gritaba.
�Favio, qu�date tranquilo, entra solo, le contestaron desde adentro.
Cuando la puerta se entorn� Favio la empuj� con el hombro y qued� dentro de la
habitaci�n. En las paredes hab�a sangre. Seis hombres j�venes estaban parados
contra la pared, con las manos en la nuca, y otros dos tendidos en la cama, boca
abajo. Mientras un custodio les apuntaba con un arma, otros les pegaban con
manoplas, culatas de pistolas, trozos de mangueras y ca�os de hierro. Favio
crey� que uno estaba agonizando. Imperativo, exigi� que parara el castigo.
�Ustedes la cortan aqu� y yo me olvido de todo.
��C�mo haces?
�Digo que los golpe� la multitud enardecida. Pero no los maten.
Consigui� convencerlos. Estaba mareado y ten�a n�useas, pero atin� a pedir los
nombres de los ocho. As� les salv� la vida.
�� Vos c�mo te llamas?
�V�ctor Daniel Mendoza.
Quiso anotar V�ctor Daniel Mendoza en un papelito, pero no pod�a escribir.
Alguien lo hizo por �l. Cada uno dio su nombre: Luis Ernesto Pellizz�n, Jos�
Britos, Juan Carlos Duarte, Alberto Formigo, Dardo Jos� Gonz�lez, Juan Jos�
Pedrazza, Jos� Almada64.
�A estos hijos de puta hay que reventarlos, amenaz� uno de los torturadores. No
se la van a llevar de arriba.
Estaba descontrolado. Las rodillas de Favio se quebraban. Volv�a la angustia.
�O los atienden ya mismo o yo me mato, alcanz� a decir, ahora lloroso.
�� Vos te matas? pregunt� azorado un hombre con una cadena en la mano.
�Esto no me lo olvido m�s. Quiero mirar de frente a mis hijos y si esto no se
acaba ya mismo no voy a poder.
Tal vez por el desconcierto, los apacigu�. Dej� plata para que les sirvieran
caf� y cognac a los presos y sali� de la habitaci�n para buscar un m�dico. No
hab�a ninguno pero pudo tomar un cognac y escribir varias copias de la lista de
nombres. Las fue repartiendo en la Planta Baja del hotel, una a cada rostro que
le inspir� confianza.
63. Leonardo Favio, declaraci�n indagatoria ante la Polic�a Federal.
64. Declaraciones de los ocho detenidos ante la Polic�a Federal, el 21 de junio
de 1973.
Los cadenazos recomenzaron en cuanto Favio cerr� la puerta. Mientras lo
golpeaban en la cabeza y la espalda sus captores exig�an que Formigo firmara que
era comunista y que hab�a sido sorprendido portando una ametralladora, datos
visiblemente contradictorios. De Gonz�lez pretend�an que se declarara miembro
del ERP. A Pedrazza le dec�an: "Tosco te mand� a vos". Con Mendoza fueron menos
sutiles. Lo acusaron a golpes de manopla de militar en el ERP y en el Partido
Comunista.
�Ahora los llevamos al bosque y los regamos de plomo, le anunciaron a Almada.
La plata del cognac y el caf� corri� la misma suerte que la pistola Tala 22, los
100 pesos y el pa�uelo que le quitaron a Pedrazza; el reloj y los anteojos de
Pellizz�n; los 4.800 pesos y el encendedor de Almada; los 175.000 pesos que
llevaba encima Britos y los documentos de todos.
�Si les preguntan, ustedes dicen que el caf� estaba calentito y que gracias por
el cognac, los instruyeron.
Favio busc� el auxilio de alg�n polic�a en el hotel, pero en el territorio de
Osinde no encontr� un solo uniformado. Al volver a la habitaci�n sospech� que el
reparto de golpes hab�a continuado. Exigi� que los presos pudieran sentarse y
bajar los brazos, aguard� la llegada de una m�dica y reci�n entonces se fue a la
Casa de Gobierno, donde lo esperaban C�mpora (h) y el ministro Righi, con
quienes hab�a hablado por tel�fono.
Lleg� a Buenos Aires cerca de las once de la noche y les narr� lo que hab�a
visto.
A la una y media de la madrugada del 21 de junio, el invierno comenz� en la
delegaci�n Ezeiza de la Polic�a Federal con una llamada telef�nica fuera de lo
com�n, al 620-0119.
�Aqu� el coronel Far�as, del ministerio del Interior. Comun�queme con el oficial
a cargo 65.
El comisario Domingo Tesone acudi� al tel�fono:
�Le hablo por indicaci�n del ministro del Interior. Esc�cheme bien...
�Perd�n coronel, pero antes debo verificar la autenticidad del llamado. �D�nde
est� usted?
�Le habla el coronel Far�as, n�mero 38- 9027. Tengo �rdenes urgentes del se�or
ministro.
Colgaron. Tesone disco.
�Ahora s� se�or, lo escucho.
�Debe constituirse de inmediato en el Hotel Internacional de Ezeiza. Con todas
las garant�as del caso trasladar a los detenidos a la Jefatura de la Polic�a
Federal. �Comprendido?
�Afirmativo se�or.
Tesone indag� primero al encargado del hotel, Jes�s Parrado.
�Las habitaciones del primer piso fueron reservadas por el Movimiento Nacional
Justicialista, a nombre del teniente coronel Osinde, inform� Parrado.
En la habitaci�n 115 hab�a ocho personas, cuatro sobre una cama de dos plazas,
dos sentadas en el suelo contra un placard y dos al pie de una ventana,
inm�viles y doloridas. Le dijeron que no hab�an sido golpeados all� sino en las
habitaciones contiguas.
Tesone las revis�. La 116 y la 117 estaban revueltas pero limpias. Las paredes y
las camas de la 118 segu�an salpicadas de sangre. Los m�dicos Jorge Mafoni,
Alicia Cacopardo y Alicia Bali, de las ambulancias 3, 63 y 70 del Centro de
Informaci�n para Emergencias y Cat�strofes de la Municipalidad de Buenos Aires,
les hicieron una primera curaci�n. Los que estaban en mejores condiciones fueron
trasladados a la sub jefatura de la Polic�a Federal, los dem�s a los hospitales
Fern�ndez y Ramos Mej�a, donde contestaron las preguntas de los instructores
policiales.
Cuando L�pez Rega tuvo en sus manos el preciso informe policial exigi� una
respuesta de Osinde.
�Hay que contestar esto, trin� su voz aguda. Osinde redact� un primer descargo.
No fue personal a mis �rdenes el que llev� a los provocadores al hotel, y cuando
me enter� solicit� que los identificaran y los evacuaran a un hospital, minti�.
65. Informe del comisario Domingo Tesone.
Ciro Ahumada adorn� la f�bula de su jefe. Se quej� por la "inconsciencia
est�pida" de quienes trasladaron a los presos al hotel. "Podr�an haberlo hecho
en cualquier otro lugar, pero eligieron justamente ese, y con la mala fe de
aprovechar las circunstancias de que no se encontrase ninguna persona que
pudiese evitarlo puesto que cada uno estaba en sus puestos de responsabilidad".
Ni se molest� en explicar como tuvieron acceso al sector reservado del hotel si
no formaban parte de la comisi�n organizadora66.
"�Quienes fueron?", concluy�. "No ser� dif�cil localizarlos. Se tiene la pista
segura". Ni el coronel Osinde ni el capit�n Ahumada la siguieron, porque sab�an
adonde llevaba.
66. Ciro Ahumada, memor�ndum a Osinde, en la secci�n documental.
Muertos y heridos
De los 13 muertos identificados en Ezeiza, tres pertenec�an a Montoneros o a sus
agrupaciones juveniles: Horacio Simona, Antonio Quispe y Hugo Oscar Lanvers.
Uno, el capit�n del Ej�rcito Roberto M�ximo Chavarri, integraba la custodia del
palco organizada por Osinde. Ignoramos quienes eran los nueve restantes, aunque
sabemos sus nombres: Antonio Aquino, Claudio Elido Ar�valo, Manuel Segundo
Cabrera, Rogelio Cuesta, Carlos Dom�nguez, Ra�l Horacio Obregozo, Pedro Lorenzo
L�pez Gonz�lez, Natalio Ruiz y Hugo Sergio Larramendia.
No hubo informes oficiales sobre las v�ctimas de la masacre y ninguna de las
partes subsan� esa falta. Osinde, porque intent� ocultar las evidencias que
expondremos en este cap�tulo. Righi porque estaba atareado defendi�ndose de las
acusaciones de los asesinos y no ten�a tiempo ni personal para estudiar las
listas que pose�a y de las que hubiera podido extraer elementos de juicio en
favor de la causa que defend�a. El COR y los sindicatos porque la publicaci�n de
esas listas no hubiera contribuido a sostener la versi�n de un ataque contra el
palco. El juez Peralta Calvo, porque todav�a no era evidente quien ganar�a la
partida.
Las n�minas de heridos son incompletas, an�rquicas. Las confeccionaron distintas
reparticiones federales, provinciales y municipales con datos recogidos en
hospitales y comisar�as, donde anotaron los nombres de los internados pero no
controlaron sus documentos de identidad y s�lo en algunos casos consignaron sus
domicilios. Cuando estas listas manuscritas fueron mecanografiadas a los errores
de la recolecci�n de datos se sumaron los de su transcripci�n.
Hay nombres registrados de dos, tres, cuatro y hasta cinco maneras seg�n las
distintas n�minas, como el del peruano de La Plata Antonio Quispe, quien tambi�n
figura como Cristi, Crispi, Crispo y Gisper. Muchos internados fueron dados de
alta sin que quedaran constancias de su paso por los hospitales. Otros se
repitieron en la misma lista con diferentes graf�as, como el herido Abate, Abati
o Lavati, o no se incorporaron a lista alguna, como Jos� Luis Nell.
Los heridos fueron curados en el Policl�nico de Ezeiza, el hospital San Jos� de
Monte Grande, el Ar�oz Alfaro de Lan�s, el Gandulfo de Lomas de Zamora, el
Fiorito de Avellaneda, el de cirug�a de Haedo, los de la Capital Federal
Salaberry, Penna, Alvarez, Pinero, Argerich y Ferroviario, en el Centro Gallego
y en cl�nicas privadas.
Reconstruir la cifra exacta es imposible, pero sobran elementos para formular
una estimaci�n m�nima confiable. El Servicio de Inteligencia de la polic�a de la
provincia de Buenos Aires, SIPBA, recopil� una serie de 102 heridos
identificados, el 22 de junio. El 21, el Comando de Operaciones de la Direcci�n
General de Seguridad, con la firma del comisario inspector Julio M�ndez, hab�a
presentado un informe con la misma cantidad, aunque a�ad�a que en el Policl�nico
de Ezeiza hab�an otros 205 sin identificar. Con ese �ltimo dato coincide un
informe de la Direcci�n de Asuntos Policiales e Informaci�n del ministerio del
Interior.
Esos 205 heridos no reaparecen en ning�n parte posterior, lo cual hace presumir
que eran los de menor gravedad, que ninguno de ellos muri� y que pronto se
retiraron a sus casas.
Adem�s, la subsecretar�a de Salud P�blica del ministerio de Bienestar Social de
la provincia de Buenos Aires comput� otros 17 heridos en el hospital de cirug�a
de Haedo.
Finalmente otra n�mina, en papel sin membrete y sin firma, enumera los nombres y
apellidos de 133 heridos, de los cuales dice que 43 fueron informados por la
polic�a de Buenos Aires.
Si cotejamos las distintas fuentes llegamos a esta s�ntesis:
Heridos de bala identificados 133
Heridos de bala sin identificar 222
Total 365
�Cuantos m�s fueron atendidos en otros hospitales, cl�nicas privadas,
consultorios o domicilios sin dejar rastros, como en el caso de Nell? �Cu�ntos
de los 365 murieron en los d�as siguientes? Es imposible saberlo, aunque la
cifra de 13 muertos y 365 heridos ya expone la gravedad de lo sucedido. Las
versiones que desde entonces han circulado sobre centenares de muertos son
indemostrables y a la luz de estas cifras, inveros�miles.
De los 133 heridos identificados cerca de la mitad se retiraron de los
hospitales sin declarar su domicilio, pero el an�lisis de los restantes es
concluyente. La lista del ministerio del Interior recoge los domicilios de 73
heridos identificados, es decir 54 �/o de todos los heridos identificados y 20
�/o del conjunto de heridos de los que qued� alg�n registro. Como adem�s est�
formada por internados en todos los hospitales a donde se derivaron heridos,
esta muestra es estad�sticamente representativa, de modo que sus conclusiones
pueden proyectarse al total con un peque�o margen de error.
De esos 73 heridos identificados, 34, es decir el 46 �/o llegaron desde los
barrios y partidos que engrosaron la columna sur agredida: 5 viv�an en La Plata,
4 en Monte Grande, 3 en Lan�s, 2 en Wilde, Florencio V�rela, Sarand�, Valent�n
Alsina, Ingeniero Budge y Berazategui, y uno en Ensenada, Ringuelet, San
Francisco Solano, Villa Fiorito, Berisso, Quilmes, Lomas de Zamora, Ezeiza,
Villa Albertina y Almirante Brown.
Este porcentaje crece en las otras n�minas disponibles: es del 51 �/o en el
informe del Servicio de Inteligencia de la provincia de Buenos Aires (40 sobre
77); del 53 �/o en el de la Direcci�n General de Seguridad (38 sobre 71); del 61
�/o en una n�mina de autor desconocido, que recopila datos de distintas fuentes
(32 sobre 52).
Es decir que entre el 46 y el 61 % de los heridos eran miembros de la columna
sur atacada por los fuegos cruzados del palco y el Hogar Escuela.
Tan importante como esto es la imposibilidad de agrupar en forma significativa
al resto de los heridos. Se trata de porcentajes m�nimos de una infinidad de
lugares: distintos barrios de la Capital Federal, todos los partidos del Gran
Buenos Aires, muchas provincias. Fueron sin lugar a dudas grupos aislados o
persona solas, que no formaban parte de ning�n bando interno peronista.
Osinde vs. Righi
Osinde quiso hablar con L�pez Rega la noche del mi�rcoles 20, pero el secretario
de Per�n ten�a otra idea. Le orden� que preparara un informe escrito y se lo
entregara al mediod�a del jueves 21 en la residencia de Gaspar Campos 1065.
Sab�a que una investigaci�n a fondo pondr�a en peligro sus planes y quer�a
llegar bien preparado a la primera reuni�n de gabinete.
Durante m�s de tres horas, C�mpora analiz� toda la informaci�n en la
Presidencia, junto con el vicepresidente Lima, los ministros del Interior Righi,
de Justicia Ben�tez, de Educaci�n Taiana, de Bienestar Social L�pez Rega, el
presidente provisional del Senado D�az Bialet, el presidente del bloque de
diputados justicialistas Ferdinando Pedrini, los secretarios generales de la CGT
Jos� Rucci y de las 62 Lorenzo Miguel, el secretario general del Movimiento Abal
Medina, los jefes de las polic�as Federal general Ferrazzano y de Buenos Aires
coronel Ademar Bidegain, el director de la agencia noticiosa estatal Telam Jorge
Napp, el brigadier Arturo Pons Bedoya, Norma Kennedy, Jorge Llampart, Osinde,
Leonardo Favio, el m�sico Rodolfo Sciammarella y el Secretario General de la
Presidencia H�ctor C�mpora (h).
Dos bandos, dos descripciones de los hechos, dos interpretaciones acerca de sus
causas quedaron definidas desde entonces y se volvieron a confrontar en nuevas
reuniones los d�as siguientes.
Cabeza de un bando era Osinde, del otro Righi. El militar torturador y el
abogado que reclamaba de la polic�a m�todos humanos. El t�cnico encargado de
organizar escuadrones secretos para contener la movilizaci�n incontrolable por
el aparato sindical, y el inspirador de la derogaci�n de las leyes represivas.
El veterano jefe de los servicios de informaciones, arquetipo de la derecha
peronista, y el joven ministro que orden� quemar sus archivos, ala izquierda del
gabinete de C�mpora, s�ntesis de las virtudes y de las limitaciones que marcaron
sus 49 d�as de gobierno.
Osinde present� seis documentos de dispar inter�s: la cartilla que rese�amos en
el cap�tulo El ministerio del pueblo, un "Informe sint�tico", una "S�ntesis
cronol�gica", una "S�ntesis de las impresiones recogidas en la reuni�n del d�a
21", un papel de "S�ntesis" y un "Memor�ndum del se�or Ciro Ahumada"67.
La Conspiraci�n Marxista
En el "Informe sint�tico" Osinde consigna su primer discrepancia con Righi
mientras se "organizaba el acto. Recuerda haber pedido que las fuerzas de
seguridad reprimieran con severidad todo intento de perturbaci�n y la respuesta
del ministro, quien "objet� el t�rmino reprimir por intervenir". Seg�n Osinde,
Righi adujo que era posible actuar frente a grupos de 20 o 30 personas, pero no
ante "columnas mayores que eran expresi�n del pueblo".
Este es el informe en el que Osinde finge ignorancia sobre las ocupaciones en el
barrio Esteban Echeverr�a, como ya vimos desmentido por la polic�a de Buenos
Aires y el periodismo local, afirma sin apego a los hechos que no era personal a
sus ordenes el que tortur� a los detenidos en el hotel, y se atribuye haber
solicitado su identificaci�n y evacuaci�n a un hospital. Para diluir su
responsabilidad, Osinde destaca que adem�s de los activistas sindicales y el
personal de seguridad reclutado por �l, tambi�n participaron del operativo la
Polic�a Federal, la de Buenos Aires, la Gendarmer�a y la Prefectura, pero omite
que hab�a exigido y logrado que esas fuerzas s�lo respondieran a su mando.
Dice que al observar que la columna que identifica como de FAL, 22 de Agosto,
FAR, ERP y Montoneros, y que cantaba Per�n, Evita, la Patria Socialista, se
divid�a y rodeaba el palco por detr�s, dispuso que acudiera el destacamento de
la Polic�a Federal que estaba al Oeste del palco, pero que esas fuerzas se
hab�an replegado por orden de Righi.
67. Ver secci�n documental.
Seg�n Osinde, "la tragedia de las vidas perdidas y la frustraci�n de los
millones que no pudieron rendir homenaje a Per�n", pudo evitarse con la acci�n
preventiva de las fuerzas de seguridad ausentes por culpa del ministro del
Interior.
En la "S�ntesis cronol�gica" perfeccion� la versi�n. La columna que lleg� por la
ruta 205 con el prop�sito de rodear el palco era precedida por un hombre delgado
y alto que empu�aba un sable y dirig�a al conjunto con un meg�fono desde un
jeep.
De acuerdo con el relato de Osinde, la barrera del C de O los contuvo
pac�ficamente hasta que el hombre que dirig�a la columna levant� su meg�fono. A
esa se�al, tiradores ubicados en los �rboles y grupos m�viles que salieron de
los montes y se desplazaron a los costados del tr�bol, abrieron fuego contra el
palco. Entonces los custodios reprimieron a los francotiradores apostados en los
�rboles.
Repasemos la versi�n de Osinde:
Quien divis� la columna que se acercaba e inform� al palco fue el general
I��guez a trav�s de la red del COR, y como ya vimos, en ning�n momento de la
transmisi�n mencion� consignas o leyendas del ERP, FAL, o 22 de Agosto. S�lo de
FAR y Montoneros. El a�adido de Osinde obedece al prop�sito premeditado de
presentar los hechos como una conspiraci�n marxista.
Tambi�n vimos que fueron los custodios del palco quienes abrieron el fuego sobre
una columna que no portaba armas autom�ticas. Al equipo de Osinde pertenec�an
adem�s los francotiradores apostados en los �rboles. Y los disparos desde las
zonas boscosas proven�an del Hogar Escuela ocupado por la Juventud Sindical, el
COR y el Comando de Organizaci�n.
Por otra parte, el fuego desde el palco sobre los francotiradores no ocurri�
simult�neamente con el ataque contra la columna sur sino m�s tarde.
En abierta contradicci�n con el "Informe sint�tico", la "S�ntesis cronol�gica"
admite que el Hogar Escuela estaba en manos de gente de Osinde. En compensaci�n
describe un imaginario intento de coparlo por grupos no identificados.
Osinde sostuvo que al o�r detonaciones detr�s del palco hacia el Este, el jefe
de seguridad E. Iglesias comprob� que veinte hombres armados que ocupaban el
bosque aleda�o intentaban rodear al Hogar Escuela, apoyados por mil hombres que
con sus gritos hostigaban "a los compa�eros que estaban dentro del Hogar
Escuela".
Sus afirmaciones no las refut� Righi, sino el memor�ndum de Ciro Ahumada, que el
propio Osinde present� al gabinete. Ahumada manifest� que los primeros disparos
vinieron del sudoeste del palco, donde altos pinos bordean la ruta 205. Dijo que
"pareci� un tiro de prueba y reglaje" que fue "repelido espont�neamente por
grupos armados que se encontraban en proximidad al lugar".
Desaparece as� el fant�stico hombre del sable y el meg�fono, su se�al de fuego,
el intento de copar el palco. En la versi�n de Ahumada s�lo hay tiros de
punter�a efectuados desde lejos.
A diferencia de Osinde, Ciro distingue el primer enfrentamiento del segundo.
Sostiene que el fuego se reabri� al darse la orden de descender de los �rboles y
que se enviaron "efectivos propios a efectuar tareas de limpieza, rastrillaje,
observaci�n del cumplimiento de la orden, observaci�n para la localizaci�n de
los grupos provocadores, neutralizaci�n de los mismos, toma de prisioneros,
etc".
S�lo faltar�a agregar a esta confesi�n que fue Ciro quien orden� a los
"presuntos compa�eros" que bajaran de los �rboles, y al personal que les
apuntaba con "miras �pticas" abrir el fuego.
Ciro concluye denunciando un plan malvado, que no enuncia, y el apoyo del
ministro del Interior, "un imberbe al que tal vez le falta el conocimiento de 18
a�os de lucha dura y en todos los campos y no la lectura superficial de textos
acad�micos muy bien encuadernados".
Esta fue la versi�n a la que Osinde se atuvo en todas las discusiones
posteriores y que el capit�n de la Fuerza A�rea Corval�n hizo filtrar a los
medios adictos de difusi�n.
La Raz�n atribuy� su art�culo a los servicios y organismos oficiales de
seguridad y sigui� textualmente el "Informe sint�tico" y la "S�ntesis
cronol�gica" de Osinde, con el hombre del sable y el meg�fono, el movimiento de
pinzas para copar el palco, los carteles del ERP y los francotiradores en los
�rboles68.
��Los troscos nos han rodeado, no tenemos salvaci�n! claman los custodios del
palco en el dram�tico relato de La Raz�n, que tambi�n acusa al ministro del
Interior de haber ordenado que las fuerzas policiales no intervinieran.
La versi�n incluye un aderezo sabroso: los detenidos portaban chalecos, coraza y
rifles con mira telesc�pica para atentar contra Per�n, en sus bolsillos ten�an
"ravioles de coca�na y otras drogas estimulantes" y la mayor�a admiti�
"pertenecer al ERP de Santucho y al FAR69".
El Economista difundi� la misma historia y la atribuy� a un miembro de la
seguridad de Osinde, que dotado de prism�ticos estuvo en el palco hasta las
19.30 y en el Hotel Internacional hasta la ma�ana siguiente. Seg�n el semanario
patronal "la historia reconocer� alg�n d�a los m�ritos" del personal dirigido
por Osinde que impidi� un atentado contra Per�n y su esposa70.
Con ligeras variaciones repitieron esta narraci�n Clar�n y Prensa Confidencial.
De este modo Osinde consigui� colocar a Righi a la defensiva.
El presidente vicario
�Qu� contest� el ministro del Interior?
Despu�s de la masacre comprendi� en un minuto lo que no hab�a percibido en un
mes: la pol�tica sectaria de la comisi�n organizadora, el sentido de las
ocupaciones, la red de complicidades que condujo al 20 de junio. Advirti� que su
sill�n era la primera presa codiciada, desminti� el trascendido period�stico
sobre su relevo por el general I��guez y mientras preparaba su defensa pol�tica
encarg� a la Polic�a Federal y a la de Buenos Aires que avanzaran las
investigaciones sobre lo sucedido en Ezeiza.
Ante la comisi�n investigadora expuso que deb�an buscarse las causas en la
situaci�n del gobierno y del peronismo. Aleg� que C�mpora era un presidente
vicario debido a la proscripci�n contra Per�n y destac� las dificultades de
comunicaci�n entre Buenos Aires y Madrid.
Righi era consciente de la debilidad del gobierno que integraba, pero s�lo
insinu� el aval de Per�n con que hab�a contado la Comisi�n Organizadora.
Tambi�n se refiri� a la falta de una autoridad fuerte en la conducci�n peronista
y a la pugna de sectores que a�n antes del 20 de junio hab�a conducido a
enfrentamientos armados.
"En ese clima, sigui�, la Comisi�n prepara la recepci�n al teniente general
Per�n. Lo hace con neto sentido sectorial, marginando a los grupos adversos y
armando a los propios. Los adversos toman cuenta del tono de los preparativos y
se organizan tambi�n b�licamente. Es decir, la Comisi�n, en vez de sintetizar
las diferencias que no pod�an ignorar, acent�a la sectorizaci�n exacerbando las
rivalidades de tal manera que sucedi� lo que sucedi�, como muchos previeron. Las
pugnas entre los sectores juveniles desplazados y los sectores adictos a la
Comisi�n por ocupar posiciones cerca del palco, concluy� en los hechos
conocidos".
La equiparaci�n del arsenal de guerra montado en el palco con las pocas armas de
uso civil de la columna sur es una equilibrada versi�n centrista que no. refleja
con fidelidad lo sucedido.
Righi a�adi� que la presencia de Per�n en el pa�s impedir�a la reiteraci�n de
episodios similares y sugiri� que el ex presidente convocara a los sectores a
pactar en su presencia reglas claras del juego.
68. 69. La Raz�n, 22 de junio de 1973.
70. El Economista, 22 de junio de 1973.
Junto con las primeras investigaciones policiales el subsecretario del Interior
Leopoldo Schiffrin elev� a Righi algunas observaciones. "Me indigna" �dijo�" que
se discutan cuestiones sin ninguna importancia, cuando el problema reside en que
Osinde asumi� el control y la seguridad del palco excluyendo totalmente a la
polic�a, a la que ten�a a su exclusiva disposici�n, y quiera achacar a la falta
de actuaci�n policial el suceso ocasionado por haber otorgado el control del
palco a uno de los sectores en conflicto. Me parece que aqu� hace falta golpear
y duro. Osinde es el que tiene que justificarse ante los ministros. No �stos
ante �l. No cometas el error de hacerte perdonar la vida"71.
Schiffrin tambi�n suministr� a Righi los elementos para desmentir la acusaci�n
m�s grave de Osinde. Le inform� que los efectivos policiales hab�an permanecido
en sus lugares esperando la orden de actuar que nunca lleg�, porque Osinde
abandon� el palco antes de los enfrentamientos, y mencion� a los responsables de
esta afirmaci�n, los comisarios Gonz�lez y Pinto, quien dos a�os despu�s fue
designado por Isabel Jefe de la Polic�a Federal. Tambi�n explic� que las fuerzas
policiales que seg�n Osinde se hab�an replegado no eran m�s que el peque�o
destacamento que controla el tr�nsito cerca de El Mangrullo. "Me reitera el
comisario Gonz�lez que en las reuniones con Osinde se hab�a convenido en que
s�lo �ste deb�a dar la orden de fuego", agreg� Schiffrin.
El jefe de la Polic�a Federal argument� en el mismo sentido. El general Heraclio
Ferrazzano ratific� que Osinde hab�a rechazado la planificaci�n policial y s�lo
hab�a requerido fuerzas de uniforme "en lugar alejado de la vista del p�blico y
con posibilidades de desplazamiento por interiores del terreno"72, servicio de
bomberos, brigada de explosivos, t�cnicos en comunicaciones, dos salas para
detenidos alejadas del palco y apresto de fuerzas en la Capital Federal "para el
supuesto de actuaci�n en Plaza de Mayo".
Ferrazzano certific� que Osinde hab�a asumido en forma exclusiva la seguridad
del palco "que efectuar�a con integrantes de la Juventud y suboficiales
retirados del Ej�rcito Argentino, en el primer cerco de protecci�n,
complementado por otros cercos a cargo de entidades gremiales", y reiter� que
las fuerzas policiales acantonadas a 1.500 metros del lugar no ten�an
posibilidad de actuaci�n inmediata, ni deb�an intervenir sin orden de Osinde.
Tambi�n particip� en la discusi�n el Secretario General de la Presidencia,
H�ctor C�mpora (h). Narr� que a las 14 del 20 de junio el suboficial �ngel
Bord�n le hab�a advertido que el personal a �rdenes de Osinde imped�a el acceso
de la custodia presidencial al palco, donde hab�a demasiada gente armada. Seg�n
C�mpora, Bord�n le refiri� que los guardias del palco hab�an obligado varias
veces a los manifestantes a echarse al suelo, apunt�ndoles con sus armas rodilla
en tierra, y le dijo que "si segu�a as� iba a terminar mal". El Secretario
General de la Presidencia verific� la denuncia de Bord�n. Juntos intentaron
subir al palco y fueron rechazados.
El Secretario General del Movimiento Peronista, Abal Medina, argument� que la
Comisi�n Organizadora hab�a procedido con sectarismo, marginado a la Juventud
Peronista y puesto el palco a disposici�n "de un grupo de criminales con armas
de guerra".
Righi atac� desde tres puntos las posiciones de Osinde:
�El teniente coronel Osinde sostiene que yo orden� el repliegue policial.
�Efectivamente.
�Eso es falso, de modo que le exijo que pruebe su afirmaci�n.
Osinde s�lo repiti� que alguien que no pod�a identificar le hab�a dado esa
informaci�n.
�yo quiero recordar que como responsable absoluto de la seguridad, bajo un
comando unificado, al teniente coronel Osinde le correspond�a impartir tanto la
orden de actuar como la
71. Schiffrin, Leopoldo, carta a Righi, en la secci�n documental,
72. Informe del jefe de la Polic�a Federal, en secci�n documetnal.
de replegarse, sigui� Righi.
��Entonces por qu� usted intervino para ordenar el repliegue? insisti� Osinde.
�Usted est� repitiendo ese disparate que no puede probar. Jam�s di tal orden.
Usted asumi� todas las responsabilidades, no puede ahora deslindar ninguna.
Seg�n Righi lo ocurrido culmin� "una serie de imprevisiones y una pol�tica
facciosa por parte de los responsables, que arruinan el encuentro del general
Per�n y su pueblo. Ante la imposibilidad de control para grupos adictos
desencadena la represi�n. El plan fracas� porque se rebasa el esquema de
organizaci�n y porque la custodia reprime. Sus tiroteos desencadenan tiroteos
generalizados y el general Per�n no puede llegar al palco por falta de
seguridad".
Fallido el plan de la comisi�n, sigui� Righi, la intervenci�n policial hubiera
agravado el derramamiento de sangre.
��Intervenci�n contra quien?, se pregunt�. Quienes disparaban eran gente
controlada por Osinde, contra columnas juveniles de la zona sur que intentaban
acercarse. �Reprimir contra los represores, es decir contra la gente de Osinde,
o contra la gente que intentaba acercarse?
Righi neg� que hubieran actuado provocadores comunistas, cit� los relatos
period�sticos que describ�an el conflicto como lucha entre bandos internos
peronistas, y acus� a Osinde por las torturas en el Hotel.
�Gases contra fusiles?
Osinde enjuici� a Righi por su pasividad ante las ocupaciones y por la quema de
los archivos policiales. "Ahora hasta es dif�cil identificar a los elementos
antinacionales", dijo, y consider� "sugestiva la identidad de definiciones entre
Righi, Abal Medina y C�mpora (h)". A Abal Medina le record� que �l hab�a
integrado la Comisi�n que ahora calificaba de sectaria, y rechaz� la
calificaci�n de criminales para sus hombres.
Ya hab�a agotado sus argumentos, y en las dos �ltimas reuniones se limit� a
repetirlos. Adem�s intent� ganarse a Ferrazzano, con un elogio a la actuaci�n
policial. "Si el destacamento al oeste del palco se retir�, fue por orden del
se�or ministro", volvi� a acusar. Seg�n Osinde la polic�a hubiera podido evitar
males mayores si hubiera reprimido y desalojado con gases lacrim�genos a los
francotiradores que actuaron desde los �rboles y veh�culos.
�Gases contra francotiradores que usan fusiles? Como militar, Osinde es un buen
pol�tico. Su argumento s�lo se explica porque sab�a que en los �rboles no hab�a
francotiradores enemigos.
Ferrazzano no se dej� confundir. A esa altura ten�a claro que el debate era
sobre quien cargar�a con la cuenta de los muertos, y suministr� a Righi
informaci�n precisa para rebatir los cargos.
"El destacamento 20 de Ezeiza" �pudo explicar el ministro� "es una dependencia
de la Polic�a Federal del Aeropuerto y estaba al mando del comisario Raffaele, a
cargo de esa misi�n. A fin de controlar el tr�nsito por la autopista desde el
palco al aeropuerto y viceversa, se hab�an apostado all� tres oficiales con 30
hombres al mando del capit�n Castelli. El personal del puesto oy� los primeros
disparos a las 14.30 y despu�s de veinte minutos se repleg� hacia El Mangrullo,
en cuyas proximidades se encontraba la fuerza policial destinada a la custodia
del CIPRA de la Fuerza A�rea".
"El destacamento queda a gran distancia del palco y el personal no ten�a medios
represivos, de modo que su presencia en el destacamento o frente a CIPRA de nada
pod�a influir en la situaci�n", agreg�.
En un debate de pruebas y razones, Righi llevaba las de ganar. Pero no se
trataba de eso. Righi sospechaba fundadamente que L�pez Rega, Isabel, y a trav�s
de ellos tambi�n Per�n, se inclinar�an en favor de Osinde. Para impedirlo,
deber�a haber producido una sucesi�n de hechos consumados mediante
procedimientos de la Polic�a Federal, detenido a los conspiradores en sus
lugares de reuni�n, secuestrado las armas, probado su vinculaci�n con Osinde,
encarcelado y procesado al Secretario de Deportes y Turismo, a Norma Kennedy y
Brito Lima. Cuando un grupo de asesores se lo propuso, sonri� con escepticismo.
Per�n se hab�a pronunciado el 21 de junio en favor de los agresores lo cual
sell� con su decisivo peso pol�tico la suerte del gobierno de C�mpora.
Se hab�a perdido un tiempo precioso y ya no quedaba mucho por hacer. Las pocas
comisiones policiales, a las que tarde y sin convicci�n se les orden� practicar
unos pocos allanamientos, no encontraron nada. Las armas desaparecieron poco
antes de que llegara la polic�a a sindicatos y reparticiones p�blicas. Osinde
hab�a ganado la partida.
Bunge & Born lo sab�a
La enfermedad de Per�n, los reacomodamientos internos, las negociaciones con
otras fuerzas pol�ticas, insumieron tres semanas despu�s de la masacre. El 12 de
julio, finalmente, una docena de colectivos semivac�os desfil� como el ej�rcito
de A�da frente a la casa de Per�n, abucheando a C�mpora. Desde una puerta
lateral, Milosz de Bogetic de traje marr�n y anteojos ahumados sonre�a y
saludaba. El 13, C�mpora y Lima renunciaron a la presidencia y a la
vicepresidencia, y el presidente provisional del Senado, Alejandro D�az Bialet,
se encontr� en las manos con un pasaje Buenos Aires-Argel y un convincente deseo
de buen viaje.
De este modo el gobierno cay� en manos del diputado Ra�l Lastiri, a quien su
suegro Jos� L�pez Rega hab�a conseguido instalar en la presidencia de la C�mara,
el tercer cargo en la l�nea de sucesi�n presidencial.
En agosto, pese a las objeciones expl�citas de los m�dicos, el Congreso del
Partido Justicialista eligi� la f�rmula Per�n-Per�n, que se impuso con el 62 %
de los votos en las elecciones del 23 de setiembre y gobern� a partir del 12 de
octubre. El Io de julio de 1974 se produjo la prevista muerte de Juan D. Per�n y
ascendi� a la presidencia su viuda, Isabel Mart�nez.
El m�dico personal de Per�n dio una interpretaci�n cl�nica para tan acelerada
sucesi�n de cambios espectaculares. A juicio de Jorge Alberto Taiana, L�pez &
Mart�nez utilizaban a Per�n, cuya voluntad estaba quebrada. Sab�an que su salud
era fr�gil y que las tensiones de la acci�n pol�tica y el cambio de clima
acortar�an su vida, y aplicaron un plan elaborado despu�s de las elecciones del
11 de marzo de 1973.
Contaron con el asentimiento de Per�n, por las razones que detallo el ex
ministro Taiana y por el recelo que lleg� a inspirarle C�mpora, a quien
consideraba dominado por Montoneros y la Juventud Peronista. Su apartamiento del
gobierno comenz� a gestarse en la reuni�n del 29 de abril en Puerta de Hierro,
en la que Per�n care� al presidente electo C�mpora con Norma Kennedy y Manuel
Damiano como si fueran pares. El 18 de junio, cuando el flamante jefe de Estado
terminaba en Madrid los preparativos para el regreso de Per�n, el golpe ya
estaba decidido.
Ese d�a el diario m�s conservador del pa�s se�al� que se estaba estudiando una
reforma a la ley de acefal�a73, y un portavoz de la Armada explic� que lo �nico
que a�n se discut�a era "el procedimiento que se adoptar�a para llevar a Per�n a
la presidencia74". Veinticuatro horas despu�s un vocero del Ej�rcito anunci� que
era inminente "el golpe de Per�n75 " y dijo que Osinde hab�a transmitido a
Balb�n la preocupaci�n de Per�n por el gabinete de C�mpora.
El portavoz de la Armada sostuvo que se hab�a considerado la posibilidad de "un
golpe de mano", con "apoyo y calor popular", pero dijo que Per�n no lo
aceptar�a, para no deber su designaci�n a un grupo.
Descartada esta hip�tesis, a�adi� que deb�an analizarse dos t�cticas posibles:
la convocatoria a una Convenci�n Constituyente que se declarara soberana y lo
nominara presidente, o la renuncia del presidente y el vice "para que el
presidente de la C�mara de Diputados" convocara "en 30 d�as a elecciones
gen�rales con la candidatura de Juan D. Per�n76 ". La Armada no s�lo conoc�a el
plan en sus pormenores; tambi�n se enter� del alejamiento del presidente
provisional del Senado casi un mes antes que el propio doctor D�az Bialet.
73. La Prensa, 18 de junio de 1973.
74. Prensa Confidencial, 18 de junio de 1973.
75. 76 Confirmado, 19 de junio de 1973.
El portavoz naval adelant� adem�s que con el regreso de Per�n comenzar�a "una
depuraci�n sin prisa pero sin pausa de todas las infiltraciones enquistadas en
su Movimiento, ya sean imperialistas o extremistas de cualquier signo77.
La depuraci�n y el golpe pregonados por la fuente naval comenzaron el 20 de
junio, cuando se intent� la primera de las tres posibilidades enumeradas, el
golpe de mano con apoyo popular, pese a la presunta desautorizaci�n de Per�n.
Despu�s de los tiroteos de Ezeiza, los m�viles del COR que intervinieron
identificando a las columnas de la Juventud Peronista que se acercaban al palco
recibieron orden de reunirse donde se hab�an concentrado la noche anterior, en
el Sindicato de Sanidad, Saavedra 159. Pero el general I��guez insisti� varias
veces que esa directiva no inclu�a al m�vil 5, cuya misi�n era permanecer en
Plaza de Mayo.
I�iguez se dirigi� a Olivos para saludar a Per�n, mientras una docena de
activistas del COR, de la Escuela de Conducci�n Pol�tica y de los grupos
paladinistas de Lala Garc�a Mar�n aguardaban frente a la Casa de Gobierno.
A las 20 se hab�an juntado en torno de ellos unas 2.000 personas. De boca en
boca se afirmaba que Per�n estaba prisionero, se instigaba al p�blico a tomar la
Casa Rosada y se repet�an historias inquietantes sobre la "conspiraci�n
trostkysta", aun cuando los tripulantes del m�vil 5 del Autom�vil Club-COR,
sab�an que Per�n ya estaba con el presidente C�mpora en la residencia de los
jefes de Estado, y que hacia ella se encaminaba el general I��guez.
Sobre los prop�sitos de la masacre y de esa extra�a reuni�n en la Plaza de Mayo,
nadie sab�a m�s que el monopolio-agroindustrial Bunge & Born. Un representante
de la transnacional cerealera dijo que Osinde hab�a construido un palco blindado
y apostado una guardia armada de militares, sindicalistas y aliancistas alegando
que se preparaba un atentado contra Juan D. Per�n durante el acto en la Avenida
Ricchieri78.
�Otro 17?
Seg�n el agente de Bunge & Born el supuesto atentado s�lo hab�a servido como
pretexto para un plan ideado por L�pez Rega y ejecutado por Osinde. Roto el
acto, prosigue, la multitud deb�a ser conducida a Plaza de Mayo para reeditar el
17 de octubre y rescatar a Per�n, a quien se mencionaba como prisionero de
C�mpora. Concluy� que el objetivo de L�pez Rega y Osinde era forzar el acceso de
la Casa Rosada, cumpliendo el slogan electoral "C�mpora al gobierno, Per�n al
poder".
Los conspiradores que aquel anochecer deb�an dirigir la toma de la Casa de
Gobierno eran el coronel Prieto, cu�ado del general Juan Jos� Valle; V�ctor
Alday, ex colaborador de Ciro Ahumada, preso en 1960; Margarita Ahrensen, la ex
mujer de Ahumada; H�ctor Spina, un l�der hist�rico de la JP, que intervino en
uno de los robos del sable de San Mart�n en la d�cada del sesenta; Juan Carlos
Bravo y Lasarte; Juan Carlos Gim�nez, El pelado, quien en 1960 estuvo exiliado
en Bolivia; Alfonso Cuomo; Jos� Rodr�guez, como los anteriores vinculado con el
sindicalista de los alba�iles Segundo Palma y con el de los Municipales Ger�nimo
Izzetta; el Negro Oscar Viera, ex guardaespaldas de Palma; Ismael L�pez Jord�n;
los hermanos Gustavo y Ra�l Caraballo, el mayor Flores un peronista de la rama
SIE; Lala Garc�a Mar�n, jefa del sector paladinista de la Capital, expulsada
meses antes del peronismo.
77. Revista El burgu�s, 3 de julio de 1973.
78. Confirmado, 19 de junio de 1973.
Un centenar de ellos se precipitaron sobre un m�vil de la radio Rivadavia y
exigieron que el periodista Osvaldo Hansen difundiera una proclama en la que
reclamaban la presencia de Per�n en los balcones de la Casa Rosada79.
La proclama fue grabada y emitida. Cuando los activistas del COR exigieron que
se repitiera su texto, desde la radio les pidieron que enviaran una delegaci�n a
los estudios. Los tripulantes del m�vil quedaron como rehenes en la Plaza y
reci�n fueron puestos en libertad cuando los emisarios reiteraron el pedido a
Per�n. Una muchacha tom� el micr�fono para hacer una pat�tica invocaci�n al ex
presidente, a quien tute�.
Dos de los conspiradores, Alfonso Cuomo y Jos� Rodr�guez, llegaron a ingresar a
la Casa de Gobierno80. Comprobaron que las vallas hab�an sido reforzadas, se
hab�an emplazado nidos de ametralladoras y soldados dispuestos para protegerla.
Al ver que s�lo hab�an atra�do a las dos mil personas iniciales emprendieron la
retirada.
El golpe se hab�a frustrado y lo �nico que restaba era desconcentrar a la gente
antes que se produjeran detenciones e identificaciones. "Todos a Casa. Per�n ya
est� en Olivos y a las 9 habla por tv" anunciaron.
El Secretario de Informaciones del Estado, brigadier Horacio Apicella, quien
s�lo ve�a lo que Osinde e I��guez quer�an mostrarle, contribuy� a la confusi�n
informando que el ERP avanzaba sobre la sede del gobierno. D�as despu�s el
portavoz naval que tan profundamente hab�a conseguido penetrar la intimidad de
L�pez Rega y Osinde repiti� esa burler�a. Sostuvo que ERP y Montoneros hab�an
intentado matar a Per�n, primero en Ezeiza y luego en Plaza de Mayo, donde se
propusieron copar la Casa Rosada81.
Otro servidor p�blico menos encumbrado que Apicella, contradijo esas f�bulas. Se
trata del radiooperador del �nico patrullero que esa noche vigil� a los reunidos
en la Plaza de Mayo, con el rigor y la eficiencia profesionales que la Polic�a
Federal mostr� en todos los episodios vinculados con el 20 de junio.
��Tendencia ideol�gica?, le pregunt� el Comando Radioel�ctrico.
�Todos de derecha, fue su concisa respuesta. Bunge & Born lo sab�a.
79. Redacci�n, julio de 1973.
80. La Opini�n, 21 de junio de 1973.
81. Prensa Confidencial, 25 de junio de 1973.
EP�LOGO
PER�N
La actitud de Juan D. Per�n ante todos estos episodios es el centro del tab� que
rodea a la masacre de Ezeiza, el m�s prohibido de los temas. El an�lisis
racional de hechos y documentos parece a�n fuera del alcance de nuestra clase
pol�tica, lo cual dobla su necesidad.
Durante la campa�a electoral el justicialismo us� una consigna principal:
"C�mpora al gobierno. Per�n al poder". Sobran los elementos de juicio para
afirmar que Per�n siempre se propuso llevarla a la pr�ctica.
El expresidente deseaba ser candidato de su partido, y para impedirlo el r�gimen
militar sancion� la cl�usula proscriptiva: s�lo podr�an serlo quienes estuvieran
en el pa�s antes del 25 de agosto de 1972, a la que Lanusse agreg� la
bravuconada c�lebre de que a Per�n no le daba el cuero para regresar.
Per�n estuvo en la Argentina el 17 de noviembre de 1972, y hasta el 14 de
diciembre impuls� gestiones p�blicas y privadas para que se levantara la
inhabilitaci�n personal. El FREJULI lo exigi� en un documento y amenaz� con la
abstenci�n en caso contrario. En cambio la UCR opin� que si el peronismo pod�a
presentar otros candidatos los comicios ser�an leg�timos, y anunci� que
concurrir�a a ellos. Esta definici�n de Ricardo Balb�n permiti� a Lanusse
ratificar la cl�usula del 25 de agosto.
Ante el riesgo de que se repitiera un esquema parecido al de 1963, cuando el
radical Arturo Illia fue electo presidente con el 23 �/o de los sufragios en
ausencia de un candidato justicialista, Per�n desisti� de su candidatura y
nombr� a C�mpora.
El sentido de esta designaci�n fue transparente: el candidato era Per�n, a
trav�s de su delegado. El 12 de abril, en Par�s, Mario C�mpora se entrevist� con
Per�n para coordinar los detalles de su regreso al pa�s y su participaci�n en
los actos del 25 de mayo. � Yo no quiero quitarle el show al doctor C�mpora. Voy
a ir despu�s y entonces el balc�n va a ser para m�, le respondi� Per�n.
De regreso a Buenos Aires el asesor presidencial comunic� el di�logo y su
interpretaci�n: "H�ctor, el general quiere ser presidente". H�ctor C�mpora
respondi�: "Estamos aqu� para hacer lo que el general quiera".82
Los preparativos para el retorno el 20 de junio que se han descrito con detalle
en este libro, no hubieran sido posibles sin la aquiescencia de Per�n. Su
discurso del d�a siguiente, que se incluye en la secci�n documental, no deja
dudas sobre el partido que adopt� luego de los acontecimientos.
C�mpora siempre estuvo dispuesto a renunciar, y sin embargo se organizaron las
cosas de modo de sacarlo a empellones. Creo que las p�ginas anteriores
demuestran por qu�. Si la operaci�n del reemplazo presidencial hubiera sido
encomendada a un pol�tico como Antonio J. Ben�tez, por ejemplo, habr�a podido
ser alambicada y ceremoniosa. L�pez Rega la convirti� en una carnicer�a. Pero en
cualquier caso, la cobertura pol�tica proven�a de Per�n.
El 4 de julio, en la residencia de Gaspar Campos, C�mpora reiter� su decisi�n de
renunciar. "Yo siempre he estado a disposici�n de mi pueblo", le respondi�
Per�n83. Horas despu�s C�mpora anunci� al gabinete su alejamiento. A�n as�, le
organizaron la mascarada del desfile de colectivos frente a Gaspar Campos. No
quer�an que se fuera, sino echarlo.
Per�n muri� hace once a�os. Este episodio ya pertenece a la historia. Es hora de
contarlo sin omisiones.
82. Di�logo del embajador Mario Alberto C�mpora con el autor.
83. H�ctor J. C�mpora: El mandato de Per�n, Buenos Aires, octubre de 1975,
p�gina 83
TERCERA PARTE
LOS DOCUMENTOS
DOCUMENTOS 1 y 2
Los primeros contactos de Per�n con la Logia Anael se produjeron en la d�cada
del cincuenta. El martillero H�ctor Caviglia, representante de Anael en la
Argentina le solicita una nueva audiencia. Anael es el brasile�o Menotti
Carnicelli, quien llama Paulo a Per�n y le sugiere la colocaci�n de uno de los
hombres de la logia en la vicepresidencia en reemplazo de Quijano. Estos
antecedentes facilitaron el acceso de L�pes Rega a Puerta de Hierro, en 1966
DOCUMENTO 3
El informe sint�tico de Osinde a la comisi�n ministerial investigadora.
Se�alamos por lo menos cinco falacias:
Atribuye a desconocidos la ocupaci�n del Hogar Escuela, que �l hab�a ordenado
(p�gina 3, punto 6 de su informe).
Afirma que sobrevol� la zona a las 15 cuando hay pruebas de que lo hizo a las
12.40. Por lo tanto no es cierto que haya observado desde el aire el avance de
la columna sur de la JP (p�gina 4, punto 7), que fue atacada casi media hora
antes de las 15.
Sostiene que la consigna La Patria de Per�n superaba la pol�mica entre quienes
cantaban La Patria Socialista y quienes cantaban La Patria Peronista, cuando es
s�lo una variante formal de la segunda (p�ginas 4-5, punto 7).
Dice que Righi orden� el repliegue de las fuerzas policiales, aunque luego no
podr� precisar el origen de tal versi�n (p�gina 5, punto 8).
Manifiesta que los torturadores no estaban a sus �rdenes, aunque todas las
habitaciones del Hotel Internacional hab�an sido alquiladas por �l y all�
funcionaba su comando (p�gina 7, punto 14).
DOCUMENTO 4
Osinde presenta esta "S�ntesis cronol�gica" a la segunda reuni�n de la comisi�n
ministerial investigadora. Seg�n �l, ERP y Montoneros llegaron juntos y atacaron
el palco. Esta es su tesis central. Para redondear su versi�n de un ataque
coordinado contra el palco, que no podr� probar, confunde en uno solo los
tiroteos claramente diferenciados de las 14.30 y las 16'.30, confiando que entre
los ministros hay un esquema pol�tico de interpretaci�n de lo sucedido, pero no
datos precisos que puedan confrontarse con su versi�n.
DOCUMENTO 5
En su informe "En s�ntesis", Osinde se queja que por culpa de Righi no se
pudieron usar gases contra los francotiradores. Este argumento s�lo se explica
porque Osinde sab�a que no hab�a francotiradores, sino personal a sus �rdenes y
manifestantes desprevenidos que treparon a los �rboles para ver mejor el acto.
De otro modo, es impensable que un teniente coronel pueda creer que con gases
lacrim�genos es posible enfrentar a francotiradores armados con fusiles.
DOCUMENTO 6
En su "S�ntesis de las impresiones recogidas en la reuni�n del d�a 21� Osinde
niega que al colocar en torno del palco un vallado sindical �por otra parte diez
veces menor de lo que afirma� estuviera marginando a la Juventud Peronista; y lo
atribuye a inveros�miles razones de "organizaci�n y disciplina".
Cuando le conviene, arguye con las diferencias pol�ticas internas del peronismo,
pero sin transici�n las descarta y se excusa recurriendo a argumentos t�cnicos,
que adem�s son falsos, ya que el 25 de mayo la JP hab�a demostrado un buen nivel
de organizaci�n y disciplina (p�gina 2 de su informe).
Osinde manifiesta que nadie objet� sus disposiciones antes del acto (p�gina 1).
Pero sabemos que el brigadier Fautario declar� que no hab�a garant�as para el
desarrollo normal del acto, en la reuni�n del lunes 18 de junio.
DOCUMENTO 7
El memor�ndum de Ciro Ahumada. En su apuro por atorar a la comisi�n
investigadora con documentos, Osinde no repar� que este memor�ndum de Ciro
Ahumada refutaba las afirmaciones de su "S�ntesis cronol�gica" y de su "Informe
sint�tico".
Ahumada distingue claramente el primer tiroteo del segundo (aunque no dice cual
fue su verdadero origen) y admite que fueron sus hombres los que rastrillaron el
bosque capturando prisioneros, por m�s que luego rehuya su responsabilidad en
las torturas.
DOCUMENTO 8
Memor�ndum manuscrito del edec�n aeron�utico del presidente de la Rep�blica,
vicecomodoro Tom�s Eduardo Medina.
Comienza a desmoronarse la versi�n de Osinde. Medina relata que Fautario plante�
antes del acto su desacuerdo con los preparativos de Osinde, quien en la reuni�n
del 18 de junio le contest� �speramente (p�gina 5 del manuscrito). Pero luego de
la masacre. Fautario callar� este significativo episodio previo. Los militares
apoyar�n a Osinde y se valdr�n de L�pez Rega para dividir al peronismo.
DOCUMENTO 9
El jefe de la custodia presidencial informa a L�pez Rega sobre la actitud
agresiva del personal de seguridad del palco y la forma en que usaron sus armas
contra la multitud. Rogelio Gonz�lez es un t�cnico que cita a otros t�cnicos. Es
amigo de L�pez Rega y de Osinde. Por eso su testimonio es ilevantable.
DOCUMENTO 10
Informe del general Ferrazzano. El jefe de la Polic�a Federal recuerda que
Osinde rechaz� el plan policial y precisa que el cerco gremial s�lo era de
20.000 personas, y no de 200.000 como pretende Osinde. Esta orfandad pol�tica
explica que para controlar el acto se acudiera a las armas. Ferrazzano recuerda
cual era la disposici�n de las fuerzas de seguridad, decidida por Osinde, en
lugares que no permit�an la intervenci�n policial.
DOCUMENTO 11
El informe que cost� la vida a Julio Troxler. El subjefe de la Polic�a de Buenos
Aires certifica que los ocupantes del Hogar Escuela eran subordinados de Osinde,
quien se interes� por ellos cuando fueron desalojados. Troxler narra qu� grupos
dominaban el palco, y cuales eran sus aprestos b�licos, la actitud pac�fica de
la columna sur de la JP, la agresi�n desatada desde el palco y la confusi�n que
enfrent� a dos bandos dirigidos por Osinde, que se tirotearon entre el palco y
el Hogar Escuela. Tambi�n desmiente la presencia del ERP en Ezeiza. Polic�a de
carrera, sobreviviente de los fusilamientos de 1956 en el basural de Jos� Le�n
Suarez, h�roe de la resistencia peronista, Troxler fue muerto por la espalda por
la AAA en setiembre de 1974.
DOCUMENTO 12
El helic�ptero de Osmde. Este informe del Servicio de Informaciones de la
Polic�a de la Provincia de Buenos Aires prueba que Osinde no sobrevol� la zona a
las 15, como dijo, sino a las 12.40. A las 12 anunci� que lo har�a media hora
m�s tarde (carilla 1 del informe policial) y a las 12.40 comunico desde el aire
que el panorama era normal (carilla 2). Aun cuando hubiera sobrevolado a las 15,
Osinde no podr�a haber visto el avance de la columna sur de la Juventud
Peronista, ya que �sta lleg� al palco y fue tiroteada media hora antes.
DOCUMENTO 13
Carta del subsecretario del Interior Leopoldo Schiffrin al ministro Righi,
aport�ndole datos y sugiri�ndole como manejarse en la reuni�n de la Comisi�n
Investigadora. La polic�a no intervino-porque Osinde se fue sin darle
instrucciones (p�gina 1 del manuscrito). Se hab�a convenido que s�lo Osinde
pod�a dar la orden de fuego (p�gina 4). Los efectivos no se movieron de sus
lugares (p�gina 2). Schiffrin, un jurista sin antecedentes pol�ticos, plante� la
cuesti�n con mayor agudeza que nadie en el equipo camporista. Osinde asumi� toda
la responsabilidad, excluyendo a la Polic�a y otorgando el control del palco a
un bando faccioso que provoc� la masacre.
DOCUMENTO 14
Esta foto de una tarima colocada en uno de los �rboles del bosquecito pr�ximo al
palco, publicada por el diario "Clar�n" tiene brazos de acero remachados a las
ramas del �rbol. �Qui�n pudo colocarla all�, en un territorio que Osinde
controlaba desde varios d�as atr�s? Los francotiradores formaban parte del
dispositivo de Osinde y en medio de la gran confusi�n generada por I��guez,
hicieron fuego contra el palco.
DOCUMENTO 15
El mensaje de Per�n del 21 de junio de 1973 revela objetivamente el partido que
tom� en el enfrenta-miento interno, y del que hubo indicios previos y
posteriores. Este texto, en el estilo inconfundible del ex presidente, hace
a�icos la teor�a del cerco.
"Deseo comenzar estas palabras con un saludo muy afectuoso al pueblo argentino,
que ayer desgraciadamente no pude hacerlo en forma personal por las
circunstancias conocidas. Llego desde el otro extremo del mundo con el coraz�n
abierto a una sensibilidad patri�tica que s�lo la larga ausencia y la distancia
pueden avivar hasta su punto m�s �lgido.
"Por eso al hablarle a los argentinos lo hago con el alma a flor de labios y
deseo tambi�n que me escuchen con el mismo estado de �nimo.
"Llego casi desencarnado. Nada puede perturbar mi esp�ritu porque retorno sin
rencores ni pasiones como no sea la que anim� toda mi vida: servir lealmente a
la patria, y s�lo pido a los argentinos que tengan fe en el gobierno
justicialista porque �se ha de ser el punto de partida para la larga marcha que
iniciarnos.
"Tal vez la iniciaci�n de nuestra acci�n pueda parecer indecisa o imprecisa.
Pero hay que tener en cuenta las circunstancias en las que la iniciamos. La
situaci�n de pa�s es de tal gravedad que nadie puede pensar en una
reconstrucci�n en la que no deba participar y colaborar. Este problema, como ya
lo he dicho muchas veces, o lo arreglamos entre todos los argentinos o no lo
arregla nadie. Por eso deseo hacer un llamado a todos al fin y al cabo hermanos,
para que comencemos a ponernos de acuerdo.
"Una deuda externa que pasa los seis mil millones de d�lares y un d�ficit
cercano a los tres billones de pesos acumulados en estos a�os, no han de
cubrirse en meses sino en a�os. Nadie ha de ser unilateralmente perjudicado,
pero tampoco ninguno ha de pretender medrar con el perjuicio o la desgracia
ajena. No son estos d�as para enriquecerse desaprensivamente, sino para
reconstruir la riqueza com�n, realizando una comunidad donde cada uno tenga la
posibilidad de realizarse.
"El Movimiento Justicialista, unido a todas las fuerzas pol�ticas, sociales,
econ�micas y militares que quieran acompa�arlo en su cruzada de Reconstrucci�n y
Liberaci�n del pa�s, jugar� su destino dentro de la escala de valores
establecida: primero, la Patria; despu�s, el Movimiento, y luego, los hombres,
en un gran movimiento nacional y popular que pueda respaldarlo.
"Tenemos una revoluci�n que realizar, pero para que ella sea v�lida ha de ser
una reconstrucci�n pacifica y sin que cueste la vida de un solo argentino. No
estamos en condiciones de seguir destruyendo frente a un destino pre�ado de
acechanzas y peligros. Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de
nuestra creaci�n: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque s�lo el
trabajo podr� redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras
cabezas y nuestros esp�ritus.
"Reorganicemos el pa�s y dentro de �l, al Estado, que preconcebidamente se ha
pretendido destruir, y que debemos aspirar que sea lo mejor que tengamos para
corresponder a un pueblo que ha demostrado ser maravilloso. Para ello elijamos
los mejores hombres, provengan de donde provinieren. Acopiemos la mayor cantidad
de materia gris, todos juzgados por sus genuinos valores en plenitud y no por
subalternos intereses pol�ticos, influencias personales o bastardas
concupiscencias. Cada argentino ha de recibir una misi�n en el esfuerzo de
conjunto. Esa misi�n ser� sagrada para cada uno y su importancia estar� m�s que
nada en su cumplimiento.
"En situaciones como las que vivimos todos pueden tener influencia decisiva y
as� como los cargos honran al ciudadano, �ste tambi�n debe ennoblecer a los
cargos.
"Si en las Fuerzas Armadas de La Rep�blica cada ciudadano, de general a soldado,
est� dispuesto a morir en la defensa de la soberan�a nacional como del orden
constitucional establecido, tarde o temprano han de integrarse al pueblo, que ha
de esperarlas con los brazos abiertos como se espera a un hermano que retorna al
hogar solidario de los argentinos.
"Necesitamos la paz constructiva, sin la cual podemos sucumbir como Naci�n. Que
cada argentino sepa defender esa paz salvadora por todos los medios, y si alguno
pretendiera alterarla con cualquier pretexto, que se le opongan millones de
pechos y se alcen millones de brazos para sustentarlas por los medios que sean
precisos. S�lo as� podremos cumplir nuestro destino.
"Hay que volver al orden legal y constitucional como �nica garant�a de libertad
y justicia. En la funci�n p�blica no ha de haber cotos cerrados de ninguna clase
y el que acepte la responsabilidad, ha de exigir la autoridad que necesita para
defenderla dignamente. Cuando el deber est� de por medio los hombres no cuentan,
sino en la medida que sirven mejor a ese deber. La responsabilidad no puede ser
patrimonio de las amanuenses.
"Cada argentino, piense como piense, y sienta como sienta, tiene el inalienable
derecho de vivir en seguridad y pac�ficamente.
"El gobierno tiene la insoslayable obligaci�n de asegurarlo.
"Quien altere este principio de la convivencia, sea de un lado o de otro, ser�
el enemigo com�n que debemos combatir sin tregua, porque no ha de poderse hacer
ni en la anarqu�a que la debilidad provoca o la lucha que la intolerancia
desata.
"Conozco perfectamente lo que est� ocurriendo en el pa�s. Los que creen lo
contrario se equivocan. Estamos viviendo las consecuencias de una postguerra
civil que aunque desarrollada embozadamente no por eso ha dejado de existir, a
lo que se suman las perversas intenciones de los factores ocultos que desde las
sombras trabajan sin cesar tras designios no por inconfesables menos reales.
Nadie puede pretender que todo esto cese de la noche a la ma�ana. Pero todos
tenemos el deber ineludible de enfrentar activamente a esos enemigos si no
queremos perecer en el infortunio de nuestra desaprensi�n e incapacidad culposa.
"Pero el Movimiento Peronista, que tiene una trayectoria y una tradici�n no
permanecer� inactivo frente a tales intentos, y nadie podr� cambiarlos a
espaldas del pueblo, que las ha afirmado en fechas muy recientes y ante la
ciudadan�a que comprende tambi�n cual es el camino que mejor conviene a la
Naci�n Argentina. Cada uno ser� lo que deba ser o no ser� nada. As� como antes
llamamos a nuestros compatriotas en la Hora del Pueblo, el Frente C�vico de
Liberaci�n y el Frente Justicialista de Liberaci�n para que mancomunados
nuestros ideales y nuestros esfuerzos pudi�ramos pujar por una Argentina mejor,
el justicialismo, que no ha sido nunca ni sectario ni excluyente, llama hoy a
todos los argentinos, sin distinci�n de bander�as, para que todos solidariamente
nos pongamos en la perentoria tarea de la reconstrucci�n nacional, sin la cual
estaremos todos perdidos. Es preciso llegar as�, y cuanto antes a una sola clase
de argentinos, los que luchan por la salvaci�n de la Patria, gravemente
comprometida en su destino por los enemigos de afuera y de adentro.
'Los peronistas tenemos que retornar a la conducci�n de nuestro Movimiento,
ponernos en marcha y neutralizar a los que pretenden deformarlo desde abajo y
desde arriba. Nosotros somos justicialistas, levantamos una bandera tan distante
de uno como de otro de los imperialismos dominantes. No creo que haya un
argentino que no sepa lo que ello significa. No hay nuevos r�tulos que
califiquen a nuestra doctrina y a nuestra ideolog�a.
"Somos lo, que las veinte verdades peronistas dicen. No es gritando la vida por
Per�n que se hace patria, si no manteniendo el credo por el cual luchamos. Los
viejos peronistas lo sabemos. Tampoco lo ignoran nuestros muchachos que levantan
banderas revolucionarias.
"Los que pretextan lo inconfesable aunque cubran sus falsos designios con gritos
enga�osos o se empe�an en peleas descabelladas no pueden enga�ar a nadie. Los
que no comparten nuestras premisas si se subordinan al veredicto de las urnas
tienen un camino honesto que seguir en la lucha que ha de ser para el bien y la
grandeza de la patria y no para su desgracia. Los que ingenuamente piensan que
pueden copar nuestro Movimiento o tomar el poder que el pueblo ha reconquistado
se equivocan. Ninguna simulaci�n o encubrimiento por ingeniosos que sean podr�n
enga�ar a un pueblo que ha sufrido lo que el nuestro y que est� animado por una
firme voluntad de vencer. "Por eso deseo advertir a los que tratan de
infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal.
As� aconsejo a todos ellos tomar el �nico camino genuinamente nacional: cumplir
con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables. Nadie
puede ya escapar a la tremenda experiencia que los a�os, el dolor y el
sacrificio han grabado a fuego en nuestras almas y para siempre. "Tenemos un
pa�s que a pesar de todo no han podido destruir, rico en hombres y rico en
bienes. Vamos a ordenar el Estado y todo lo que de �l dependa que pueda haber
sufrido depredaciones u olvido. Esa ser� la principal tarea del gobierno. El
resto lo har� el pueblo argentino, que en los a�os que corren ha demostrado una
madurez y una capacidad superior a toda ponderaci�n.
"En el final de este camino est� la Argentina potencia, en plena prosperidad con
habitantes que puedan gozar del m�s alto standard de vida, que la tenemos en
germen y que s�lo debamos realizarla. Yo quiero ofrecer mis �ltimos a�os de vida
a un logro que es toda mi ambici�n. S�lo necesito que los argentinos lo crean y
nos ayuden a cumplirlo.
"La inoperancia en los momentos que tenemos que vivir es un crimen de lesa
patria. Los que estamos en el pa�s tenemos el deber de producir por lo menos lo
que consumimos. Esta no es hora de vagos ni de inoperantes.
"Los cient�ficos, los t�cnicos, los artesanos y los obreros que est�n fuera del
pa�s deben retornar a �l a fin de ayudarnos en la reconstrucci�n que estamos
planificando y que hemos de poner en ejecuci�n en el menor plazo. Finalmente
deseo exhortar a todos mis compa�eros peronistas para que obrando con la mayor
grandeza echen a la espalda los malos recuerdos y se dediquen a pensar en la
futura grandeza de la patria que bien puede estar en nuestras propias manos y en
nuestros propios esfuerzos.
"A los que fueron nuestros adversarios que acepten la soberan�a del pueblo, que
es la verdadera soberan�a. Cuando se quieran alejar los fantasmas del vasallaje
for�neo siempre m�s indignos y m�s costosos. A los enemigos embozados y
encubiertos o disimulados, les aconsejo que cesen en sus intentos porque cuando
los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento. Dios nos
ayude si somos capaces de ayudar a Dios. La oportunidad suele pasar muy quedo,
guay de los que carecen de sensibilidad e imaginaci�n para no percibirla. Un
grande y cari�oso abrazo para todos mis compa�eros y un saludo afectuoso y lleno
de respeto para el resto de los argentinos".
Plano 1
La columna sur de la Juventud Peronista ingresa por la ruta 205.
Se propone bordear la parte trasera del palco e instalarse de frente, donde ya
hay ubicados grupos de la Juventud Trabajadora Peronista. Las rayas negras
indican el trayecto efectuado. Las caladas, el que se propon�an realizar. Eran
las 14.30.
Plano 2
Al pasar por detr�s del palco, los custodios de Osin-de abren el fuego contra la
columna sur.
Plano 3
La columna atacada se desbanda. Una parte corre hacia el barrio Esteban
Echeverr�a y otra hacia el bosque detr�s del cual est� el Hogar Escuela. Desde
el palco hacen fuego sobre sus espaldas. Los disparos llegan al Hogar Escuela;
desde donde el Comando de Organizaci�n responde, sin advertir que provienen del
palco. Casi id�ntico ser� el segundo tiroteo entre el palco y el Hogar Escuela,
a las 16.30.
Plano 4
Un grupo de la UES se echa a descansar en el pasto, a espaldas del palco. En la
lomada pr�xima dormitan dentro de un jeep Horacio Simona y Jos� Luis Nell. Del
palco sale un equipo de hombres armados al mando del capit�n Chavam, quienes se
dirigen hacia la arboleda, con la orden de desalojar a quienes ocupan los
�rboles. En el camino hay un intercambio de insultos entre Nell y Chavam, y
cuando el militar apunta su pistola 11,25 a la cabeza del montonero, Simona se
le adelanta y dispara primero. Simona y Nell corren hacia los �rboles y en ese
trayecto son heridos. Vuelve a entablarse un tiroteo entre el palco y el Hogar
Escuela, entre dos grupos dirigidos por Osinde, mientras en el bosque se da caza
a cualquiera, se le conduce al palco y luego al Hotel Internacional, donde
funciona la sala de torturas.