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Horacio Verbitsky

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Los retornos de Per�n

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La masacre de Ezeiza del 20 de junio de 1973 cierra un ciclo de la historia argentina y prefigura los a�os por venir. Este libro de Horacio Verbitsky penetra en el mayor tab� politico de una �poca, con un importante aporte.

Horacio Verbitsky naci� en Buenos Aires en 1942. En su larga e intensa carrera period�stica trabaj� en los diarios Noticias Gr�ficas (1960), El Siglo (1963), El Mundo (1964), La Opini�n (1971), Clar�n (1972), Noticias (1973) y P�gina/12 (desde 1987); y en las revistas Tiempo de Cine (1962), Rebeli�n (1964), Confirmado (1965), Semanario CGT (1968), Cuadernos del Tercer Mundo (1973), Paz y Justicia (1982), Humor (1983), El Periodista (1984) y Entre Todos (1985). En los �ltimos a�os sus notas dominicales en P�gina/12 se han convertido en el material informativo m�s candente de la semana pol�tica. Ha publicado entre otros libros: Prensa y poder en el Per� (1974), La �ltima batalla de la Tercera Guerra Mundial (1984), Ezeiza (1985), La posguerra sucia (1985), Rodolfo Walsh y la prensa clandestina (1986), Civiles y Militares (1987), Medio siglo de proclamas militares (1987), La educaci�n presidencial (1990).

EZEIZA

Editorial Contrapunto, 1985
COLECCI�N MEMORIA Y PRESENTE
Director: Eduardo Luis Duhalde
Dise�o tapa: Susana Rochocz
� Horacio Verbitsky
� Editorial Contrapunto S.R.L.
Tucum�n 1438,1, Of. 110
Buenos Aires

Queda hecho el dep�sito que marca la ley 11.723
Impreso en la Argentina - I.S.B.N.

�NDICE

INTRODUCCI�N 5
PRIMERA PARTE LOS PREPARATIVOS 8
La botella de champagne 8
L�pez & Mart�nez 11
El plan policial 14
Un torturador 15
El brigadier discreto 18
Jos� 20
El ministerio del pueblo 22
Un general golpista 25
Los fierros 28
Ciro y Norma 34
El Autom�vil Club 37
Los comparsas 39
SEGUNDA PARTE LOS HECHOS 42
El Hogar Escuela 42
El Palco 44
I��guez se va a la guerra 48
El agresor agredido 51
Alto el fuego 53
El micr�fono 54
�Peronistas o hijos de puta? 57
La pista segura 60
Muertos y heridos 63
Osinde vs. Righi 65
Bunge & Born lo sab�a 71
EP�LOGO PER�N 74
TERCERA PARTE LOS DOCUMENTOS 76

A la memoria de Pir� Lugones, quien me suministr� las cintas grabadas de las comunicaciones del COR, CIPEC, la SIDE y el Comando Radio-el�ctrico de la Polic�a Federal, del 20 de junio de 1973.
Fue secuestrada el 21 de diciembre de 1977 de su departamento en Buenos Aires y vista por otros cautivos en un campo clandestino de concentraci�n. Quienes la conocieron all� cuentan que enfrent� a sus captores con altivez e iron�a a pesar de las torturas y los golpes. Fue asesinada en un traslado masivo, el 17 de febrero de 1978.

INTRODUCCI�N
La masacre de Ezeiza cierra un ciclo de la historia argentina y prefigura los a�os por venir. Es la gran representaci�n del peronismo, el estallido de sus contradicciones de treinta a�os.
Es tambi�n uno de los momentos estelares de una tentativa inteligente y osada para aislar a las organizaciones revolucionarias del conjunto del pueblo, pulverizar al peronismo por medio de la confusi�n ideol�gica y el terror, y destruir toda forma de organizaci�n pol�tica de la clase obrera.
Ezeiza contiene en germen el gobierno de Isabel y L�pez Rega, la AAA, el genocidio ejercido a partir del nuevo golpe militar de 1976, el eje militar-sindical en que el gran capital conf�a para el control de la Argentina.
El proyecto instaurado en 1955 mediante la penetraci�n de los monopolios extranjeros que se apoderaron de los recursos econ�micos del pa�s, desnacionalizaron industrias, compraron bancos, asfixiaron regiones enteras, no pudo consolidarse nunca en un r�gimen estable.


Escenas de Ezeiza. La vida por el palco

La clase trabajadora no pod�a plegarse, y no se pleg�, a ese modelo que supon�a la superexplotaci�n, pese a las intervenciones y las c�rceles del 55, los fusilamientos del 56, la integraci�n del 58, la opci�n del 63, la dictadura del 66, el GAN del 71. En su m�xima consigna, el regreso de Per�n, resum�a su decisi�n de que con �l regresara una pol�tica antiolig�rquica y antiimperialista, mientras los dem�s sectores del frente roto en 1955 se alejaban en busca de otras alternativas pol�ticas.
Esa negativa de los trabajadores es lo que convirti� al peronismo en el hecho maldito, la porci�n de nacionalidad irreductible a la dominaci�n, el soporte de los planes de lucha gremial, las jornadas insurreccionales, y la guerrilla. Esas instancias desembocaron en el regreso de Per�n en 1972 y el triunfo electoral del 11 de marzo de 1973.
Las fuerzas derrotadas en esos d�as hist�ricos no estaban sin embargo destruidas, las clases dominantes no se hab�an suicidado. Antes que se extinguieran los ecos de los aplausos y las manifestaciones estaban poniendo en pr�ctica el m�s l�cido de sus planes: integrar no ya un peronismo perseguido con su jefe exiliado y proscripto, sino al peronismo en el gobierno.
Durante quince a�os Estados Unidos hab�a dedicado recursos y esfuerzos a la captaci�n de los dirigentes sindicales peronistas, con los cursos y las becas del Instituto para el Desarrollo del Sindicalismo Libre, dirigido por la AFL-CIO y financiado por la AID con fondos de la C�A. Y uno de sus hombres inici� en Espa�a la relaci�n directa de la Central de Inteligencia estadounidense con el entorno peronista, que luego continuar�a en la Argentina.
La derecha peronista deb�a encargarse de impugnar los designios revolucionarios desde las apariencias de un nuevo frente nacional.
La masacre de Ezeiza es tambi�n un escal�n fundamental en la aplicaci�n de crecientes cuotas de terror contra la movilizaci�n popular, que desbordaba todos los esquemas y romp�a todas las tentativas de sometimiento.
Tres pronunciamientos hist�ricos guiaron a la clase trabajadora: los de La Falda en 1957 y de Huerta Grande en 1962, emitidos por plenarios conjuntos de la CGT y de las 62 Organizaciones Gremiales Peronistas, y el programa de la CGT de los Argentinos de 1968. En ellos se expresaron las reivindicaciones de la base obrera antes que las clases medias volvieran al peronismo, desde la izquierda revolucionaria, el nacionalismo cat�lico o la mayor�a silenciosa.
Inclu�an la planificaci�n de la econom�a, la eliminaci�n de los monopolios mercantiles, el control del comercio internacional y la ampliaci�n y diversificaci�n de sus mercados. La nacionalizaci�n del sistema bancario, el repudio a la deuda financiera contra�da a espaldas del pueblo, la reforma agraria para que la tierra sea de quien la trabaja, formaban parte de esos programas que el peronismo enarbol� en los a�os de la adversidad y detr�s de los cuales se encolumn� para conquistar el futuro. Contemplaban la protecci�n arancelaria de la industria nacional, la consolidaci�n de una industria pesada, la integraci�n de las econom�as regionales, la nacionalizaci�n de los sectores b�sicos de la econom�a (siderurgia, petr�leo, electricidad, frigor�ficos), una pol�tica exterior independiente y de solidaridad con los pueblos oprimidos.


Escenas de Ezeiza, testimonios. Una persona del mont�n exclama al pasar: "Son animales". Por supuesto, no le dieron la m�s m�nima pelota.

El 11 de marzo de 1973 el Frente Justicialista de Liberaci�n s�lo hab�a llevado al triunfo un programa m�nimo que no pod�a dejar de expresar sin embargo los objetivos b�sicos del peronismo, las aspiraciones populares que trascend�an la formalidad de un acto electoral y que s�lo pod�an ser satisfechas en el ejercicio real del poder. Esto implicaba un sueldo digno y un trabajo estable para todos, casa para los que no ten�an casa, hospitales para los enfermos, justicia para los que nacieron o envejecieron bajo la injusticia.
Su instrumento necesario deb�a ser un Estado Popular donde participara la clase trabajadora decisivamente a partir de las estructuras que se hab�a dado, y no de aquellas otras que la dictadura instrument� para esterilizar sus luchas. Aparatos burocr�ticos, logias reaccionarias, asociados con banqueros y generales no pod�an estructurar ese Estado, porque sus intereses se opon�an a los del pueblo.
Las m�s claras exigencias hist�ricas del peronismo se daban en la relaci�n del Estado Popular con las Fuerzas Armadas, porque de tales relaciones depend�a la existencia misma de semejante Estado. Un Ej�rcito que hasta el 25 de mayo hab�a combatido en el frente interno contra su pueblo, una Marina que nueve meses antes hab�a ejecutado y justificado una masacre imperdonable, s�lo hubiera podido ser una apoyatura real del gobierno peronista si se hubiera producido una profunda renovaci�n en sus cuadros y su doctrina y el acceso generalizado a posiciones de mando de oficiales identificados con los objetivos de la Naci�n y subordinados a la voluntad del pueblo. No eran suficientes Carcagno y Cesio, aislados en la punta de una pir�mide hostil.
Estas eran las expectativas populares, pero hab�a muchos equ�vocos que en Ezeiza se disipar�an brutalmente. Dentro de la concepci�n de Comunidad Organizada, que Per�n expuso por primera vez en un congreso de filosof�a en la d�cada del 40, la clase trabajadora necesita organizaci�n gremial pero no pol�tica, para actuar como factor de presi�n dentro de un sistema donde la decisi�n reside en el Estado arbitro. Por lo tanto no hay lugar en ella para la organizaci�n de la clase obrera como un poder en s�, que a trav�s del control del Estado conquiste el poder total y lo ejerza, como se deduc�a de la pr�ctica de los sectores m�s din�micos del Movimiento, el sindicalismo combativo, la CGTA, la Juventud, y de la teorizaci�n de las organizaciones armadas peronistas.
De estos sectores provinieron a partir de 1968 las acciones que forzaron a la dictadura a concebir una salida electoral que incluyera por primera vez al peronismo como una opci�n aceptable. Lo sucedido en Ezeiza el 20 de junio se resume as� en una frase del discurso pronunciado por Per�n la noche del 21: "Somos lo que dicen las 20 Verdades Justicialistas y nada m�s que eso". En ellas no cab�a el programa socializante que el peronismo se dio en la oposici�n, cuando la soledad de la derrota lo redujo a poco m�s que su componente obrero. La proximidad del poder a partir del derrumbe de Ongan�a en 1970 volvi� a ampliar el espectro representativo y gener� contradicciones internas que deflagraron a partir del 25 de mayo con el regreso al gobierno, y dispersaron a las fuerzas contenidas, a partir del 20 de junio.
El hombre viejo y enfermo que descendi� en la base militar de Mor�n no pod�a salvar ese abismo, conciliar las tendencias antag�nicas que se mataban en su nombre. Intent� repetir su experiencia anterior sin advertir que el frente de 1946 hab�a respondido a una coyuntura que no exist�a en 1973, y aval� a la derecha del Movimiento, lanzada en son de guerra contra quienes ped�an coherencia desde el gobierno con los objetivos de transformaci�n social profunda por los que se hab�a peleado.
La izquierda peronista cometi� errores que la condujeron indefensa al desfiladero del 20 de junio. Ignoraba que eran tan peronistas las posiciones de sus adversarios internos como las propias y plante� la pugna en t�rminos de lealtad a un hombre cuyas ideas no conoc�a a fondo. No se detuvo a consolidar los avances conseguidos entre 1968 y 1973 ni a estudiar las reglas del juego de la nueva etapa. Imagin� que su mayor capacidad de movilizaci�n y organizaci�n de masas bastar�a para inclinar la balanza en su favor frente a la dirigencia sindical burocr�tica. Crey� que ser�a posible compartir la conducci�n con Per�n en cuanto �ste reparara en su poder. Se acostumbr� a interpretar la realidad pol�tica en t�rminos de estrategia militar, pero no previo que se recurrir�a a las armas para frenar su marcha impetuosa. Fue a un tiempo prepotente e ingenua.
Los militares del Gran Acuerdo Nacional exhibieron mayor sabidur�a pol�tica. No participaron directamente en la masacre, pero crearon las condiciones para su producci�n, apa�aron sus preparativos y encubrieron a los responsables, para que les desbrozaran el terreno de los obst�culos que ellos no pod�an remover.
En torno de la masacre de Ezeiza y de sus consecuencias comenz� a manifestarse la alianza entre la derecha peronista y la derecha no peronista, que tan clara se hizo durante el gobierno militar 1976-1983 y en los comienzos de la restauraci�n constitucional.
El Rucci que en 1973 re�ne y arma a todos esos sectores es precursor del Herminio Iglesias de la d�cada siguiente. El mismo Julio Ant�n que en 1974 acompa�� al coronel Navarro en el botonazo, recibir� la adhesi�n del general Camps en un acto peronista de 1985. El C de O y la CNU que Osinde puso sobre el palco de Ezeiza dieron sus hombres a los servicios militares de informaciones para el control de campos de concentraci�n en la segunda mitad de la d�cada del setenta, y para la intervenci�n en Centroam�rica decidida por la dictadura al empezar la del ochenta. Al peronista-reaccionario Osinde corresponde con simetr�a el reaccionario-peronista Acdel Vilas. Por eso su estudio nos habla tanto del pasado como del presente, en el que el C de O sigue idolatrando al comisario Villar y los diputados del minibloque peronista exaltan a Galtieri.
A pesar de los a�os transcurridos no se ha publicado ninguna investigaci�n sobre la masacre de Ezeiza, que ha llegado a convertirse en nuestro mayor tab� pol�tico. La interpretaci�n que en forma difusa se ha ido imponiendo es la de dos extremos irracionales que se masacran mutuamente, ante un pueblo ajeno a ambos que s�lo quer�a asistir a una fiesta.
La investigaci�n que empec� la misma noche del 20 de junio, interrumpida y reiniciada varias veces en esta d�cada, consultando documentos oficiales, recogiendo testimonios de los dos bandos, cotej�ndolos con fuentes p�blicas y con los materiales de los servicios de informaciones a los que pude acceder, no demuestra esa hip�tesis.
En este libro me propongo establecer:
� que la masacre fue premeditada para desplazar a C�mpora y copar el poder.
� que mientras unos montaron un operativo de guerra con miles de armas largas y autom�ticas, los otros marcharon con los palos de sus carteles, algunas cadenas, unos pocos rev�lveres y una sola ametralladora que no utilizaron.
� que el grueso de las v�ctimas se origin� en este segundo grupo.
� que el n�mero de muertos fue muy inferior al de las leyendas que a�n circulan.
� que los tiroteos m�s prolongados se entablaron por error entre grupos del mismo bando, ubicados en el palco y el Hogar Escuela, y que tomaron a la columna agredida entre dos fuegos.
� que los tiradores ubicados sobre tarimas en los �rboles tambi�n respond�an a la seguridad del acto.
� que no hubo combate sino suplicio de indefensos.
� es decir, que los masacradores lograron su prop�sito.

PRIMERA PARTE

LOS PREPARATIVOS
La botella de champagne

El 25 de mayo m�s de un mill�n de personas despidieron a gritos al �ltimo presidente del gobierno militar. Los carteles de los sindicatos, que las gr�as municipales colgaron en la Plaza de Mayo, quedaron en minor�a ante las banderas y estandartes del otro sector que le disputaba el predominio: la Juventud Peronista, y las guerrillas que ese d�a anunciaron la fusi�n de FAR con Montoneros.
La multitud impidi� que el Secretario de Estado norteamericano William Rogers, y el presidente del Uruguay Juan Mar�a Bordaberry pudieran llegar a la Casa de Gobierno, donde prestaba juramento H�ctor C�mpora: pint� con aerosol los uniformes militares, ocup� el sitio en el que deb�an desfilar, y amenaz� con un descontrol proporcional al r�gido orden que el gobierno saliente hab�a procurado imponer hasta su �ltimo d�a.
Cinco mil activistas de la JP provistos con brazaletes de tela tomaron la situaci�n a su cargo, establecieron pautas para la circulaci�n y �reas que deb�an ser respetadas. La jornada transcurri� con agitaci�n pero sin incidentes graves. Fue el primero de una serie de d�as vertiginosos, en los que centenares de miles de personas se echaron a las calles. Rodeando la c�rcel hasta que C�mpora firmara el indulto para los presos pol�ticos, o en columnas de a miles, con sus banderas al aire, aparec�an en una esquina cualquiera, daban sus vivas y continuaban hacia un destino impreciso.
Se estaba incubando un cataclismo.
Descolocado en la campa�a electoral y en los albores del nuevo gobierno, el sector sindical lanz� su contraofensiva una semana despu�s, con un par de solicitadas contra el "trotskysmo" y la "patria socialista", como eligi� caracterizar a sus oponentes desde entonces.
Centenares de reparticiones p�blicas fueron ocupadas a partir de all� por los dos bandos. La Juventud Peronista hab�a promovido esa especie de revoluci�n cultural para expulsar de sus cargos a funcionarios comprometidos con los gobiernos militares. La rama sindical replic� con las ocupaciones preventivas, "antes que lleguen los trotskystas".
El 9 de junio, al cumplirse 17 a�os de los fusilamientos de 1956, las dos facciones se encontraron. La muerte de un dirigente gremial a�adi� fatalidad y encono a la contienda.
Ante la marea de ocupaciones que fue paralizando al pa�s, el gobierno de C�mpora no supo qu� hacer, y nadie escuch� al Secretario General peronista Juan M. Abal Medina cuando exhort� a detenerlas, ya demasiado tarde. El ministro del Interior declar� que cuando se acumula presi�n en una botella de champagne durante a�os, es suficiente quitar el corcho para que se derrame la espuma. Esteban Righi no dispon�a de buena informaci�n sobre el origen y el prop�sito de cada una de las ocupaciones, a las que se refer�a en conjunto e indiscriminadamente.
En uno de sus primeros actos de gobierno, Righi hab�a pronunciado un acre mensaje ante la plana mayor de la Polic�a Federal, a la que compadeci� por el rol de brazo armado de un r�gimen injusto que hab�a desempe�ado en los �ltimos a�os. En su bien inspirado discurso vibraban los mejores sentimientos de libertad, justicia y dignidad humana con los cuales el peronismo hab�a enfrentado a las dictaduras militares y a los gobiernos civiles ileg�timos durante casi dos d�cadas. Righi fustig� a los polic�as torturadores y anunci� que ning�n abuso ser�a consentido.
Pasadas 48 horas sin que se iniciaran las esperadas medidas de depuraci�n, los polic�as se�alados pasaron de la desolaci�n a la resistencia. Pocos d�as despu�s de su discurso, Righi se ve�a envuelto en una pol�mica con organismos fantasmas de oficiales de las polic�as Federal y provincial de Buenos Aires, que lo atacaban con comunicados en los diarios y voceaban supuestos malestares en la tropa. Privado de la colaboraci�n de la �nica fuerza armada que depend�a de su ministerio, Righi vivi� casi a ciegas el proceso que en un mes condujo a las crisis y declinaci�n del gobierno que integraba. La espuma de champagne se convirti� en lava de un volc�n.


Ni yanquis ni marxistas

Video documental Ezeiza

Documental period�stico, en blanco y negro
F
uente: ARCOIRIS TV, duraci�n: 66 minutos
Cortes�a de Roberto Di Chiara

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El 2 de junio La Naci�n editorializ� sobre la "crisis inevitable entre el terrorismo de izquierda y las estructuras cl�sicas del peronismo". El mismo d�a, las 62 Organizaciones declararon que se planteaba "en t�rminos dram�ticos la crisis del peronismo cl�sico con las organizaciones subversivas". Casi las mismas palabras.
El 3, durante un asado servido en un campo de recreo del SMATA en Ca�uelas, el delegado cubano al congreso de la CGT, Agapito Figueroa, pidi� algo muy com�n en su tierra: un brindis por el Che Guevara. Fue interrumpido por gritos hostiles de "ni yanquis ni marxistas", que med�an el clima de confrontaci�n imperante, y Rucci dijo que "estamos en lucha con los imperialismos de derecha y de izquierda". El diario de las empresas extranjeras se�al� que el gobierno contaba con "informaci�n interna proveniente de los a�os transcurridos en la oculta oposici�n al gobierno anterior, que har� que no sea dif�cil infiltrarse en las organizaciones terroristas que contin�an operando"1. El diario de los sindicatos afirm� que "quienes no somos ni liberales ni marxistas sostenemos una vez m�s que el peronismo es nacional y no debe tolerar extorsiones de quienes son sin duda sus enemigos"2.
Las tomas impulsadas por la derecha peronista procuraban mejorar sus posiciones en cargos p�blicos frente al otro sector. Pero junto con los cementerios, las dependencias administrativas, los colegios, las f�bricas, las universidades, las cooperativas, las colonias tur�sticas, los organismos cient�ficos, los clubes, un reducido n�mero de ocupaciones obedec�a al prop�sito de asegurarse el control de todo tipo de comunicaciones.
En el Ministerio de Obras y Servicios P�blicos fue expulsado a empujones el subsecretario Horacio Zubiri, y los ocupantes ofrecieron como reemplazante a Belisario Canino, compa�ero del capit�n Chavarri en la Agrupaci�n 20 de noviembre.
Los representantes de los sindicatos AATRA y FOECYT que tomaron la Secretar�a de Comunicaciones notificaron que los respaldaba el secretario general de la CGT Jos� Rucci, de lo cual dio fe el diputado nacional Carlos Gallo, un ex dirigente telef�nico separado de su gremio y convertido en asesor pol�tico de la UOM.
Las radios fueron uno de los objetivos predilectos. En C�rdoba la Juventud Sindical y el Centro de Acci�n y Adoctrinamiento adujeron la "infiltraci�n marxista" para tomar LV3 y LW1. La Alianza Libertadora ocup� el canal 8 y las 62 Organizaciones LRA 7 y el edificio central de Correos, siempre contra "los infiltrados". En la Capital Federal una agrupaci�n creada por el fot�grafo Manuel Damiano, quien hab�a dirigido el Sindicato de Prensa antes de 1955, tom� LS6, LR2 y LR3, con diez filiales en el interior. En Rosario la UOM, la UOCRA y la Alianza Restauradora se apoderaron de LT2, LT3 y LT6 y prohibieron la difusi�n de discos de Horacio Guarany, Osvaldo Pugliese y Mercedes Sosa. En Olavarr�a, las 62 Organizaciones controlaron LU32. En Bah�a Blanca, LU7.
Los ocupantes del canal 7 de televisi�n, en la Capital Federal, ordenaron en nombre del teniente coronel Jorge Osinde y de Rucci que s�lo deb�an verse en la transmisi�n los carteles de los sindicatos y que no se realizar�an encuadres del presidente C�mpora. Entre quienes probaron sobre el responsable de la emisora, Rene Aure, la persuasi�n de un ca�o empavonado estaba el comandante de Gendarmer�a Corres, padre de uno de los asesinos en 1971 de la estudiante marplatense Silvia Filler. Leonardo Favio recibi� instrucciones de no nombrar a otra mujer que Isabel Per�n.

1. The Buenos Aires Herald, 6 de junio de 1973.
2. Mayor�a, 9 de junio de 1973
El Comandante Corres y la Alianza Libertadora hab�an establecido su cuartel en el Teatro Municipal San Mart�n, que depend�a del intendente interino Leopoldo Frenkel, amigo de Osinde y fundador del Comando de Planificaci�n. En el mismo teatro realiz� su congreso la hasta entonces desconocida Agrupaci�n de Trabajadores de Prensa de Manuel Damiano. Su invitado de honor fue alguien cuya vinculaci�n con la prensa se limitaba a la lectura del diario, y de quien nos ocuparemos m�s adelante: el general Miguel �ngel I��guez.
Y un denominado Comando Militar de esa agrupaci�n de supuestos periodistas se apoder� de Ferrocarriles Argentinos con ayuda del agente de la Inteligencia ferroviaria Fernando Francisco Manes. Integraban el comando los hermanos Juan Domingo, Ra�l y Vicente L�pez, Jos� Arturo Sangiao, Eugenio Sarrabayrouse y Edmundo Orieta, los mismos que hab�an copado las tres radios en la Capital Federal.
Luego de ocupar los ferrocarriles echaron al director designado por el gobierno y propusieron en su reemplazo al general Ra�l Tanco, viejo amigo de I��guez.
La agencia oficial de noticias Telam no hizo falta ocuparla, porque sus directivos eran Jorge Napp y el teniente coronel Jorge Ob�n, dos integrantes del COR del general I��guez. Lo �nico que faltaba era una central de comunicaciones moderna con puestos m�viles. La proveer� el Autom�vil Club, como ya veremos.
Obras P�blicas, Comunicaciones, radios y televisoras, unidades rodantes con central radial, ferrocarriles. Todo marcha como debe.


L�pez & Mart�nez

En 1955 �l cantaba boleros. Ella tocaba el piano y bailaba. Jos� L�pez ten�a 39 a�os, Mar�a Mart�nez 24. Se ver�an por primera vez s�lo once a�os m�s tarde.
Juan D. Per�n, de 59, comenzaba su largo exilio. Pas� unos meses en Paraguay y sigui� hasta Panam�. All� conoci� a Mart�nez, quien abandon� su compa��a en gira y se qued� con �l como secretaria. Despu�s se casaron, en Espa�a.
Antes de ese encuentro s�lo hay anodinos recuerdos de provincia: su nacimiento en La Rioja, hija de un alto funcionario de un banco oficial, sus buenas calificaciones en la escuela primaria, sus estudios de m�sica, teatro y danzas. Per�n reci�n recurri� a ella para una misi�n pol�tica al cabo de diez a�os, porque Augusto Vandor le discut�a la conducci�n del peronismo y no confiaba en nadie para enfrentarlo. En 1966 la envi� a la Argentina para representarlo en la campa�a electoral por la gobernaci�n de Mendoza.
Con una carpeta de recortes y una vieja fotograf�a que lo mostraba de uniforme trepado al auto descubierto de Per�n, L�pez se ofreci� para integrar la custodia de Mart�nez. Su biograf�a no era menos desva�da. Hijo de un inmigrante espa�ol, jug� al f�tbol, cant� en los bailes de un club del barrio de Saavedra, trabaj� como pe�n en una f�brica textil, fue cabo de la polic�a, milit� en un comit� radical, se cas�, tuvo una hija.
Los dos hab�an seguido parecidas l�neas de fuga hacia regiones fant�sticas, ella en un templo espiritista de Mataderos, �l por medio de la magia blanca de Umbanda y la logia Anael. Cuando Mart�nez concluy� su misi�n en Mendoza y Buenos Aires, L�pez la sigui� a Espa�a, donde las afinidades ocultistas le franquearon el acceso a la residencia de los Per�n. A fines de 1966 ya trabajaba como asistente en Puerta de Hierro.
Per�n hab�a tenido un contacto previo con el jefe de la logia Anael, el brasile�o Menotti Carnicelli, y con su representante argentino el martillero H�ctor Caviglia, quienes en 1950 le recabaron su apoyo para reponer en el gobierno a Getulio Vargas. Seg�n Anael, Per�n y Vargas deb�an realizar "la uni�n de las rep�blicas de Am�rica para el dominio del mundo civilizado". Hitler y Mussolini hab�an venido a la tierra para "abrir camino a Per�n y Getulio". Cuando Estados Unidos se desmoronara, la alianza de la Argentina y Brasil afirmar�a en el tercer milenio una nueva humanidad.
La logia identificaba sus esquemas racistas con la emergencia pol�tica del Tercer Mundo. Asia, �frica y Am�rica eran los continentes sobre los que se fundar�a el nuevo orden mundial. Formaban un tri�ngulo y una sigla, de valor cabal�stico: AAA.
Washington no se desplom�, Vargas se peg� un tiro en el palacio Catete en 1954, y Per�n se desentendi� de la logia esot�rica que quer�a crear una iglesia nacional argentina, independiente de Roma3.


El s�tano milenario

Al llegar a Madrid en 1966, L�pez se ofreci� a prolongar la vida de Per�n. En una carta enviada a sus compa�eros de Anael el 15 de julio escribi� que "estamos en los albores de un nuevo ciclo de la humanidad, se est� produciendo el balance final, y el barco carga aquello que est� pronto a zarpar. Hubo 2.000 a�os para prepararse. Yo veo a la distancia y tengo la enorme responsabilidad de controlar la pureza del embarque.
"Isabelita ha demostrado una vez m�s ser una gran mujer. Ha hablado tanto de nosotros al general y a los periodistas, que soy una especie de bicho raro.


3. Cartas de Caviglia y Anael a Per�n se reproducen en la secci�n documental de este libro.
"Habl� con el general de las publicaciones que pensamos editar para hacer la biblioteca peronista y me apoya plenamente. La se�ora percibir� el 50 �/o de las ganancias como socia nuestra. Como podr�n notar tenemos la exclusividad de todo a trav�s de Isabelita, quien con ese dinero no tendr� que depender de nadie.
"Las jerarqu�as del s�tano milenario y las momias fara�nicas est�n en plena actividad, luchando contra este pobre vigilante, contra esa ni�a flaca y rubia. La batalla es definitiva, y as� se lo manifest� claramente al jefe. Le dije, entre otras cosas, que mi viaje no fue para acompa�ar a Isabel ni para descansar en su mansi�n. Vengo en busca de una "definici�n y no me ir� sin ella. Me pidi� tiempo de vida para dejar el movimiento en manos institucionalizadas y retirarse como fil�sofo patriarca de Am�rica4 ".
L�pez fue primero custodio de Mart�nez, despu�s su consejero, astr�logo y confesor, finalmente su exclusivo gu�a espiritual. Por la ma�ana trabajaba en una oficina de la Gran V�a en sus libros de astrolog�a. Por la tarde en la quinta 17 de octubre, supervisando el funcionamiento de la casa, las compras, las reparaciones.
En su "Astrolog�a esot�rica", de 1970, escribi� que a Per�n le correspond�a el acorde musical La, Si, Mi 2, que su destino obedec�a a los perfumes zodiacales de la rosa y el clavel salm�n, a cinco partes de color celeste y cinco partes de gris, a las alteraciones de la vejiga, a los ur�teres, el sistema vasomotor y la piel. Al a�o siguiente ya llevaba el archivo de Per�n y pasaba en limpio su correspondencia. Comenz� a tutear a los visitantes e inmiscuirse en las conversaciones de Per�n con los jefes pol�ticos y sindicales que lo visitaban. A su alrededor fue creciendo un discreto polo de poder en el peronismo, v�a ideal para llegar con informes o dinero a la Puerta de Hierro para quienes no estaban en buenos tratos con los conductos formales. "Yo soy el pararrayos que detiene todos los males enviados contra esta casa. Cada vez soy menos L�pez Rega y cada vez soy m�s la salud del general" dijo un d�a de l9725.
Los comerciantes argentinos H�ctor Villal�n y Jorge Antonio, quienes durante una d�cada hab�an constituido la corte de Per�n en Madrid, se quejaban ante cada visitante de los crecientes poderes de la sociedad L�pez & Mart�nez, que les hab�a clausurado la entrada a la residencia y filtraban las cartas y entrevistas de Per�n. Villal�n sab�a que el �nico medio de comunicarse con Per�n era el t�lex de la Puerta de Hierro, porque el ex presidente controlaba diariamente que no hubiera cortes en el rollo de la copia carb�nica que quedaba en la m�quina, atendida por el asistente de L�pez Rega, Jos� Miguel Vanni. Hab�a nacido el entorno.


El guitarrista malo de Gardel

Dos semanas antes que L�pez escribiera su carta a la logia, el general Juan C. Ongan�a hab�a iniciado su Revoluci�n Argentina. Intervino sindicatos, anul� leyes laborales, desnacionaliz� bancos e industrias, intent� sin �xito extraer recursos del agro para modernizar el aparato productivo, reorganiz� el Ej�rcito que se volc� sobre el frente interno seg�n la Doctrina de la Seguridad Nacional, y le subordin� las fuerzas policiales para controlar las fronteras ideol�gicas.
Ongan�a y sus dos sucesores castrenses, Roberto Levingston y Alejandro Lanusse, enfrentaron huelgas, movilizaciones, ocupaciones de f�bricas, insurrecciones urbanas que llegaron a paralizar capitales provinciales, como el cordobazo de 1969 o el rosariazo de 1970, el surgimiento de las guerrillas rurales y urbanas, peronistas y marxistas, un proceso electoral en 1971 y 1972, y por �ltimo los comicios de marzo de 1973.


4. Revista Somos, octubre de 1976.
5. La Opini�n, 22 de julio de 1975. Art�culo de Tomas Eloy Mart�nez.
En 1972 al salir de una reuni�n con Per�n dos dirigentes de la Juventud Peronista fueron invitados por L�pez a tomar un trago en el Hotel Monte Real, a pocas cuadras de la residencia.
"Gardel ten�a dos guitarristas, uno muy bueno y el otro muy malo", comenz�, para asombro de sus interlocutores.
"El bueno se separ� de Gardel y se dedic� a dar conciertos. No le fue mal, pero pronto lo olvidaron. El malo, en cambio, se qued� con Gardel hasta el final, sobrevivi� al accidente y tambi�n se dedic� a dar conciertos. Recorri� todo el pa�s present�ndose como el �ltimo guitarrista que tuvo Gardel, y los teatros se llenaban aunque tocara mal", sigui�.
Sus acompa�antes se acomodaron en la barra y cambiaron una fugaz mirada. L�pez prosigui�:
"Lo mismo pasa con el general. En el peronismo hay muchos guitarristas buenos, pero nadie se acuerda de ellos. En cambio, la se�ora y yo somos el guitarrista malo de Gardel". Insinuaci�n o advertencia, la par�bola fue festejada con un brindis, y pronto olvidada.6
Otra vez, a instancias de Per�n, L�pez expuso una de sus teor�as. Debido a las culpas de la oligarqu�a, un r�o de sangre seca circulaba bajo el subsuelo de la Argentina. Luego, a solas con los visitantes, a�adi� que despu�s de tomar el gobierno el peronismo necesitar�a una milicia armada para reprimir a sus enemigos, e insisti� en el importante futuro reservado a la esposa de Per�n.7
Por entonces nadie los tomaba en serio. Cuando L�pez hablaba, Per�n sonre�a.


El hombre de la Compa��a

El embajador estadounidense en Espa�a escuch� con mayor atenci�n al mayordomo escatol�gico. Robert Hill era accionista de la United Fruit y funcionario de la Central de Inteligencia de su pa�s, y en 1954 hab�a estado relacionado con la invasi�n a Guatemala y el derrocamiento del coronel Jacobo Arbenz. Fue el nombre designado por la C�A para penetrar la intimidad de Per�n. Adem�s de L�pez, Hill ten�a contacto con Milosz Bogetic, un ex coronel croata ustachi, pr�fugo al terminar la Segunda Guerra Mundial, refugiado primero en la Argentina y luego colaborador del dictador dominicano Rafael Trujillo.
En 1973, cuando L�pez se instal� cerca del poder en Buenos Aires, el Departamento de Estado traslad� a Hill de Espa�a a la Argentina para continuar la relaci�n. Una de sus primeras actividades fue la firma de un convenio con L�pez para la represi�n del tr�fico de drogas, cobertura que la C�A comenzaba a utilizar por entonces.
L�pez revel� ante la prensa lo que deber�a haber guardado en reserva. En su discurso dijo que el combate contra las drogas formaba parte de un plan pol�tico, de lucha contra la subversi�n. Hill asinti� en inc�modo silencio.
Con asistencia t�cnica y financiera de Estados Unidos comenzaba a organizarse la AAA, reedici�n del Plan Phoenix, aplicado en Vietnam para suprimir a 10.000 opositores.
Su ensayo general se hab�a escenificado pocos meses antes, el 20 de junio, en Ezeiza.




6. Testimonio de uno de los protagonistas, recogido por el autor en Lima en 1975.
7. �dem.

El plan policial

Al anunciarse el regreso de Per�n la Polic�a Federal elabor� un detallado plan con cuatro objetivos: ordenar el tr�nsito de personas en el acto de recepci�n, asegurar la circulaci�n y estacionamiento de veh�culos, brindar seguridad al p�blico y prevenir incendios o emergencias sanitarias.
Esta sensata programaci�n, contenida en un expediente de 21 carillas, inclu�a relevamientos planim�tricos y aerofotogram�tricos, y contemplaba alternativas por si el acto deb�a suspenderse debido a condiciones meteorol�gicas o imprevistos que pusieran en peligro a la concurrencia o a las autoridades.
Las medidas de prevenci�n y las �reas de responsabilidad sugeridas por la Polic�a Federal a lo largo de la Avenida General Paz, el Camino de Cintura y la autopista Ricchieri; la disposici�n de efectivos de Tr�nsito, Polic�a Montada, Guardia de Infanter�a, Bomberos, Orden Urbano, Seguridad Metropolitana, Seguridad Federal, Comunicaciones, Investigaciones Criminales y Personal T�cnico; las previsiones para alojar a eventuales detenidos y heridos; las formas de colaboraci�n con Gendarmer�a, Municipalidad de Buenos Aires, Polic�a de la provincia de Buenos Aires y Fuerza A�rea, eran minuciosas y razonables. Carece de inter�s transcribirlas, por su car�cter t�cnico, y porque no fueron esas las providencias desoidas que permitieron el desastre.
En cambio resultan esenciales las sugerencias que la Polic�a Federal formul� para el palco y que deb�an coordinarse con el Comit� de Recepci�n. El informe propon�a utilizar las columnas de iluminaci�n que bordean el puente para cerrar el contorno del palco con un vallado hexagonal de 50 metros de radio. En su lado norte habr�a una sola abertura m�vil, sobre camino asf�ltico, para el descenso del helic�ptero presidencial, a s�lo 30 metros del estrado. La parte interna del vallado ser�a controlada por 1.200 polic�as especializados.
Los t�cnicos policiales vaticinaban que el p�blico presionar�a sobre la primera l�nea delante y detr�s del palco y aconsejaban construir otro vallado externo al primero, siguiendo las cuatro hojas circulares que en forma de tr�bol circundan al puente. Entre ambos vallados quedar�a un corredor libre de unos 50 metros, por el que podr�an desplazarse periodistas, fot�grafos y camar�grafos.
El punto m�s significativo del proyecto policial recomendaba que este vallado externo, que estar�a en contacto directo con el p�blico, fuera controlado por personas identificadas con brazaletes y designadas por el Comit� de Recepci�n.
De este modo, los planificadores policiales preve�an las aglomeraciones a ambos lados del palco, y sin empecinarse en una imposible prohibici�n de acercarse desde el aeropuerto, adoptaban precauciones para impedir desbordes. Estos recaudos deb�an estar a cargo de militantes pol�ticos en la primera l�nea, y de personal policial en la segunda. Sin armas los primeros, cuya tarea era la persuasi�n. Preparados para actuar s�lo en caso de extrema necesidad los segundos.
Este sencillo esquema no se compadec�a con las atribuciones pol�ticas que el comit� encargado de los aspectos t�cnicos de la seguridad pretend�a arrogarse. As�, el acceso por detr�s del palco fue prohibido a los manifestantes, y los polic�as profesionales suplantados por militares retirados y activistas sindicales armados.
Su misi�n no era garantizar la seguridad del acto, sino el predominio en las posiciones de avanzada de los contingentes de sus organizaciones.
Si no lo lograban, correr�a bala.


Un torturador

"Luego de manifestarle que tuviera entendido que desde ese momento la vida del dicente no ten�a ning�n valor, le aplic� un golpe sobre el lado izquierdo de la cara, fractur�ndole el segundo premolar del maxilar superior, luego lo empuj� oblig�ndolo a sentar en un sill�n y coloc�ndole la punta del pie derecho bajo el cuerpo, le indic� que declarara"8.
En 1946 hab�a terminado su curso de Inteligencia, y fue designado jefe de Contraespionaje del Servicio Secreto del Comando en Jefe del Ej�rcito. Se desvelaba por estafadores rumanos, agentes sovi�ticos y norteamericanos, redes alemanas de informaci�n.
Pronto se ocupar�a tambi�n de argentinos. Primero organiz� la Direcci�n de Coordinaci�n de la Polic�a Federal y luego extendi� su poder a los dem�s aparatos de informaciones del pa�s. Desde Control de Estado manejaba simult�neamente los servicios militares y policiales.
En 1951 arrest� a un coronel y dos capitanes sublevados con el general Benjam�n Men�ndez: Rodolfo Larcher, Julio Alsogaray y Alejandro Lanusse, tres futuros comandantes en jefe. Democr�ticamente brind� a los tres militares el mismo tratamiento que el civil Rafael Douek describe en el comienzo de este cap�tulo.


Bombas en la Plaza

El 1o de mayo de 1953 estallaron varias bombas entre la gente reunida frente a la Casa de Gobierno para escuchar a Per�n. Cuando fue designado al mando de la investigaci�n ya era teniente coronel y ten�a 40 a�os. Los doce detenidos se acusaron unos a otros desde la primera sesi�n de picana, pero los castigos prosiguieron durante d�as. Su objeto no era arrancarles la confesi�n sino hac�rselas memorizar. En aquella �poca en que los derechos individuales estaban mejor protegidos, la declaraci�n "espont�nea" ante la polic�a carec�a de valor legal.
Era preciso compaginar con las doce palinodias un solo cuento, que cada uno deb�a repetir en forma convincente ante Su Se�or�a.
El ten�a su sistema mnemot�cnico. A Douek lo coloc� bajo una l�mpara de luz roja frente a una red, conectada a cuatro conductores el�ctricos.
Si dos sectores de la red se rozaban, echaban chispas. "Detr�s del dicente, dos personas comentaron entre s� y con el indudable prop�sito de intimidar al deponente, que ser�a desnudado y se le arrojar�a la red encima9.
Cuando Alberto Gonz�lez Dogliotti contest� insatisfactoriamente una de sus preguntas, lo acometi� "a golpes de pu�o en los o�dos" mientras un comisario lo inmovilizaba, "circunstancia que le produjo una fuerte sordera10.
Al ingeniero Roque Carranza, futuro ministro de los presidentes Illia y Alfons�n, le dijo que le conven�a "confesarse autor de los hechos, a fin de evitar consecuencias para el declarante, que podr�a alcanzar a sus familiares, cuya detenci�n iba a ordenar en ese momento11.
Carranza se neg�. Lo vendaron, lo desnudaron, lo sentaron en una silla, le ataron una toalla h�meda al tobillo y lo picanearon. Despu�s el jefe de los torturadores lo inst� a "hacer una confesi�n completa. El deponente manifest� entonces que firmar�a lo que le pusieran delante con tal que terminaran los procedimientos y se liberara a sus familiares".
El peronismo pag� por estas aberraciones, cuyo relato recorri� el mundo realimentando el mito de la dictadura fascista que durante la gesti�n del ex embajador Spruille Braden hab�a difundido el Departamento de Estado de Washington.

8. Declaraci�n judicial de Rafael Douek, el 7 de agosto de 1953. En Nudelman, Santiago: Por la moral y la decencia administrativa, Buenos Aires, 1956.
9. 10. 11. Declaraciones judiciales de Douek, Gonz�lez Dogliotti y Carranza, en Nudelman, op. cit.
Su s�dica violencia era innecesaria para defender a un gobierno cuya fuerza emanaba del respaldo popular. La de sus camaradas de armas despu�s de 1955 no fue menos cobarde, pero llen� con pragmatismo de clase una funci�n racional, como �nico sustento posible de un poder ileg�timo.


La llovizna y la tempestad

Despu�s de 1955 se benefici� de la indiscriminada persecuci�n contra el peronismo. Preso en un buque-c�rcel pas� a ser uno m�s entre los miles de humillados, y cuando Frondizi lo amnisti� en 1958, nadie le pidi� cuentas por sus delitos. Comparativamente parec�an hechos menores, contradicciones secundarias, como una llovizna para quien ha padecido una tempestad.
En 1964 asumi� como delegado militar durante los preparativos del primer retorno. Para construir algo tambi�n puede usarse bosta, dec�a Per�n, y parec�a sabio.
Compa�ero de promoci�n de los generales Ongan�a y Rauch, reconciliado con Lanusse y Alsogaray, socio del secuestrador del cad�ver de Eva Per�n, Moori Koenig, importador de mosaicos y may�licas de lujo junto con Ciro Ahumada, fue uno de los candidatos de la derecha peronista a la sucesi�n de Jorge Paladino como delegado de Per�n y candidato presidencial.
Cuando regres� de Madrid a fines de 1971 ungido una vez m�s como delegado militar lo esperaban en Ezeiza Norma L�pez Rega de Lastiri, el capit�n Horacio Farmache y Manuel de Anchorena. El hacendado del Movimiento Federal lo agasaj� en la terraza de su piso en Buenos Aires, y brind� por �l, "que ser� el sucesor de Per�n"12.
A mediados de 1972 viaj� a Madrid con el encargo de Lanusse de convencer a Per�n que aceptara su proscripci�n como candidato para las elecciones de 1973. Al mismo tiempo el embajador Rojas Silveyra le prometi� pagarle sus sueldos atrasados, restituirle sus bienes y asignarle tres mil d�lares mensuales.
"Me llam� la atenci�n porque la limosna era grande, y le pregunt� qu� quer�an a cambio", cuenta Per�n.
�Su participaci�n en el Gran Acuerdo Nacional, explic� el embajador.
�Ah no, conmigo no cuenten. Yo estoy amortizado. Vivo los �ltimos a�os de mi vida, sin necesidades ni vanidades. Soy insobornable. Lo que ustedes tienen que hacer es dar una soluci�n para el pobre pueblo argentino, con su mill�n y medio de desocupados. En ese caso yo me anoto hasta de pe�n13, dice que dijo Per�n.
En octubre pretendi� negociar por su cuenta con el gobierno el plan de diez puntos para la Reconstrucci�n Nacional presentado por Per�n. En noviembre junto con el brigadier Arturo Pons Bedoya dio seguridades a Lanusse de que Per�n no volver�a a la Argentina. Cuando el avi�n en que volvi� estaba en el aire, intent� desviarlo hacia el Uruguay.
Como jefe de seguridad de la residencia de Per�n en Vicente L�pez recurri� al Ej�rcito para desalojar de las calles vecinas a quienes ven�an a saludar al ex presidente, e instalar un dispositivo intimidatorio con ca�ones antia�reos, como si la casa de la calle Gaspar Campos fuera blanco apetecido de alguna Fuerza A�rea enemiga.
Se opuso a la realizaci�n de las elecciones del 11 de marzo y luego busc� un empleo en el gobierno surgido de ellas. Aspiraba a dirigir una vez m�s los servicios de seguridad, pero L�pez Rega s�lo pudo conseguirle en el Ministerio de Bienestar Social la Secretar�a de Deportes y Turismo, cargo bien exc�ntrico para un teniente coronel de Inteligencia.


12. Clar�n, 18 de diciembre de 1971.
13. Declaraciones al autor. En Clar�n, 29 de diciembre de 1972.
Desde all�, en estrecho contacto con Jos� Rucci, el teniente coronel Jorge Manuel Osinde organiz� la custodia de L�pez Rega y el operativo del 20 de junio.

El brigadier discreto

De 1970 a 1973 el brigadier H�ctor Luis Fautario fue jefe de Estado Mayor de la Fuerza A�rea, y luego hasta diciembre de 1975 su Comandante en Jefe. En 1974, a la muerte de Per�n, defini� p�blicamente la misi�n del gobierno de L�pez & Mart�nez como una tarea de seguridad y desarrollo con inversiones extranjeras. Si el brigadier Jes�s Capellini no hubiera sublevado el alc�zar de Mor�n para denunciar sus "indecencias administrativas" hubiera figurado sin rubor entre los firmantes de las actas moralizadoras del 24 de marzo, convirti�ndose en el �nico personaje de primer nivel que participara del ciclo completo iniciado en 1971 con el lanzamiento del Gran Acuerdo Nacional de Lanusse y concluido en marzo de 1976 con el golpe de Videla, Massera y Agosti. S�lo le faltaron 90 d�as.
Como edec�n del ex presidente C�mpora, el vicecomodoro Tom�s Eduardo Medina asisti� a las reuniones de planificaci�n del acto del 20 de junio de 1973, en las que Fautario tuvo un �spero choque con Osinde. El mismo Medina cuenta que por opini�n un�nime de los concurrentes las deliberaciones no fueron grabadas, lo cual dobla el valor de su testimonio, que se reproduce en la secci�n documental de este libro.
Al estilo de un diario personal, el vicecomodoro Medina relata las discusiones habidas entre el viernes 15 y el lunes 18 de junio.
C�mpora hab�a viajado a Madrid para acompa�ar el regreso de Per�n, y el vicepresidente en ejercicio Vicente Solano Lima convoc� para una reuni�n en la Casa Rosada el s�bado 16, en la cual se analizar�an las medidas de seguridad para el aeropuerto de Ezeiza. El jefe conservador, a quien la izquierda peronista sigui� considerando uno de los suyos hasta el d�a de su muerte, dijo saber que la Juventud Peronista intentar�a tomar las instalaciones a�reas.
El s�bado por la ma�ana, Lima habl� a solas con Fautario y le ampli� la informaci�n. � Estoy muy preocupado, le coment� luego el comandante en jefe al edec�n aeron�utico.
El vicecomodoro Medina escuch� a su jefe anunciar:
�En la reuni�n de esta tarde voy a exigir que se definan claramente las responsabilidades por la parte de acto que se desarrolla en el aeropuerto.
La reuni�n se inici� a las 19.30 en la Sala de Situaci�n de la Presidencia. Lima cont� que seg�n su informaci�n la JP ocupar�a el aeropuerto porque no confiaba en su jefe, el comodoro Salas, y pidi� su opini�n a los presentes: los ministros del Interior, Trabajo y Defensa; el jefe de la Polic�a Federal; el jefe de la Casa Militar de la Presidencia; el Comandante en Jefe de la Fuerza A�rea; el Comandante de Regiones A�reas; el subjefe de Inteligencia de la Fuerza A�rea y el encargado supremo de la seguridad, Jorge Osinde.
�Cerca del palco voy a disponer un grupo de militantes de la Juventud sindical que me responden, que se van a encargar de contener cualquier exceso, explic� Osinde.
Tambi�n habl� el jefe de la Polic�a Federal, general Heraclio Ferrazzano, y luego de un cambio de impresiones, Fautario hizo conocer sus temores:
�Aqu� no se ha tenido en cuenta la protecci�n integral del aeropuerto. No hay prevista vigilancia ni al norte ni al suroeste del aeropuerto, que es la zona m�s vulnerable.
Hizo notar que a 300 metros del palco hab�a un instituto militar de la Fuerza A�rea que podr�a ser atacado y solicit� protecci�n.
�Tiene que ser protecci�n policial, porque el personal militar no va a intervenir, agreg�.
��No va a intervenir?
�No, salvo que se desborden los limites y penetren dentro del establecimiento.
A ra�z de estas observaciones de Fautario se acord� formar un grupo de trabajo que subsanara el d�ficit de seguridad. Esa comisi�n se reuni� el domingo 17, y el lunes 18 formul� sus recomendaciones ante una nueva plenaria de la cual participaron adem�s de los anteriores el jefe de la polic�a de la provincia de Buenos Aires, el Secretario de Informaciones del Estado, el jefe de la gendarmer�a Nacional, el Prefecto Nacional Mar�timo y el Secretario General de la Presidencia.
El jefe de la Casa Militar explic� de qu� modo se proteger�a el per�metro del aeropuerto y las instalaciones que preocupaban a Fautario. Este no pareci� convencido. Estaba inquieto por el transformador general del aeropuerto y formul� una pregunta clave, a los jefes de polic�a y al de la Gendarmer�a.
��Qu� har� cada fuerza de seguridad si el p�blico avanza sobre el aeropuerto?
La Polic�a Federal contest� que procurar�a encauzarlo hacia lugares que no comprometieran la seguridad del acto y del aeropuerto, mediante pelotones m�viles y agentes de a caballo. La Gendarmer�a respondi� que tratar�a de contener desbordes sin usar sus armas, porque con los escasos efectivos que se reunir�an en torno del aeropuerto tal vez no fuera posible impedir la infiltraci�n desde sur, norte y oeste.
�Si la gente intenta acercarse al avi�n de Per�n, la polic�a de la provincia de Buenos Aires no tomar� ninguna actitud contraria a los deseos de la mayor�a, declar� su representante.
Fautario hab�a reservado para Osinde su �ltima pregunta:
�� Qu� medidas piensa adoptar si el p�blico rebasa el palco?
�Esa es responsabilidad exclusivamente m�a, y ya se han arbitrado todos los medios para que no ocurra, contest� Osinde con fastidio.
Fautario admiti� que el subsecretario de Deportes y Turismo lo excluyera con frase tan tajante de la discusi�n para la cual hab�a sido convocado por el vicepresidente Lima. Pero dej� constancia de su desacuerdo:
�A mi juicio no est�n dadas las condiciones que garanticen la normalidad del acto, puntualiz�.
Despu�s de la masacre, cuando una comisi�n investigadora comenz� a reunir antecedentes para deslindar responsabilidades, Osinde se defendi� arguyendo que nadie hab�a objetado las medidas adoptadas. Era falso, pero pocas voces se alzaron para desmentirlo, y entre ellas no estuvo la del brigadier general Fautario.
Como t�cnico interesado en la preservaci�n del aeropuerto y de las instalaciones a su cargo, Fautario percibi� desde el comienzo la ineficiencia del plan de Osinde. Pero un comandante en jefe era, antes que t�cnico, un pol�tico. Como tal, el brigadier Fautario fue muy discreto. No refut� los descargos de Osinde y aprob� la maniobra que deb�a culminar con el alejamiento de C�mpora.
Los militares que 25 d�as antes hab�an entregado el gobierno comprendieron que la masacre no les ven�a mal.


Jos�

Se cri� en un hogar de italianos pobres de Alcorta, en la provincia de Santa Fe. Durante el gobierno de Irigoyen, poco antes de su nacimiento, los chacareros del pueblo se hab�an rebelado. Se fue antes de cumplir 20 a�os, porque la econom�a agraria tradicional estaba agotada y no hab�a tierra ni trabajo ni porvenir para los j�venes que crecieron en la D�cada Infame.
En Rosario se gan� la vida en la principal industria de la �poca. Limpiaba tripas en el frigor�fico ingl�s y cuando no hab�a trabajo vend�a chocolates en los cines. Esa ciudad grande pero tan desoladora como Alcorta, apenas sede comercial y puerto de los productores rurales, tampoco era para �l.
En 1943, temblando de fr�o, lleg� a Buenos Aires en un cami�n de reparto del diario El Mundo a compartir un cuarto de pensi�n con otros muchachos provincianos. Lav� copas en una confiter�a, ascendi� a mozo de mostrador, fue ayudante de cajero.
Hasta que aprendi�, a manejar el torno y se hizo obrero industrial.
Fue uno de los descamisados de los peque�os talleres y las f�bricas medianas sobre las que Per�n asent� su primer gobierno nacionalista y popular, con buenos sueldos para los trabajadores, cr�dito barato para las empresas, alto consumo y producci�n en aumento14.
Entre 1947 y 1954 trabaj� en tres f�bricas metal�rgicas que ya no existen: la Hispano Argentina, donde se produc�a la pistola Ballester Molina, Ubertini y Catita.
Al producirse el golpe de 1955 era delegado en Catita, y estuvo preso unos meses en la c�rcel de Santa Rosa. Cuando los jefes sindicales del peronismo desertaron, fue uno de los j�venes delegados con los que John William Cooke organiz� la resistencia detr�s del Per�n vuelve.
En 1956 particip� en el Congreso normalizador de la CGT que frustr� el deseo del interventor naval Alberto Patr�n Laplacette de contar con una central adicta, y en la fundaci�n de las 62 Organizaciones. Adem�s fue elegido secretario de prensa del sindicato metal�rgico de la Capital, cuyo secretario general era Augusto Vandor.
Tres a�os despu�s volvi� a la c�rcel, cuando los metal�rgicos se solidarizaron con los obreros del frigor�fico Lisandro de la Torre que el gobierno de Frondizi orden� desalojar por el Ej�rcito.


La �nica barrera

Cooke lo incluy� en una delegaci�n obrera que se reuni� con el Episcopado, en procura de recomponer las relaciones del peronismo con la Iglesia. En su informe posterior a Per�n, Cooke narr� que Jos� hab�a impresionado al cardenal Caggiano y a los obispos al advertirles que el peronismo era la �nica barrera contra la conversi�n de los trabajadores al comunismol5.
Reelecto varias veces como secretario de prensa de la UOM Capital, fue adscripto de Vandor en el Secretariado Nacional, interventor en la importante seccional de San Nicol�s, y en 1970 Secretario General de la CGT, el primer metal�rgico en ese cargo.
"�La campera? Me cost� 25 lucas. Un lujo de Secretario General" dir� a la revista Primera Plana. Cambia su viejo auto por un Chevy �ltimo modelo y se jacta de manejar a 140 km por hora. Declara que sus hijos estudian en colegios privados y que el mayor ser� abogado. Algunos fines de semana va a cabalgar al campo La Carona del hacendado Manuel de Anchorena, un nacionalista de derecha que penetra entonces en el permeable movimiento peronista.
El Comit� Central Confederal de la CGT le encomienda reclamar al gobierno la libertad de Raimundo Ongaro y Agust�n Tosco.

14. La participaci�n de los salarios en el ingreso no llegaba al 40% en 1943, y super� el 50% en 1955.
15. Per�n-Cooke, Correspondencia, Buenos Aires, 1971.
Su interpretaci�n de ese mandato es el�stica: se queja ante el ministro del Interior porque el gobierno "fabrica m�rtires". Con �l se instala el macartismo como pr�ctica diaria y decisiva en la conducci�n sindical. Ongaro y Tosco le parecen "provocadores" o "bolches", Rodolfo J. Walsh "un sucio marxista".
Vanidoso y desenfadado, no carece de perspicacia pol�tica. Fue de los primeros en percibir que despu�s de 15 a�os de rechazo frontal el Ej�rcito hab�a revisado su pol�tica frente al peronismo y probaba una nueva estrategia. Los militares conducidos por Lanusse ofrec�an el gobierno a quienquiera que acatara las grandes leyes del sistema: subordinaci�n de los trabajadores, conservaci�n de la propiedad agraria y el gran capital financiero e industrial, respeto a las jerarqu�as castrenses, alineamiento internacional con Occidente.
Ese juego no requer�a enfrentar a Per�n, como hab�a hecho Vandor, sino competir por el control de la clase trabajadora con la izquierda peronista y ganar el apoyo del ex presidente. El fraude en las elecciones internas, la intimidaci�n a los opositores, la acci�n de grupos armados para simplificar cualquier debate no eran pr�cticas desconocidas, pero Jos� les dio otra escala y una nueva din�mica. La derecha peronista pas� a alinearse con la derecha a secas.
Se rode� de militantes fascistas y empleados menores de los servicios militares de informaci�n e hizo construir un pol�gono de tiro en la CGT para que practicaran. Organiz� grupos de choque y se atrajo a los preexistentes, de los que luego se sirvi� Osinde para la masacre: el Movimiento Federal, la Confederaci�n Nacional Universitaria, la Agrupaci�n 20 de Noviembre del partido de San Mart�n, la Alianza Libertadora, los Halcones.
En Mar del Plata se fotografi� sonriente con Juan Carlos G�mez, asesino de la estudiante Silvia Filler con un arma de la Marina. Del Paraguay repatri� al antiguo jefe de la Alianza, el nazi Juan Queralt�, qui�n dirig�a un night club en Asunci�n por donde pasaba el tr�fico de drogas. En desacuerdo con la distribuci�n de cargos en el nuevo Consejo Superior, sus guardaespaldas colocaron una pistola 45 en la cabeza de C�mpora.
Esta federaci�n de bandas se completar� con la Juventud Sindical, creada por Jos� el 23 de febrero de 1973, dos semanas antes de las elecciones, que se present� con una declaraci�n de guerra contra "los ritos e ideolog�as for�neas que deforman el ser nacional". Un lenguaje que se har�a familiar en los a�os siguientes.
La explicaci�n de sus objetivos fue difundida por una de sus tribunas de doctrina. Dijo el diario La Naci�n: "Algunos observadores creen advertir en la formaci�n de los grupos que se aprestan a ingresar en el escenario sindical una especie de ant�doto o anticuerpo contra uno de los fen�menos t�picos de esta �poca en el peronismo: la infiltraci�n de formaciones de j�venes fuertemente radicalizados en las distintas ramas que componen el Movimiento Justicialista". Las derechas comparten un m�todo y un discurso. Tres a�os despu�s el vicealmirante C�sar Guzzeti recaer� en la met�fora de los anticuerpos para justificar el terror clandestino paraestatal.16
Diecis�is sindicatos integraron el secretariado de la Juventud Sindical, cuya creaci�n fue aprobada por Per�n en Madrid. Ocho, su Mesa Directiva. Entre las secretar�as figuraba una de Movilizaci�n y Seguridad. Comenzaba a gestarse la masacre del 20 de junio, el derrocamiento del futuro presidente C�mpora, los copamientos de gobiernos provinciales, la AAA.
Con cien activistas de cien sindicatos, concibi� poner en pie de guerra e institucionalizar una polic�a interna del Movimiento Peronista. Hab�a apostado a que la contradictoria unidad peronista se romper�a violentamente. Cuando se produjo la masacre la justific� con osad�a. "Si hab�a armas era para usarlas", dijo Jos� Ignacio Rucci.

16. La Opini�n, 3 de octubre de 1976.
El ministerio del pueblo

Cinco personas asumieron la responsabilidad de organizar la movilizaci�n del movimiento peronista hacia Ezeiza el 20 de junio: Jos� Rucci, Lorenzo Miguel, Juan Manuel Abal Medina, Norma Kennedy y Jorge Manuel Osinde. En una cartilla con directivas generales, que distribuyeron d�as antes de la concentraci�n, establecieron que las ramas sindical, femenina, pol�tica y juvenil se organizar�an cada una a si misma sin injerencia de las dem�s.
De este modo reconoc�an la crisis interna peronista, de antemano renunciaban a la tarea de coordinaci�n de sectores que les correspond�a, y la sustitu�an por una vaga exhortaci�n a la paz y la concordia, sin discriminaciones y superando lo que llamaban "ocasionales diferencias". Para ello recomendaron evitar leyendas o estribillos agresivos capaces de provocar reacciones sectoriales, y advirtieron contra la posible presencia de "agentes provocadores que concurran y que a la sombra de nuestro entusiasmo y nuestros c�nticos pretendan producir des�rdenes".


La cartilla

La cartilla imaginaba as� el desarrollo del acto:
"El general Per�n, su esposa se�ora Isabel de Per�n, el compa�ero presidente H�ctor J. C�mpora y el secretario privado y ministro de Bienestar Social, se�or Jos� L�pez Rega, llegar�n al lugar en helic�ptero y ocupar�n el palco de honor".
"Al divisarse el helic�ptero el general Per�n ser� recibido con el flamear de banderas argentinas y agitar de pa�uelos".
"El acto se iniciar� con el Himno Nacional y suelta de palomas. Posteriormente se entonar� la marcha peronista".
"El pueblo concentrado para dar la bienvenida al general Per�n expresar� su adhesi�n con el grito un�nime: la vida por Per�n, la patria de Per�n".
"Se guardar� un minuto de silencio en homenaje a la Jefa Espiritual de la Naci�n, la compa�era Evita, y por los m�rtires ca�dos en la lucha por la liberaci�n de la Patria. En esta oportunidad ser�n arriadas las banderas y estandartes de todas las agrupaciones, para posibilitar la visual de todos los compa�eros encolumnados".
"El general Per�n pronunciar� su mensaje al pueblo".
El resto de la cartilla explicaba detalles organizativos de la concentraci�n: rutas de acceso, estacionamiento de veh�culos, conservaci�n del orden, embanderamiento, red de altoparlantes, comunicaciones, puestos hospitalarios, de primeros auxilios y ambulancias, alimentaci�n, instalaci�n de mil fogatas para que las caravanas del interior pasaran la noche, ubicaci�n de ba�os de emergencia, ornamentaci�n del palco, desfile y desconcentraci�n.
El 19 de junio, en su comunicado n�mero 5, la Comisi�n se pronunci� dando por resuelto otro tema que era motivo de discusi�n en el peronismo: decidi� que las Fuerzas Armadas ya estaban "integradas al proceso de liberaci�n y reconstrucci�n nacional" y anunci� que rendir�an honores durante el acto.
Formada por cuatro representantes de un sector y s�lo uno del otro, la Comisi�n crey� posible resolver por v�a administrativa contradicciones profundas, reclamando sumisi�n pol�tica disfrazada de disposiciones t�cnicas.
Pero adem�s de las ingenuas recomendaciones de la cartilla, consigui� centralizar la organizaci�n y marginar al gobierno. Una comisi�n oficial, nombrada por el decreto 210, deb�a coordinar su labor con la de los cinco. La integraban el Presidente y el Vice, todos los ministros, el Secretario de Prensa y Difusi�n y el presidente de la C�mara de Diputados. Osinde logr� que no pasara de cumplir funciones protocolares, lo mismo que el comit� de recepci�n que deb�a dar la bienvenida a Per�n en suelo argentino, compuesto por los vicepresidentes de la Naci�n, del Senado, de Diputados y los ministros del Interior, Cultura y Educaci�n, Hacienda y Finanzas, Trabajo, Defensa, y Justicia.
Desde el primer momento Osinde despej� las dudas acerca de quien mandaba. Inicialmente la concentraci�n deb�a realizarse en el Aut�dromo de Buenos Aires, pero el Secretario de Deportes lo objet� y dispuso que los preparativos se trasladaran al puente El Tr�bol, a tres kil�metros del aeropuerto internacional de Ezeiza. C�mpora propuso luego que Per�n se trasladara de Ezeiza a la Casa Rosada y de all� a la Residencia Presidencial de Olivos. Osinde y Norma Kennedy se opusieron, invocaron �rdenes de Madrid y decidieron que Per�n se desplazar�a de Ezeiza a su casa de la calle Gaspar Campos, en Vicente L�pez. Esas indicaciones de Madrid, seg�n Osinde y Kennedy, llegaron por una l�nea directa de t�lex instalada en el Ministerio de Bienestar Social. Desde entonces, s�lo se acataron las indicaciones impartidas por la comisi�n que Osinde integraba con Kennedy, Miguel, Rucci y Abal.
Para ello todav�a fue necesario subrogar a otro organismo, una "coordinadora para la Movilizaci�n para el retorno del General Per�n", a la que la Comisi�n Nacional encabezada por C�mpora hab�a encomendado disponer de los recursos f�sicos y humanos del ministerio en las �reas de salud, movilidad y prensa17.
Seg�n las previsiones, el �rea de Salud instalar�a 117 puestos fijos y m�viles y 7 hospitales de campa�a, y coordinar�a los servicios de todos los hospitales del �rea metropolitana y los de emergencia, adem�s de ofrecer viandas a los manifestantes que llegaran del interior. El �rea de Movilidad dispondr�a de veh�culos para trasladar manifestantes desde barrios y villas. El �rea Prensa preparar�a una cartilla sanitaria, con recomendaciones a los asistentes y organizadores: evitar aglomeraciones, portar documentos, llevar ponchos y frazadas, no ingerir alcohol ni alimentos pesados, cuidar especialmente de ni�os y ancianos18.
Ninguno de estos planes se cumpli�.
El 7 de junio la Comisi�n Nacional que presid�a C�mpora fue substituida a todos los efectos pr�cticos por la que encabezaba Osinde, quien cre� en Bienestar Social una Subcomisi�n de Seguridad, asign� la de Movilidad al diputado nacional Alberto Brito Lima y reserv� la de Salud a la Coordinadora.
Tampoco en el aspecto sanitario la Coordinadora fue tomada en cuenta. Norma Kennedy le exigi� que abandonara el operativo previsto para Per�n e Isabel, aduciendo que era superfluo y que "daba lugar a falsas interpretaciones sobre la salud del general"19.
La Subcomisi�n de Movilidad se apropi� de los veh�culos disponibles sin rendir cuentas sobre su uso. La Coordinadora hab�a relevado la existencia de 72 ambulancias para la cobertura sanitaria, pero el 15 de junio se le inform� que s�lo podr�a contar con 17, y en la madrugada del 20 recibi� los veh�culos sin nafta ni aceite. En una ambulancia llegaron a viajar 16 m�dicos y enfermeras20. Del total hipot�tico de 68, el 10 de junio s�lo aparecieron 20.
La disputa por las ambulancias y los veh�culos culmin� un d�a antes de la concentraci�n, cuando 15 hombres exhibieron una orden firmada por Osinde, Kennedy y Leonardo Favio para que se les entregara todo el material rodante de la playa de estacionamiento del ministerio. Adem�s del papel recurrieron a otros argumentos menos burocr�ticos. Los quince estaban armados y no les interesaba disimularlo21.
Tambi�n fue asaltado el dep�sito de alimentos de la calle Brandsen 2665 por personas que se identificaron como integrantes de la Agrupaci�n 17 de Octubre, del MBS. De las oficinas de la Coordinadora fueron substra�dos 150 brazaletes que se hab�an impreso para facilitar la tarea de sus miembros y colaboradores.

17. La Raz�n, 13 de junio de 1973. Conferencia de prensa de Jorge Llampart.
18. �dem
19. 20. Informe sobre lo sucedido entre el Io y el 20 de junio, presentado por integrantes de la coordinadora a la Juventud Peronista.
21. �dem
La misma Agrupaci�n 17 de Octubre ocup� a �ltima hora del d�a 19 las piletas Ol�mpicas de Ezeiza, donde se alojaban personas llegadas del interior. All� lleg� durante la madrugada otro grupo con brazaletes del C de O, en busca de colchones, frazadas y comida.
No tuvieron mejor suerte los funcionarios de la Coordinadora destacados en el Aut�dromo. Todas sus disposiciones fueron desatendidas y revocadas por personas con armas largas y brazaletes del Comando de Organizaci�n y la Juventud Sindical, que efectuaron tareas de identificaci�n en la puerta del Aut�dromo, y por otras de la Uni�n Obrera de la Construcci�n, el Sindicato de Obreros y Empleados Municipales y la Agrupaci�n 17 de Octubre del MBS. Dijeron que eran custodios del palco designados por el teniente coronel Osinde22.
El Hogar Escuela y el Policl�nico de Ezeiza, que seg�n lo acordado con el doctor Abate deb�a funcionar como retaguardia hospitalaria del operativo sanitario, hab�a sido ocupado varios d�as antes por el C de O, como ya veremos. El 20 de junio los ocupantes del Policl�nico ni siquiera entregaron los medicamentos que la Coordinadora les requiri�.
El operativo sanitario estaba dirigido desde una central radioel�ctrica operada por la Coordinadora, pero a partir de las 15 del 20 de junio, ya comenzados los tiroteos, los m�viles quedaron fuera de banda y los subordinados de Osinde tomaron las comunicaciones hasta las 19, con lo cual la red sanitaria qued� desarticulada, en los momentos en que m�s se precisaba de una conducci�n racional23.






















22. 23. �dem


Un general golpista

De origen vasco navarro, hijo de un terrateniente y militar salte�o, hizo de su vida una conspiraci�n.
En 1951 junto con otros militares cat�licos estuvo vinculado a la primera conjura del general Eduardo Lonardi contra la candidatura de Eva Per�n a la vicepresidencia, que promov�a la CGT. Uno de los dirigentes de la Revoluci�n Libertadora se refiere a �l con simpat�a. "Oficial apenas peronista", lo llama24.
El movimiento no estall�, Lonardi pidi� el retiro y �l se repleg�, convencido de la invulnerabilidad de Per�n, menos interesado que nunca en la pol�tica. Se concentr� en su carrera y lleg� a general en 1954, el m�s joven de la �poca.
En 1955 fue uno de los pocos oficiales superiores que pelearon contra la rebeli�n de setiembre, aunque en cuanto las hostilidades progresaron pact� con los insurrectos el abandono de sus posiciones en Alta C�rdoba. Hostigado por los comandos civiles, recibi� a un emisario a quien le expres� su "gran consideraci�n y respeto" por Lonardi. Ofreci� retirarse del teatro de operaciones siempre que no lo atacaran"25.
Su gesto fue retribuido con la conservaci�n del grado y el uso del uniforme despu�s que una junta de generales negociara con Lonardi y Rojas el alejamiento de Per�n. Integraba la junta su amigo Ra�l Tanco.
Jefe de Estado Mayor del alzamiento peronista del general Juan Jos� Valle, fue delatado y aprehendido antes del 9 de junio de 1956 y pas� seis meses arrestado. Al recuperar la libertad se uni� a Lonardi, el general Justo Le�n Bengoa, el padre Hern�n Ben�tez, Ra�l Damonte Taborda, los hermanos Bruno y Tulio Jacobella, el peque�o grupo de nacionalistas que hab�a conspirado contra Per�n y que una vez desplazado por el golpe liberal de Aramburu, buscaba contactos y votos peronistas. Jacobella lanz� a fines de 1957 en la revista "Mayor�a" su candidatura presidencial acompa�ado por Andr�s Framini. Framini la desminti� de inmediato, porque los peronistas ten�an un solo candidato. El no. Vinculado con el general Eduardo Se�orans, con Jorge Daniel Paladino, estaba dispuesto al juego electoral con una boleta neoperonista, porque no hab�a reunido fuerzas suficientes para golpear contra Aramburu.
A fines de 1958 se acerc� al general S�nchez Toranzo, designado por Per�n, y abdic� de su per�odo lonardista. En 1959 dirig�a la Central de Operaciones de la Resistencia, el COR, junto con el comodoro Luis La Puente y el almirante Guillermo Brown. Desde all� particip� en las acciones contra el gobierno de Frondizi y el plan Conintes, en contacto con una generaci�n de sindicalistas j�venes, como Rucci, que a�n no hab�an descubierto el encanto de las libretas de cheques.


Resistencia y guerrillas

Su concepci�n era verticalista, jer�rquica. En el COR hab�a c�lulas de oficiales y c�lulas de suboficiales separadas, y un elevado porcentaje de agentes por lo menos dobles.
Desde setiembre de 1959 Manuel Enrique Mena, El Uturunco, analizaba con �l una ofensiva general, que combinara la resistencia obrera en las ciudades con la sublevaci�n de algunas unidades militares y el surgimiento de las primeras guerrillas peronistas en el norte. Pero ante sus dilaciones, Mena comenz� las operaciones en Tucum�n sin su apoyo.
Por una carta a Frondizi en defensa de Per�n, perdi� el uso del grado y del uniforme, y el �ltimo d�a de noviembre de 1960 dirigi� el asalto al Regimiento XI de Infanter�a de Rosario, en

24. Bonifacio del Carril: Cr�nica de la Revoluci�n Libertadora, Buenos Aires, 1956.
25. Luis Ernesto Lonardi: Dios es Justo. Buenos Aires, 1958.
una operaci�n coordinada con grupos de civiles que en Buenos Aires y Salta deb�an cortar cables, volar centrales, interrumpir las comunicaciones del gobierno. Cuando la acci�n fracas�, huy� al Paraguay junto con el capit�n Antonio Campos. En Salta el golpe fue comandado por el teniente coronel Augusto Eduardo Escud� y consisti� en el copamiento de la radio de YPF, la polic�a, el aer�dromo, la estaci�n ferroviaria.
La t�cnica cl�sica del golpe de estado, que procura asegurar el control absoluto de las comunicaciones, para servirse de ellas y priv�rselas al enemigo, lo apasionaba m�s que el objetivo pol�tico.
Los militantes obreros que cayeron presos luego de su fuga recuerdan que exist�an dos planes para el golpe de 1960. Uno consist�a en copar el regimiento y esperar pronunciamientos militares del resto del pa�s. El otro a�ad�a al esquema castrense la toma del arsenal San Lorenzo, en Puerto Borghi, para entregar sus armas al pueblo. A �ltimo momento decidi� que los cuatro tanquistas encargados de tomar el arsenal marcharan a Tartagal, Salta, donde no hab�a tanques ni arsenales para saquear.
Su visi�n estrecha de lo militar, el temor a un desborde del pueblo, perjudic� la lucha del conjunto.
En 1964 el gobierno radical de Arturo Illia lo acus� por actos de terrorismo. Luego de una conferencia de prensa acompa�ado por Julio Ant�n, se present� a la justicia. Pero no a la civil, que lo reclamaba, sino a la militar. Confiaba en sus camaradas de armas.
El 9 de junio de 1966 denunci� en una conferencia el peligro de divisiones en las Fuerzas Armadas, y entre �stas y el clero, e inst� al derrocamiento de Illia, que se produjo efectivamente d�as despu�s.
En 1969 volvi� a conspirar con los generales Rauch, Labanca y Uriburu y con alg�n apoyo sindical. El proyecto abort� porque la CGT de los Argentinos exigi� que se reconociera el liderazgo de Per�n y se entregaran armas a sus activistas. Los militares se negaron.
En diciembre de 1970, con sus socios Pedro Michelini y Osvaldo Dighero, emiti� una proclama contra La Hora del Pueblo que Per�n acababa de crear, y en noviembre de 1971, apoyado por Jorge Antonio, se ofreci� para reemplazar como delegado personal de Per�n al cesante Jorge Paladino.
Cuando Per�n prefiri� a H�ctor C�mpora, no se resign�. En mayo de 1972 acompa�� el intento del general Labanca en Tucum�n, donde uno de los detenidos fue su compa�ero de 1960, el teniente coronel Escud�.


�Milicias populares?

Inmune a la experiencia de la Revoluci�n Argentina que hab�a contribuido a instaurar, sostuvo en una revista de Jorge Antonio que las Fuerzas Armadas deb�an jugar un papel moderador para no ser reemplazadas por milicias populares, su obsesi�n26.
En Madrid analiz� con el embajador argentino, brigadier Rojas Silveyra, la cuesti�n de la guerrilla, que seg�n el diario Clar�n, quitaba el sue�o a los dos militares. En una circular a los generales, Lanusse revel� que le hab�a sugerido que se perpetuara en el gobierno. Neg� la versi�n de Lanusse, pero no sus entrevistas con �l27.
En cambio, cuando a menos de un mes de las elecciones presidenciales Clar�n sugiri� que �l podr�a reemplazar al candidato H�ctor C�mpora, no produjo ninguna rectificaci�n. La versi�n la hab�an lanzado sus amigos.


26. Primera Plana, 13 de junio de 1972.
27. Las Bases, enero de 1973.
P�blicos fueron sus encuentros no desmentidos con Ongan�a, Levingston, Lanusse, S�nchez de Bustamante, Pomar, Della Crocce. Azules o colorados, peronistas o antiperonistas, cat�licos o liberales, simpatizaba con todos los militares. En enero de 1973 un vocero de Servicio de Informaciones Navales revel� un nuevo complot suyo, esta vez en sociedad con Osinde. La t�cnica era la de siempre: ocupar radios, centrales el�ctricas, interrumpir la provisi�n de agua, gas, energ�a. Seg�n el vocero el plan se aplicar�a si el gobierno interrump�a el proceso electoral antes de los comicios del 11 de marzo28.
Las elecciones se realizaron normalmente, pero no impidieron el golpe anunciado por la fuente naval, pese a la victoria peronista.
El COR invit� a C�mpora y Lima a una comida por la victoria. Ni fueron, ni avisaron que no ir�an, ni acusaron recibo de la invitaci�n.
A ra�z del desaire el COR amenaz� con represalias si no se le otorgaban los servicios de informaciones a sus candidatos.


El discurso del m�todo

En junio de 1973 ten�a 64 a�os. Nadie pod�a negar que hab�a luchado. Sinti� que sus desvelos no eran recompensados en la hora de la victoria y volvi� a la acci�n, con el �nico m�todo que conoc�a.
El 23 de junio La Naci�n afirm� que ser�a designado ministro del Interior. El 25 lo repiti� Mayor�a, el diario de su amigo Jacobella. Ese fue uno de los botines que apetec�an los autores de la masacre, pero no el �nico ni el principal.
Golpista en 1951 contra Per�n, en 1957 contra Aramburu, en 1960 contra Frondizi, en 1964 contra Illia, en 1969 contra Ongan�a, en 1972 contra Lanusse. Estamos hablando de un t�cnico enamorado de su oficio, el general Miguel �ngel I��guez Aybar.
El 19 de junio emiti� la proclama, desde el Sindicato del Seguro. Denunci� la infiltraci�n izquierdista en el peronismo y a�or� los buenos tiempos de la alianza entre las Fuerzas Armadas, la jerarqu�a eclesi�stica y la dirigencia sindical.
El COR hab�a cambiado de nombre. Ya no era Central de Operaciones de la Resistencia, sino Comando de Orientaci�n Revolucionaria. Pero su discurso no se hab�a modificado.
El 20 de junio actu� como cuerpo especial de seguridad29, dirigido por I��guez, quien centraliz� la informaci�n desde un organismo cercano a la Plaza de Mayo30, y sus miembros se comunicaban por radio con un n�mero y la sigla COR31.
Su misi�n fue detectar a las columnas que avanzaban y advertir radialmente su composici�n para que las ametrallaran desde el palco oficial. Despu�s marcharon a ocupar la Casa de Gobierno.





28. Prensa Confidencial, enero de 1973.
29. La Opini�n, 21 de junio de 1973.
30. Clar�n, 21 de junio de 1973.
31. La Opini�n, 22 de junio de 1973.

Los fierros

Una de las inc�gnitas que persistieron despu�s de la masacre fue quienes eran los guardias verdes de Osinde y de d�nde proven�an las armas que emplearon.
Al descartar a los 1.200 hombres de civil de la Polic�a Federal para la custodia del palco, Osinde decidi� reemplazarlos con una cantidad muy superior de activistas sindicales.
Para el primer vallado de contenci�n solicit� a la CGT que dispusiera de medio mill�n de hombres. No se los consiguieron. Se acord� entonces reducir la cifra a 300.000 hombres. La CGT tampoco pudo cumplir ese segundo compromiso a pesar de los reclamos de Osinde. Convinieron que ser�an 200.000, y as� lo inform� Osinde en una de las reuniones de la comisi�n organizadora con el vicepresidente en ejercicio Lima. Por �ltimo fueron diez veces menos, y en esa penuria de los sindicalistas para movilizar a sus afiliados debe buscarse una de las causas de la masacre.
En la segunda l�nea, rodeando el palco de honor reservado a Per�n, Osinde ubic� a 3.000 hombres de confianza, "personal de seguridad", seg�n comunic� a la comisi�n investigadora32. Semejante aparato no puede reclutarse, adiestrarse y pertrecharse en un d�a. La tarea de Osinde hab�a comenzado varios meses atr�s, por indicaci�n de L�pez & Mart�nez, con la colaboraci�n de Norma Kennedy, Alberto Brito Lima y Manuel Damiano. Osinde convers� con las distintas l�neas peronistas derrotadas en las elecciones internas, garantiz� al gobierno militar saliente que el peronismo no seguir�a un rumbo revolucionario, inventari� los diversos grupos de choque de la derecha, comprometi� a guardaespaldas y pistoleros, extendi� el reclutamiento a los servicios de informaciones y los c�rculos de suboficiales.
El 25 de mayo Osinde jur� como secretario de Deportes y Turismo. En los primeros d�as de junio el ministerio de Bienestar Social del que depend�a, fue ocupado a punta de pistola por la banda de los expolic�as Juan Ram�n Morales y Rodolfo Eduardo Almir�n. Este fue uno de los grupos que actu� el 20 de junio, con armas propias.


La Triple A

El subcomisario Morales y el subinspector Almir�n hab�an sido dados de baja deshonrosamente de la Polic�a Federal, procesados y encarcelados por ladrones, mexicanos, coimeros, contrabandistas, traficantes de drogas y tratantes de blancas.
A comienzos de la d�cada del sesenta, Morales era jefe de la Brigada de Delitos Federales de la Polic�a Federal, y su banda asociada con la de Miguel Prieto, alias El loco, cubr�a todas las especialidades. Descubiertos merced a la infidencia de uno de sus subordinados y a la detenci�n en flagrante delito del suboficial Edwin Farquarsohn, Morales y Almir�n sellaron los labios de sus c�mplices con un sistema que en la d�cada siguiente aplicaron a la lucha pol�tica.
Adolfo Caviglia y su mujer Julia Fern�ndez, Luis Bayo, Morucci, Emilio Abud, Alfonso Guido, Fleytas, M�ximo Ocampo, son algunos de los antiguos socios de Morales y Almir�n que aparecieron en basurales y bald�os con centenares de perforaciones de bala y las manos atadas y quemadas. Al Loco Prieto lo suicidaron en la c�rcel de Devoto tir�ndole un calentador en llamas para quemarlo vivo.
Dados de baja de la Federal, procesados ante el juez Gonz�lez Bonorino, encarcelados y luego excarcelados, la absoluci�n no prob� que fueran inocentes de los delitos que como polic�as deb�an combatir, sino la eficacia del m�todo utilizado para imponer silencio a los testigos y suprimir las pruebas. En 1968 Morales volvi� a caer y fue procesado por robo y contrabando de autom�viles.
32. Osinde, Jorge, informe del 22 de junio a la Comisi�n Investigadora, ver secci�n documental.
Almir�n tiene adem�s un antecedente notable: su intervenci�n en el asesinato del teniente de la Armada estadounidense Earl Davis, el 9 de junio de 1964, en una boite de Olivos. �Qu� hac�a junto al oficial de la US Navy, cual fue la causa del litigio? Davis no puede decirlo, y Almir�n no quiere.
Junto con Morales y Almir�n, L�pez Rega y Osinde llevaron al ministerio de Bienestar Social al comisario Alberto Villar, un experto que durante los gobiernos de los generales Juan Ongan�a, Roberto Levingston y Alejandro Lanusse organiz� las brigadas antiguerrilleras de la Polic�a Federal.


La lecci�n de anatom�a

En 1971 Villar fue enviado con sus tropas a C�rdoba para reprimir huelgas y movilizaciones. Sus hombres detuvieron frente a la delegaci�n de la Polic�a Federal a un ciudadano cordob�s que no vio a tiempo las vallas que desviaban el tr�nsito. Lo subieron a un carro de asalto, le propinaron una lecci�n de anatom�a y lo instruyeron en la utilidad de las herramientas b�sicas del oficio policial. Antes de devolverlo a la circulaci�n le demostraron por qu� conviene que s�lo el extremo apagado del cigarrillo tome contacto con el fumador, y redujeron sus documentos de identidad a un mont�n de papelitos. El ciudadano hizo la denuncia a la polic�a provincial.
Con las sirenas de las motocicletas y carros de asalto conectadas Villar y su tropa rodearon la comisar�a de la polic�a cordobesa donde el disc�pulo involuntario hab�a impugnado la concepci�n pedag�gica de los federales.
Entraron en tropel, con escopetas y ametralladoras en mano.
��D�nde est� el expediente?, apremi� Villar.
�Ya fue remitido al juez, contest� su colega provinciano.
�Yo te voy a dar juez, cabr�n.
Villar abofete� al comisario cordob�s y le arranc� las insignias del uniforme, mientras sus hombres golpeaban a los polic�as provinciales, romp�an muebles, embolsillaban elementos pr�cticos como sellos y hojas con membrete, y cargaban sus veh�culos con equipos de comunicaciones.
Esto demoro el conocimiento de lo sucedido, pero no lo impidi�.
La noticia corri� de comisar�a en comisar�a y la polic�a cordobesa busc� desquite. Los federales se atrincheraron en un parque y con sus veh�culos formaron un c�rculo como los que John Wayne y Gary Cooper tend�an diestramente con carretas en el cine. Los cordobeses los rodearon, al estilo de los indios de celuloide, y los dos bandos se apuntaron con sus armas de guerra hasta que el Cuerpo III de Ej�rcito interrumpi� la pel�cula y orden� replegarse a los sitiadores.
Un juez federal de C�rdoba proces� a Villar y su plana mayor, hasta que el sumario se desliz� hacia el limbo de la justicia militar, cuando el precursor general Alcides L�pez Aufranc argument� que C�rdoba era en ese momento zona de emergencia bajo jurisdicci�n castrense y que el incidente hab�a ocurrido mientras los federales estaban en acto de servicio a �rdenes de su Comando.
El jefe de la Polic�a Federal, general Jorge C�ceres Moni�, present� sus excusas al de la polic�a de C�rdoba, teniente coronel Rodolfo Latella Fr�as, y suspendi� los actos celebratorios del sesquicentenario de la PF afirmando en una declaraci�n oficial que la actuaci�n de Villar hab�a enlodado los 150 a�os de su historia.
Pero ni L�pez Aufranc ni C�ceres Moni� estaban realmente dispuestos a castigar a Villar, quien pas� a disponibilidad. Reapareci� p�blicamente en agosto de 1972, ya premiado con un ascenso, al frente de las tanquetas Shortland que derribaron la puerta de la sede del Partido Justicialista para secuestrar los cad�veres de los fusilados en Trelew que eran velados all�, e impedir que la autopsia ratificara que hab�an sido ejecutados a quemarropa.
C�mpora lo pas� a retiro en mayo de 1973, pero L�pez Rega y Osinde le consiguieron nuevo empleo en junio.
As� naci� la AAA.


Los topos

Dos funcionarios del gobierno de Lanusse hab�an apoyado a Villar, Morales y Almir�n en la ocupaci�n del ministerio de Bienestar Social: Jaime Lemos y Oscar Sostaita, fundadores de una apresurada Agrupaci�n 17 de Octubre. Ambos hab�an colaborado con Manrique en la oficina pol�tica del ministerio, y cuando Antonio Cafiero fue designado en la Caja Nacional de Ahorro y Seguro, Sostaita fue su mano derecha. Entre los tiradores identificados en fotos period�sticas de Ezeiza figura tambi�n Javier Mora Ibarreche de Vasconcellos, empleado de la secretar�a privada de Manrique y de L�pez Rega.
En la Polic�a Federal, Osinde ten�a otra cadena de contactos, con el coronel (R) Fernando Gonz�lez, ex interventor justicialista en la provincia de Buenos Aires, y con el comisario Esteban Pidal. En 1972 Pidal hab�a sido denunciado por el periodista y militante del ERP Andr�s Alsina como el hombre que lo tortur� con picana el�ctrica.
Por esa v�a lleg� a Osinde una copia de los archivos de la Direcci�n de Investigaciones Pol�ticas Antidemocr�ticas, DIPA, cuando el ministro del Interior orden� su destrucci�n.
Otro sector convocado por Osinde al palco del 20 de junio fue el de los oficiales y suboficiales retirados de las Fuerzas Armadas, entre ellos los militares Chavarri, Ahumada, Schapapietra y Corval�n, los gendarmes Golpes, Menta, Colkes, Pallier, Gondra y Corres. El Comandante de Gendarmer�a Pedro Antonio Menta es el hombre calvo y de anteojos oscuros que exhibe orgulloso una carabina desde el palco en la m�s c�lebre fotograf�a de la masacre.
Los polic�as, los militares y los gendarmes llevaron su propio armamento y proveyeron parte del arsenal que se descarg� en Ezeiza. Veremos de d�nde sali� el resto.
Leopoldo Frenkel, de 26 a�os, inspirador del Comando de Planificaci�n creado para competir con los Equipos Pol�tico-T�cnicos de la JP, asumi� como delegado personal del presidente C�mpora en la Municipalidad de Buenos Aires, ya que no reun�a los requisito constitucionales de la edad m�nima para ser Intendente pleno.
El Comando de Planificaci�n hab�a funcionado en las oficinas comerciales de Osinde. Frenkel retribuy� esa hospitalidad, colocando la Intendencia a su servicio, y se rode� de una numerosa custodia civil fuertemente armada. La dirig�a un hijo del coronel Julio Fossa (el candidato de la autodenominada Resistencia Argentina a jefe de la SIDE) a qui�n secundaba un ex-presidiario, de apellido Mi�o.
Frenkel ten�a a su vez un delegado personal ante la Comisi�n Organizadora del retorno, el director de ceremonial del municipio, Alberto De Morras, quien junto con el Secretario de Cultura Ricardo Fabriz y el Secretario General Horacio Bustos, facilitaron a Osinde el manejo de la infraestructura de comunicaciones y transporte de la Intendencia. Por eso el Centro de Informaci�n para Emergencias y Cat�strofes, CIPEC, no coordin� el 20 de junio la tarea de las ambulancias municipales.
Por esa red un colaborador de Alberto de Morras se quej� al secretario de gobierno de la Municipalidad, Berazay, porque los caminos estaban bloqueados por la multitud.
�Hay que buscar una ruta alternativa para la camioneta de los grupos de la Juventud Sindical, inform� muy preocupado Jorge Lagos.
Ese fue uno de los veh�culos en los que se transportaron armas.
Los autos y ambulancias de la Municipalidad estacionados detr�s del palco se usaron para conducir detenidos al Hotel Internacional, donde fueron torturados. De Morras, hermano de un coronel del Ej�rcito, se jact� luego por el ahorcamiento en Ezeiza de "dos o tres zurdos33.
Desde la Municipalidad se apoyaron tambi�n las ocupaciones del Teatro Municipal General San Mart�n, la Radio Municipal y la Direcci�n de Vialidad Nacional, a cargo de la Alianza Libertadora y de grupos de choque del dirigente de la Uni�n de Obreros y Empleados Municipales Patricio Datarmine.
Algunos de ellos tambi�n trabajaban para los servicios de informaciones militares.


Treinta Halcones

La oposici�n de tres de los Secretarios de la Municipalidad priv� a Osinde de otras treinta metralletas.
Una circular del Banco Central hab�a ordenado a todos los bancos organizar custodias con metralletas para guardar sus tesoros. Esas armas deb�an ser provistas por el Ej�rcito, pero como a juicio de los directivos del Banco Municipal la entrega se demoraba excesivamente, decidieron adquirirlas a la f�brica Halc�n en forma directa.
Las metralletas estaban embaladas y sin uso en un dep�sito cuando Osinde las pidi�. Frenkel acord� entreg�rselas pero los Secretarios de Econom�a Eduardo Setti, de Obras P�blicas Jorge Dom�nguez, y de Servicios P�blicos Alejandro Tagliab�e, se opusieron.
El 23 de junio, en desacuerdo con el rol de la Municipalidad en Ezeiza renunciaron, aunque no pertenec�an al camporismo, y el 25 los comisarios de la Polic�a Federal Arturo Cavani y Eleazar Carcagno, se hicieron cargo de las 30 pistolas ametralladoras Halc�n modelo ML 63-9mm, numeradas del 9104 al 9125, del 9242 al 9247, y del 9239 al 9240, de 4.690 proyectiles calibre 9 mm, de 30 cartucheras de cuero portacargadores, de 30 fundas de lana y cuero y de 30 correas de cuero34.
"El material detallado", dice el acta notarial, "se encuentra en perfecto estado, sin uso, tal como ha sido recibido de f�brica. Las ametralladoras se encuentran dentro de cinco cajones de madera y los proyectiles en dos cajones de madera".


La guerra de Corea

La participaci�n sindical fue extensa y m�ltiple, y dentro de ella descollaron las conducciones de algunos gremios, como metal�rgicos y mec�nicos.
El Negro Corea, jefe de la custodia de Jos� Rucci, fue quien dirigi� las torturas en el Hotel Internacional de Ezeiza. An�bal Mart�nez, de la UOM Capital, tuvo a su mando las fuerzas de la Juventud Sindical. Los intendentes de Quilmes y Avellaneda, Rivela y Herminio Iglesias, suministraron abundante material y personal. Como diputado, Brito Lima obtuvo la libertad de presos comunes que le guardaron gratitud.
Una ametralladora UZI portaba Hugo Duchart, custodio de la UOM y colaborador de la Brigada de Avellaneda de la polic�a de Buenos Aires. Dos PAM empu�aban Carlos Poggio, empleado del hospital Fiorito, y Julio Arr�n, a bordo de ambulancias de Bienestar Social y Abastecimiento de la Municipalidad de Avellaneda. Una ametralladora Halc�n reluc�a en las manos del Secretario de Cultura de Avellaneda, Leonardo Torrillas.



33. La Prensa, 22 de junio de 1973.
34. Inventario levantado el 25 de junio de 1973 por el escribano Le�n Hirsch.
Cisneros, director del Asilo de Wilde, Mario Firmaino, Cevallos, Miguel Di Maio, Ameal, Jorge Vallejos, son otros de los colaboradores de Iglesias englobados por Brito Lima en la primera persona del plural al vanagloriarse un a�o despu�s de que "en Ezeiza paramos a los montoneros", as� como los colaboradores del intendente de Quilmes, Mango de Hacha L�pora y Juan Carlos Caballo Loco Nieco.
El contingente de SMATA, que tuvo participaci�n principal en los tiroteos, estaba ubicado a la izquierda del palco. El 21 de junio la conducci�n del SMATA envi� una solicitada a todos los diarios con su posici�n sobre la masacre. A �ltima hora de la tarde un dirigente ley� el texto ya despachado y repar� en un p�rrafo que podr�a traer problemas. Era una felicitaci�n a los mec�nicos por haber logrado "un puesto de avanzada" y por su "valent�a ante la agresi�n"35.
��Qui�n escribi� esto? �Quieren que nos metan en cufa?, protest�.
De inmediato se enviaron emisarios para corregir el texto en todas las redacciones, pero un diario carente de taller propio, que se imprim�a m�s temprano que los restantes, no hizo a tiempo y public� la declaraci�n completa35.
Jefe de las fuerzas de SMATA en Ezeiza fue Adalberto Orbiso, quien al a�o siguiente fue designado interventor de la filial de los mec�nicos en C�rdoba y presidente del Banco Social, despu�s del mot�n del coronel Domingo Antonio Navarro.
Las armas largas del SMATA llegaron a Ezeiza en un �mnibus en el que viajaba la diputada nacional Rosaura Islas, de Lomas de Zamora.
Empu�aban sus armas desde el palco Bevilacqua, Fern�ndez y Juan Quir�z, del Comando de Organizaci�n; Alfredo Dagua, Luciano Guazzaroni, Jos� Luis Tiki Barbieri y Emilio Tucho Barbieri, de la Liga Nacional Socialista de Jun�n.


El inmortal Disc�polo

Otra fuente para la provisi�n de armas fueron los ferrocarriles. El 13 de junio, su Administraci�n General fue copada por un Comando Militar Conjunto, que anunci� que el ERP planeaba apoderarse de los trenes. Los ocupantes removieron al administrador designado por el gobierno, ingeniero J.J. Buthet, e impusieron su ley.
La polic�a ferroviaria, el Comando Militar de la Agrupaci�n de Trabajadores de Prensa de Manuel Damiano y el jefe de la tercera secci�n de la gerencia de Inteligencia y Seguridad de los Ferrocarriles, Fernando Francisco Manes, se atribuyeron el copamiento en una declaraci�n firmada el 14 de junio en papel con membrete de FA.
Luego de la masacre, los hermanos Ra�l, Vicente y Juan Domingo L�pez, Jos� Arturo Sangiao, Eugenio Sarrabayrouse y Edmundo Orieta dirigieron una Carta Abierta a Per�n alegando que hab�an actuado debido a los "antecedentes antinacionales" del ingeniero Buthet, a quien deseaban reemplazar por el general Ra�l Tanco.
Reconocieron que hab�an empleado armas de fuego en tres escaramuzas, capturado con perros de la Polic�a ferroviaria lo que llaman "banderas comunistas" y reprimido a "terroristas" para que no quemaran vagones.
Su audaz relato evidencia la pasividad del gobierno mientras se preparaba la masacre del 20 de junio. Los aliancistas dicen que mantuvieron informados durante la ocupaci�n a diputados y senadores justicialistas, al ministro de Trabajo Ricardo Otero, al vicepresidente en ejercicio Lima quien design� como veedor al doctor Humberto Saiegh, al Secretario de Obras y Servicios P�blicos general Delfor Otero, a funcionarios de la SIDE, la Polic�a Federal, el ministro de Econom�a y asesores del teniente coronel Osinde.
S�lo el subsecretario del Interior, Domingo Alfredo Mercante, se neg� a dialogar al saber que hab�a sido desplazado el interventor Buthet. Pero reci�n el 22 de junio se orden� sacar de all� a los intrusos.
"Los cobardes, los borrachos, los contrabandistas de drogas, los protectores de los ladrones de chatarra ferroviaria, los asesinos frustrados, alentados por los comandos comunistas emboscados en las sombras, juntos bolches y gorilas como en 1955, mi teniente general, como en un cambalache digno de ser cantado por el inmortal Disc�polo, retornan a las posiciones que otros defendieron, y ampar�ndose en la Polic�a Federal Argentina, instituci�n a la que ellos siempre han despreciado, reasumen aparentemente sus funciones como si nada hubiera pasado", dice la Carta Abierta a Per�n al describir el desalojo.
El asesor de la intervenci�n en Ferrocarriles, Carlos Mario Pastoriza, entreg� el 29 de junio un informe algo menos literario. Dice:
"Asunto. Detalle del armamento extraviado durante los hechos ocurridos entre el 13 y el 22 de junio de 1973:
"Pistolas Ballester Molina, calibre 11,25, n�meros 84705, 84711, 84728, 110111, 110116, 110972, 110996, 110998, 84736, 110969, 84704, 38807, 110110, 28771, 39301, 39306, con un cargador cada una; n�meros 101955,33413,102008,33402,101730 y 39305, con tres cargadores cada una. Resumen: Pistolas Ballester Molina calibre 11,25: 23. Cargadores para idem: 35".
"Pistolas Colt calibre 11,25, n�meros 80270,80253, 27840, 31826, 39868, 68993, 156854, 157183, 173427, con un cargador cada una; n�meros 55285 55574, 36366, 31005, 31003 y 67081, con dos cargadores cada una; n�meros 80299,80242,80309,80312, 67181, 67183, y 67178, con tres cargadores cada una; y n�mero 80294, con cinco cargadores. Resumen: Pistolas Colt calibre 11,25: 23. Cargadores para idem: 47".
"Una pistola ametralladora Halc�n, calibre 9, n�mero 3142, con dos cargadores".
"Pistolas ametralladoras PAM, calibre 9, n�meros 27222, con un cargador; y n�meros 27249, 31003, y 31005, con dos cargadores cada una. Resumen: Pistolas ametralladoras PAM calibre 9: 4. Cargadores para �dem: 7.
El viernes 22 de junio la Polic�a Federal visit� las instalaciones ocupadas. En la jefatura de la Polic�a de Seguridad de la Regi�n Sudoeste, los federales fueron atendidos por el empleado de investigaciones Ram�n Edgardo Mart�nez, jefe interino, quien present� al resto de los polic�as ferroviarios que, seg�n dijo le hab�an solicitado que se hiciera cargo de la regi�n. Eran ellos Walter Alfredo De Giusti, Oscar Esteban Vallejos, Mart�n Torres, Juan Carlos Molina, Juan �ngel Galvaniz, Alejandro Tucci, Carlos Antonio Bachini, Juan Antonio Mascovetro, Alejandro Esteban Me Intyre y H�ctor Fern�ndez.
En el Departamento de Inteligencia Central de la Gerencia de Seguridad, Fernando Francisco Manes introdujo ante los comisarios Ram�n Domingo Vidal y Vicente Rub�n Rosetti, al personal de la polic�a ferroviaria que lo hab�a acompa�ado durante la ocupaci�n.
Eran ellos Juan Carlos Ram�n Mart�nez, de la oficina de Inteligencia y Seguridad; Claudio Isaac Ort�z, polic�a auxiliar de segunda; Juan Robiano, auxiliar primero de la secci�n sumarios; Mario Medina, Juan Carlos Scarpia, auxiliar de tercera de la secci�n informaciones; Oscar Reinaldo Ponce, auxiliar de tercera de la polic�a privada del ferrocarril; Juan Alberto Andreu, ayudante segundo del jefe de la estaci�n Retiro, secci�n pasajeros; Alberto Germ�n Mazzei, auxiliar de tercera de la polic�a ferroviaria igual que Pedro Celestino L�pez Carballo, Rodolfo Mario Gonz�lez Arrascaeta; Elbio Antonio Far�as, auxiliar de segunda; Juan Jos� Velasco, de la divisi�n informaciones; Carlos Degli Quadri, empleado de la Secretar�a general; Stella Maris Cieri, a cargo de teletipo y tel�fono; Ricardo Zumpano, polic�a ferroviario, y Miguel �ngel Vidueira, dependiente de tercera de la secci�n tr�fico. Tambi�n todos ellos con sus armas.


Ciro y Norma

En 1955 el teniente Io Ciro Ahumada fue uno de los oficiales del Grupo 4 de Artiller�a de Campo de los Andes, en Mendoza, que no se plegaron al golpe contra Per�n, lo cual le vali� una detenci�n de 30 d�as. Cumplida la pena fue reincorporado, pero a diferencia de la mayor�a que fue a parar a guarniciones distantes, �l pas� a trabajar en una de las Comisiones Especiales Investigadoras, con el general Juan Constantino Quaranta, amo de la SIDE.
En marzo de 1956 fue arrestado con dos centenares de civiles y militares comprometidos con el movimiento en ciernes del general Valle, que deb�a estallar tres meses despu�s. Recluido en el penal militar de Magdalena, fue el primer oficial en su historia que consigui� fugarse, y se refugi� en el Brasil.
Hacia 1959 reapareci� en San Juan, en la mina Casta�o Viejo, como empleado de National Lead, la compa��a minera internacional representada por Adalbert Krieger Vasena. En San Juan organiz� un comando para la zona de Cuyo, que inicialmente estuvo relacionado con la Central de Operaciones de la Resistencia del general I��guez, del que m�s adelante se separ�.
En febrero de 1956 condujo un asalto a la mina Huemul, en el sur de Mendoza, en el que se apoderaron de detonantes el�ctricos y 5.000 kilos de gelinita. En marzo, el gobierno de Frondizi declar� el Estado de Conmoci�n Interna, luego que la resistencia volara la casa del mayor del Ej�rcito Cabrera, y se descubriera un plan insurreccional que fracas� cuando las 62 no declararon el paro general que deb�a preceder al asalto de cuarteles.
Alejado del COR, organiz� una serie de atentados que dejaron un tendal de presos, pero ni �l ni su lugarteniente Herm�n Herst, un admirador de Hitler que usaba una sv�stica como gemelo de camisa y alfiler de corbata, fueron condenados.
El 25 de mayo orden� colocar explosivos en la casa del general Labayru, en la de su asistente el capit�n Rubilliers, y en la compa��a petrolera mendocina de la Banca Loeb, y parti� hacia el Uruguay. Trescientos integrantes de su red, sin v�as de escape ni escondites previstos, fueron perseguidos y acorralados, hasta que ninguno qued� en libertad, ni su esposa Margarita Mag�ita Ahrensen.
Ahumada le mand� a ella y a sus hijas, bellas postales, desde Par�s, Madrid, Capri, Santo Domingo, Cuba. En el sumario militar a Herst, consta la reducci�n de su pena por colaborar con la investigaci�n.
Per�n lo cre�a vinculado con los servicios argentinos de informaciones y con la C�A, y lo alej� de Santo Domingo. El gobierno cubano no explic� en cambio sus razones cuando solicit� a los grupos peronistas de la Resistencia que se lo llevaran de all�, a �l y a la ex-militante comunista de Entre R�os Norma Brunilda Kennedy. Ella hab�a viajado a La Habana junto con Augusto Vandor, y al volver explic� que hab�a chocado con el castrismo por plantear reivindicaciones feministas en una sociedad machista.
En 1954 Norma Kennedy hab�a sido detenida junto con otras activistas estudiantiles en Concordia, y el diputado radical Santiago Nudelman present� un pedido de informes al Poder Ejecutivo interes�ndose por su destino. Se iniciaba la cl�sica par�bola del fanatismo que suelen recorrer los conversos. La joven comunista defendida por un pol�tico radical lleg� a ser cabeza del macartismo m�s obstinado dentro del peronismo.
Su tr�nsito de la izquierda a la ultraderecha fue lento. En 1956 ya hab�a dejado el PC y se acerc� al Comando Nacional que dirig�a el ex suboficial C�sar Marcos, un peronista estudioso de Marx en torno de quien se reun�an muchos j�venes marxistas ansiosos por abrazarse, con el pueblo, que sin dudas era peronista.
Junto con Jos� Mar�a Aponte comenz� a intervenir en operaciones econ�micas cuyo fruto deb�a financiar la Resistencia Peronista. Un porcentaje que sus compa�eros de entonces no coinciden en evaluar, pero que no desciende del 50 �/o, se destinaba a los gastos personales de la pareja. Cuando viajaban a Montevideo, donde actuaban diversos comandos de la Resistencia, se alojaban en el Hotel Victoria Plaza, el m�s lujoso del Uruguay.
Fue la primera mujer que empu�� una ametralladora en un operativo pol�tico en este pa�s, durante el asalto a la Panificaci�n Argentina. Apresada, fue defendida por el abogado de la UOM, y luego de la CGT, Fernando Torres, y salvada por su hermano Patricio Kennedy. El d�a en que los testigos deb�an reconocer en rueda a los asaltantes, Patricio tuvo la gentileza de trasladar personalmente en su auto a los directivos de la Panificaci�n Argentina a los tribunales. Ninguno reconoci� a Norma.
La audacia y originalidad de Patricio son muy conocidas. Para robar un banco cav� un boquete desde el entubamiento del Arroyo Maldonado, debajo de la Avenida Juan B. Justo, y luego huy� por las veredas subterr�neas con una bicicleta.
Norma se separ� de Aponte y se fue a vivir con Alberto Rearte. En 1962, Aponte aguardaba a un compa�ero en un taller mec�nico de la calle Gasc�n al 200, que fue copado por la Polic�a de la Provincia de Buenos Aires, que invadi� sin aviso la jurisdicci�n de la Polic�a Federal. Se llevaron a Aponte y montaron una ratonera con dos sargentos, en espera de quien llegara a la cita.
Rene Bertelli llam� por tel�fono antes de ir, se dio cuenta que el sargento que lo atendi� no era Aponte, entr� por los fondos de la casa, tom� por sorpresa a los dos polic�as y los mand� al otro mundo. � �A qui�n esperabas, hijo de puta?, le preguntaban en la Brigada de San Mart�n al detenido Aponte, con una curiosidad que la muerte de los dos sargentos torn� imperiosa.
Al preso se le ocurri� que pod�a matar dos p�jaros de un tiro: impedir que siguieran castig�ndolo y vengarse del hombre que se hab�a ido con su mujer. Termin� por confesar que esperaba a Alberto Rearte.
La polic�a lo busc�, pero no lo encontr�. Aponte los ayud� a ubicarlo.
�Su �ntimo amigo se llama Felipe Vallese, les sugiri�.
Asido a un �rbol de la calle Canalejas en Caballito, Vallese resisti� el intento de secuestro hasta que los culatazos en la cabeza le hicieron abrir la mano. Nunca reapareci�.
Norma y Rearte crearon en su homenaje la Agrupaci�n 22 de agosto. El joven tesorero de la UOM recib�a sin placer sus pedidos de socorro econ�mico. Les daba para imprimir 20.000 afiches y hac�an 500. Con el resto sobreviv�an. No eran fuerza de choque de nadie. "Son dos picaros", explicaba el tesorero, un ex boxeador de Villa Lugano: Lorenzo Miguel.
Patricio invit� a Norma a acompa�arlo en varios de sus operativos. El bot�n preferido eran los autom�viles. La tercera hermana, Celia, casada con un honorable carnicero, se encargaba de blanquear el dinero obtenido, y cuidaba habitualmente de Felipe Rearte, el hijo de Alberto y Norma.
Celia Kennedy fue secuestrada despu�s del golpe de 1976, por un comando que quer�a saberlo todo acerca de los fondos de Norma. Nunca reapareci�.
Hacia 1964 Ahumada y Rene Bertelli montaron una oficina de exportaci�n e importaci�n, con la denominaci�n AR BRAS, en la que atend�an negocios de Jorge Antonio con Brasil. Bertelli ten�a pedido de captura por el episodio de la calle Gasc�n, pero circulaba libremente mientras su socio Ahumada discut�a contratos con YPF para las empresas paraguayas que representaban. Norma, Patricio, Aponte, tambi�n frecuentaban esas oficinas, en la calle Corrientes. Patricio comand� por entonces un operativo en el que fue preso un militante de su grupo y muri� otro, Sosa. El, sin embargo, recuper� la libertad. Hab�an cruzado una frontera que garantiza cierta impunidad.
Todos ellos lograron vincularse con el grupo que preparaba la instalaci�n del destacamento de las Fuerzas Armadas Peronistas en Tucum�n. Ahumada les hizo llegar documentos y manuales de instrucci�n militar. Bertelli fue gestor para la adquisici�n del terreno de Taco Ralo donde se efectuar�an las pr�cticas militares, y que fue copado antes que la guerrilla disparara su primer tiro. El gobierno militar devolvi� el campo a quien se lo hab�a vendido a las FAP: Juan Bertelli, hermano del socio de Ciro.

35. Mayor�a, 22 de junio de 1973.

A partir de 1971 Ahumada se asoci� con Osinde en una empresa de importaci�n de azulejos y may�licas. El 17 de noviembre de 1972 atend�a a quienes buscaban orientaciones en la sede justicialista de Avenida La Plata y les aconsejaba irse a casa, mientras Per�n estaba retenido en Ezeiza.
Despu�s de las elecciones del 11 de marzo de 1973, se reuni� con Osinde y con el mayor Fernando Del Campo, para cambiar ideas sobre la estabilidad del inminente gobierno de C�mpora. "A ese viejo de mierda hay que marcarle el camino o sacarlo a patadas", era en esos d�as su expresi�n favorita.
Mientras, Norma Kennedy paseaba por Madrid con L�pez & Mart�nez, sus amigos.


El Autom�vil Club

Con 600.000 socios, 621 unidades m�viles, 296 estaciones de servicio, 48 hoteles, servicio de aviaci�n y la red de comunicaciones m�s completa del pa�s, el Autom�vil Club era en 1973 una fuerza econ�mica y pol�tica de interesantes v�nculos internacionales.
Hab�a firmado convenios multimillonarios con la Ford y fabricaba neum�ticos en conjunto con la Goodyear. Su presidente era el latifundista C�sar Carman, afiliado a la Uni�n C�vica Radical, quien se opuso a la creaci�n de La Hora del Pueblo y repudi� las entrevistas de Ricardo Balb�n con Juan D. Per�n. Todos los a�os, hasta su muerte, Carman particip� en los actos de homenaje al golpe militar de 1955.
M�s sugestivo a�n era el vicepresidente del Autom�vil Club en junio de 1973. Se trata del se�or Roberto Lobos, presidente de la empresa Coca-Cola, vinculado con el hotel Sheraton y su propietaria, la International Telephon & Telegraph, ITT, que en esos d�as actuaba como cobertura de la C�A en Chile para el derrocamiento de Salvador Allende, seg�n estableci� una comisi�n investigadora del Congreso de los Estados Unidos.
Entre las autoridades del AC� figuraban nombres de la burgues�a agraria, representantes de empresas transnacionales y altos jefes de las Fuerzas Armadas. Marcelo Gowland Acosta, Belisario Moreno Hueyo, Jos� Nazar Anchorena, V�ctor Zemborain, Mauricio Braun Men�ndez, Ernesto Aberg Cobo, Antonio M. Delfino, Pedro Dellepiane, Adolfo Lan�s, Carlos Men�ndez Behety, Adalberto Reynal O'Connor, Rodolfo Zuberb�hler, Alberto De Ridder, Egidio Ianella, Ernesto P�rez Tornquist, Ram�n Santamarina, el ingeniero Mario Negri (de la C�mara de Industriales Metal�rgicos), integraban la directiva del Autom�vil Club, junto con el capit�n de nav�o Luis Giannelli, el comodoro Ernesto Baca, el brigadier Mario Romanelli, el capit�n de corbeta Luis Ballesi y los generales Gualterio Ahrens y Jos� Embrioni.
Uno de los delegados titulares del AC� era el se�or Adolfo Rawzi, hombre de contacto con la embajada de los Estados Unidos y con el diputado Rodolfo Arce.


Nuestros muchachos

Desde la primera semana de junio, jefes del Sindicato de Trabajadores del Autom�vil Club, SUTACA, y personas armadas que se reclamaban de la Juventud Sindical Peronista recorr�an las instalaciones intimidando al personal. Tambi�n all� se trataba de prevenir el asalto trotskysta, que nunca se produjo.
En un bolet�n extraordinario impreso el 21 de junio, el Secretario General del SUTACA, Roberto Saavedra, felicit� a los tripulantes de auxilios mec�nicos, que hab�an actuado en Ezeiza como radioenlaces para el apoyo log�stico.
All� consign� que el AC� hab�a cedido sus veh�culos a pedido de la CGT y sostuvo que durante el tiroteo "nuestros muchachos asumieron plenamente su rol de patriotas y peronistas y lo hicieron protag�nico".
El personal que actu� el 20 de junio fue seleccionado por el subjefe de Comunicaciones del Autom�vil Club, el suboficial Porreca, de la Armada. Las quince gr�as, dos autom�viles y tres camiones que el COR us� en Ezeiza le fueron entregados por el Gerente de Estaciones del AC�, Carlos Iribarnegaray, comando civil en 1955 y luego interventor en la UOM de Avellaneda.
Un cami�n estacionado en Cabildo y Monroe sirvi� de enlace a los veh�culos instalados en el Hotel de Ezeiza, en las rutas de acceso, en el Hogar Escuela ocupado por el Comando de Organizaci�n, en el Aut�dromo, cerca de la residencia de Per�n en Vicente L�pez, en el bosque pr�ximo al palco, en Plaza de Mayo.
Los veh�culos tripulados por dirigentes del SUTACA y personal del COR y de la Juventud Sindical al mando del metal�rgico An�bal Mart�nez, fueron retirados del auxilio mec�nico de Jaramillo al 1900. El grupo de militantes del COR que intervino se concentr� en el Sindicato de Sanidad, en Once, para coordinar el plan.
Estos son algunos de los muchachos patriotas y peronistas felicitados por Roberto Saavedra: Osvaldo Bujalis, tesorero del SUTACA y habitual acompa�ante de Osinde; Fr�as, jefe de Comunicaciones del AC�; Olmos, dirigente del SUTACA; Pepe Montoya, Sanguineti; Roldan, promotor de la Juventud Sindical en el SUTACA; V�ctor Lasara, Pablo Esquete, Jorge Viola; Gaeta, quien estuvo junto con Mart�nez en el Hogar Escuela durante el tiroteo; Moyano, Rufrano, Cuaresma, Villordo y Mensela.
Los condujeron el general I��guez, el teniente coronel Osinde y el industrial Osvaldo Dighero.

Los comparsas

Los golpistas del 20 de junio formaban una sociedad de hecho. No todos se conoc�an, disputaban entre ellos por parcelas de poder, m�s de una vez se combatieron.
Ten�an en com�n su derrota en las pugnas internas peronistas previas a la elecci�n presidencial y sus contactos con sectores del gobierno militar. Jugaron sus cartas y perdieron entre noviembre de 1971, cuando Per�n design� delegado personal a H�ctor J. C�mpora, y el 25 de mayo de 1973. Contragolpear�n en Ezeiza. I��guez y Osinde les dar�n coherencia, con un plan de acci�n para la toma del poder.
En noviembre de 1971 un tiroteo en la sede del Consejo Justicialista, en Chile al 1.400, salud� la cesant�a de Jorge Paladino como representante de Per�n. Norma Kennedy y Alberto Brito Lima dirigieron el asalto. Un guardaespaldas de Lorenzo Miguel, Alejandro Giovenco, la defensa. Norma Kennedy sobrevivi� con un tiro en el pulm�n, pero Enrique Castro, tambi�n del C de O, muri� al fin de una larga agon�a. Con Giovenco estaban Jos� Sangiao y Vicente L�pez, quien dos meses despu�s intervino con sus hermanos Ra�l y Juan Domingo, en la muerte de un dirigente antipaladinista de Lomas de Zamora.
Elegido delegado C�mpora, y organizada la rama juvenil sin la inclusi�n del Comando de Organizaci�n, Kennedy y Brito Lima se unieron a sus adversarios de ayer. Un a�o y medio despu�s de aquel enfrentamiento unos y otros militaban en el mismo bando, olvidados de las promesas de venganza. Los L�pez y Sangiao, junto con el paladinista Eugenio Sarrabayrouse, ocuparon en nombre del Comando militar de la Agrupaci�n de Manuel Damiano los Ferrocarriles, como vimos en la p�gina 61. Norma Kennedy integr� la Comisi�n Organizadora que convirti� el palco en un arsenal. Giovenco y el Comando de Organizaci�n de Brito Lima utilizaron esas armas contra la multitud.
Los dirigentes sindicales tampoco aprobaron a C�mpora y se negaron a aceptar las tres vocal�as que les asign� en el Consejo Superior, porque pretend�an seis y la Secretar�a General. Aunque tanto Rucci como C�mpora hayan preferido olvidarlo luego, en el Congreso partidario del Hotel Savoy, Brito Lima y los guardaespaldas de la CGT apuntaron a la cabeza del delegado personal una pistola 45. Y a�n restaba la batalla por la candidatura presidencial.


La federaci�n de perdedores

Como vimos, en 1971 el Movimiento Federal, que hab�a prosperado bajo el amparo de Rucci y Paladino, confiaba en consagrar a Osinde sucesor de Per�n. Fue el primer candidato desilusionado, socio fundador de la federaci�n de perdedores. Lo sigui� el director del ingenio Ledesma Antonio Cafiero, asesor econ�mico tanto de la CGE como de la CGT, colaborador del brigadier Ezequiel Mart�nez en la Secretar�a de Planeamiento y Acci�n de Gobierno de Lanusse. Era el hombre del Gran Acuerdo Nacional, bien visto fuera del pa�s, sobre todo una vez que le explic� a David Rockefeller que el peronismo no pensaba nacionalizar los bancos. Al partir de Buenos Aires hacia Asunci�n el 14 de diciembre de 1972, Per�n lo defraud� al indicar, una vez m�s, a H�ctor C�mpora.
Rogelio Coria prepar� una moci�n para que el Congreso que recibi� con estupor esa nominaci�n, enviara delegados hasta el Paraguay que persuadieran a Per�n que comet�a un error. El Sindicato de Mec�nicos la present�, y de inmediato adhirieron los congresales Norma Kennedy, Manuel de Anchorena y el dirigente rosarino de la carne Luis Rubeo. En la puerta del Hotel Crill�n, Nicanor De El�a entregaba volantes del Movimiento Federal contra C�mpora36.


36. Panorama, 21 de diciembre de 1972.
El Congreso s�lo acept� enviar un telegrama sugiriendo cautelosamente el cambio, y Coria abandon� la sala contrariado. Lorenzo Miguel admiti� en silencio que esa oportunidad ya se hab�a perdido.
La misma batalla se dio en varias provincias por las candidaturas a las gobernaciones.
En Avellaneda un grupo de congresales sin qu�rum lleg� a proclamar a Manuel de Anchorena y el metal�rgico Luis Seraf�n Guerrero y corri� a tiros al Secretario general Abal Medina. Per�n intervino desde Lima calificando a Anchorena de "excrecencia y traidorzuelo"37, y tanto Osinde como Lorenzo Miguel abandonaron al estanciero conservador que fue expulsado del peronismo. La UOM se limit� a sustituir a Guerrero por otro de los suyos, Victorio Calabr�, para acompa�ar al candidato Oscar Bidegain.
En C�rdoba, el jefe vandorista Alejo Sim� desert� el mismo d�a previsto para la autoproclamaci�n como candidato de Julio Ant�n, el amigo de Jorge Antonio y del general I��guez, quien hab�a perdido las internas por escaso margen ante Ricardo Obreg�n Cano. Ant�n y el coronel Antonio Domingo Navarro sublevar�n a la polic�a cordobesa para deponer a Obreg�n Cano y al vicegobernador Atilio L�pez, abandonados por el gobierno nacional, en 1974. Siete meses despu�s, la AAA fusilar� con 136 balazos al ex-vicegobernador obrero L�pez. Ezeiza hab�a sentado doctrina.
En Mendoza, pese a un gran tumulto donde no faltaron l�grimas, Carlos Fiorentini y Decio Naranjo no pudieron impedir la elecci�n de Alberto Mart�nez Baca. Lo apartaron de la gobernaci�n en irregular juicio pol�tico en 1974.
En Santa Fe, los rebeldes llegaron a la ruptura antes de los comicios. Otro amigo de I��guez, el capit�n Antonio Campos, quien en 1960 lo hab�a secundado en la toma del regimiento XI de Infanter�a de Rosario, fue el candidato paralelo a la gobernaci�n, Rubeo su vice.
En Santiago del Estero encabez� la disidencia Carlos Ju�rez, dirigente neoperonista que junto con un sobrino de I��guez hab�a acompa�ado a Juan Lucco en la operaci�n de Levingston para seducir al peronismo desde el ministerio de Trabajo en 1970.
En la Capital Federal, Osinde envi� un telegrama de solidaridad a Julio Cala y Lala Garc�a Mar�n, quienes junto con una veintena de convencionales hab�an sido expulsados por oponerse a las candidaturas decididas. El 20 de junio Lala Garc�a Mar�n estar� en Plaza de Mayo junto con los activistas del COR de I��guez para tomar la Casa de Gobierno, y el 21 Cala ser� uno de los invitantes al sepelio del capit�n Chavarri, lugarteniente de Osinde ca�do en Ezeiza.
Las movilizaciones de la juventud en todo el pa�s, la dureza del enfrentamiento con el gobierno militar, la participaci�n en los actos de C�mpora y la JP de los guerrilleros que promet�an a cada adversario interno la suerte de Vandor, sembraron la duda en el poder sindical y en sus sat�lites de la rama pol�tica. Algunos se preguntaban si con ese clima habr�a elecciones, otros se contestaban que s� y tem�an perder su car�cter de interlocutores privilegiados de los militares y ser precipitados a un futuro incierto.
Dos semanas antes del 11 de marzo, no todos los esfuerzos se volcaban hacia los comicios. El 23 de febrero se cre� la Juventud Sindical, un sedante para los nervios de los sindicalistas. Con o sin elecciones, responder�an al fuego con el fuego.
No eran los �nicos previsores. El 18 de mayo, apenas una semana antes del traspaso presidencial, el grupo que se present� como Resistencia Argentina exigi� que quedaran en su poder "determinados cargos del gobierno y los organismos de seguridad", y anunci� juicios y sentencias para "los traidores y los mercaderes" en caso de ser contrariados. Para la SIDE propusieron al coronel Julio Fossa (a uno de cuyos hijos ya hemos visto como jefe de la custodia del intendente Leopoldo Frenkel, que particip� en la operaci�n Ezeiza); para la Polic�a Federal al coronel Mario Franco (asociado al ex jefe de polic�a de Ongan�a, general Mario Fonseca); para Gendarmer�a al capit�n Morganti, quien despu�s del 20 de junio se mud� a un amplio edificio de Berm�dez y Nogoy�, en el barrio de Devoto.

37. Clar�n, 21 de diciembre de 1972.

Una solicitada que public� la UOM en los diarios del 20 de junio delata sus preocupaciones del momento. El cartel de Montoneros que el 25 de Mayo se despleg� frente a la Casa de Gobierno, como lo muestran las fotos de la �poca que luego los militares usaron para demostrar la escalada subversiva sobre el poder, fue retocado para que se leyera Uni�n Obrera Metal�rgica38. Unos se desviv�an por ubicar el letrero m�s grande en el lugar m�s visible. Los otros estaban dispuestos a todo por impedirlo, con el pincel del retocador o por medios m�s consistentes.
Los sindicalistas y el gobierno militar sent�an la necesidad de actuar r�pido, para sofocar esa presencia expansiva y amenazante. �Pero c�mo? Un indicio lo brind� el contralmirante Horacio Mayorga, rico propietario de f�bricas de art�culos de cuero. Al despedirse de la Aviaci�n Naval que comandaba, revel� los planes que conoc�a, muy pocos d�as antes de la masacre. "Se est�n preparando bandas armadas clandestinas" dijo en su �ltimo discurso oficial39.
Ezeiza ser�a su presentaci�n en p�blico.

38. Clar�n, 20 de junio de 1973. Suplemento especial del retorno.
39. La Naci�n, 16 de junio de 1973.


SEGUNDA PARTE

LOS HECHOS

El Hogar Escuela

En todos los relatos sobre los tiroteos de Ezeiza se menciona como un lugar clave el Hogar Escuela. Tambi�n se refieren a �l sin saberlo los testimonios sobre disparos efectuados desde el bosquecito pr�ximo al palco, es decir la arboleda lindera con el Hogar Escuela.
El Hogar Escuela Santa Teresa tiene tres cuerpos de edificaci�n y est� ubicado a unos 500 metros del palco, al sur de la autopista Ricchieri, cerca de las Piletas Ol�mpicas y rodeado por una zona boscosa. Cruzando la ruta 205 se ingresa al barrio Esteban Echeverr�a. El Hogar Escuela forma un tri�ngulo agudo con el puente El Tr�bol y el Hospital de Ezeiza, que est� en el centro del barrio Esteban Echeverr�a. Para controlar la zona donde se desarrollar�a el acto, el Hogar Escuela era un sitio estrat�gico.
La Polic�a Federal pens� en instalar all� un puesto para la remisi�n de detenidos, con un subcomisario, tres oficiales, veintiocho agentes masculinos y cinco femeninos de la Superintendencia de Investigaciones Criminales. Como el resto del servicio policial, deb�a implantarse a las 18 horas del martes 19.
Determinar quien control� el Hogar Escuela durante los enfrentamientos es fundamental para comprender qu� ocurri� el 20 de junio.


La Falange

El 24 de mayo en Monte Grande se preparaban las columnas que marchar�an hacia la Capital para el acto de asunci�n de C�mpora, cuando llegaron el concejal Rub�n Dominico y sus compa�eros del C de O y con palos y cadenas intentaron dispersar a los manifestantes. El 25 desfilaron uniformados al estilo de la Falange ante el intendente de Esteban Echeverr�a, Oscar Blanco, su protector.
Asalariado de la UOCRA, procesado por el juez Omar Ozafrain por robo a un sindicato del que era chofer, por juego ilegal y por corrupci�n, Dominico y treinta acompa�antes armados ocuparon el 8 de junio el Hogar Escuela, la Escuela de Enfermeras vecina y el policl�nico de Ezeiza. "Per�n, Evita, la Patria Peronista", gritaban.
El Hospital de Ezeiza ten�a una capacidad normal de 120 camas, y para el 20 de junio se hab�an previsto habilitar otras 100. Funcionaban en �l servicios de cirug�a, traumatolog�a, hemoterapia, neurocirug�a, cl�nica m�dica, radiolog�a, otorrinolaringolog�a, pediatr�a, cardiolog�a, ginecolog�a, laboratorio, drogas y medicamentos. Contaba con tres ambulancias, una de ellas con radiollamado, dos veh�culos utilitarios y una camioneta. Una guardia permanente de 70 m�dicos, 78 enfermeras y auxiliares y el apoyo de 50 alumnas de la Escuela de Enfermeras deb�an atender cualquier emergencia.
El diario local La Voz del Pueblo inform� que el 8 de junio, a ra�z de la ocupaci�n del C de O, el personal docente del Hogar Escuela fue enviado a sus casas y los ni�os evacuados. Con un comunicado que reprodujo el mismo peri�dico, el C de O rechaz� las exhortaciones de Abal Medina y de la interventora en el Hogar Escuela, Esther Abelleira de Franchi, para que cesara la ocupaci�n.
Entre quienes ocuparon el Hogar Escuela estaban los militantes del C de O Carlos Alberto Vergara, Mart�n Magall�n, Ernesto Ber�n, Mario Azategui, Juan Carlos Journet y su hermano, Guillermo Salao, Daniel Sanguinetti y su padre, Alberto Melli�n, V�ctor Diack, Carlos Alberto Nicolao y su padre, Rub�n Rodr�guez, Gabriel Nana y Maido. A trav�s de ellos, hasta un juez podr�a reconstruir la lista completa.
Una vez ocupado el Hogar Escuela Dominico organiz� la log�stica. El intendente Blanco le dio dinero para comida y cigarrillos, y el frigor�fico Monte Grande 200 kilos de asado, previa consulta con el comisario Guido Beltramone y el intendente Blanco, quienes avalaron a los ocupantes.
Desde el principio, Osinde pens� utilizar el Hogar Escuela como puesto de comando y vivac de sus tropas y as� lo plante� durante las reuniones preparatorias del acto en un memor�ndum que titul� Se requiere �nicamente. Sin embargo, despu�s de la masacre dijo a la comisi�n investigadora que al enterarse de que el Hogar Escuela hab�a ca�do en manos de desconocidos, solicit� a la polic�a de Buenos Aires que los sacara de sus instalaciones el 19 de junio40.
La polic�a de Buenos Aires no respald� esta versi�n de Osinde. Por el contrario, comunic� que cuando desaloj� a 300 personas armadas, del Comando de Organizaci�n que ocupaban el Hogar Escuela, el Hospital y la Escuela de Enfermeras, el concejal Dominico aleg� que respond�an a las ordenes de Osinde41.


Mart�n y Mart�nez

El informe policial dice que antes del desalojo Osinde se hab�a interesado por los ocupantes, y que luego se present� para indagar por qu� hab�an sido desplazados y declar� que obedec�an al gobierno a trav�s suyo. Adem�s se�ala que en la noche del 19 de junio los ocupantes trajeron refuerzos y a punta de pistola volvieron a apoderarse del Hogar Escuela, a ordenes de dos personas que se hac�an llamar Mart�n y Mart�nez.
Coincide con ese dato un parte redactado por la Polic�a de Buenos Aires cuando a�n el olor a p�lvora no se hab�a disipado en Ezeiza, que identifica al jefe de los dos mil j�venes en armas que coparon el Hogar Escuela como Mart�nez, un hombre de frente ancha, cabellos canosos y sueltos hacia atr�s, bigote fino, cara redonda y 1,70 ms de estatura42.
Ordenemos y completemos la informaci�n.
El 20 de junio tres grupos ocuparon el Hogar Escuela de Ezeiza. El primero y m�s numeroso estaba constituido por los dos mil adolescentes reclutados por el C de O, que retomaron el edificio luego de la primera desocupaci�n, dirigidos esta vez por Reinaldo Rodr�guez.
En un pabell�n del tercer piso se instal� Gaeta, del Autom�vil Club, a cargo de uno de los puestos de comunicaciones del COR del general I��guez. Otros tres m�viles del COR operaron desde el Hogar Escuela y sus inmediaciones.
El tercer grupo pertenec�a a la CGT y obedec�a a An�bal Mart�nez, de la UOM, y uno de los tres l�deres de la Juventud Sindical.
Lo que no hubo nunca fueron comunistas ni montoneros.

40. Osinde, Jorge Manuel: Informe sint�tico, en la secci�n documental.
41. Troxler, Julio: informe del subjefe de la Polic�a de la Provincia de Buenos Aires, en la secci�n documental.
42. Informe de la polic�a de la provincia de Buenos Aires, en secci�n documental.


El Palco

El 19 de junio mil civiles armados hasta los dientes ocuparon posiciones cerca del palco, por indicaci�n del teniente coronel Osinde. Su consigna era impedir que se acercaran columnas con carteles de la Juventud Peronista, la Juventud Universitaria Peronista, la Juventud Trabajadora Peronista, las FAR, Montoneros y otras agrupaciones menores43.
Detr�s del vallado se identificaban con brazaletes verdes y un escudo negro los guardias de la Juventud Sindical. Los custodios del estrado empu�aban carabinas, escopetas de ca�o recortado, ametralladoras y pistolas44.
El mi�rcoles 20 los periodistas apreciaron el arsenal acopiado en el palco del Puente 12, que inclu�a fusiles con miras telesc�picas, pero no se les permiti� fotografiarlo. Las armas estaban a cargo de hombres de la Concentraci�n Nacional Universitaria y de la Alianza Libertadora Nacionalista, y rodeando el palco hab�a integrantes de la Juventud Sindical y del Comando de Organizaci�n45.
Desde el primer momento impusieron su autoridad en base a un uso desmedido de la fuerza y a la continua ostentaci�n de armas largas y cortas, adujo un informe oficial46.
Osinde no refut� esas aseveraciones. Por el contrario, dijo que hab�a dispuesto 200.000 hombres de las organizaciones sindicales para el cord�n de contenci�n frente al puente, y 3.000 hombres de custodia personal rodeando la zona del palco de honor y el �rea de aterrizaje47. A�adi� que la presencia de esos custodios armados all� era conocida y hab�a sido aprobada por la Comisi�n designada por el Poder Ejecutivo, en un tard�o intento de diluir su responsabilidad48.


Giovenco y Queralt�

La polic�a de la provincia de Buenos Aires inform� que el puente estaba en poder de compactos grupos del SMATA, y que personal del COR y de la CGT ocupaban el palco de honor, a ordenes de Osinde y ostentando armas de gran potencia. Entre los ocupantes identific� al custodio de la UOM Alejandro Giovenco49
Los t�cnicos apol�ticos de la Polic�a Federal ratificaron que la seguridad del palco se hab�a encomendado a civiles con armas largas y aportaron fotograf�as probatorias. El informe federal describe amenazas de golpear al p�blico que se acercaba a los cordones de seguridad que circundaban el palco, y se�ala que se realizaron en las horas previas al tiroteo varios simulacros de lo que luego sucedi�, en los que se obligaba al p�blico a arrojarse al suelo. La Polic�a Federal se�al� entre los custodios del palco a miembros de la Alianza Libertadora de Juan Queralt�50.
En el palco tambi�n estaban el jefe de la custodia presidencial Rogelio Gonz�lez (hermano del chofer de Per�n, Isabel y L�pez Rega durante el retorno de 1972), sus subordinados �ngel Pablo Bord�n y Rodolfo Monalli, el oficial subinspector Omar Horacio Fitanco, y los sargentos Humberto Zelada (chapa 12.312) y Eduardo Jorge Dimeo (chapa 13.372), todos de la Polic�a Federal.


43. Clar�n, 21 de junio de 1973.
44. La Naci�n, 21 de junio de 1973.
45. La Opini�n, 22 de junio de 1973..
46. Informe del Servicio de Informaciones de la Provincia de Bs As. a la SIDE, 22 de junio de 1973.
47. Osinde, informe a la Comisi�n investigadora del 21 de junio de 1973, en la secci�n documental.
48. Osinde, informe complementario del 22 de junio, en secci�n documental.
49. Informe de la polic�a de Buenos Aires, 27 de junio de 1973, en secci�n documental.
50. Informe del subjefe de la Polic�a Federal, comisario general Ricardo Vittani.
Ellos constataron que los civiles con armas largas que ocupaban el palco s�lo acataban las ordenes de Osinde, y fueron testigos de uno de los ensayos practicados desde el palco antes de los tiroteos reales.
Al aproximarse una caravana de manifestantes los guardias verdes de Osinde se arrojaron cuerpo a tierra en actitud de combate, con sus armas prestas a disparar. Quienes se acercaban se dispersaron lo m�s r�pido posible, y de los empellones y des�rdenes resultantes, quedaron varias personas heridas y contusas51"
Este breve texto que incrimina al Subsecretario de Turismo y Deportes del MBS fue dirigido con candor al superior jer�rquico de Osinde y jefe de la banda, Jos� L�pez Rega. Gonz�lez era un profesional que citaba el testimonio de otros profesionales, y carec�a de animosidad hacia Osinde, a cuyas ordenes llevaba trabajando sin conflictos por lo menos ocho meses.
Los principales diarios de Buenos Aires, que miraban con desconfianza a todo peronista; la polic�a de Buenos Aires, cuyo Subjefe Julio Troxler simpatizaba con la Juventud Peronista; la Polic�a Federal, que actu� con estricta imparcialidad y no ten�a compromisos con ninguno de los bandos; y la custodia presidencial que respond�a a L�pez Rega y Osinde, es decir peronistas de derecha y de izquierda, antiperonistas y neutrales, coinciden as� en forma completa al relatar el dispositivo montado en el palco desde el d�a anterior y los aprestos para su empleo en las horas previas al arribo de Juan D. Per�n.


El pastor y la enfermera

Un pastor protestante y su esposa, auxiliar de enfermer�a, fueron remitidos por el Ministerio de Bienestar Social al puesto sanitario instalado en Ricchieri y Sargento Mayor Luche. Llegaron al caer la tarde del martes 19 pero no encontraron el puesto, en el que deb�an presentarse como voluntarios.
Se dirigieron a una posta sanitaria que el SMATA hab�a montado a la derecha del palco, con una ambulancia pero sin elementos de atenci�n. El enfermero Gentile los condujo al jefe del operativo sindical, y Cardozo acept� la colaboraci�n del pastor y la enfermera. No hab�a tiempo que perder. En cuanto se instalaron atendieron a un herido en un pie, con el botiqu�n personal que portaban.
Despu�s fueron conociendo a los dem�s miembros del grupo. Cables y alambres cercaban el predio, dentro del que se hab�an dispuesto carteles de SMATA, la UOM y el sindicato de la Carne, que eran los �nicos autorizados a permanecer all�.
�Estamos armados, para defendernos e impedir la infiltraci�n, les confi� uno de los dirigentes52
��Y esos emponchados que cercan el acceso al puente?, preguntaron algo inquietos.
�Tambi�n son nuestros. Debajo del poncho tienen las metras.
��Para qu� las metras?
�Para recibir a los zurdos que gritan por la Patria Socialista.
Sintieron que ese no era el sitio m�s apropiado para un pastor y una enfermera y se despidieron. Debajo del palco conocieron al encargado de una ambulancia de la Uni�n de Obreros y Empleados Municipales, que protestaba contra la gente del interior que hab�a llegado para la manifestaci�n. El problema es que despu�s no quieren irse y hay que despacharlos a la fuerza en vagones jaula para ganado, rumi�.
Siguieron caminando en procura de mejores compa�eros.

51. Rogelio Gonz�lez, jefe de la custodia presidencial: informe al ministro de Bienestar Social, Jos� L�pez Rega, en la secci�n documental.
52. Testimonio del pastor Horacio Gualdieri y su esposa Mar�a del Carmen Bigorella, ante la JP.
Ya eran las diez de una fr�a noche cuando fueron acogidos con simpat�a por m�dicos y enfermeras del MBS que atend�an las obras sociales de los sindicatos de la Alimentaci�n y la UOCRA. El doctor Avalos los inscribi� en su registro y pasaron la noche colaborando con ellos.
M�s o menos a esa hora se pidi� por radio la presencia de Osinde o Norma Kennedy, pero en lugar de ellos lleg� alguien que los m�dicos conoc�an como el secretario de Osinde, el se�or Iglesias. Era el responsable de la seguridad del palco53. Se dirigi� a la lomada de la derecha del palco y convers� con los emponchados. Poco despu�s la guardia fue reforzada con m�s hombres en armas.
A la izquierda del puente se ubicaron los que se hac�an llamar Halcones. Llevaban escopetas de doble ca�o recortadas, su jefe se apelaba Cacho y describ�an su misi�n como preventiva para que nadie pudiera colocar explosivos en el palco.
La madrugada no fue tranquila. En torno del palco hab�a una multitud de entre 40 y 100.000 personas. Presionaron por acercarse a las l�neas de contenci�n y desde el puente El Tr�bol los efectivos de la Comisi�n Organizadora abrieron fuego a las 2.10. Cuando concluy� el desbande, una ambulancia se abri� paso y retir� el cuerpo de un hombre joven ca�do54. Ten�a dos balazos en la espalda y la cabeza destrozada. Tambi�n se atendieron en el palco a otros heridos de bala, mientras se produc�a una avalancha sobre el cord�n de seguridad del puesto sanitario55.
A las 3 otro de los Halcones ubicados en la torre de los altoparlantes dispar� su escopeta. La multitud respondi� a gritos y comenz� a arrojar piedras contra el puesto sanitario, al que desde entonces identific� como la Juventud Sindical, cuyo estandarte flameaba dentro de su per�metro.
�V�zquez dice que no hay que palpar de armas a la gente con brazalete verde porque es la que colabora, escucharon el pastor y la enfermera.
V�zquez vest�a guardapolvo de m�dico, pero daba ordenes a la gente armada:
�Hay que identificar a todos los que no tengan el brazalete verde y controlar a los que se acerquen diciendo que necesitan atenci�n m�dica.
Escaramuzas, con heridos de bala y contusos, se repitieron durante toda la noche y arreciaron al llegar los �mnibus que tra�an al Frente de Lisiados Peronistas.
Con las primeras horas del d�a aument� la cantidad de j�venes y adolescentes ebrios. Muchos necesitaron la atenci�n del puesto sanitario.
�Vinimos a defender al general de los enemigos. Los vamos a matar, explicaban.
Cacho condujo hacia el puesto sanitario a medio centenar de adolescentes de Quilmes, que relevaron de la custodia a los Halcones. A la luz del mi�rcoles 20, el pastor y la enfermera vieron que los accesos laterales al puente estaban controlados y s�lo se permit�a el acceso a quien bajara a la rotonda de la ruta 205. La guardia armada en el sector del puente segu�a las ordenes de Juan, que dispon�a relevos cada dos o tres horas, en tandas que sumaban centenares de hombres. Todos estaban tensos y fatigados.
Poco despu�s de mediod�a se escenific� otro cuadro premonitorio. Un helic�ptero H 16 de la VII Brigada A�rea levant� nubes de hojas y tierra al practicar el descenso a un costado del puente El Tr�bol. Cuando la curiosidad del p�blico lo acerc� a la m�quina, centenares de custodios lo impidieron, tom�ndose de las manos alrededor del helic�ptero, y unos cuarenta j�venes vestidos de sport hincaron rodilla en tierra y apuntaron a la gente con pistolas autom�ticas, carabinas de ca�o recortado y metralletas56.
Faltaba menos de una hora para la tragedia.

53. Informe de Osinde a la Comisi�n Ministerial Investigadora, en la secci�n documental.
54. Clar�n, 21 de junio de 1973.
55. Gualdieri-Bigorella, testimonio citado.
56. As�, 22 de junio de 1973.

I��guez se va a la guerra

Con 15 gr�as, tres camiones y dos coches del Autom�vil Club, el general Miguel �ngel I��guez coordin� las comunicaciones del aparato de seguridad dirigido por el teniente coronel Osinde.
La red del Autom�vil Club era t�cnicamente de las mejores del pa�s, pero los activistas del COR no eran expertos en su manejo y provocaron una fenomenal confusi�n.
La sustituci�n de los eficientes operadores del Comando Radioel�ctrico de la Polic�a Federal por aficionados civiles no respondi� a un error de Osinde sino a una decisi�n pol�tica. La organizaci�n profesional de la Polic�a y la neutralidad de sus jefes en la pugna peronista obstaculizaban la consigna facciosa de copar el acto o disolverlo a balazos.
Osinde hab�a pedido un n�cleo de suboficiales del COR para sumarlos a la custodia del palco pero I��guez se neg� afirmando que su organizaci�n iba completa o no iba. Al fin acordaron que Osinde conducir�a el operativo e I��guez dirigir�a las comunicaciones.
Al caer la noche del 19 de junio sesenta hombres del COR comenzaron a llegar al Sindicato de Sanidad de la Capital Federal, donde los recib�a con una palmada en la espalda y sin palabras un oficial retirado del Ej�rcito. Muchos eran activistas de la zona Oeste, vinculados con Manuel de Anchorena. Se hab�an reunido por �ltima vez en abril en una quinta de Moreno, propiedad del coronel Mariano Cartago Smith, lugarteniente de I��guez. Yarza y Manuel Arcadini, de General Rodr�guez; Acre, de Merlo; Aldo Casareto, de Moreno, dieron cuenta de empanadas y chorizos mientras Smith expon�a sus planes para contener a la Juventud Peronista.


La red del COR

El dispositivo de Osinde reun�a grupos distintos: la Juventud Sindical, la CGT, los ocupantes del Hogar Escuela, los custodios del palco, los ocupantes de Ferrocarriles en la estaci�n Retiro, los que controlaban LR2 Radio Argentina, los ocho m�viles de la agencia noticiosa Telam a cargo del teniente coronel Jorge Ob�n. Los operadores del COR ten�an que organizarlos en una red �nica de comunicaciones. Poco despu�s de la medianoche del 20 de junio tuvieron listo su esquema de transmisiones, que fue puesto a prueba a las 4 de la madrugada del mi�rcoles 20.
En un tren que hab�a partido de C�rdoba se supon�a que llegaban grupos del ERP y se orden� detenerlo antes que entrara a Retiro. El COR tambi�n organiz� mediante su red radial el desplazamiento hacia Ezeiza de 300 hombres propios, llegados desde Rosario con el Comandante Puma II, quien d�as antes hab�a ocupado el sindicato rosarino de Sanidad con el benepl�cito policial. Por alguna raz�n los uniformados consideraban a Puma II como uno de los suyos.
A las 11 el COR envi� su m�vil 6 a Radio Argentina, ocupada por la seudo agrupaci�n de prensa de Damiano, y a esa misma hora se produjeron los primeros disturbios frente al Hogar Escuela, suscitados por sus ocupantes de la Juventud Sindical y el Comando de Organizaci�n.
�Se han detenido varios veh�culos con la sigla FAP y FAR, inform� a las 13.40 el m�vil del COR estacionado frente al Hotel Internacional. Comenz� as� un acoso sistem�tico que s�lo terminar�a con el �ltimo disparo.
�Son cuatro veh�culos con cinco personas en cada veh�culo, precis� a las 13.55. Llegaron tocando un clar�n, a�adi�.
Diez minutos despu�s otro parte radial:
�Grupos de FAR se aproximan por parte trasera del palco.
��Grado de combatividad del Grupo? le inquirieron desde la Central de Comunicaciones en el Autom�vil Club.
�El grupo es de 1.500 a 2.000 personas. Todav�a no se ha podido apreciar el grado de combatividad, contest� el m�vil.
(Es decir que su actitud no era beligerante) Desde la Central de Comunicaciones insistieron: Informe si el grupo se identifica por sus cartelones o si es un grupo combatiente o militante que se identifica por sus uniformes o sus insignias.
�No, es un grupo con carteles. (No era una fuerza militarizada)
�El grupo ya ha sido empujado por la Juventud Sindical y ha retrocedido, describi� el m�vil del COR.
(Fueron rechazados desde el primer momento)
�Hay otra columna de 3.000 personas conducidas por FAR y Montoneros, advirti� la radio del COR.
��C�mo se identifican?, quiso saber la Central.
�Hasta ahora s�lo con carteles.
(S�lo carteles. Ni portaban armas ni disimulaban su identidad)
A las 14.20 el general I��guez se present� por segunda vez en el d�a en la sala de transmisi�n del Autom�vil Club, y a las 14.25 uno de sus m�viles alert� a las fuerzas que aguardaban en el palco que hab�a divisado a otro grupo:
�Son mil montoneros, identificados por el cartel. (Igual que los anteriores, con carteles y sin armas). A las 14.29 esa columna con carteles de FAR y Montoneros, no militarizada ni en actitud beligerante, se acercaba al palco y fue recibida por sus guardianes con r�fagas de metralla. Los hombres de I��guez dieron la se�al, los de Osinde oprimieron el gatillo.
Los que estaban ubicados en el estrado dispararon sus carabinas, escopetas, ametralladoras y pistolas y los sindicalistas armados se lanzaron a perseguir a los atacados que se desbandaban.
�Lo recibo muy entrecortado. Entend� grupos a la carrera, dijo COR Cabecera a COR Madre, a las 14.40, es decir minutos despu�s de abierto el fuego desde el palco.
COR Cabecera era el general I��guez. COR Madre el metal�rgico An�bal Mart�nez, de la Juventud Sindical, que transmit�a desde el Hogar Escuela.
�Grupos a la carrera se aproximan al palco, interpret� y retransmiti� I��guez.
�Vienen para el Hogar Escuela, grupos vienen corriendo para el Hogar Escuela, lo corrigi� Mart�nez, quien desde su posici�n no pod�a saber lo que suced�a en el palco.
(Son los manifestantes que se dispersaron despu�s del primer tiroteo y buscaron refugio lejos del palco. A sus espaldas, los custodios segu�an persigui�ndolos y haci�ndoles fuego)
�Detr�s del bosque hay personas tirando a granel. Sigue yendo gente para el Hogar Escuela, insisti� Mart�nez a las 14.45.
(Un plano del lugar aclara lo que ocurr�a. Detr�s del bosque, en l�nea recta hacia el Hogar Escuela, lo �nico que hab�a era el palco. De all� tiraban. El enfrentamiento continu� cerca de veinte minutos entre fuerzas del mismo bando, pero I��guez hizo creer a unos y otros que los asediaban los montoneros).
�La situaci�n se tranquiliza y se pone brava por momentos. Hay un equipo trabajando en medio del bosque, parece ser la gente de COR y CGT, coment� Mart�nez desde el Hogar Escuela a las 15.
(El primer combate del Hogar Escuela ha conclu�do. El COR y la CGT est�n capturando prisioneros, que luego ser�n maltratados en el Hotel Internacional)
Mart�nez sali� entonces del Hogar Escuela con su m�vil, recorri� hasta formarse una impresi�n de lo que estaba sucediendo, y a las 15,35 ya ten�a elementos para comunicar a COR Cabecera del error cometido.
�Palco en poder de la gente del teniente coronel Osinde.
Cabecera retransmiti� el mensaje a Gaeta, quien con otro transmisor aun permanec�a en el tercer pabell�n del Hogar Escuela:
�Compa�eros del Hogar Escuela, palco en poder de gente del teniente coronel Osinde.
Ya fuera del Hogar Escuela, Mart�nez actu� como observador del terreno y sus informes fueron difundidos por COR Cabecera a los dem�s puestos del dispositivo. A las 16.15, Mart�nez transmiti� a Cabecera un mensaje que de inmediato se retransmiti� al palco:
��Se aproxima columna con carteles Patria Socialista? (Este fue el aviso que desencaden� el segundo gran tiroteo, en el que se repiti� la confusi�n de dos horas antes)
A las 16.45, luego de un cuarto de hora de fuego incesante, I��guez formul� una t�mida pregunta:
�Quisiera saber si el palco sigue en poder de nuestras fuerzas o de FAR y Montoneros.
�Hogar Escuela y palco est�n en poder de propia fuerza, le contestaron, cuando Per�n ya hab�a aterrizado en la base a�rea de Mor�n.
A las 16.50, pese a la aclaraci�n, que tal vez no hab�a escuchado, I��guez entendi� alarmado que FAR y Montoneros rodeaban el Hogar Escuela, y a las 17.10 sentenci�:
�Indudablemente el palco ya no est� en manos de fuerzas leales, est� cargado de francotiradores, no se puede pasar en las proximidades. Tiran a mansalva, inclusive sobre ambulancias y coches particulares.
(Esta fant�stica ocupaci�n del palco, que los hombres de Osinde nunca abandonaron y que nadie les disput�, s�lo transcurri� en la mente nublada del general golpista. Ni siquiera cuatro horas despu�s de la primera escaramuza el f�sil advert�a que quienes segu�an haciendo fuego desde el palco eran los suyos, que como �l dijo, disparaban a mansalva).
Su premio fue modesto: la jefatura de Polic�a, donde no dur� mucho porque el plan que deb�a seguirse necesitaba gente m�s lista que �l.


El agresor agredido

En 1971 obtuvo el carnet n�mero 5 al abrirse la reafiliaci�n al Partido Justicialista, y en junio de 1973 decidi� pasar en Buenos Aires su licencia anual. Quer�a ver de cerca a Per�n.
El agente Ra�l Alberto Bartolom�, chapa 2798, de la secci�n canes Tom�s Godoy Cruz de la polic�a mendocina, lleg� a La Plata con su Colt 11.25 reglamentaria y una fumadora de 8 mm, el 19 de junio. En la Unidad B�sica N�mero 10, de la calle 60 entre 134 y 135, convino que ir�a a Ezeiza en un �mnibus de la empresa R�o de la Plata, junto con militantes de la Concentraci�n Nacional Universitaria, CNU57.
Al mediod�a del mi�rcoles 20 arribaron a Ezeiza. Se ubicaron a 200 metros del palco, sobre su izquierda si se mira hacia el aeropuerto. All� lo sorprendi� el primer choque, que dur� un cuarto de hora. Bartolom� y sus acompa�antes de la CNU ped�an calma a la gente que corr�a aterrorizada por los disparos, hasta que comenzaron a llegar ambulancias y ces� el fuego.
Logr� ascender al palco con su fumadora. Estaba haciendo sus primeras tomas de la multitud cuando escuch� que por los altavoces se ordenaba que descendieran a tierra quienes estaban trepados a los �rboles y abandonaran el palco quienes tuvieran c�maras fotogr�ficas o cinematogr�ficas.
No tuvo tiempo de cumplir la directiva cuando volvieron a sonar disparos. Se ech� cuerpo a tierra y observ� que abr�an fuego desde unos �rboles situados a unos cien metros.
�Son los provocadores comunistas, oy� decir. Bartolom� guard� la fumadora y empu�� su pistola para repeler la agresi�n comunista. Mientras los custodios contestaban el fuego contra los �rboles y se descolgaban del palco en busca de los atacantes, un hombre con un brazalete azul y blanco, que en letras negras dec�a Comisi�n Organizadora, le orden� cubrir el sector que daba hacia el aeropuerto.
�Los comunistas quieren tomar el palco por ese lado, o distraernos para coparlo por otra parte, le indic�.
Cuando los que hab�an abandonado el palco regresaron de perseguir a los comunistas, Bartolom� descendi� por la parte trasera y se alej� por un bosquecito de pocos �rboles.
En ese momento volvieron a recibirse disparos contra el palco y la custodia a contestarlos. Bartolom� qued� entre dos fuegos y con su arma a la cintura se tendi� en el suelo mientras dur� la refriega.
"Los hombres de seguridad comenzaron a avanzar y los comunistas a retroceder y tomaron un colegio que hab�a enfrente y comenzaron a disparar desde ese sitio, desde ventanas, contra los hombres de seguridad", cre�a Bartolom�. Luego de 15 minutos los hombres de seguridad retrocedieron y uno se parapet� detr�s del mismo �rbol que cubr�a a Bartolom�.
��Qu� ocurre?, pregunt� el polic�a mendocino.
�Se nos est�n acabando las municiones. Los comunistas se dieron cuenta y est�n saliendo del colegio para atacarnos, le replic� su compa�ero de �rbol, tambi�n convencido de que el Hogar Escuela hab�a ca�do en poder del enemigo.
Bartolom� ten�a su pistola reglamentaria y dos cargadores. Se ofreci� para ayudar:
�Yo cubro la retirada. Ustedes corran hasta el palco. Cuando regresaron reaprovisionados a sus posiciones, Bartolom� hab�a agotado sus proyectiles. Uno de los hombres con brazalete orden�:
�Tiren todos que hay uno que regresa al palco. Arrastr�ndose Bartolom� sali� del bosque hasta quedar fuera de la l�nea de tiro y corri� hasta el palco en procura de municiones.
��Personal de seguridad?, le inquirieron al llegar.
�Soy afiliado pero no pertenezco a ninguna organizaci�n. S�lo estoy colaborando, explic�.

57. Declaraci�n ante la polic�a de Mendoza, el 25 de junio de 1973.
�Dame tu arma y la fumadora, le ordenaron. Los entreg� confiado, esperando que al regreso de sus compa�eros de tiroteo se aclarar�a la situaci�n.
Lo condujeron hasta la cabina blindada del palco. El que todos llamaban comisario ten�a 48 o 49 a�os, med�a 1,70 y vest�a sobretodo claro. Era calvo, y peinaba con gomina sus sienes.
�Sent�te en el suelo, le orden�.
�Se�or, yo...
�Sent�te en el suelo, te dije. As� pas� media hora.
�Aquel es uno, oy� que dec�a un reci�n llegado. Otros dos lo levantaron en vilo y le cerraron la boca a golpes cada vez que intent� contar su historia. Lo transportaron por el aire hasta una de las barandas que rodeaban el palco, lo colocaron de espaldas y de un pu�etazo lo hicieron volar por encima de la cerca.
Entre dos lo metieron en un auto y lo bajaron en el Hotel Internacional con el ca�o de una pistola en la cabeza. As� lo llevaron hasta el descanso de una escalera del primer piso, lo sentaron a trompadas y culatazos en una silla, le quitaron primero las botas y despu�s la campera, de cuyos bolsillos vio salir con callada nostalgia su reloj, los documentos, dinero y un mapa de la ciudad de Mendoza en el que estaban se�aladas las jurisdicciones policiales.
Le colocaron la campera como capucha en la cabeza y lo siguieron golpeando.
��D�nde est�n los otros comunistas?, le preguntaban entre tunda y tunda.
Cansados de sus balbuceos le quitaron la campera de la cabeza. Sinti� el metal fr�o en la frente.
�Canta o te mato.
Otra voz se superpuso a la primera, m�s segura:
��Qui�n es el mejor adiestrador de la compa��a de canes de Mendoza?
Antes de matarlo Ciro Ahumada dud� y le hizo una pregunta que s�lo otro mendocino, polic�a y de la secci�n canes, pudiera contestar.
Bartolom� dio al instante el nombre de un suboficial de la provincia.
�Me parece que nos equivocamos, coment� la segunda vos, y el caos volvi� a ser mundo.
Lo condujeron a una habitaci�n del hotel, lo acostaron, lo revis� una m�dica, le inyectaron calmantes, dej� de temblar y cerr� los ojos, ensangrentado y dolorido.
�Flaco, nos equivocamos. Ahora tenemos confianza en vos y te dejamos solo, le dijo un hombre con brazalete de la Juventud Sindical.
�Me llamo Oscar Vali�o, queremos pedirle disculpas, se present� otra voz, cuando hab�a transcurrido un lapso, que Bartolom� no supo medir. Coma algo, aqu� tiene, se va a poner mejor.
�No gracias, no puedo probar nada, desech� Bartolom�.
M�s tarde se lav� la sangre seca, descans� otro rato en la Planta Baja del Hotel, hasta que Vali�o lo llev� a su casa, en la calle Veracruz 826, de Lan�s Oeste, donde pas� la noche. El jueves 21 lo acompa�� a La Plata. Llamaron en la puerta con el n�mero 2184 de la calle 60. N�stor Cibert los condujo a la Capital Federal, donde intentaron entrevistar en vano a Osinde o Ciro Ahumada, para reclamar el arma, la fumadora, los documentos, el dinero.
Despu�s de dos d�as de gestiones in�tiles compr� su pasaje en el tren El Zonda. Lleg� a Mendoza a las 16.05 del domingo 24. A primera hora del lunes se present� a su jefe y a media voz y con un ojo semicerrado le confi� su triste historia.


Alto el fuego

Tom�s Enrique Chegin ten�a 25 a�os. No era ide�logo ni general sino operario metal�rgico. Por eso no incurri� en ninguna de las confusiones del senil I��guez, y arriesg� la vida para aclarar una de ellas.
Despu�s de las 14.30 escuch� disparos detr�s del palco. Puso a su mujer a cubierto debajo de un cami�n y se encamin� a la zona de donde proven�an. Vio a los encargados de la seguridad del acto repeler la agresi�n.
Al reiniciarse el tiroteo divis� a un grupo que disparaba hacia donde �l estaba. Se parapetaban "en un Hogar Escuela que da al frente de la ruta 205, saliendo de la autopista hacia la izquierda"58.
Chegin no vacil�. Se trep� a un muro, se quit� la camisa e hizo se�as con ella hasta que consigui� un alto el fuego, "reconoci�ndose entonces dichos grupos antag�nicos como pertenecientes a una misma fracci�n"59.
Dentro del Hogar Escuela vio un grupo armado, con brazaletes de la Comisi�n Organizadora, y varias mesas con armas. Su intervenci�n para impedir que los gendarmes de Osinde y los j�venes del C de O se masacraran entre ellos no le vali� de mucho. Como otros manifestantes aislados que se desbandaron al o�r los disparos, fue capturado entre los �rboles y golpeado en una casilla en el palco oficial.
Tampoco tuvo mejor suerte Jos� Almada, agente de la seccional 30 del Cuerpo de Polic�a de Tr�nsito de la Polic�a Federal. Lleg� a Ezeiza al mediod�a del martes 19 y planeaba aprovechar al aire libre los feriados del 20 y el 21.
Los primeros estampidos que oy�, poco despu�s de las 14.30, se originaban detr�s del escenario. Observ� gente agazapada debajo del palco y a medida que se aproximaba distingui� un enfrentamiento entre un sector del escenario y un grupo de cien personas ubicadas detr�s del palco.
Al interrumpirse ese tiroteo se produjo una avalancha sobre las vallas que bloqueaban el acceso al palco.
Almada fue arrastrado por la masa humana, y cuando superaron las vallas abrieron fuego sobre ellos desde atr�s del palco. El grupo que desbord� las cercas no disparaba, ni portaba armas, s�lo m�stiles de estandartes y cartelones, record� Almada. "En consecuencia por su acci�n no hubo bajas en el grupo que los tiroteaba, entendiendo que debe haberlas habido entre quienes integraban el que avanzaba"60.
Los que hab�an disparado desde atr�s recuperaron sus posiciones frente al palco, y el grupo que integraba Almada volvi� a progresar. Un hombre tir� con una pistola hasta quedar sin municiones. La arroj� al suelo, abri� una navaja sevillana y la coloc� sobre el cuello de un chico de diez a�os. Almada ayud� a desarmarlo y liberar al reh�n. Tambi�n particip� en la captura de otro hombre que les hac�a fuego con una pistola Ballester Molina 22. Los dos fueron entregados a un comisario inspector en un puesto pr�ximo de la polic�a de Buenos Aires.
En cambio trasladaron al palco a otro hombre, que sali� del Hogar Escuela y atac� la zona del palco con granadas. El polic�a de tr�nsito Almada, como el metal�rgico Chegin y el agente mendocino de la secci�n canes Bartolom� confirman que uno de los combates m�s encarnizados sucedi� por error entre los ocupantes del Hogar Escuela y los custodios del palco. Por eso el agresor con granadas, capturado y entregado al palco, fue puesto en libertad por sus compa�eros, que ni lo maltrataron en el Hotel como hicieron con Almada ni lo pusieron en manos de la polic�a.
Ning�n granadero figur� detenido el 20 de junio.

58. 59. Chegin, Tom�s Enrique, declaraci�n indagatoria ante la Polic�a Federal, el 21 de junio de 1973.
60. Almada, Jos�: declaraci�n indagatoria ante la Polic�a Federal, el 21 de junio de 1973.

El micr�fono

"Los drogadictos, homosexuales y guerrilleros no pudieron triunfar, no tomaron el micr�fono para difundir sus mentiras, no coparon el palco de Per�n y Evita", sostuvo al cumplirse un mes del tiroteo una declaraci�n que Osinde hizo publicar con la sigla de la Juventud Peronista61.
Dos grabaciones de tres horas, entre las 15 y las 18 aproximadamente, tomadas desde el p�blico y en el palco, nos ayudar�n a analizar qu� uso dieron sus poseedores a ese micr�fono por el cual seg�n afirman combatieron.
En ese lapso se distinguen en el palco dos voces, la del locutor oficial Leonardo Favio y la del mayor Ciro Ahumada. En segundo plano se escuchan frases cortadas de an�nimos guardias del palco. "M�tenlo, a ese que agarraron m�tenlo", ordena uno de ellos. Otro informa: "Le voy a revisar la m�quina al que filma esto". "Ah� lo tiraron a la cabina, viejo", describe un tercero.
La cinta grabada desde el p�blico comienza a las 15, despu�s del primer tiroteo. Como fondo suenan bombos y sirenas de ambulancias. Por los parlantes se irradia la marcha peronista y Favio sostiene que ha triunfado la serenidad.
�Vamos a escuchar un par de disquitos. Esta fiesta es hermosa y nada la puede empa�ar, pretende el locutor. Pero sin transici�n ruega que se abra paso a las ambulancias y se entonen c�nticos de alegr�a.
Estas incoherencias se repitieron durante tres horas, con menciones indirectas a la tragedia que se desarrollaba, angustiosas para los manifestantes, que no escucharon los tiros ni supieron m�s que por Favio que algo anormal suced�a.
Osinde hab�a almorzado con el vicepresidente Lima en el restaurante El Mangrullo luego de sobrevolar la concentraci�n en un helic�ptero, a las 12.45, y no a las 15 como sostuvo en un descargo posterior. Despu�s volvi� al palco, del que se retir� minutos antes del primer tiroteo, a las 14.30. Deleg� las comunicaciones en el teniente coronel Schapapietra y con su joven chofer de rubio pelo enrulado y su guardaespaldas alto y canoso, ambos armados con ametralladoras, se dirigi� al Comando de la Fuerza A�rea en la base de Ezeiza, donde le avisaron que se hab�a producido el primer enfrentamiento.
Sali� hacia el Hotel Internacional, donde ten�a un puesto de comunicaciones. Tres hombres armados guardaban la puerta de su habitaci�n. All� se reuni� con Norma Kennedy y Guillermo Hermida, presidente del Congreso Metropolitano del Partido Justicialista y vinculado a la UOM, que hab�a integrado la seguridad de Per�n en el regreso de noviembre de 1972.
Estaban escribiendo a m�quina cuando recibieron detalles sobre la magnitud del tiroteo.
Se sumaron a la reuni�n el Secretario de Informaciones del Estado, brigadier Horacio Apicella; el Secretario General de la Presidencia, H�ctor C�mpora (h); el Secretario General peronista Abal Medina; el ministro del Interior, Esteban Righi; el dirigente de la JP Juan Carlos Dante G�llo; el encargado de la televisaci�n del acto, Emilio Alfaro; y m�s tarde el vicepresidente Lima, quien hab�a prolongado su sobremesa en El Mangrullo.
G�llo propuso que Lima y Abal Medina subieran al palco y hablaran por el micr�fono para serenar a la multitud, pero la profusi�n de balas no se juzg� saludable para quien ejerc�a interinamente la presidencia.
�De todos modos es necesario dar una respuesta pol�tica y no represiva, insisti� G�llo.
�Nadie de la Juventud Peronista va a tocar ese micr�fono, le replic� en un alarido Norma Kennedy.
Cuando se resolvi� que la m�quina descendiera en la base de la Fuerza A�rea en Mor�n, se plante� la necesidad de establecer un puente de comunicaciones para que Per�n o C�mpora hablaran desde all� al p�blico reunido en Ezeiza. Alfaro inform� que hab�a equipos previstos en la casa de la calle Gaspar Campos, en el Aeroparque y en la Casa Rosada, pero no en Mor�n.

61. La Opini�n, 20 de julio de 1973.
Del trabajo a casa

Un m�vil de la radio privada Rivadavia que montaba guardia en Gaspar Campos se desplaz� hasta Mor�n para que C�mpora pudiera pronunciar un breve mensaje en el que acus� a "elementos en contra del pa�s" por haber "distorsionado el acto" y record� la consigna de Per�n "de casa al trabajo y del trabajo a casa".
Favio, sin m�s directivas que no ceder el micr�fono, segu�a en el palco, enfrentando un pandemonio que lo exced�a. Minutos antes de las 16 se dirigi� a personas trepadas en los �rboles.
�Por favor, tienen que bajar en cinco minutos para tener un control m�s estricto, les pidi� en tono sereno.
�Sab�a Favio que se trataba de personal de la custodia? La fotograf�a del diario Clar�n que se reproduce en la secci�n documental de este libro lo demuestra. Se trata de una tarima de madera, con gruesos brazos de hierro, asegurados a las ramas de un �rbol con remaches de acero, una obra complicada que nadie pudo instalar en el radio de seguridad del palco sin autorizaci�n de quienes desde d�as atr�s controlaban el terreno.
El p�blico tambi�n parece tranquilo y corea: El que no baja es un goril�n, y Que se bajen, que se bajen. El jolgorio se explica porque s�lo se trataba de verificar la ubicaci�n de la propia gente despu�s de la confusi�n inicial.
A las 16.20 Favio anunci� que era inminente el arribo de Per�n, y cambi� de tono:
�Si en el t�rmino de medio minuto no ha descendido hasta el �ltimo elemento que se encuentra en los �rboles, los compa�eros de seguridad comenzar�n a actuar.
Le deben haber obedecido, porque pidi� un aplauso para "los compa�eros que van descendiendo", los elementos volv�an a ser compa�eros. Pero un poco m�s tarde, insisti�:
�Los compa�eros que est�n sobre los �rboles, eviten un incidente que puede llegar a tener caracter�sticas tr�gicas. Desciendan inmediatamente. Es el �ltimo aviso de los compa�eros encargados de la seguridad del acto. Les van a informar en t�rminos t�cnicos de qu� modo van a ser desalojados.
El t�cnico que tom� el micr�fono fue Ciro Ahumada. Con voz aguda inform� que "las fuerzas de seguridad los est�n observando con miras �pticas" y los intim� a "descender de inmediato", porque de lo contrario "se impartir� la orden para bajarlos". En forma cada vez m�s imperativa, el militar grit�:
De inmediato, bajar. No puede quedar uno solo arriba de los �rboles.
Y finalmente:
��Bajen de inmediato, o b�jenlos!
Era la orden de fuego. Favio complet� el doble mensaje esquizofr�nico:
�En este d�a maravilloso de reencuentro del pueblo con su l�der los invito a que cantemos en paz, en armon�a. Vamos a prepararnos para recibir a nuestro l�der, dijo con una entonaci�n deliberadamente infantil.
Las consecuencias de la decisi�n de Ahumada hicieron estragos en este zool�gico de cristal. La voz de Favio se escuch� alterada cuando recuper� el micr�fono: "Les ruego por favor que piensen en los ni�os y las mujeres. Desde los �rboles nos est�n disparando. Mantengan el control, mantengan la serenidad. Hacia la derecha, hacia la derecha del palco se encuentra parte de nuestros enemigos".
Ahumada hab�a ordenado que desde el palco se iniciara el fuego, y alguien lo estaba contestando. La multitud no ve�a ni entend�a los sucesos, y por el micr�fono no se le transmitieron una idea pol�tica ni una explicaci�n comprensible de lo que estaba pasando. S�lo palabras inconexas: "El pueblo peronista es un pueblo valeroso y obediente. Sabemos donde se encuentra cada uno. Este es un ejemplo maravilloso de serenidad e inteligencia. Piensen en los ni�os. Mant�nganse en su lugar y no sean pasto de la confusi�n.
Compa�eros, vivemos a Per�n: Viva Per�n, Viva Per�n, Viva Per�n".
Favio no informaba al p�blico lo que ocurr�a pero le solicitaba que se conservara "alerta y observando cada uno de los acontecimientos" que nadie pod�a apreciar si estaba a m�s de 50 metros.
Mientras volv�an a escucharse sirenas, Favio anunci� que los enemigos ya hab�an sido visualizados, sin referir quienes eran y qu� se propon�an. Continuaban los disparos, y Favio pronunci� las palabras m�gicas:
�Viva Per�n, Viva el general Per�n. Viva Isabel Per�n. Larga vida al general Per�n.
Luego sugiri� cantar el Himno Nacional, que en la cinta grabada desde el palco se mezcla con �rdenes y reclamos: "O�d mortales el grito sagrado, libertad, libertad, libertad... pero viene del lado de atr�s... ya su trono dign�simo abrieron... Per�n, Per�n... y los libres del mundo responden... Machuca para ese lado, Machuca para ese lado, que tenemos armas all�... oh juremos con gloria morir... no tiren compa�eros... no tiren... oh juremos con gloria morir... lateral compa�eros... oh juremos con gloria morir.
Tirado en el piso de la cabina a prueba de balas Favio se ofreci� como modelo de serenidad. "El elemental resguardo de seguridad me hace permanecer en esta posici�n, pero estoy totalmente tranquilo, porque estoy contagiado del valor de ustedes, el pueblo peronista del general Per�n. Paz, armon�a, tranquilidad y ejemplo. El mundo nos contempla".
El mundo tal vez no, pero s� algunos de sus acompa�antes en el palco. La voz de uno de ellos surge n�tida:
�Callate, che salame. Para un poco, che, ah� arriba. Con estas atinadas palabras concluye la grabaci�n desde el palco. La registrada entre el p�blico prosigue con fondo de cantos y bombos. Un improvisado orador se hace o�r con dificultad. "El general Per�n" �dice� "ha regresado a la Patria despu�s de 18 a�os... a cada uno de nosotros lo que nos tenga que costar... que no nos a�sle nadie nuevamente al general Per�n de todos nosotros... de la revoluci�n peronista".
La presunta batalla por el micr�fono se reduce a esta comprobaci�n. Ya sabemos qu� dijeron, y qu� tem�an o�r.


�Peronistas o hijos de puta?

FAR y Montoneros cre�an que la concentraci�n de Ezeiza desequilibrar�a ante los ojos de Per�n la pugna que los enfrentaba con la rama pol�tica tradicional y los sindicatos. Cuando el ex-presidente observara la capacidad de movilizaci�n de la Juventud Peronista y las formaciones especiales, que hab�an forzado al r�gimen castrense a conceder elecciones, se pronunciar�a en su favor y le har�a un lugar a su lado en la conducci�n. S�lo deb�an repetir el 20 de junio el acto del 25 de mayo.
El obst�culo principal que consideraban era la dirigencia sindical y su grupo de choque, el Comando de Organizaci�n, que tratar�an de evitar la llegada de las masas organizadas por la izquierda peronista a las proximidades del palco. Confiaban en sortear la dificultad con su capacidad organizativa y mediante un dispositivo modesto y simple para romper eventuales cordones. Ambos bandos ten�an experiencia en ello porque los encontronazos eran frecuentes. Brito Lima, por ejemplo, basaba su poder en la pericia de un grupo de cadeneros de Mataderos que lo reconoc�an como su jefe.
La columna que ven�a del sur agrupaba gente de Bah�a Blanca, Mar del Plata, La Plata, Berisso, Ensenada, Lan�s, Avellaneda, Quilmes, Monte Grande, Lomas de Zamora, Almirante Brown, Esteban Echeverr�a, Valent�n Alsina. Su conducci�n se desplazaba en un jeep, cuyos ocupantes ten�an armas cortas y una ametralladora, la �nica arma larga que ese bando llev� a Ezeiza.
La mayor�a de las cortas eran 22 y 32, y algunos responsables ten�an 38. Siempre rev�lveres, casi no hab�a pistolas autom�ticas. Preve�an algunos forcejeos, pero no un tiroteo serio.
En la columna marchaban muchas mujeres y ni�os, hombres mayores, chicos y chicas de 18 a 22 a�os, a pie y en �mnibus de las intendencias de Lomas, Lan�s, Quilmes y Avellaneda.
Los del sur del Gran Buenos Aires se reunieron en Monte Grande con los de La Plata y el sur de la provincia. Las directivas eran las aprendidas de la vasta experiencia en movilizaciones de 1971 y 1972: encolumnarse por zonas, no dispersarse, ir tomados de las manos, impedir el ingreso de desconocidos, evitar provocaciones.
En el jeep con altoparlantes se desplazaban dos montoneros. Horacio Simona s�lo ten�a 20 a�os y escasa pr�ctica pol�tica. Jos� Luis Nell Tacci, de 35, era una pieza viva de la historia del peronismo posterior a 1955. Militante del grupo nacionalista Tacuara, particip� en 1964 en el asalto al Policl�nico Bancario, que dio comienzo a la guerrilla urbana peronista. Preso y condenado, huy� de los Tribunales, y en Uruguay se puso en contacto con los Tupamaros. Con ellos adquiri� una formaci�n te�rica que antes no le hab�a interesado. Particip� en operativos audaces, expropiaciones, secuestros, hostigamientos. Cay� preso, fue torturado, organiz� la espectacular fuga del penal de Punta Carretas y volvi� a la Argentina, donde intervino en la organizaci�n de la Juventud Peronista.
Los distintos grupos conformaron la columna definitiva en la ruta 205 y avenida Jorge Newbery, de acceso al aeropuerto. De all� siguieron, preocupados por la prohibici�n de acceder por detr�s del palco.
Hab�an decidido deso�rla, porque la consideraban parte de una maniobra para suprimir de la concentraci�n a la gente del sur u obligarla a llegar la noche anterior o a primera hora de la ma�ana.
Los organizadores de la JP no dorm�an desde el d�a anterior, para recorrer los barrios de cada partido, conversar casa por casa con la gente, conseguir medios de transporte y coordinar los lugares y horas de cita con los grupos de las otras zonas. Los manifestantes de los barrios populares de Villa Albertina, Ingeniero Budge, San Francisco Solano, Berisso, Ensenada, hab�an dejado el lecho en mitad de la pen�ltima y fr�a noche del oto�o. As� y todo llegaron a la zona del acto pasado el mediod�a. Para ingresar por la avenida Ricchieri, de frente al palco como pretend�an los organizadores, todo hubiera debido adelantarse seis o doce horas. Los vecinos de los barrios no hubieran descansado ni unas horas en la noche del 19 al 20.
Daban por supuesto que el prop�sito de la comisi�n que fijaba esos criterios arbitrarios era entorpecer el arribo de columnas organizadas, desalentar con la suma de obst�culos a los manifestantes menos decididos o resistentes, instigar a la asistencia de individuos aislados o, a lo sumo, de peque�os grupos, por barrio y no por zona.
Al saber que cordones del C de O se dispon�an a cortar el paso de la columna, su conducci�n se detuvo a un kil�metro del palco para deliberar c�mo aproximarse. Decidieron avanzar por el Este, rodeando la parte trasera del palco, para pasar al otro lado y ubicar al grueso de la columna frente al estrado central. Un centenar de militantes de Berisso abrir�a el vallado del Comando de Organizaci�n, a cadenazos, como era habitual por uno y otro bando en esos a�os turbulentos.
Detr�s de los cadeneros, pero antes de la columna, marchaban los portadores de las �nicas armas cortas, con la consigna de intervenir s�lo si eran atacados a tiros.
"Se siente, se siente, Berisso est� presente" cantaban los manifestantes, aplaudidos por la multitud. Hubo gritos, insultos, unos pocos forcejeos, y el cord�n del C de O cedi� paso a la cabeza de la columna. Simona fue el primero en pasar.
Eran las 14.30 y en el palco todas las armas estaban listas para disparar.
Roto el cord�n, s�lo los primeros 300 manifestantes llegaron hasta el palco de invitados especiales, detr�s de los responsables. El resto fue detenido por la densidad de la manifestaci�n.
Desde el palco un hombre con el brazalete verde de la Juventud Sindical enrojeci� gritando:
�La Patria Socialista se la meten en el culo.
Simona retrocedi�, buscando d�nde ubicar a tantos miles de personas. Al frente de la columna hab�an quedado la Juventud Peronista de Quilmes y de Avellaneda. Como no pudieron pasar volvieron hacia la parte posterior del palco, seguidos por las columnas de La Plata y de la Uni�n de Estudiantes Secundarios.
Leonardo Favio les pidi� que no siguieran. "Sab�a que les pod�an tirar. Ven�an cantando y tra�an carteles. Yo no vi armas, aunque no puedo decir que no las tuvieran", record� despu�s62.
En ese momento se inici� el tiroteo y la columna se desband� en varias direcciones. Los pocos hombres armados con cortas se arrojaron al suelo y contestaron al fuego. Del palco segu�an tirando con armas largas y autom�ticas.
Las columnas se reagruparon, atendieron a sus heridos, evacuaron a quienes no pod�an seguir. Nell recorri� el terreno observando el dispositivo de Osinde. Vio un Peugeot quemado y otros dos autos semivolcados. Del Peugeot sali� un hombre con un portafolios. Con su jeep embanderado Nell trep� por la loma lateral y estacion� a 100 metros del palco.
Hab�an pasado dos horas del primer tiroteo. Simona con un par de acompa�antes trep� la loma y se ech� a dormir dentro del jeep. Eran las 16.20. La columna de la Uni�n de Estudiantes Secundarios acamp� detr�s del palco. Algunos muchachos colocaron sus estandartes en la estructura tubular de uno de los palcos laterales y la mayor�a se acost� a descansar en el pasto.
Por el micr�fono se intim� a quienes estaban subidos a los �rboles y Ciro Ahumada dispuso su desalojo. Siete hombres con fusiles, carabinas recortadas y ametralladoras, saltaron la valla de la pista de helic�pteros y se dirigieron hacia la zona boscosa, encabezados por el capit�n Chavarri.
En el camino se cruzaron con el jeep, donde Nell y Simona reposaban, desprevenidos y alejados de su columna, en compa��a s�lo de cuatro compa�eros. Chavarri, que ya los hab�a dejado atr�s, regres� a la zona boscosa con un grupo de acompa�antes, se detuvo frente al jeep e increp� a Nell:
��Qu� quieren ustedes, quienes son?
�Peronistas somos. �Y ustedes?
�Peronistas no. Ustedes son unos hijos de puta.

62. Leonardo Favio, conferencia de prensa en su casa, 25 de junio, 1973.
Nell estaba de pie al lado del veh�culo. La ametralladora segu�a dentro de un bolso cerrado, en el jeep. Chavarri le apunt� su pistola 11,25 a la cabeza. Los dos hombres se miraron a los ojos. Chavarri ni Nell hab�an reparado en Simona, que vio a su compa�ero indefenso y tir� primero. El militar cay� muerto y sus acompa�antes corrieron hasta el palco desde donde se abri� fuego con armas largas contra el jeep.
Simona y Nell escaparon hacia los �rboles. En el camino se encontraron con el grupo que Chavarri hab�a enviado hacia all�, que al recibir fuego del lado del palco lo respondi�.
Los acribillaron desde menos de diez metros. Nell cay� de frente, con la cabeza dentro del bolso, del que aun no hab�a salido la ametralladora. Simona yac�a de cara al cielo. Se toc� el cuerpo y trat� de desvestirse, buscando la herida. Un compa�ero intent� arrastrarlo de una mano hasta un �rbol, pero desde los otros �rboles segu�an tirando. Simona y Nell quedaron abandonados.
Volvieron por ellos cuando el tiroteo decreci�. Simona estaba muerto, rematado a cadenazos y con un disparo en la cara. Nell inm�vil, en la misma posici�n en que cay� herido, pero sin el bolso con la metra, que quienes remataron a Simona se llevaron, crey�ndolo muerto.
Desde el Hogar Escuela, a espaldas de la loma donde se produjeron estos enfrentamientos, disparaban con FAL y carabinas, produciendo la confusi�n ya descrita en cap�tulos anteriores. De all� provino tal vez el disparo que abati� al adolescente Hugo Oscar Lanvers, de la UES, uno de los que huyeron hacia el bosquecito, tomados entre dos fuegos, cuando los custodios del palco, avanzando por debajo de las gradas, comenzaron a balearlos. Tiraban desde arriba y desde abajo del palco, sobre los muchachos de la UES y hacia el bosquecito.
Dentro del jeep quedaron los documentos y las camperas de varios de sus ocupantes, que luego de concluido ese combate se dispusieron a recuperarlo. Se despojaron de sus brazaletes identificatorios y treparon la loma. Eran tres hombres, y s�lo dos armados. Uno con dos municiones, el otro con tres.
Encontraron al jeep rodeado de gente desconocida.
�Osinde mand� buscar el jeep. �Qu� hacen aqu�?, mintieron.
Nadie contest� pero se alejaron y les permitieron llevarse el jeep. Cuando lo pusieron en marcha, sin la llave de contacto que hab�a desaparecido, y tomaron hacia la ruta, alcanzaron a o�r una voz:
�Ma que Osinde. Ustedes se lo van a afanar al jeep. Pero ya era tarde, y nadie los detuvo.


La pista segura

Cuando se reincorpor�, Favio mir� alrededor. Calcul� que estaba frente a tres millones de personas tan desorientadas como �l y por primera vez en ese d�a no supo qu� decirles. Las im�genes de los linchamientos que hab�a visto en el palco lo deprim�an. Busc� a alguien que le indicara qu� deb�a hacer porque se sent�a anonadado. No encontr� a ninguno de los responsables de la organizaci�n.
Dej� el palco y se dirigi� hacia el Hotel Internacional. Tampoco all� estaban los organizadores. Agotado, entr� en su habitaci�n y se acost�. Golpearon a su puerta cuando a�n no se hab�a serenado.
�Est�n torturando a los detenidos, le dijo alguien.
��Qu� detenidos?
�Los muchachos que llevaron al palco. Los est�n golpeando. Los van a matar 63.
Corri� 15 metros por el pasillo, hacia la izquierda de los ascensores. Frente a una habitaci�n hab�a varias personas que trataron de cerrarle el paso.
�Mira loco, yo soy Leonardo Favio. Abajo est� todo el periodismo del mundo. A m� ustedes no me paran.
Lo dejaron pasar. Golpe� la puerta.
�Abran, gritaba.
�Favio, qu�date tranquilo, entra solo, le contestaron desde adentro.
Cuando la puerta se entorn� Favio la empuj� con el hombro y qued� dentro de la habitaci�n. En las paredes hab�a sangre. Seis hombres j�venes estaban parados contra la pared, con las manos en la nuca, y otros dos tendidos en la cama, boca abajo. Mientras un custodio les apuntaba con un arma, otros les pegaban con manoplas, culatas de pistolas, trozos de mangueras y ca�os de hierro. Favio crey� que uno estaba agonizando. Imperativo, exigi� que parara el castigo.
�Ustedes la cortan aqu� y yo me olvido de todo.
��C�mo haces?
�Digo que los golpe� la multitud enardecida. Pero no los maten.
Consigui� convencerlos. Estaba mareado y ten�a n�useas, pero atin� a pedir los nombres de los ocho. As� les salv� la vida.
�� Vos c�mo te llamas?
�V�ctor Daniel Mendoza.
Quiso anotar V�ctor Daniel Mendoza en un papelito, pero no pod�a escribir. Alguien lo hizo por �l. Cada uno dio su nombre: Luis Ernesto Pellizz�n, Jos� Britos, Juan Carlos Duarte, Alberto Formigo, Dardo Jos� Gonz�lez, Juan Jos� Pedrazza, Jos� Almada64.
�A estos hijos de puta hay que reventarlos, amenaz� uno de los torturadores. No se la van a llevar de arriba.
Estaba descontrolado. Las rodillas de Favio se quebraban. Volv�a la angustia.
�O los atienden ya mismo o yo me mato, alcanz� a decir, ahora lloroso.
�� Vos te matas? pregunt� azorado un hombre con una cadena en la mano.
�Esto no me lo olvido m�s. Quiero mirar de frente a mis hijos y si esto no se acaba ya mismo no voy a poder.
Tal vez por el desconcierto, los apacigu�. Dej� plata para que les sirvieran caf� y cognac a los presos y sali� de la habitaci�n para buscar un m�dico. No hab�a ninguno pero pudo tomar un cognac y escribir varias copias de la lista de nombres. Las fue repartiendo en la Planta Baja del hotel, una a cada rostro que le inspir� confianza.

63. Leonardo Favio, declaraci�n indagatoria ante la Polic�a Federal.
64. Declaraciones de los ocho detenidos ante la Polic�a Federal, el 21 de junio de 1973.
Los cadenazos recomenzaron en cuanto Favio cerr� la puerta. Mientras lo golpeaban en la cabeza y la espalda sus captores exig�an que Formigo firmara que era comunista y que hab�a sido sorprendido portando una ametralladora, datos visiblemente contradictorios. De Gonz�lez pretend�an que se declarara miembro del ERP. A Pedrazza le dec�an: "Tosco te mand� a vos". Con Mendoza fueron menos sutiles. Lo acusaron a golpes de manopla de militar en el ERP y en el Partido Comunista.
�Ahora los llevamos al bosque y los regamos de plomo, le anunciaron a Almada.
La plata del cognac y el caf� corri� la misma suerte que la pistola Tala 22, los 100 pesos y el pa�uelo que le quitaron a Pedrazza; el reloj y los anteojos de Pellizz�n; los 4.800 pesos y el encendedor de Almada; los 175.000 pesos que llevaba encima Britos y los documentos de todos.
�Si les preguntan, ustedes dicen que el caf� estaba calentito y que gracias por el cognac, los instruyeron.
Favio busc� el auxilio de alg�n polic�a en el hotel, pero en el territorio de Osinde no encontr� un solo uniformado. Al volver a la habitaci�n sospech� que el reparto de golpes hab�a continuado. Exigi� que los presos pudieran sentarse y bajar los brazos, aguard� la llegada de una m�dica y reci�n entonces se fue a la Casa de Gobierno, donde lo esperaban C�mpora (h) y el ministro Righi, con quienes hab�a hablado por tel�fono.
Lleg� a Buenos Aires cerca de las once de la noche y les narr� lo que hab�a visto.
A la una y media de la madrugada del 21 de junio, el invierno comenz� en la delegaci�n Ezeiza de la Polic�a Federal con una llamada telef�nica fuera de lo com�n, al 620-0119.
�Aqu� el coronel Far�as, del ministerio del Interior. Comun�queme con el oficial a cargo 65.
El comisario Domingo Tesone acudi� al tel�fono:
�Le hablo por indicaci�n del ministro del Interior. Esc�cheme bien...
�Perd�n coronel, pero antes debo verificar la autenticidad del llamado. �D�nde est� usted?
�Le habla el coronel Far�as, n�mero 38- 9027. Tengo �rdenes urgentes del se�or ministro.
Colgaron. Tesone disco.
�Ahora s� se�or, lo escucho.
�Debe constituirse de inmediato en el Hotel Internacional de Ezeiza. Con todas las garant�as del caso trasladar a los detenidos a la Jefatura de la Polic�a Federal. �Comprendido?
�Afirmativo se�or.
Tesone indag� primero al encargado del hotel, Jes�s Parrado.
�Las habitaciones del primer piso fueron reservadas por el Movimiento Nacional Justicialista, a nombre del teniente coronel Osinde, inform� Parrado.
En la habitaci�n 115 hab�a ocho personas, cuatro sobre una cama de dos plazas, dos sentadas en el suelo contra un placard y dos al pie de una ventana, inm�viles y doloridas. Le dijeron que no hab�an sido golpeados all� sino en las habitaciones contiguas.
Tesone las revis�. La 116 y la 117 estaban revueltas pero limpias. Las paredes y las camas de la 118 segu�an salpicadas de sangre. Los m�dicos Jorge Mafoni, Alicia Cacopardo y Alicia Bali, de las ambulancias 3, 63 y 70 del Centro de Informaci�n para Emergencias y Cat�strofes de la Municipalidad de Buenos Aires, les hicieron una primera curaci�n. Los que estaban en mejores condiciones fueron trasladados a la sub jefatura de la Polic�a Federal, los dem�s a los hospitales Fern�ndez y Ramos Mej�a, donde contestaron las preguntas de los instructores policiales.
Cuando L�pez Rega tuvo en sus manos el preciso informe policial exigi� una respuesta de Osinde.
�Hay que contestar esto, trin� su voz aguda. Osinde redact� un primer descargo. No fue personal a mis �rdenes el que llev� a los provocadores al hotel, y cuando me enter� solicit� que los identificaran y los evacuaran a un hospital, minti�.

65. Informe del comisario Domingo Tesone.
Ciro Ahumada adorn� la f�bula de su jefe. Se quej� por la "inconsciencia est�pida" de quienes trasladaron a los presos al hotel. "Podr�an haberlo hecho en cualquier otro lugar, pero eligieron justamente ese, y con la mala fe de aprovechar las circunstancias de que no se encontrase ninguna persona que pudiese evitarlo puesto que cada uno estaba en sus puestos de responsabilidad". Ni se molest� en explicar como tuvieron acceso al sector reservado del hotel si no formaban parte de la comisi�n organizadora66.
"�Quienes fueron?", concluy�. "No ser� dif�cil localizarlos. Se tiene la pista segura". Ni el coronel Osinde ni el capit�n Ahumada la siguieron, porque sab�an adonde llevaba.






























66. Ciro Ahumada, memor�ndum a Osinde, en la secci�n documental.


Muertos y heridos

De los 13 muertos identificados en Ezeiza, tres pertenec�an a Montoneros o a sus agrupaciones juveniles: Horacio Simona, Antonio Quispe y Hugo Oscar Lanvers. Uno, el capit�n del Ej�rcito Roberto M�ximo Chavarri, integraba la custodia del palco organizada por Osinde. Ignoramos quienes eran los nueve restantes, aunque sabemos sus nombres: Antonio Aquino, Claudio Elido Ar�valo, Manuel Segundo Cabrera, Rogelio Cuesta, Carlos Dom�nguez, Ra�l Horacio Obregozo, Pedro Lorenzo L�pez Gonz�lez, Natalio Ruiz y Hugo Sergio Larramendia.
No hubo informes oficiales sobre las v�ctimas de la masacre y ninguna de las partes subsan� esa falta. Osinde, porque intent� ocultar las evidencias que expondremos en este cap�tulo. Righi porque estaba atareado defendi�ndose de las acusaciones de los asesinos y no ten�a tiempo ni personal para estudiar las listas que pose�a y de las que hubiera podido extraer elementos de juicio en favor de la causa que defend�a. El COR y los sindicatos porque la publicaci�n de esas listas no hubiera contribuido a sostener la versi�n de un ataque contra el palco. El juez Peralta Calvo, porque todav�a no era evidente quien ganar�a la partida.
Las n�minas de heridos son incompletas, an�rquicas. Las confeccionaron distintas reparticiones federales, provinciales y municipales con datos recogidos en hospitales y comisar�as, donde anotaron los nombres de los internados pero no controlaron sus documentos de identidad y s�lo en algunos casos consignaron sus domicilios. Cuando estas listas manuscritas fueron mecanografiadas a los errores de la recolecci�n de datos se sumaron los de su transcripci�n.
Hay nombres registrados de dos, tres, cuatro y hasta cinco maneras seg�n las distintas n�minas, como el del peruano de La Plata Antonio Quispe, quien tambi�n figura como Cristi, Crispi, Crispo y Gisper. Muchos internados fueron dados de alta sin que quedaran constancias de su paso por los hospitales. Otros se repitieron en la misma lista con diferentes graf�as, como el herido Abate, Abati o Lavati, o no se incorporaron a lista alguna, como Jos� Luis Nell.
Los heridos fueron curados en el Policl�nico de Ezeiza, el hospital San Jos� de Monte Grande, el Ar�oz Alfaro de Lan�s, el Gandulfo de Lomas de Zamora, el Fiorito de Avellaneda, el de cirug�a de Haedo, los de la Capital Federal Salaberry, Penna, Alvarez, Pinero, Argerich y Ferroviario, en el Centro Gallego y en cl�nicas privadas.
Reconstruir la cifra exacta es imposible, pero sobran elementos para formular una estimaci�n m�nima confiable. El Servicio de Inteligencia de la polic�a de la provincia de Buenos Aires, SIPBA, recopil� una serie de 102 heridos identificados, el 22 de junio. El 21, el Comando de Operaciones de la Direcci�n General de Seguridad, con la firma del comisario inspector Julio M�ndez, hab�a presentado un informe con la misma cantidad, aunque a�ad�a que en el Policl�nico de Ezeiza hab�an otros 205 sin identificar. Con ese �ltimo dato coincide un informe de la Direcci�n de Asuntos Policiales e Informaci�n del ministerio del Interior.
Esos 205 heridos no reaparecen en ning�n parte posterior, lo cual hace presumir que eran los de menor gravedad, que ninguno de ellos muri� y que pronto se retiraron a sus casas.
Adem�s, la subsecretar�a de Salud P�blica del ministerio de Bienestar Social de la provincia de Buenos Aires comput� otros 17 heridos en el hospital de cirug�a de Haedo.
Finalmente otra n�mina, en papel sin membrete y sin firma, enumera los nombres y apellidos de 133 heridos, de los cuales dice que 43 fueron informados por la polic�a de Buenos Aires.
Si cotejamos las distintas fuentes llegamos a esta s�ntesis:
Heridos de bala identificados 133
Heridos de bala sin identificar 222
Total 365
�Cuantos m�s fueron atendidos en otros hospitales, cl�nicas privadas, consultorios o domicilios sin dejar rastros, como en el caso de Nell? �Cu�ntos de los 365 murieron en los d�as siguientes? Es imposible saberlo, aunque la cifra de 13 muertos y 365 heridos ya expone la gravedad de lo sucedido. Las versiones que desde entonces han circulado sobre centenares de muertos son indemostrables y a la luz de estas cifras, inveros�miles.
De los 133 heridos identificados cerca de la mitad se retiraron de los hospitales sin declarar su domicilio, pero el an�lisis de los restantes es concluyente. La lista del ministerio del Interior recoge los domicilios de 73 heridos identificados, es decir 54 �/o de todos los heridos identificados y 20 �/o del conjunto de heridos de los que qued� alg�n registro. Como adem�s est� formada por internados en todos los hospitales a donde se derivaron heridos, esta muestra es estad�sticamente representativa, de modo que sus conclusiones pueden proyectarse al total con un peque�o margen de error.
De esos 73 heridos identificados, 34, es decir el 46 �/o llegaron desde los barrios y partidos que engrosaron la columna sur agredida: 5 viv�an en La Plata, 4 en Monte Grande, 3 en Lan�s, 2 en Wilde, Florencio V�rela, Sarand�, Valent�n Alsina, Ingeniero Budge y Berazategui, y uno en Ensenada, Ringuelet, San Francisco Solano, Villa Fiorito, Berisso, Quilmes, Lomas de Zamora, Ezeiza, Villa Albertina y Almirante Brown.
Este porcentaje crece en las otras n�minas disponibles: es del 51 �/o en el informe del Servicio de Inteligencia de la provincia de Buenos Aires (40 sobre 77); del 53 �/o en el de la Direcci�n General de Seguridad (38 sobre 71); del 61 �/o en una n�mina de autor desconocido, que recopila datos de distintas fuentes (32 sobre 52).
Es decir que entre el 46 y el 61 % de los heridos eran miembros de la columna sur atacada por los fuegos cruzados del palco y el Hogar Escuela.
Tan importante como esto es la imposibilidad de agrupar en forma significativa al resto de los heridos. Se trata de porcentajes m�nimos de una infinidad de lugares: distintos barrios de la Capital Federal, todos los partidos del Gran Buenos Aires, muchas provincias. Fueron sin lugar a dudas grupos aislados o persona solas, que no formaban parte de ning�n bando interno peronista.

Osinde vs. Righi

Osinde quiso hablar con L�pez Rega la noche del mi�rcoles 20, pero el secretario de Per�n ten�a otra idea. Le orden� que preparara un informe escrito y se lo entregara al mediod�a del jueves 21 en la residencia de Gaspar Campos 1065. Sab�a que una investigaci�n a fondo pondr�a en peligro sus planes y quer�a llegar bien preparado a la primera reuni�n de gabinete.
Durante m�s de tres horas, C�mpora analiz� toda la informaci�n en la Presidencia, junto con el vicepresidente Lima, los ministros del Interior Righi, de Justicia Ben�tez, de Educaci�n Taiana, de Bienestar Social L�pez Rega, el presidente provisional del Senado D�az Bialet, el presidente del bloque de diputados justicialistas Ferdinando Pedrini, los secretarios generales de la CGT Jos� Rucci y de las 62 Lorenzo Miguel, el secretario general del Movimiento Abal Medina, los jefes de las polic�as Federal general Ferrazzano y de Buenos Aires coronel Ademar Bidegain, el director de la agencia noticiosa estatal Telam Jorge Napp, el brigadier Arturo Pons Bedoya, Norma Kennedy, Jorge Llampart, Osinde, Leonardo Favio, el m�sico Rodolfo Sciammarella y el Secretario General de la Presidencia H�ctor C�mpora (h).
Dos bandos, dos descripciones de los hechos, dos interpretaciones acerca de sus causas quedaron definidas desde entonces y se volvieron a confrontar en nuevas reuniones los d�as siguientes.
Cabeza de un bando era Osinde, del otro Righi. El militar torturador y el abogado que reclamaba de la polic�a m�todos humanos. El t�cnico encargado de organizar escuadrones secretos para contener la movilizaci�n incontrolable por el aparato sindical, y el inspirador de la derogaci�n de las leyes represivas. El veterano jefe de los servicios de informaciones, arquetipo de la derecha peronista, y el joven ministro que orden� quemar sus archivos, ala izquierda del gabinete de C�mpora, s�ntesis de las virtudes y de las limitaciones que marcaron sus 49 d�as de gobierno.
Osinde present� seis documentos de dispar inter�s: la cartilla que rese�amos en el cap�tulo El ministerio del pueblo, un "Informe sint�tico", una "S�ntesis cronol�gica", una "S�ntesis de las impresiones recogidas en la reuni�n del d�a 21", un papel de "S�ntesis" y un "Memor�ndum del se�or Ciro Ahumada"67.


La Conspiraci�n Marxista

En el "Informe sint�tico" Osinde consigna su primer discrepancia con Righi mientras se "organizaba el acto. Recuerda haber pedido que las fuerzas de seguridad reprimieran con severidad todo intento de perturbaci�n y la respuesta del ministro, quien "objet� el t�rmino reprimir por intervenir". Seg�n Osinde, Righi adujo que era posible actuar frente a grupos de 20 o 30 personas, pero no ante "columnas mayores que eran expresi�n del pueblo".
Este es el informe en el que Osinde finge ignorancia sobre las ocupaciones en el barrio Esteban Echeverr�a, como ya vimos desmentido por la polic�a de Buenos Aires y el periodismo local, afirma sin apego a los hechos que no era personal a sus ordenes el que tortur� a los detenidos en el hotel, y se atribuye haber solicitado su identificaci�n y evacuaci�n a un hospital. Para diluir su responsabilidad, Osinde destaca que adem�s de los activistas sindicales y el personal de seguridad reclutado por �l, tambi�n participaron del operativo la Polic�a Federal, la de Buenos Aires, la Gendarmer�a y la Prefectura, pero omite que hab�a exigido y logrado que esas fuerzas s�lo respondieran a su mando.
Dice que al observar que la columna que identifica como de FAL, 22 de Agosto, FAR, ERP y Montoneros, y que cantaba Per�n, Evita, la Patria Socialista, se divid�a y rodeaba el palco por detr�s, dispuso que acudiera el destacamento de la Polic�a Federal que estaba al Oeste del palco, pero que esas fuerzas se hab�an replegado por orden de Righi.

67. Ver secci�n documental.

Seg�n Osinde, "la tragedia de las vidas perdidas y la frustraci�n de los millones que no pudieron rendir homenaje a Per�n", pudo evitarse con la acci�n preventiva de las fuerzas de seguridad ausentes por culpa del ministro del Interior.
En la "S�ntesis cronol�gica" perfeccion� la versi�n. La columna que lleg� por la ruta 205 con el prop�sito de rodear el palco era precedida por un hombre delgado y alto que empu�aba un sable y dirig�a al conjunto con un meg�fono desde un jeep.
De acuerdo con el relato de Osinde, la barrera del C de O los contuvo pac�ficamente hasta que el hombre que dirig�a la columna levant� su meg�fono. A esa se�al, tiradores ubicados en los �rboles y grupos m�viles que salieron de los montes y se desplazaron a los costados del tr�bol, abrieron fuego contra el palco. Entonces los custodios reprimieron a los francotiradores apostados en los �rboles.
Repasemos la versi�n de Osinde:
Quien divis� la columna que se acercaba e inform� al palco fue el general I��guez a trav�s de la red del COR, y como ya vimos, en ning�n momento de la transmisi�n mencion� consignas o leyendas del ERP, FAL, o 22 de Agosto. S�lo de FAR y Montoneros. El a�adido de Osinde obedece al prop�sito premeditado de presentar los hechos como una conspiraci�n marxista.
Tambi�n vimos que fueron los custodios del palco quienes abrieron el fuego sobre una columna que no portaba armas autom�ticas. Al equipo de Osinde pertenec�an adem�s los francotiradores apostados en los �rboles. Y los disparos desde las zonas boscosas proven�an del Hogar Escuela ocupado por la Juventud Sindical, el COR y el Comando de Organizaci�n.
Por otra parte, el fuego desde el palco sobre los francotiradores no ocurri� simult�neamente con el ataque contra la columna sur sino m�s tarde.
En abierta contradicci�n con el "Informe sint�tico", la "S�ntesis cronol�gica" admite que el Hogar Escuela estaba en manos de gente de Osinde. En compensaci�n describe un imaginario intento de coparlo por grupos no identificados.
Osinde sostuvo que al o�r detonaciones detr�s del palco hacia el Este, el jefe de seguridad E. Iglesias comprob� que veinte hombres armados que ocupaban el bosque aleda�o intentaban rodear al Hogar Escuela, apoyados por mil hombres que con sus gritos hostigaban "a los compa�eros que estaban dentro del Hogar Escuela".
Sus afirmaciones no las refut� Righi, sino el memor�ndum de Ciro Ahumada, que el propio Osinde present� al gabinete. Ahumada manifest� que los primeros disparos vinieron del sudoeste del palco, donde altos pinos bordean la ruta 205. Dijo que "pareci� un tiro de prueba y reglaje" que fue "repelido espont�neamente por grupos armados que se encontraban en proximidad al lugar".
Desaparece as� el fant�stico hombre del sable y el meg�fono, su se�al de fuego, el intento de copar el palco. En la versi�n de Ahumada s�lo hay tiros de punter�a efectuados desde lejos.
A diferencia de Osinde, Ciro distingue el primer enfrentamiento del segundo. Sostiene que el fuego se reabri� al darse la orden de descender de los �rboles y que se enviaron "efectivos propios a efectuar tareas de limpieza, rastrillaje, observaci�n del cumplimiento de la orden, observaci�n para la localizaci�n de los grupos provocadores, neutralizaci�n de los mismos, toma de prisioneros, etc".
S�lo faltar�a agregar a esta confesi�n que fue Ciro quien orden� a los "presuntos compa�eros" que bajaran de los �rboles, y al personal que les apuntaba con "miras �pticas" abrir el fuego.
Ciro concluye denunciando un plan malvado, que no enuncia, y el apoyo del ministro del Interior, "un imberbe al que tal vez le falta el conocimiento de 18 a�os de lucha dura y en todos los campos y no la lectura superficial de textos acad�micos muy bien encuadernados".
Esta fue la versi�n a la que Osinde se atuvo en todas las discusiones posteriores y que el capit�n de la Fuerza A�rea Corval�n hizo filtrar a los medios adictos de difusi�n.
La Raz�n atribuy� su art�culo a los servicios y organismos oficiales de seguridad y sigui� textualmente el "Informe sint�tico" y la "S�ntesis cronol�gica" de Osinde, con el hombre del sable y el meg�fono, el movimiento de pinzas para copar el palco, los carteles del ERP y los francotiradores en los �rboles68.
��Los troscos nos han rodeado, no tenemos salvaci�n! claman los custodios del palco en el dram�tico relato de La Raz�n, que tambi�n acusa al ministro del Interior de haber ordenado que las fuerzas policiales no intervinieran.
La versi�n incluye un aderezo sabroso: los detenidos portaban chalecos, coraza y rifles con mira telesc�pica para atentar contra Per�n, en sus bolsillos ten�an "ravioles de coca�na y otras drogas estimulantes" y la mayor�a admiti� "pertenecer al ERP de Santucho y al FAR69".
El Economista difundi� la misma historia y la atribuy� a un miembro de la seguridad de Osinde, que dotado de prism�ticos estuvo en el palco hasta las 19.30 y en el Hotel Internacional hasta la ma�ana siguiente. Seg�n el semanario patronal "la historia reconocer� alg�n d�a los m�ritos" del personal dirigido por Osinde que impidi� un atentado contra Per�n y su esposa70.
Con ligeras variaciones repitieron esta narraci�n Clar�n y Prensa Confidencial. De este modo Osinde consigui� colocar a Righi a la defensiva.


El presidente vicario

�Qu� contest� el ministro del Interior?
Despu�s de la masacre comprendi� en un minuto lo que no hab�a percibido en un mes: la pol�tica sectaria de la comisi�n organizadora, el sentido de las ocupaciones, la red de complicidades que condujo al 20 de junio. Advirti� que su sill�n era la primera presa codiciada, desminti� el trascendido period�stico sobre su relevo por el general I��guez y mientras preparaba su defensa pol�tica encarg� a la Polic�a Federal y a la de Buenos Aires que avanzaran las investigaciones sobre lo sucedido en Ezeiza.
Ante la comisi�n investigadora expuso que deb�an buscarse las causas en la situaci�n del gobierno y del peronismo. Aleg� que C�mpora era un presidente vicario debido a la proscripci�n contra Per�n y destac� las dificultades de comunicaci�n entre Buenos Aires y Madrid.
Righi era consciente de la debilidad del gobierno que integraba, pero s�lo insinu� el aval de Per�n con que hab�a contado la Comisi�n Organizadora.
Tambi�n se refiri� a la falta de una autoridad fuerte en la conducci�n peronista y a la pugna de sectores que a�n antes del 20 de junio hab�a conducido a enfrentamientos armados.
"En ese clima, sigui�, la Comisi�n prepara la recepci�n al teniente general Per�n. Lo hace con neto sentido sectorial, marginando a los grupos adversos y armando a los propios. Los adversos toman cuenta del tono de los preparativos y se organizan tambi�n b�licamente. Es decir, la Comisi�n, en vez de sintetizar las diferencias que no pod�an ignorar, acent�a la sectorizaci�n exacerbando las rivalidades de tal manera que sucedi� lo que sucedi�, como muchos previeron. Las pugnas entre los sectores juveniles desplazados y los sectores adictos a la Comisi�n por ocupar posiciones cerca del palco, concluy� en los hechos conocidos".
La equiparaci�n del arsenal de guerra montado en el palco con las pocas armas de uso civil de la columna sur es una equilibrada versi�n centrista que no. refleja con fidelidad lo sucedido.
Righi a�adi� que la presencia de Per�n en el pa�s impedir�a la reiteraci�n de episodios similares y sugiri� que el ex presidente convocara a los sectores a pactar en su presencia reglas claras del juego.

68. 69. La Raz�n, 22 de junio de 1973.
70. El Economista, 22 de junio de 1973.

Junto con las primeras investigaciones policiales el subsecretario del Interior Leopoldo Schiffrin elev� a Righi algunas observaciones. "Me indigna" �dijo�" que se discutan cuestiones sin ninguna importancia, cuando el problema reside en que Osinde asumi� el control y la seguridad del palco excluyendo totalmente a la polic�a, a la que ten�a a su exclusiva disposici�n, y quiera achacar a la falta de actuaci�n policial el suceso ocasionado por haber otorgado el control del palco a uno de los sectores en conflicto. Me parece que aqu� hace falta golpear y duro. Osinde es el que tiene que justificarse ante los ministros. No �stos ante �l. No cometas el error de hacerte perdonar la vida"71.
Schiffrin tambi�n suministr� a Righi los elementos para desmentir la acusaci�n m�s grave de Osinde. Le inform� que los efectivos policiales hab�an permanecido en sus lugares esperando la orden de actuar que nunca lleg�, porque Osinde abandon� el palco antes de los enfrentamientos, y mencion� a los responsables de esta afirmaci�n, los comisarios Gonz�lez y Pinto, quien dos a�os despu�s fue designado por Isabel Jefe de la Polic�a Federal. Tambi�n explic� que las fuerzas policiales que seg�n Osinde se hab�an replegado no eran m�s que el peque�o destacamento que controla el tr�nsito cerca de El Mangrullo. "Me reitera el comisario Gonz�lez que en las reuniones con Osinde se hab�a convenido en que s�lo �ste deb�a dar la orden de fuego", agreg� Schiffrin.
El jefe de la Polic�a Federal argument� en el mismo sentido. El general Heraclio Ferrazzano ratific� que Osinde hab�a rechazado la planificaci�n policial y s�lo hab�a requerido fuerzas de uniforme "en lugar alejado de la vista del p�blico y con posibilidades de desplazamiento por interiores del terreno"72, servicio de bomberos, brigada de explosivos, t�cnicos en comunicaciones, dos salas para detenidos alejadas del palco y apresto de fuerzas en la Capital Federal "para el supuesto de actuaci�n en Plaza de Mayo".
Ferrazzano certific� que Osinde hab�a asumido en forma exclusiva la seguridad del palco "que efectuar�a con integrantes de la Juventud y suboficiales retirados del Ej�rcito Argentino, en el primer cerco de protecci�n, complementado por otros cercos a cargo de entidades gremiales", y reiter� que las fuerzas policiales acantonadas a 1.500 metros del lugar no ten�an posibilidad de actuaci�n inmediata, ni deb�an intervenir sin orden de Osinde.
Tambi�n particip� en la discusi�n el Secretario General de la Presidencia, H�ctor C�mpora (h). Narr� que a las 14 del 20 de junio el suboficial �ngel Bord�n le hab�a advertido que el personal a �rdenes de Osinde imped�a el acceso de la custodia presidencial al palco, donde hab�a demasiada gente armada. Seg�n C�mpora, Bord�n le refiri� que los guardias del palco hab�an obligado varias veces a los manifestantes a echarse al suelo, apunt�ndoles con sus armas rodilla en tierra, y le dijo que "si segu�a as� iba a terminar mal". El Secretario General de la Presidencia verific� la denuncia de Bord�n. Juntos intentaron subir al palco y fueron rechazados.
El Secretario General del Movimiento Peronista, Abal Medina, argument� que la Comisi�n Organizadora hab�a procedido con sectarismo, marginado a la Juventud Peronista y puesto el palco a disposici�n "de un grupo de criminales con armas de guerra".
Righi atac� desde tres puntos las posiciones de Osinde:
�El teniente coronel Osinde sostiene que yo orden� el repliegue policial.
�Efectivamente.
�Eso es falso, de modo que le exijo que pruebe su afirmaci�n.
Osinde s�lo repiti� que alguien que no pod�a identificar le hab�a dado esa informaci�n.
�yo quiero recordar que como responsable absoluto de la seguridad, bajo un comando unificado, al teniente coronel Osinde le correspond�a impartir tanto la orden de actuar como la

71. Schiffrin, Leopoldo, carta a Righi, en la secci�n documental,
72. Informe del jefe de la Polic�a Federal, en secci�n documetnal.
de replegarse, sigui� Righi.
��Entonces por qu� usted intervino para ordenar el repliegue? insisti� Osinde.
�Usted est� repitiendo ese disparate que no puede probar. Jam�s di tal orden. Usted asumi� todas las responsabilidades, no puede ahora deslindar ninguna.
Seg�n Righi lo ocurrido culmin� "una serie de imprevisiones y una pol�tica facciosa por parte de los responsables, que arruinan el encuentro del general Per�n y su pueblo. Ante la imposibilidad de control para grupos adictos desencadena la represi�n. El plan fracas� porque se rebasa el esquema de organizaci�n y porque la custodia reprime. Sus tiroteos desencadenan tiroteos generalizados y el general Per�n no puede llegar al palco por falta de seguridad".
Fallido el plan de la comisi�n, sigui� Righi, la intervenci�n policial hubiera agravado el derramamiento de sangre.
��Intervenci�n contra quien?, se pregunt�. Quienes disparaban eran gente controlada por Osinde, contra columnas juveniles de la zona sur que intentaban acercarse. �Reprimir contra los represores, es decir contra la gente de Osinde, o contra la gente que intentaba acercarse?
Righi neg� que hubieran actuado provocadores comunistas, cit� los relatos period�sticos que describ�an el conflicto como lucha entre bandos internos peronistas, y acus� a Osinde por las torturas en el Hotel.


�Gases contra fusiles?

Osinde enjuici� a Righi por su pasividad ante las ocupaciones y por la quema de los archivos policiales. "Ahora hasta es dif�cil identificar a los elementos antinacionales", dijo, y consider� "sugestiva la identidad de definiciones entre Righi, Abal Medina y C�mpora (h)". A Abal Medina le record� que �l hab�a integrado la Comisi�n que ahora calificaba de sectaria, y rechaz� la calificaci�n de criminales para sus hombres.
Ya hab�a agotado sus argumentos, y en las dos �ltimas reuniones se limit� a repetirlos. Adem�s intent� ganarse a Ferrazzano, con un elogio a la actuaci�n policial. "Si el destacamento al oeste del palco se retir�, fue por orden del se�or ministro", volvi� a acusar. Seg�n Osinde la polic�a hubiera podido evitar males mayores si hubiera reprimido y desalojado con gases lacrim�genos a los francotiradores que actuaron desde los �rboles y veh�culos.
�Gases contra francotiradores que usan fusiles? Como militar, Osinde es un buen pol�tico. Su argumento s�lo se explica porque sab�a que en los �rboles no hab�a francotiradores enemigos.
Ferrazzano no se dej� confundir. A esa altura ten�a claro que el debate era sobre quien cargar�a con la cuenta de los muertos, y suministr� a Righi informaci�n precisa para rebatir los cargos.
"El destacamento 20 de Ezeiza" �pudo explicar el ministro� "es una dependencia de la Polic�a Federal del Aeropuerto y estaba al mando del comisario Raffaele, a cargo de esa misi�n. A fin de controlar el tr�nsito por la autopista desde el palco al aeropuerto y viceversa, se hab�an apostado all� tres oficiales con 30 hombres al mando del capit�n Castelli. El personal del puesto oy� los primeros disparos a las 14.30 y despu�s de veinte minutos se repleg� hacia El Mangrullo, en cuyas proximidades se encontraba la fuerza policial destinada a la custodia del CIPRA de la Fuerza A�rea".
"El destacamento queda a gran distancia del palco y el personal no ten�a medios represivos, de modo que su presencia en el destacamento o frente a CIPRA de nada pod�a influir en la situaci�n", agreg�.
En un debate de pruebas y razones, Righi llevaba las de ganar. Pero no se trataba de eso. Righi sospechaba fundadamente que L�pez Rega, Isabel, y a trav�s de ellos tambi�n Per�n, se inclinar�an en favor de Osinde. Para impedirlo, deber�a haber producido una sucesi�n de hechos consumados mediante procedimientos de la Polic�a Federal, detenido a los conspiradores en sus lugares de reuni�n, secuestrado las armas, probado su vinculaci�n con Osinde, encarcelado y procesado al Secretario de Deportes y Turismo, a Norma Kennedy y Brito Lima. Cuando un grupo de asesores se lo propuso, sonri� con escepticismo. Per�n se hab�a pronunciado el 21 de junio en favor de los agresores lo cual sell� con su decisivo peso pol�tico la suerte del gobierno de C�mpora.
Se hab�a perdido un tiempo precioso y ya no quedaba mucho por hacer. Las pocas comisiones policiales, a las que tarde y sin convicci�n se les orden� practicar unos pocos allanamientos, no encontraron nada. Las armas desaparecieron poco antes de que llegara la polic�a a sindicatos y reparticiones p�blicas. Osinde hab�a ganado la partida.

Bunge & Born lo sab�a

La enfermedad de Per�n, los reacomodamientos internos, las negociaciones con otras fuerzas pol�ticas, insumieron tres semanas despu�s de la masacre. El 12 de julio, finalmente, una docena de colectivos semivac�os desfil� como el ej�rcito de A�da frente a la casa de Per�n, abucheando a C�mpora. Desde una puerta lateral, Milosz de Bogetic de traje marr�n y anteojos ahumados sonre�a y saludaba. El 13, C�mpora y Lima renunciaron a la presidencia y a la vicepresidencia, y el presidente provisional del Senado, Alejandro D�az Bialet, se encontr� en las manos con un pasaje Buenos Aires-Argel y un convincente deseo de buen viaje.
De este modo el gobierno cay� en manos del diputado Ra�l Lastiri, a quien su suegro Jos� L�pez Rega hab�a conseguido instalar en la presidencia de la C�mara, el tercer cargo en la l�nea de sucesi�n presidencial.
En agosto, pese a las objeciones expl�citas de los m�dicos, el Congreso del Partido Justicialista eligi� la f�rmula Per�n-Per�n, que se impuso con el 62 % de los votos en las elecciones del 23 de setiembre y gobern� a partir del 12 de octubre. El Io de julio de 1974 se produjo la prevista muerte de Juan D. Per�n y ascendi� a la presidencia su viuda, Isabel Mart�nez.
El m�dico personal de Per�n dio una interpretaci�n cl�nica para tan acelerada sucesi�n de cambios espectaculares. A juicio de Jorge Alberto Taiana, L�pez & Mart�nez utilizaban a Per�n, cuya voluntad estaba quebrada. Sab�an que su salud era fr�gil y que las tensiones de la acci�n pol�tica y el cambio de clima acortar�an su vida, y aplicaron un plan elaborado despu�s de las elecciones del 11 de marzo de 1973.
Contaron con el asentimiento de Per�n, por las razones que detallo el ex ministro Taiana y por el recelo que lleg� a inspirarle C�mpora, a quien consideraba dominado por Montoneros y la Juventud Peronista. Su apartamiento del gobierno comenz� a gestarse en la reuni�n del 29 de abril en Puerta de Hierro, en la que Per�n care� al presidente electo C�mpora con Norma Kennedy y Manuel Damiano como si fueran pares. El 18 de junio, cuando el flamante jefe de Estado terminaba en Madrid los preparativos para el regreso de Per�n, el golpe ya estaba decidido.
Ese d�a el diario m�s conservador del pa�s se�al� que se estaba estudiando una reforma a la ley de acefal�a73, y un portavoz de la Armada explic� que lo �nico que a�n se discut�a era "el procedimiento que se adoptar�a para llevar a Per�n a la presidencia74". Veinticuatro horas despu�s un vocero del Ej�rcito anunci� que era inminente "el golpe de Per�n75 " y dijo que Osinde hab�a transmitido a Balb�n la preocupaci�n de Per�n por el gabinete de C�mpora.
El portavoz de la Armada sostuvo que se hab�a considerado la posibilidad de "un golpe de mano", con "apoyo y calor popular", pero dijo que Per�n no lo aceptar�a, para no deber su designaci�n a un grupo.
Descartada esta hip�tesis, a�adi� que deb�an analizarse dos t�cticas posibles: la convocatoria a una Convenci�n Constituyente que se declarara soberana y lo nominara presidente, o la renuncia del presidente y el vice "para que el presidente de la C�mara de Diputados" convocara "en 30 d�as a elecciones gen�rales con la candidatura de Juan D. Per�n76 ". La Armada no s�lo conoc�a el plan en sus pormenores; tambi�n se enter� del alejamiento del presidente provisional del Senado casi un mes antes que el propio doctor D�az Bialet.




73. La Prensa, 18 de junio de 1973.
74. Prensa Confidencial, 18 de junio de 1973.
75. 76 Confirmado, 19 de junio de 1973.

El portavoz naval adelant� adem�s que con el regreso de Per�n comenzar�a "una depuraci�n sin prisa pero sin pausa de todas las infiltraciones enquistadas en su Movimiento, ya sean imperialistas o extremistas de cualquier signo77.
La depuraci�n y el golpe pregonados por la fuente naval comenzaron el 20 de junio, cuando se intent� la primera de las tres posibilidades enumeradas, el golpe de mano con apoyo popular, pese a la presunta desautorizaci�n de Per�n.
Despu�s de los tiroteos de Ezeiza, los m�viles del COR que intervinieron identificando a las columnas de la Juventud Peronista que se acercaban al palco recibieron orden de reunirse donde se hab�an concentrado la noche anterior, en el Sindicato de Sanidad, Saavedra 159. Pero el general I��guez insisti� varias veces que esa directiva no inclu�a al m�vil 5, cuya misi�n era permanecer en Plaza de Mayo.
I�iguez se dirigi� a Olivos para saludar a Per�n, mientras una docena de activistas del COR, de la Escuela de Conducci�n Pol�tica y de los grupos paladinistas de Lala Garc�a Mar�n aguardaban frente a la Casa de Gobierno.
A las 20 se hab�an juntado en torno de ellos unas 2.000 personas. De boca en boca se afirmaba que Per�n estaba prisionero, se instigaba al p�blico a tomar la Casa Rosada y se repet�an historias inquietantes sobre la "conspiraci�n trostkysta", aun cuando los tripulantes del m�vil 5 del Autom�vil Club-COR, sab�an que Per�n ya estaba con el presidente C�mpora en la residencia de los jefes de Estado, y que hacia ella se encaminaba el general I��guez.
Sobre los prop�sitos de la masacre y de esa extra�a reuni�n en la Plaza de Mayo, nadie sab�a m�s que el monopolio-agroindustrial Bunge & Born. Un representante de la transnacional cerealera dijo que Osinde hab�a construido un palco blindado y apostado una guardia armada de militares, sindicalistas y aliancistas alegando que se preparaba un atentado contra Juan D. Per�n durante el acto en la Avenida Ricchieri78.


�Otro 17?

Seg�n el agente de Bunge & Born el supuesto atentado s�lo hab�a servido como pretexto para un plan ideado por L�pez Rega y ejecutado por Osinde. Roto el acto, prosigue, la multitud deb�a ser conducida a Plaza de Mayo para reeditar el 17 de octubre y rescatar a Per�n, a quien se mencionaba como prisionero de C�mpora. Concluy� que el objetivo de L�pez Rega y Osinde era forzar el acceso de la Casa Rosada, cumpliendo el slogan electoral "C�mpora al gobierno, Per�n al poder".
Los conspiradores que aquel anochecer deb�an dirigir la toma de la Casa de Gobierno eran el coronel Prieto, cu�ado del general Juan Jos� Valle; V�ctor Alday, ex colaborador de Ciro Ahumada, preso en 1960; Margarita Ahrensen, la ex mujer de Ahumada; H�ctor Spina, un l�der hist�rico de la JP, que intervino en uno de los robos del sable de San Mart�n en la d�cada del sesenta; Juan Carlos Bravo y Lasarte; Juan Carlos Gim�nez, El pelado, quien en 1960 estuvo exiliado en Bolivia; Alfonso Cuomo; Jos� Rodr�guez, como los anteriores vinculado con el sindicalista de los alba�iles Segundo Palma y con el de los Municipales Ger�nimo Izzetta; el Negro Oscar Viera, ex guardaespaldas de Palma; Ismael L�pez Jord�n; los hermanos Gustavo y Ra�l Caraballo, el mayor Flores un peronista de la rama SIE; Lala Garc�a Mar�n, jefa del sector paladinista de la Capital, expulsada meses antes del peronismo.




77. Revista El burgu�s, 3 de julio de 1973.
78. Confirmado, 19 de junio de 1973.
Un centenar de ellos se precipitaron sobre un m�vil de la radio Rivadavia y exigieron que el periodista Osvaldo Hansen difundiera una proclama en la que reclamaban la presencia de Per�n en los balcones de la Casa Rosada79.
La proclama fue grabada y emitida. Cuando los activistas del COR exigieron que se repitiera su texto, desde la radio les pidieron que enviaran una delegaci�n a los estudios. Los tripulantes del m�vil quedaron como rehenes en la Plaza y reci�n fueron puestos en libertad cuando los emisarios reiteraron el pedido a Per�n. Una muchacha tom� el micr�fono para hacer una pat�tica invocaci�n al ex presidente, a quien tute�.
Dos de los conspiradores, Alfonso Cuomo y Jos� Rodr�guez, llegaron a ingresar a la Casa de Gobierno80. Comprobaron que las vallas hab�an sido reforzadas, se hab�an emplazado nidos de ametralladoras y soldados dispuestos para protegerla. Al ver que s�lo hab�an atra�do a las dos mil personas iniciales emprendieron la retirada.
El golpe se hab�a frustrado y lo �nico que restaba era desconcentrar a la gente antes que se produjeran detenciones e identificaciones. "Todos a Casa. Per�n ya est� en Olivos y a las 9 habla por tv" anunciaron.
El Secretario de Informaciones del Estado, brigadier Horacio Apicella, quien s�lo ve�a lo que Osinde e I��guez quer�an mostrarle, contribuy� a la confusi�n informando que el ERP avanzaba sobre la sede del gobierno. D�as despu�s el portavoz naval que tan profundamente hab�a conseguido penetrar la intimidad de L�pez Rega y Osinde repiti� esa burler�a. Sostuvo que ERP y Montoneros hab�an intentado matar a Per�n, primero en Ezeiza y luego en Plaza de Mayo, donde se propusieron copar la Casa Rosada81.
Otro servidor p�blico menos encumbrado que Apicella, contradijo esas f�bulas. Se trata del radiooperador del �nico patrullero que esa noche vigil� a los reunidos en la Plaza de Mayo, con el rigor y la eficiencia profesionales que la Polic�a Federal mostr� en todos los episodios vinculados con el 20 de junio.
��Tendencia ideol�gica?, le pregunt� el Comando Radioel�ctrico.
�Todos de derecha, fue su concisa respuesta. Bunge & Born lo sab�a.













79. Redacci�n, julio de 1973.
80. La Opini�n, 21 de junio de 1973.
81. Prensa Confidencial, 25 de junio de 1973.


EP�LOGO

PER�N


La actitud de Juan D. Per�n ante todos estos episodios es el centro del tab� que rodea a la masacre de Ezeiza, el m�s prohibido de los temas. El an�lisis racional de hechos y documentos parece a�n fuera del alcance de nuestra clase pol�tica, lo cual dobla su necesidad.
Durante la campa�a electoral el justicialismo us� una consigna principal: "C�mpora al gobierno. Per�n al poder". Sobran los elementos de juicio para afirmar que Per�n siempre se propuso llevarla a la pr�ctica.
El expresidente deseaba ser candidato de su partido, y para impedirlo el r�gimen militar sancion� la cl�usula proscriptiva: s�lo podr�an serlo quienes estuvieran en el pa�s antes del 25 de agosto de 1972, a la que Lanusse agreg� la bravuconada c�lebre de que a Per�n no le daba el cuero para regresar.
Per�n estuvo en la Argentina el 17 de noviembre de 1972, y hasta el 14 de diciembre impuls� gestiones p�blicas y privadas para que se levantara la inhabilitaci�n personal. El FREJULI lo exigi� en un documento y amenaz� con la abstenci�n en caso contrario. En cambio la UCR opin� que si el peronismo pod�a presentar otros candidatos los comicios ser�an leg�timos, y anunci� que concurrir�a a ellos. Esta definici�n de Ricardo Balb�n permiti� a Lanusse ratificar la cl�usula del 25 de agosto.
Ante el riesgo de que se repitiera un esquema parecido al de 1963, cuando el radical Arturo Illia fue electo presidente con el 23 �/o de los sufragios en ausencia de un candidato justicialista, Per�n desisti� de su candidatura y nombr� a C�mpora.
El sentido de esta designaci�n fue transparente: el candidato era Per�n, a trav�s de su delegado. El 12 de abril, en Par�s, Mario C�mpora se entrevist� con Per�n para coordinar los detalles de su regreso al pa�s y su participaci�n en los actos del 25 de mayo. � Yo no quiero quitarle el show al doctor C�mpora. Voy a ir despu�s y entonces el balc�n va a ser para m�, le respondi� Per�n.
De regreso a Buenos Aires el asesor presidencial comunic� el di�logo y su interpretaci�n: "H�ctor, el general quiere ser presidente". H�ctor C�mpora respondi�: "Estamos aqu� para hacer lo que el general quiera".82
Los preparativos para el retorno el 20 de junio que se han descrito con detalle en este libro, no hubieran sido posibles sin la aquiescencia de Per�n. Su discurso del d�a siguiente, que se incluye en la secci�n documental, no deja dudas sobre el partido que adopt� luego de los acontecimientos.
C�mpora siempre estuvo dispuesto a renunciar, y sin embargo se organizaron las cosas de modo de sacarlo a empellones. Creo que las p�ginas anteriores demuestran por qu�. Si la operaci�n del reemplazo presidencial hubiera sido encomendada a un pol�tico como Antonio J. Ben�tez, por ejemplo, habr�a podido ser alambicada y ceremoniosa. L�pez Rega la convirti� en una carnicer�a. Pero en cualquier caso, la cobertura pol�tica proven�a de Per�n.
El 4 de julio, en la residencia de Gaspar Campos, C�mpora reiter� su decisi�n de renunciar. "Yo siempre he estado a disposici�n de mi pueblo", le respondi� Per�n83. Horas despu�s C�mpora anunci� al gabinete su alejamiento. A�n as�, le organizaron la mascarada del desfile de colectivos frente a Gaspar Campos. No quer�an que se fuera, sino echarlo.
Per�n muri� hace once a�os. Este episodio ya pertenece a la historia. Es hora de contarlo sin omisiones.

82. Di�logo del embajador Mario Alberto C�mpora con el autor.
83. H�ctor J. C�mpora: El mandato de Per�n, Buenos Aires, octubre de 1975, p�gina 83


TERCERA PARTE

LOS DOCUMENTOS



DOCUMENTOS 1 y 2
Los primeros contactos de Per�n con la Logia Anael se produjeron en la d�cada del cincuenta. El martillero H�ctor Caviglia, representante de Anael en la Argentina le solicita una nueva audiencia. Anael es el brasile�o Menotti Carnicelli, quien llama Paulo a Per�n y le sugiere la colocaci�n de uno de los hombres de la logia en la vicepresidencia en reemplazo de Quijano. Estos antecedentes facilitaron el acceso de L�pes Rega a Puerta de Hierro, en 1966

DOCUMENTO 3
El informe sint�tico de Osinde a la comisi�n ministerial investigadora. Se�alamos por lo menos cinco falacias:
Atribuye a desconocidos la ocupaci�n del Hogar Escuela, que �l hab�a ordenado (p�gina 3, punto 6 de su informe).
Afirma que sobrevol� la zona a las 15 cuando hay pruebas de que lo hizo a las 12.40. Por lo tanto no es cierto que haya observado desde el aire el avance de la columna sur de la JP (p�gina 4, punto 7), que fue atacada casi media hora antes de las 15.
Sostiene que la consigna La Patria de Per�n superaba la pol�mica entre quienes cantaban La Patria Socialista y quienes cantaban La Patria Peronista, cuando es s�lo una variante formal de la segunda (p�ginas 4-5, punto 7).
Dice que Righi orden� el repliegue de las fuerzas policiales, aunque luego no podr� precisar el origen de tal versi�n (p�gina 5, punto 8).
Manifiesta que los torturadores no estaban a sus �rdenes, aunque todas las habitaciones del Hotel Internacional hab�an sido alquiladas por �l y all� funcionaba su comando (p�gina 7, punto 14).

DOCUMENTO 4
Osinde presenta esta "S�ntesis cronol�gica" a la segunda reuni�n de la comisi�n ministerial investigadora. Seg�n �l, ERP y Montoneros llegaron juntos y atacaron el palco. Esta es su tesis central. Para redondear su versi�n de un ataque coordinado contra el palco, que no podr� probar, confunde en uno solo los tiroteos claramente diferenciados de las 14.30 y las 16'.30, confiando que entre los ministros hay un esquema pol�tico de interpretaci�n de lo sucedido, pero no datos precisos que puedan confrontarse con su versi�n.

DOCUMENTO 5
En su informe "En s�ntesis", Osinde se queja que por culpa de Righi no se pudieron usar gases contra los francotiradores. Este argumento s�lo se explica porque Osinde sab�a que no hab�a francotiradores, sino personal a sus �rdenes y manifestantes desprevenidos que treparon a los �rboles para ver mejor el acto. De otro modo, es impensable que un teniente coronel pueda creer que con gases lacrim�genos es posible enfrentar a francotiradores armados con fusiles.

DOCUMENTO 6
En su "S�ntesis de las impresiones recogidas en la reuni�n del d�a 21� Osinde niega que al colocar en torno del palco un vallado sindical �por otra parte diez veces menor de lo que afirma� estuviera marginando a la Juventud Peronista; y lo atribuye a inveros�miles razones de "organizaci�n y disciplina".
Cuando le conviene, arguye con las diferencias pol�ticas internas del peronismo, pero sin transici�n las descarta y se excusa recurriendo a argumentos t�cnicos, que adem�s son falsos, ya que el 25 de mayo la JP hab�a demostrado un buen nivel de organizaci�n y disciplina (p�gina 2 de su informe).
Osinde manifiesta que nadie objet� sus disposiciones antes del acto (p�gina 1). Pero sabemos que el brigadier Fautario declar� que no hab�a garant�as para el desarrollo normal del acto, en la reuni�n del lunes 18 de junio.

DOCUMENTO 7
El memor�ndum de Ciro Ahumada. En su apuro por atorar a la comisi�n investigadora con documentos, Osinde no repar� que este memor�ndum de Ciro Ahumada refutaba las afirmaciones de su "S�ntesis cronol�gica" y de su "Informe sint�tico".
Ahumada distingue claramente el primer tiroteo del segundo (aunque no dice cual fue su verdadero origen) y admite que fueron sus hombres los que rastrillaron el bosque capturando prisioneros, por m�s que luego rehuya su responsabilidad en las torturas.

DOCUMENTO 8
Memor�ndum manuscrito del edec�n aeron�utico del presidente de la Rep�blica, vicecomodoro Tom�s Eduardo Medina.
Comienza a desmoronarse la versi�n de Osinde. Medina relata que Fautario plante� antes del acto su desacuerdo con los preparativos de Osinde, quien en la reuni�n del 18 de junio le contest� �speramente (p�gina 5 del manuscrito). Pero luego de la masacre. Fautario callar� este significativo episodio previo. Los militares apoyar�n a Osinde y se valdr�n de L�pez Rega para dividir al peronismo.

DOCUMENTO 9
El jefe de la custodia presidencial informa a L�pez Rega sobre la actitud agresiva del personal de seguridad del palco y la forma en que usaron sus armas contra la multitud. Rogelio Gonz�lez es un t�cnico que cita a otros t�cnicos. Es amigo de L�pez Rega y de Osinde. Por eso su testimonio es ilevantable.

DOCUMENTO 10
Informe del general Ferrazzano. El jefe de la Polic�a Federal recuerda que Osinde rechaz� el plan policial y precisa que el cerco gremial s�lo era de 20.000 personas, y no de 200.000 como pretende Osinde. Esta orfandad pol�tica explica que para controlar el acto se acudiera a las armas. Ferrazzano recuerda cual era la disposici�n de las fuerzas de seguridad, decidida por Osinde, en lugares que no permit�an la intervenci�n policial.

DOCUMENTO 11
El informe que cost� la vida a Julio Troxler. El subjefe de la Polic�a de Buenos Aires certifica que los ocupantes del Hogar Escuela eran subordinados de Osinde, quien se interes� por ellos cuando fueron desalojados. Troxler narra qu� grupos dominaban el palco, y cuales eran sus aprestos b�licos, la actitud pac�fica de la columna sur de la JP, la agresi�n desatada desde el palco y la confusi�n que enfrent� a dos bandos dirigidos por Osinde, que se tirotearon entre el palco y el Hogar Escuela. Tambi�n desmiente la presencia del ERP en Ezeiza. Polic�a de carrera, sobreviviente de los fusilamientos de 1956 en el basural de Jos� Le�n Suarez, h�roe de la resistencia peronista, Troxler fue muerto por la espalda por la AAA en setiembre de 1974.

DOCUMENTO 12
El helic�ptero de Osmde. Este informe del Servicio de Informaciones de la Polic�a de la Provincia de Buenos Aires prueba que Osinde no sobrevol� la zona a las 15, como dijo, sino a las 12.40. A las 12 anunci� que lo har�a media hora m�s tarde (carilla 1 del informe policial) y a las 12.40 comunico desde el aire que el panorama era normal (carilla 2). Aun cuando hubiera sobrevolado a las 15, Osinde no podr�a haber visto el avance de la columna sur de la Juventud Peronista, ya que �sta lleg� al palco y fue tiroteada media hora antes.

DOCUMENTO 13
Carta del subsecretario del Interior Leopoldo Schiffrin al ministro Righi, aport�ndole datos y sugiri�ndole como manejarse en la reuni�n de la Comisi�n Investigadora. La polic�a no intervino-porque Osinde se fue sin darle instrucciones (p�gina 1 del manuscrito). Se hab�a convenido que s�lo Osinde pod�a dar la orden de fuego (p�gina 4). Los efectivos no se movieron de sus lugares (p�gina 2). Schiffrin, un jurista sin antecedentes pol�ticos, plante� la cuesti�n con mayor agudeza que nadie en el equipo camporista. Osinde asumi� toda la responsabilidad, excluyendo a la Polic�a y otorgando el control del palco a un bando faccioso que provoc� la masacre.

DOCUMENTO 14
Esta foto de una tarima colocada en uno de los �rboles del bosquecito pr�ximo al palco, publicada por el diario "Clar�n" tiene brazos de acero remachados a las ramas del �rbol. �Qui�n pudo colocarla all�, en un territorio que Osinde controlaba desde varios d�as atr�s? Los francotiradores formaban parte del dispositivo de Osinde y en medio de la gran confusi�n generada por I��guez, hicieron fuego contra el palco.

DOCUMENTO 15
El mensaje de Per�n del 21 de junio de 1973 revela objetivamente el partido que tom� en el enfrenta-miento interno, y del que hubo indicios previos y posteriores. Este texto, en el estilo inconfundible del ex presidente, hace a�icos la teor�a del cerco.
"Deseo comenzar estas palabras con un saludo muy afectuoso al pueblo argentino, que ayer desgraciadamente no pude hacerlo en forma personal por las circunstancias conocidas. Llego desde el otro extremo del mundo con el coraz�n abierto a una sensibilidad patri�tica que s�lo la larga ausencia y la distancia pueden avivar hasta su punto m�s �lgido.
"Por eso al hablarle a los argentinos lo hago con el alma a flor de labios y deseo tambi�n que me escuchen con el mismo estado de �nimo.
"Llego casi desencarnado. Nada puede perturbar mi esp�ritu porque retorno sin rencores ni pasiones como no sea la que anim� toda mi vida: servir lealmente a la patria, y s�lo pido a los argentinos que tengan fe en el gobierno justicialista porque �se ha de ser el punto de partida para la larga marcha que iniciarnos.
"Tal vez la iniciaci�n de nuestra acci�n pueda parecer indecisa o imprecisa. Pero hay que tener en cuenta las circunstancias en las que la iniciamos. La situaci�n de pa�s es de tal gravedad que nadie puede pensar en una reconstrucci�n en la que no deba participar y colaborar. Este problema, como ya lo he dicho muchas veces, o lo arreglamos entre todos los argentinos o no lo arregla nadie. Por eso deseo hacer un llamado a todos al fin y al cabo hermanos, para que comencemos a ponernos de acuerdo.
"Una deuda externa que pasa los seis mil millones de d�lares y un d�ficit cercano a los tres billones de pesos acumulados en estos a�os, no han de cubrirse en meses sino en a�os. Nadie ha de ser unilateralmente perjudicado, pero tampoco ninguno ha de pretender medrar con el perjuicio o la desgracia ajena. No son estos d�as para enriquecerse desaprensivamente, sino para reconstruir la riqueza com�n, realizando una comunidad donde cada uno tenga la posibilidad de realizarse.
"El Movimiento Justicialista, unido a todas las fuerzas pol�ticas, sociales, econ�micas y militares que quieran acompa�arlo en su cruzada de Reconstrucci�n y Liberaci�n del pa�s, jugar� su destino dentro de la escala de valores establecida: primero, la Patria; despu�s, el Movimiento, y luego, los hombres, en un gran movimiento nacional y popular que pueda respaldarlo.
"Tenemos una revoluci�n que realizar, pero para que ella sea v�lida ha de ser una reconstrucci�n pacifica y sin que cueste la vida de un solo argentino. No estamos en condiciones de seguir destruyendo frente a un destino pre�ado de acechanzas y peligros. Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creaci�n: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque s�lo el trabajo podr� redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros esp�ritus.
"Reorganicemos el pa�s y dentro de �l, al Estado, que preconcebidamente se ha pretendido destruir, y que debemos aspirar que sea lo mejor que tengamos para corresponder a un pueblo que ha demostrado ser maravilloso. Para ello elijamos los mejores hombres, provengan de donde provinieren. Acopiemos la mayor cantidad de materia gris, todos juzgados por sus genuinos valores en plenitud y no por subalternos intereses pol�ticos, influencias personales o bastardas concupiscencias. Cada argentino ha de recibir una misi�n en el esfuerzo de conjunto. Esa misi�n ser� sagrada para cada uno y su importancia estar� m�s que nada en su cumplimiento.
"En situaciones como las que vivimos todos pueden tener influencia decisiva y as� como los cargos honran al ciudadano, �ste tambi�n debe ennoblecer a los cargos.
"Si en las Fuerzas Armadas de La Rep�blica cada ciudadano, de general a soldado, est� dispuesto a morir en la defensa de la soberan�a nacional como del orden constitucional establecido, tarde o temprano han de integrarse al pueblo, que ha de esperarlas con los brazos abiertos como se espera a un hermano que retorna al hogar solidario de los argentinos.
"Necesitamos la paz constructiva, sin la cual podemos sucumbir como Naci�n. Que cada argentino sepa defender esa paz salvadora por todos los medios, y si alguno pretendiera alterarla con cualquier pretexto, que se le opongan millones de pechos y se alcen millones de brazos para sustentarlas por los medios que sean precisos. S�lo as� podremos cumplir nuestro destino.
"Hay que volver al orden legal y constitucional como �nica garant�a de libertad y justicia. En la funci�n p�blica no ha de haber cotos cerrados de ninguna clase y el que acepte la responsabilidad, ha de exigir la autoridad que necesita para defenderla dignamente. Cuando el deber est� de por medio los hombres no cuentan, sino en la medida que sirven mejor a ese deber. La responsabilidad no puede ser patrimonio de las amanuenses.
"Cada argentino, piense como piense, y sienta como sienta, tiene el inalienable derecho de vivir en seguridad y pac�ficamente.
"El gobierno tiene la insoslayable obligaci�n de asegurarlo.
"Quien altere este principio de la convivencia, sea de un lado o de otro, ser� el enemigo com�n que debemos combatir sin tregua, porque no ha de poderse hacer ni en la anarqu�a que la debilidad provoca o la lucha que la intolerancia desata.
"Conozco perfectamente lo que est� ocurriendo en el pa�s. Los que creen lo contrario se equivocan. Estamos viviendo las consecuencias de una postguerra civil que aunque desarrollada embozadamente no por eso ha dejado de existir, a lo que se suman las perversas intenciones de los factores ocultos que desde las sombras trabajan sin cesar tras designios no por inconfesables menos reales. Nadie puede pretender que todo esto cese de la noche a la ma�ana. Pero todos tenemos el deber ineludible de enfrentar activamente a esos enemigos si no queremos perecer en el infortunio de nuestra desaprensi�n e incapacidad culposa.
"Pero el Movimiento Peronista, que tiene una trayectoria y una tradici�n no permanecer� inactivo frente a tales intentos, y nadie podr� cambiarlos a espaldas del pueblo, que las ha afirmado en fechas muy recientes y ante la ciudadan�a que comprende tambi�n cual es el camino que mejor conviene a la Naci�n Argentina. Cada uno ser� lo que deba ser o no ser� nada. As� como antes llamamos a nuestros compatriotas en la Hora del Pueblo, el Frente C�vico de Liberaci�n y el Frente Justicialista de Liberaci�n para que mancomunados nuestros ideales y nuestros esfuerzos pudi�ramos pujar por una Argentina mejor, el justicialismo, que no ha sido nunca ni sectario ni excluyente, llama hoy a todos los argentinos, sin distinci�n de bander�as, para que todos solidariamente nos pongamos en la perentoria tarea de la reconstrucci�n nacional, sin la cual estaremos todos perdidos. Es preciso llegar as�, y cuanto antes a una sola clase de argentinos, los que luchan por la salvaci�n de la Patria, gravemente comprometida en su destino por los enemigos de afuera y de adentro.
'Los peronistas tenemos que retornar a la conducci�n de nuestro Movimiento, ponernos en marcha y neutralizar a los que pretenden deformarlo desde abajo y desde arriba. Nosotros somos justicialistas, levantamos una bandera tan distante de uno como de otro de los imperialismos dominantes. No creo que haya un argentino que no sepa lo que ello significa. No hay nuevos r�tulos que califiquen a nuestra doctrina y a nuestra ideolog�a.
"Somos lo, que las veinte verdades peronistas dicen. No es gritando la vida por Per�n que se hace patria, si no manteniendo el credo por el cual luchamos. Los viejos peronistas lo sabemos. Tampoco lo ignoran nuestros muchachos que levantan banderas revolucionarias.
"Los que pretextan lo inconfesable aunque cubran sus falsos designios con gritos enga�osos o se empe�an en peleas descabelladas no pueden enga�ar a nadie. Los que no comparten nuestras premisas si se subordinan al veredicto de las urnas tienen un camino honesto que seguir en la lucha que ha de ser para el bien y la grandeza de la patria y no para su desgracia. Los que ingenuamente piensan que pueden copar nuestro Movimiento o tomar el poder que el pueblo ha reconquistado se equivocan. Ninguna simulaci�n o encubrimiento por ingeniosos que sean podr�n enga�ar a un pueblo que ha sufrido lo que el nuestro y que est� animado por una firme voluntad de vencer. "Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. As� aconsejo a todos ellos tomar el �nico camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables. Nadie puede ya escapar a la tremenda experiencia que los a�os, el dolor y el sacrificio han grabado a fuego en nuestras almas y para siempre. "Tenemos un pa�s que a pesar de todo no han podido destruir, rico en hombres y rico en bienes. Vamos a ordenar el Estado y todo lo que de �l dependa que pueda haber sufrido depredaciones u olvido. Esa ser� la principal tarea del gobierno. El resto lo har� el pueblo argentino, que en los a�os que corren ha demostrado una madurez y una capacidad superior a toda ponderaci�n.
"En el final de este camino est� la Argentina potencia, en plena prosperidad con habitantes que puedan gozar del m�s alto standard de vida, que la tenemos en germen y que s�lo debamos realizarla. Yo quiero ofrecer mis �ltimos a�os de vida a un logro que es toda mi ambici�n. S�lo necesito que los argentinos lo crean y nos ayuden a cumplirlo.
"La inoperancia en los momentos que tenemos que vivir es un crimen de lesa patria. Los que estamos en el pa�s tenemos el deber de producir por lo menos lo que consumimos. Esta no es hora de vagos ni de inoperantes.
"Los cient�ficos, los t�cnicos, los artesanos y los obreros que est�n fuera del pa�s deben retornar a �l a fin de ayudarnos en la reconstrucci�n que estamos planificando y que hemos de poner en ejecuci�n en el menor plazo. Finalmente deseo exhortar a todos mis compa�eros peronistas para que obrando con la mayor grandeza echen a la espalda los malos recuerdos y se dediquen a pensar en la futura grandeza de la patria que bien puede estar en nuestras propias manos y en nuestros propios esfuerzos.
"A los que fueron nuestros adversarios que acepten la soberan�a del pueblo, que es la verdadera soberan�a. Cuando se quieran alejar los fantasmas del vasallaje for�neo siempre m�s indignos y m�s costosos. A los enemigos embozados y encubiertos o disimulados, les aconsejo que cesen en sus intentos porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento. Dios nos ayude si somos capaces de ayudar a Dios. La oportunidad suele pasar muy quedo, guay de los que carecen de sensibilidad e imaginaci�n para no percibirla. Un grande y cari�oso abrazo para todos mis compa�eros y un saludo afectuoso y lleno de respeto para el resto de los argentinos".

Plano 1
La columna sur de la Juventud Peronista ingresa por la ruta 205.
Se propone bordear la parte trasera del palco e instalarse de frente, donde ya hay ubicados grupos de la Juventud Trabajadora Peronista. Las rayas negras indican el trayecto efectuado. Las caladas, el que se propon�an realizar. Eran las 14.30.

Plano 2
Al pasar por detr�s del palco, los custodios de Osin-de abren el fuego contra la columna sur.

Plano 3
La columna atacada se desbanda. Una parte corre hacia el barrio Esteban Echeverr�a y otra hacia el bosque detr�s del cual est� el Hogar Escuela. Desde el palco hacen fuego sobre sus espaldas. Los disparos llegan al Hogar Escuela; desde donde el Comando de Organizaci�n responde, sin advertir que provienen del palco. Casi id�ntico ser� el segundo tiroteo entre el palco y el Hogar Escuela, a las 16.30.

Plano 4
Un grupo de la UES se echa a descansar en el pasto, a espaldas del palco. En la lomada pr�xima dormitan dentro de un jeep Horacio Simona y Jos� Luis Nell. Del palco sale un equipo de hombres armados al mando del capit�n Chavam, quienes se dirigen hacia la arboleda, con la orden de desalojar a quienes ocupan los �rboles. En el camino hay un intercambio de insultos entre Nell y Chavam, y cuando el militar apunta su pistola 11,25 a la cabeza del montonero, Simona se le adelanta y dispara primero. Simona y Nell corren hacia los �rboles y en ese trayecto son heridos. Vuelve a entablarse un tiroteo entre el palco y el Hogar Escuela, entre dos grupos dirigidos por Osinde, mientras en el bosque se da caza a cualquiera, se le conduce al palco y luego al Hotel Internacional, donde funciona la sala de torturas.

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